Adolfo Sarmiento
(Montevideo, Uruguay 1966). Economista. Entre 1986 y 1988 realiza diversos cursos de la Licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República Oriental del Uruguay. Desde 2004 se integra al taller de creación literaria del escritor Rafael Courtoisie. Publica “Infiernos Aliados” en 2007 (Ed. Artefato) y participa del ciclo “Ronda de Poetas”.
El aeropuerto es un quirófano comunitario
I
desandando los vuelos
espero en el pasillo de azulejos blancos y negros,
con la boca quebrada
sin fronteras,
territorio gusano que transmite la vida por los altavoces
los aeropuertos son la adolescencia
otra vez los muertos se levantan
la odisea de esperar se funde con estaño
desilusión perfecta
en silencio
te nombro
me conecto con Bowie
envasado al vacío,
despego
II
el miedo
es el medio
insiste
tienta en la calma del viento
diluye el tiempo
pasa
la lluvia de relojes se esmera en aplastar la noche
vaciar un contenedor de acero
sentencia ejecutada
isótropa
ausente del temor
vendrá a dejar estimulantes
desde Tokio
III
primera flor
lejos de tu casa
opción de estar despierto
precipitado en un tubo de ensayo el semen se detiene
célula padre
obstruye
la presión ocular
el recorrido
el cruce
el paso de cebra
la señal
la buenavida
la sala de espera
revistas y estiletes
desde el techo amenaza un caño para liposucción
el ruido del motor cuando aterriza
arrivals
tránsito
taxi
aire rico
piedad
el aeropuerto es un quirófano comunitario
primera flor obstruye la sala de espera arrivals
Baldío burgués
(Montevideo según Elliot)
I. Para enterrar al viento
Abril es el mes más cruel,
el viento deja de visitarnos con la amable mano del calor,
entonces los pichiciegos empiezan a abrigarse,
frazada sobre frazada,
sintético sobre sintético
China, no ILDU ni CAMPOMAR,
China como una gran fábrica.
Mayo nos sorprende, con el frío del este
y el ladrón de la noche
nos impide salir del hogar
del calor de la radio
del olor de la polenta.
Entonces el fuego, hijo del hombre
viene a darnos gracias
y tendremos una sombra
potente como las columnas
gris o de marrón turbio
como el río picado por la sudestada.
La tarotista del Cerrito de la Victoria
vio un futuro funesto en la rueda de la fortuna
rodeada del paje de palos
un caballero joven e insensato
que viene a llevarse el viento
y el cuatro de espadas
como el lento final de la tormenta
y luego el vacío
la nada que da vuelta todo
se pudre en sepia
la ciudad irreal
la conmovedora humanidad del Palacio Salvo
que nos lleva a Hollywood
cuando se destruye,
cuando cae, ladrillo sobre ladrillo por Avenida del Libertador
cuando explota en adoquines dormidos por la rambla de Ramírez
y la avenida ya no tiene árboles
ni los tendrá
no tiene tranvías
ni los tendrá
y tú estarás ahí para soportarlo
“Tú, hipócrita lector, mi par, mi hermano”
II. El juego de truco
La silla en la que estaba sentada,
su trono de cármica
guiada por cupidos de ojos rojos
cegados por la fuerza
en su castillo o en cualquier bar
desde allí vio al mundo hundirse
entre el humo de cigarrillos rubios
donde la tierra prometida
era un campo minado de historias digitales
mitad verdad, mitad mentira
sobre el vacío de la despedida
el timbre de su voz
imperativo y potente
imponiendo lo que rogaba.
Es dulce el calor que lleva el verano
mientras se ve a Montevideo destruida
ya nada es subterráneo sino emergente
tan gris como los jugadores de truco de Nantes
mientras se derriten
bajo los vidrios de la Torre Ejecutiva.
III. La liturgia del fuego
La calma del río se termina, game over,
la muralla cae en silencio
el viento cruza la ciudad
los poetas se exiliaron, dulce Río de la Plata
la corriente se lleva expedientes vacíos y decretos olvidados
los nuevos jubilados se irán sin dejar rastro
las horas trabajadas se agolpan como ratas
en el abismo del tiempo y pierden la razón
flotan píldoras sobre el lecho barroso
algunas para dormir, otras para respirar
y vemos la ciudad como un ciclo eterno
una hermosa computadora que despierta
ardiendo
IV. Ahogados
Olvidemos el llanto y la veneración
de todo ejercicio de estilo
el río se lo comió
sus huesos se entrecruzan
con los restos de los buenos salvajes
elevemos una plegaria por la pérdida de la arrogancia
recordemos el demonio del crecimiento
que una vez fue fuerte
músculo sobre hueso
uno tras otros
ascendemos como San Agustín
mientras Montevideo se hunde en el cielo.
V. Lo que dijo el trueno
Luego de las luces rojas de las ambulancias
luego del pétreo silencio de los edificios
gritos y llanto
donde el sol iluminaba la rambla
un baldío burgués
cortarle las orejas al toro en una tormenta luminosa
y la esquizofrenia de los continentes.
VI. Epílogo
Ahora, en la tierra del futuro son las 22:30
en Montevideo las 13:30
y el río se hunde
con tres conejos negros y una señora de ruleros y bigudíes
en el fondo del mar todo se incendia
fuego
hay una princesa en la torre
una enfermera perfecta
un ama de casa solemne
una vaca siniestra con un poco de música electrónica para salvarnos.
¿Por qué habremos de morir de nuestros deseos?
Los tres conejos negros hablan de lo que queda del amor
y me pregunto ¿por qué se lo llevó el río?
No puedo soñar más
no soñé lo suficiente
vuelvo de la noche como una sombra de mí
al final de una tregua
una hermosa y fluorescente tregua sobre la naciente del río
un cerebro seco sobre un lecho seco.
¡Qué puede calmar esta sed!
En el fondo del mar todo se incendia
Fuego.
.
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