Jennifer Chang
Jennifer Chang nació en Nueva Jersey, EE.UU. Poeta.
Los poemas líricos de Chang suelen explorar los límites cambiantes entre el mundo exterior y el propio. El poemario debut de Chang, The History of Anonymity (2008), fue seleccionado para Virginia Quarterly Review 's y fue finalista para el Premio de Shenandoah / Glasgow por Emerging escritores.
Sus honores incluyen becas de the MacDowell Colony, Yaddo, Djerassi Resident Artists Program, Barbara Deming Foundation, Asian American Writers' Workshop, Bread Loaf Writers' Conference, Sewanee Writers' Conference, and Virginia Commission for the Arts. She has also been awarded the Campbell Corner Poetry Prize.
Su trabajo ha sido incluido en Poetry Society of America's New American Poetry Series and in The Helen Burns Poetry Anthology: New Voices (2008, edited by Mark Doty ), The Year's Best Fantasy and Horror (2006, edited by Ellen Datlow, Gavin J. Grant, and Kelly Link), Best New Poets (2005, edited by George Garrett and Jeb Livingood), and Asian American Poetry: The Next Generation (2004, edited by Victoria Chang and Marilyn Chin ).
La traducción al español de cuatro poemas incluidos en History of Anonymity (University of Georgia Press, 2008) de la poeta norteamericana Jennifer Chang apareció, gracias al permiso de la autora, en La Tempestad, Enero 2016.
Jennifer Chang, The History of Anonymity
Traducción de Cristina Rivera Garza
http://cristinariveragarza.blogspot.com.es/
PASTORAL
Algo en el campo no deja
de trabajar. El ruido de las raíces.
El ruido de las ramas más pequeñas. Planta
de débil clorofila: sin nombre
para ella. Algo
en el campo ha terminado por dominar
la distancia al vivir junto
a las cercas. La fruta amarilla, ¿tiene
hueso o semilla? Vara que se marchita. El ruido
del pasto contra el ruido de la hierba. La tierra
y el cántico. Algo en el
campo. Coreopsis. No quise decir
eso. El pétalo amarillo, ¿tiene el don
de languidecer? ¿Tiene un espléndido
sarpullido? La pérdida de las hojas y el brote
intranquilo: su arte de estallar. Algo
en. El campo baldío y
la cigarra. No quise decir
eso. ¿Tiene rugido y floración?
¿Tiene camino y lo sigue? El pinchar
de un cardo, la tensión de los erizos: qué
apego tan sencillo. ¿Puedo convertirme en flor
de lima? ¿Puedo manzanillarme?
Algo en el campo no puede.
EL BOSQUE PENSÁNDOLO BIEN
Nunca un yo, nunca una pregunta
que contestamos sin pensar.
Sí, incluso ella, la niña
que bebe su reflejo en el arroyo.
Perdonamos al musgo sus tiernos rudimentos
y perdonamos a la corteza
por caer y fracasar. El invierno revela
su vasta reserva. La rama desnuda
no da la cara, el eco del viento
sin voz, hay un rastro
para cada llegada, y ella persigue
lo que cree.
Éramos una semilla
y el estallido nos volvió muchos.
Nos hizo altos. Desde arriba,
su cabeza sugiere mapache, venado,
un cuerpo hurga
su propia sombra, un animal,
de todas formas. Sí,
esta es la raíz de los hallazgos, aquí
están las extrañas huellas
del otro que guían hasta un claro del bosque,
hacia un rayo de luz y de reconocimiento.
Sabemos los que es deambular.
Sabemos seguir
y nos quedamos.
APOLOGIA PRO VITA SUA
Soñé el océano
desmantelaba nuestro techo y estos dos durmientes que somos se enfrentaban al frío apocalipsis como maderas a la deriva.
No fue un mal sueño,
aunque las olas me sustraían, y tú, solamente durmiendo
te elevabas: el océano
hace su casa de respiración. Las olas salan una mejilla
hasta convertirla en pergamino, tu otra mejilla arde con la luz. Te acurrucas
entre la marea, te vuelves tú mismo
navío, ¿pero dónde estoy?
Veo pero no siento. El sepia nunca te conocerá—qué tinta
qué nadador tan demente
el fondo del mar nunca te conocerá, Señor a la Deriva
Durmiente de las Mareas, podría soñarme como el agua que te retiene
la pequeña ola que te despierta
La oscuridad requiere de cuidados
tengo un jardín de pesares
flores que crecen a lo loco
cada noche
Así empieza la carta que escribo y nunca mandaré.
No le daré voz ni le prestaré oídos a mis palabras.
No tengo derecho. Las ciruelas negras
en un cuenco de madera, la fruta de la última estación. Agosto nos ofrece
su triste calor. Yo investigo el viento para encontrar
su vestigio otoñal. Saboreo las ciruelas lentamente.
No entendí entonces
tu última carta soy tonta
aburrida creo que moriré de esta
pena o peor viviré
Cuando era niña, no me comía la cáscara,
pero ahora quiero esa primera mordida agria, la que corta
la dulzura de la carne. Formo una línea con los huesos
en el alfeizar de la ventana. Tres autos amarillos, unos chochines invisibles
hacen ruidos muy claros a lo lejos, un poema
que no puedo terminar. Creo que moriré de esta pena.
Un recuerdo:
Manejaba tus manos, les quité a tus palmas
el peso del arte en bruto. Tu piel de arenisca, mi amor, alguna vez mío.
¿Por qué me detuve? ¿Por qué
me reduje?
En el océano
me quedo sin cuerpo, una respiración y un pensamiento
sueltos entre las olas. Veo cormoranes tan húmedos
que no vuelan. Se detienen
sobre las rocas, aprenden las orillas. Soy el corazón frío del agua,
el ojo helado. No soy nada
se me olvidó contarte
de la pobreza de la hierba, del terco florecer.
O que no hay señales en el camino a esta playa
hay muchas rocas y, si me tiendo sobre la arena tibia,
me tiendo sobre ti.
No perdí mi cuerpo en el océano.
Lo perdí en ti.
Querido vivimos
la luz de la tarde Querido
compartimos una
sábana blanca
Querido amabas mejor
que yo tus palabras
su lenta irrupción dentro de mí
amarán mejor Querido
que yo la fruta de
la errancia sabe amarga
Querido hace frío por favor abre
la ventana mi querido escribe
POSTSCRIPT
Perdí la manija azul
de las cosas, un pincel, nuestros
talones de recibo.
Junté las vendas,
la nube de ti, las cortinas
tan ordinarias como la niebla.
Los libros que robé para ti,
los perdí. La línea sinuosa
de estas montañas
como la curva de la duda
que crece. Pensé
equivocada—
el corazón es
pequeño y soso.
Escuché los árboles,
sus vistas sin pájaros.
Perdí por accidente:
el silencio del mediodía, el asombro
que forma el olvido.
Te habías ido
hacia mis ojos, mi origen.
A Horse Named Never
At the stables, each stall was labeled with a name.
Biscuit stood aloof — I faced, always, invariably, his clockwork tail.
Crab knew the salt lick too well.
Trapezoid mastered stillness: a midnight mare, she was sternest and tallest, her chest stretched against the edges of her stall.
I was not afraid of Never, the chestnut gelding, so rode his iron haunches as far as Panther Gap.
Never and I lived in Virginia then.
We could neither flee nor be kept.
Seldom did I reach the little mountain without him, the easy crests making valleys of indifferent grasses.
What was that low sound I heard, alone with Never?
A lone horse, a lodestar, a habit of fear.
We think of a horse less as the history of one man and his sorrows than as the history of a whole evil time.
Why I chose Never I'll never know.
I fed him odd lettuce, abundant bitterness.
Who wore the bit and harness, who was the ready steed.
Never took the carrot, words by my own reckoning, an account of creeks and oystercatchers.
Our hoof-house rested at the foot of the mountain, on which rested another house more brazen than statuary.
Let it be known: I first mistook gelding for gilding.
I am the fool that has faith in Never.
Somewhere, a gold door burdened with apology refuses all mint from the yard.
Conversation with Slugs and Sarah
1:40
Up late watching slug porn, you confess
you had a boyfriend who could spin you
like that, slug grace and slug ballet—we don't
touch the topic of slime—and those eyes
dangling from tentacle tips must be a
kind of love or lust, sighting farther and
nearer all at once. (But are those eyes?)
Slug sublimity suggests love's a drag,
touch that lingers and leaves a wet trail of
memory and... What did we do before
YouTube? Boob tube. Boobs we have none; slugs,
of course, don't care, can't tell girl from boy,
(being, you know, hermaphrodites), and only
want flesh to fly. Forget their infamous
languor—here's litheness in loving, buoyant
miracles of want, one slug spiraling
on the axis of another like a globe
slapped by an insolent hand. Neither old
nor young, we're familiar with sluggishness,
too tired to explain why nothing makes us
spin like that: a-swirl, a pirouette, a gyre!
It's either fucking or marriage, I say,
saying more than I mean. Why can't lust be
love and love be lust? you're always asking,
even now as the slugs begin their sluggish
withdrawal—each complete in love and lust;
each mother and father to what they've made
together; each alone, content, and free.
Genealogy
This stream took a shorter course—
a thread of water that makes oasis
out of mud, in pooling,
does not aspire to lake. To river, leave
the forest, the clamorous wild.
I cannot. Wherever I am,
I am here, nonsensical, rhapsodic,
stock-still as the trees. Trickling
never floods, furrows its meager path
through the forest floor.
There will always be a root
too thirsty, moss that only swallows
and spreads. Primordial home, I am dying
from love of you. Were I tuber or quillwort,
the last layer of leaves that starts the dirt
or the meekest pond,
I would absorb everything.
I would drown. Water makes song
of erratic forms, and I hear the living
push back branches, wander off trail.
Obedience, or the Lying Tale
I will do everything you tell me, Mother.
I will charm three gold hairs
from the demon's head.
I will choke the mouse that gnaws
an apple tree's roots and keep its skin
for a glove. To the wolf, I will be
pretty and kind and curtsy
his crossing of my path.
The forest, vocal
even in its somber tread, rages.
A slope ends in a pit of foxes
drunk on rotten brambles of berries
and the raccoons ransack
a rabbit's unmasked hole.
What do they find but a winter's heap
of droppings? A stolen nest, the cracked shell
of another creature's child.
I imagine this is the rabbit way
and I will not stray, Mother,
into the forest's thick,
where the trees meet the dark,
though I have known misgivings
of light as a hot hand that flickers
against my neck. The path ends
at a river I must cross. I will wait
for the ferryman
to motion me through. Into the waves
he etches with his oar
a new story: a silent girl runs away,
a silent girl is never safe.
I will take his oar in my hand. I will learn
the boat's rocking and bring myself back
and forth. To be good
is the hurricane of caution.
I will know indecision's rowing,
the water I lap into my lap
as he shakes his withered head.
Behind me is the forest. Before me
the field, a loose run of grass. I stay
in the river, Mother, I study escape.
Pastoral
Something in the field is
working away. Root-noise.
Twig-noise. Plant
of weak chlorophyll, no
name for it. Something
in the field has mastered
distance by living too close
to fences. Yellow fruit, has it
pit or seeds? Stalk of wither. Grass-
noise fighting weed-noise. Dirt
and chant. Something in the
field. Coreopsis. I did not mean
to say that. Yellow petal, has it
wither-gift? Has it gorgeous
rash? Leaf-loss and worried
sprout, its bursting art. Some-
thing in the. Field fallowed and
cicada. I did not mean to
say. Has it roar and bloom?
Has it road and follow? A thistle
prick, fraught burrs, such
easy attachment. Stem-
and stamen-noise. Can I lime-
flower? Can I chamomile?
Something in the field cannot.
This Corner of the Western World
Dark thing,
make a myth of yourself:
all women turn into lilacs,
all men grow sick of their errant scent.
You could learn
to build a window, to change flesh
into isinglass, nothing
but a brittle river, a love of bone.
You could snap like a branch— No,
this way , he says, and the fence
releases the forest,
and every blue insect finds an inch of skin.
He loves low voices, diffidence
on the invented trail,
the stones you fuck him on. Yes
to sweat's souvenir, yes to his fist
in your hair, you bite
because you can. Silence
rides the back of your throat,
his tongue, your name.
.
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