viernes, 5 de junio de 2015

TITO MEJÍA SARMIENTO [16.194]


Tito Mejía Sarmiento 

Nació en un pueblo ribereño llamado Santo Tomás (Atlántico), Colombia en 1953. 

Licenciado en Filología e idiomas, Universidad del Atlántico; locutor profesional, Academia ARCO de Bogotá, con Licencia del Ministerio de Comunicaciones de Colombia; profesor de Tiempo Completo del Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla. Ganador  del V Concurso Nacional Metropolitano de Poesía, organizado por la Universidad Metropolitana de Barranquilla, en agosto de 2001. 

Obtuvo Mención Especial, al ocupar el quinto puesto entre 150 participantes, en el Concurso Nacional de Poesía organizado por la Universidad de Santiago de Cali, en 1986. Algunos trabajos han aparecido publicados en importantes revistas y periódicos de nuestro país. Presentador del Festival de Orquestas en el Carnaval de Barranquilla durante 13 años, 12 consecutivamente. Finalista del primer encuentro de poesía erótica SEA, en 2008.Creador del Concurso Nacional de Poesía Estudiantil INSTENALCO, que  llega a su novena versión en el 2015.

Obras publicadas:

El ojo ciego del planeta, poemas, Barranquilla, Berma Impresores, 1992; Visionarios, cuentos y poemas, coautoría, Editorial Don Bosco, 1993; La suma de las noches, poemas, Barranquilla, Don Bosco, 1998; Crónica de los días, poemas, Barranquilla, Don Bosco, 2003; Nelson para todos, para siempre, biografía, Barranquilla, Don Bosco, 2007; Confesión anclada en la soledad de mi alcoba, Poemas, Barranquilla, La Casa de Asterión-Universidad del Atlántico, 2005;  A veces llegan cartas, Sibila Editores, 2011; De la ciudad y sus amores ajenos, poemas , Sibila Editores, 2013.
  


Introspección

Hay días
en los cuales me encierro
en mí, mismo.
La vida vuela
con sus alas ingenuas
como Polifemo embriagado.
Soy lo que pude no haber sido
como dicen los locos de hoy.
Intento hallar
respuesta en la mañana yerta.
Despierto al poeta
que habita en mí.




Señas del perseguidor

Confieso que nací en un pueblo ribereño
donde hubiera querido nacer cada vez que naciera.
Donde fui concebido además, por una hermosa pareja
que se pasaba muchas veces la vida hablando
del amor y sus metáforas bajo la tela de la noche
y sus luciérnagas diminutas.
Una pareja de ojos toledanos que transitaba
asida de las manos por los mismos caminos
aunque le pareciera cerca lo que estaba tan lejos.
Confieso que mi piel se eriza hoy
en llamarada, ajena  a la raíz que la redime,
al acercarme a la ventana de la evocación :
Los primeros aguaceros de octubre internados
en el arenoso patio de la vieja casa de paja,
entorno esencial de nuestros sueños,
que espantaban  a  las palomas de plumaje
gris y blanco que en el loco afán 
por resguardarse en sus casitas de madera
que  papá  les colocaba en la cúpula de los árboles,
cruzaban los aires en medio del émbolo sonoro de su gutural monotonía.
Aquella gotera en mi cuarto
con su entrañable olor a humedad,
que en ósmosis mutua de ruido y frialdad,
al caer en el recipiente de turno, no nos dejaba dormir.
Es que nada se puede detener
sin sentir felicidad : mis hermanos cabalgando
sobre escobas haciendo de jinetes enmascarados,
y  yo  persiguiéndolos por las encharcadas calles del pueblo
con un revólver imaginario entre mis manos,
hasta darles captura al final del arco iris.
Confieso que cuando tenía diez años,
casi todos los viernes bajo la luz de una luna amaestrada,
jugaba con la vecinita de enfrente,
que tanto me gustaba, a “ los besos robados.”
Abro paréntesis para decir,
que esa vecinita de enfrente,
es hoy la compañera inseparable de mis días
con muchos episodios que contar
cuando el amor se declara culpable.
Confieso que con la devoción del flagelante
de un viernes santo y  con el luto de marfil herido
por la pérdida de algún amigo,
que sin decir su nombre quedaba clavado
para siempre en el alma de todos los lugareños,
no faltaba ni faltaré a los funerales en mi terruño,
porque se viven, se sienten al unísono
aunque en el centro de los mismos,
esté el errante de lo mundano, 
ese que por burlarse o por escapar aún más
del terco intento, inventa cosas,
se ríe o mira con piedad su propio simulacro.
Y como el tiempo huye
y  te da señas para que registres la huella de su paso,
no quiero cerrar este poema
no sin antes decir, que sigo buscando con ojos persistentes
la cara de la vida en todos los rincones de mi pueblo ribereño,
aun  cuando me cobije en la inmaculada lágrima
que se forma en los bordes de la risa y de la locura.



Mi casa

Alguien abrió la puerta.
Muchos se fueron, 
menos la eternidad de mis viejos.



El patio

Cuando él llega a su pueblo,
lo primero que hace,
es buscar el patio de la casa donde nació.
Piensa que es el espejo perfecto 
para hallar el olor a guanábana, 
la hornilla emitiendo pavesas de mil ojos,
el acelerado deseo de beber el agua fresca de la tinaja, 
la arena gimiendo al sentir los pies descalzos
cuando se juega  fútbol bajo el sol del mediodía,
la sombra del viejo tamarindo, en cuya copa trinan aún las aves
en la lenta figura de la tarde,
la bicicleta de su  tío, el panadero,
la batea donde su  abuela se encontraba con su propia voz, 
mientras lavaba la ropa de todos,
Singo, su  perro bravo, al cual parecían salirle fantasmas de sus ojos,
la eternidad del primer amor que se nutrió de besos, 
y  la carne que se hizo sexo
sobre la troja clandestina en las extrañas alianzas nocturnas,
la vecina correveidile en su rol de distraída,
su  abuelo peleando con la lerda exactitud de su memoria,
la timidez de las estrellas en la débil plenitud de la noche,
el canto del gallo viejo en el temblor de la alborada. 
Ahí está el patio,
el mismo patio donde echó de menos la verdad callada,
perseguido por la veloz  figura del recuerdo.
Ahí está él patio, el mismo patio,
asilo de  voces de sus padres y hermanos.
Ahí está  el patio,
el mismísimo patio, ahora y para siempre con alas,
donde cabe todo el inventario de haber llegado nuevamente.



Una postal de nostalgia

Pueblo, vecino de aquel río,
vuelvo sediento a ti
para rasurar como antes
mis piernas jugando bola  e ´ trapo
en tus polvorientas calles,
pero me encuentro con escapularios de cemento.
Pretendo como antes buscar la novia amada
hoy mojada por el alba de otro hombre.
Tus puertas y ventanas ya no obedecen  a las trancas
que  aseguraban la virginidad.
No oigo el tañido de guitarras
equilibrio de romances escondidos.
Ya no corta la guadaña del abuelo
el rústico perfil de sus arrugas.
_ ¿Dónde están las casas con techo de paja,
entorno esencial de nuestros sueños?_
Quito máscaras  para encontrar a mis amigos
hoy  reservas de la muerte.
Pueblo, vecino de aquel río,
hoy me doy cuenta
de que ya sólo eres un sol ocre
y  que el tiempo se tragó tu juventud.



Asunto muy personal
                                                                                                                                                     
                                 Al poeta, compadre y amigo Pedro Conrado Cúdriz

Nos conocemos en el silencio,
en  las palabras que corren a través de los  poemas.
Nacimos del vientre de dos mujeres  caribes,
de padres que empuñaban 
la memoria como una daga,
por si acaso el mundo estallaba
ya que no eran ningunos idiotas.
A  veces acaloradamente discutimos, 
pero como por arte de magia,
procuramos  enseguida el acorde conceptual 
en los milagros de la placidez,
como cuando uno se come la fruta deseada.
Pedro Conrado Cúdriz y yo, somos seres
que cuando nos ignoran,
no sacamos las bestias internas de paseo.
Buscamos la misma esencia,
amén de los espacios y actuantes sigilos
que liberan el alma 
en el ritual constante de las palabras
que debe ser la vida.
Y  también  por supuesto,
somos dos mortales
de carcajadas dementes,
eternos amantes de la luna llena
que nos mira desde el cielo con sus ojos de  fiesta.
Amamos a nuestras mujeres
cada vez que se abren al infinito,
y también somos cómplices de las horas que les faltan.
Al fin de cuentas, 
somos dos rebeldes que evitan
que las luces se vuelvan sombras
en medio de la confianza de los pájaros al volar
en el nocturno desaliento.



Mujer morena de vientre azul

“La tierra deja de ser estéril cuando se riega con la mano bien puesta en el corazón”

A  veces veo en tu vientre amada mía,
la silueta del hijo soñado, 
ese nómada de mares
que aún no toca el denso océano de los días que nos siguen.
Te veo amada mía,
despertando en silencio de hinojos
con tu cadena de ruegos al cielo,
que no hace el milagro con sus ojos de espumas
por Juan Sebastián, ese hijo
con olor a gaviota que ve caer soles y vientos,
o  por Amina, esa niña portadora de rosas
en sus sueños y que a todo le dice adiós.
Apostemos su llegada a cualquier día de estos,
o  mejor al domingo vestido de fiesta
para que estalle en su boca de ángel,
una chupeta de colores que se diluya en la fantasía del presente.
Ven hijo,
hijo de mirada eterna, 
habla por los dos
y  rompe ya el secreto que a dos voces,
mamá y yo conservamos desde aquella tarde de septiembre
cuando un gorrión enamorado,
pegado a la rama seca de un árbol
nos dio el aviso con su bello trino.
Ven,  hijo, ven,
que la locura goza en la intensidad del deseo
y no tiene apuros en la víspera.



Reloj

Manecillas 
que  empujan unas  a otras,
rápidas en una rueda infinita
y como declarantes despejan dudas entre si
para que  el tiempo pase inédito
y otro año comience  una constante.




Me asomo

Me asomo a la ventana
y la tarde me muestra
la caravana de raudos carros , 
gentes en ambas aceras, 
una leve brisa con asomos de lluvia,
un perro callejero que sobrevive de las sobras de la basura, 
un par de putas con el alma vacía por la falta de amantes…
Miro un poco más lejos, 
y la tarde me muestra una que otra golondrina
cagándose la estatua de Colón,
un viejo triste por su asma, paseando su feliz mascota,
un  borracho tambaleante puteando al gobierno de turno,
un embolador de plegarias atendidas,
ansioso de lustrar más zapatos,
pero  la tarde no me muestra
a mi gruesa mulata, aquella mulata 
que en  tardes de abril
con la alcoba encendida,
alborotaba el floreo de las sábanas
y me hacía posible todas las profecías,
cuando mi amor cabía todo en su cuerpo
en esta ciudad alada, 
donde la vida hoy dura menos que una vela encendida
por el ansia de un sicario,
quedándome con el dolor que todos los santos días,
cargo,  silenciosamente, en los hombros
y sopla enérgico hacia la condena.



Momentos

Cuando el Metro pasa
dejando su metálica rabia.
Cuando la vida continúa
recitando de memoria la rutina,
pegada a la argamasa de las calles.
Cuando el mendigo
extrae de la basura,
en medio del aullido de  los perros cimarrones,
un pedazo de pan duro
y lo remoja en el agua
para mitigar la hambruna.
Cuando la breve lluvia regala a los pescadores
pequeños trozos de luna facetada.
Cuando la alcoba
en la hora azul de la ventana
delata  pesados suspiros y silencio,
tú  te  quitas el vestido rojo que tanto juego
hace con tu boca, y  tu piel   se abre 
como la noche de un solo tajo empañando mis sentidos.



Estatua

Sobre un pedestal en la plaza,
mora el mutismo de su  efigie.
Ahí está en los andamios de la vida,
abrigada de sol y de  sombras, 
a  merced de grafiteros soñadores.
Ahí está  indagando
el misterio del fantasma ebrio
que a diario orina en su zócalo 
o el ave de paso que  defeca su cuerpo.
Hay algo que no encaja
en  la quimera de lo absurdo,
en los luceros que arden en fuego
cuando el peligro acecha
y un orgasmo concluye entre las piernas
de los amantes ocasionales que,
se engullen en sus  sombras,
mientras sobran unos ojos 
persiguiendo la historia
en el itinerario de su obediente mano.
¡Y ella sigue ahí!



Señales

Todavía soy el pájaro
que lleva en sus alas
el aroma de tu desnudez
 de concluyente basta, 
amada rosa de los vientos.



Deprecación

Cuánto quisiera ver otra vez
en mi desangrado país,
a los abuelos conversando en las puertas de sus casas
hasta altas horas de la noche,
con la sed de aventuras en sus bocas desdentadas,
como dueños absolutos de las llaves de lo eterno,
en la parábola terrestre del amor intocado o del vino derramado,
espantando las aves amargas en contra de cualquier ley
de temor y olvido, mientras la luna va fijándole a uno el camino
para siempre en otras manos.



Credo

Crees en mí, porque transito por todo tu cuerpo
con la ternura del nómada incesante.
Crees en mí, porque te beso
con la ambición de los alisios.
Crees en mí, porque te envuelvo en el caos,
(equilibrio y amor),
hasta llegar al límite de tu íntimo altar,
el cual dejo como cántaro atiborrado con mi líquido almidonado.
Crees en mí, porque no  se me escapa 
ni la estrecha grieta de tus glúteos,
y esa manera magistral como actúo :primero, te ladeo el torso hacia adelante,
a pesar de que un séptimo  mes prospera en tu vientre,
luego, como en cuatro patas, con tu cabeza apoyada en una almohada,
en seguida, muevo  tu cintura con mucho brío
y  en el momento preciso, te levanto, te levanto,
como el Pegaso que vuela para el largo viaje.
Crees en mi, Mulata, porque te riego por toda la piel,
la deliciosa fragancia del vencedor
que comulga con el afán herido de mi sexo
que la memoria cobra.





1 comentario:

  1. Cualquiera sugerencia o comentarios, por favor escribir a titoms17@gmail.com

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