Barbara Ras (Nació en 1949 New Bedford, Massachusetts) es un americano poeta , traductor y editor. Su más reciente poemario es The Last Skin (Penguin Books, 2010), que fue precedida por One Hidden Stuff (Penguin Books, 2006), y su primera colección es Bite Every Sorrow (Louisiana State University Press, 1998).
Se graduó en la Universidad Simmons y la Universidad de Oregon. Enseñó a escribir en el Warren Wilson College.
Ha trabajado en las redacciones de Wesleyan University Press, Prensa de la Universidad de Nueva Inglaterra, University of California Press, North Point Press y Sierra Club Books. Era responsable de la adquisición de libros ambientales para la Universidad de Georgia Press. Desde 2005, ha sido directora del Trinity University Press, San Antonio, Texas . Vive con su marido; tienen una hija (b. 1984).
Ha viajado extensamente en América Latina y vivido durante períodos de tiempo en Colombia y Costa Rica.
Su trabajo ha aparecido en revistas literarias como The New Yorker, Boulevard, Massachusetts Review, Prairie Schooner, American Scholar y Spoon River Poetry Review.
Honores y premios
2009 Guggenheim Fellowship
1997 Walt Whitman Award, chosen by C. K. Williams
Georgia Author of the Year Award for poetry.
Ascher Montandon Award
Kate Tufts Discovery Award
honors from the National Writers Union, Villa Montalvo, San Jose Poetry Center.
1997 Walt Whitman Award, chosen by C. K. Williams
Georgia Author of the Year Award for poetry.
Ascher Montandon Award
Kate Tufts Discovery Award
honors from the National Writers Union, Villa Montalvo, San Jose Poetry Center.
Las obras publicadas
Colecciones de poesía
Bite Every Sorrow. Louisiana State University Press. 1998. ISBN 978-0-8071-2264-8.
One hidden stuff. Penguin Books. 2006. ISBN 978-0-14-303785-9.
The Last Skin. Penguin Books. 2010. ISBN 978-0-14-311697-4.
Traducciones
Barbara Ras, ed. (1994). Costa Rica: A Traveler's Literary Companion. Whereabouts Press. ISBN 978-1-883513-00-9.
Spanish translations are by Esteban López Arciga (1994).
Hoy en Círculo de Poesía presentamos poesía por la poeta ganadora del Walt Whitman Award Barbara Ras (1949). Premiada en 1997 por su poemario Bite Every Sorrow su trabajo ha sido descrito como profundamente metafísico y lleno de reflexiones espirituales. Versiones en español por Esteban López Arciga (1994).
http://circulodepoesia.com/2016/05/american-poetry-barbara-ras/
Un libro me dijo que soñara y ahora lo hago
Había plumas y la luz que pasó por las plumas.
Había aves que hacían las plumas y un sol que hacía la luz.
Las plumas de las aves hicieron suave al aire, más suave
que el silencio en un capullo esperando las alas,
más quieto que la mirada de un halcón.
Pero no hay halcones en este verde hecho por el paso de padres.
No, no los padres, sino loros volando por el lento dormir
Emitiendo rayos verdes para iluminar el largo sueño.
Si fuera piel, el rocío la hidrataría, pero el polvo
colgando en el espacio como el congelamiento del
tiempo mismo, que, después de bailar con loros,
dijo, Gracias. Voy a descansar.
Aún se puede decir que la luz del loro era lo suficientemente
gruesa para partirse con la mano, y las plumas suavizando
el camino, caídas después de tanto toques de mejillas,
eran rojas, rojo hibiscos partido por venas de vuelo
ahora al final del vuelo.
A pesar del tiempo detenido, las plumas confiaron en el rojo
y creyeron que la indolencia llenaría el largo sueño,
hasta que el libro se cerró y el tiempo volvió a doler.
A Book Said Dream and I Do
There were feathers and the light that passed through feathers.
There were birds that made the feathers and the sun that made the light.
The feathers of the birds made the air soft, softer
than the quiet in a cocoon waiting for wings,
stiller than the stare of a hooded falcon.
But no falcons in this green made by the passage of parents.
No, not parents, parrots flying through slow sleep
casting green rays to light the long dream.
If skin, dew would have drenched it, but dust
hung in space like the stoppage of
time itself, which, after dancing with parrots,
had said, Thank you. I’ll rest now.
It’s not too late to say the parrot light was thick
enough to part with a hand, and the feathers softening
the path, fallen after so much touching of cheeks,
were red, hibiscus red split by veins of flight
now at the end of flying.
Despite the halt of time, the feathers trusted red
and believed indolence would fill the long dream,
until the book shut and time began again to hurt.
Costos de oportunidad
Tordos, alertas a la oportunidad
duermen pestañeadas de treinta segundo o menos.
¿De casualidad Guiness encontró el suspiro más largo registrado
y fue exhalado por exasperación o por éxtasis?
Según las medidas de los boticarios, un escrúpulo
equivale a veinte gramos, mucha información que desmentir.
Cuatro siglos atrás un relojero puso el primer circo
de pulgas atadas a carritos. Desde entonces,
el entretenimiento ha cambiado mucho- explosiones, lo de moda.
Hace no mucho silbar en el trabajo era motivo de despido,
y ahora quién de nosotros parpadea ante la tortura recibida al punto
de ahogarse, no una vez por cuerpo, sino un número vomitivo.
con el cual no pienso ofenderte, y quién pregunta que tan frecuente
boca a boca- el torturador junta labios con el torturado
para revivirlo para otra ronda. Una alarma suena
para despertar al tordo para el siguiente
festín, así llevando a la especie a la supervivencia
del más fuerte, mientras que en el cuarto de situación, nuestros mejores
asesinos, computan costos de oportunidad con el equilibrio
de los tipos cuyos carteles dicen “Compramos casas feas.”
Dame la escala que pesa un silbido, una pulga,
la canción del tordo, la suma del dolor causado
por gente de consciencia , gente ignorándola.
¿La oportunidad se cansará de ser perdida?
¿Suspira como nosotros suspiramos?
Opportunity Costs
Thrushes, alert for opportunity,
sleep in winks of thirty seconds or less.
Has Guinness tracked the longest sigh on record
and was it exhaled in exasperation or ecstasy?
In the measure of apothecaries, one scruple
equals twenty grains, a lot of data to debunk.
Four centuries ago a watchmaker set up the first circus
of fleas tied to carts. Since then,
entertainment has changed a lot—explosions, all the rage.
Not long ago whistling in an office could get you fired,
and now who of us blinks at torture taken to the brink
of drowning, not once per body, but a vomitous number
I’m not going to hurt you with, and who asks how often
mouth-to-mouth—the torturer locking lips with the tortured
to revive him for another round. An alarm rings
to wake the thrush for the next
threat, thus serving the species for survival
of the fittest, while in the Situation Room, our best,
fit to kill, compute opportunity costs with the poise
of the guys whose billboards brag, “We buy ugly houses.”
Give me the scale that weighs a whistle, a flea,
the song of a thrush, the sum of pain caused
by people of conscience, people ignoring it.
Is opportunity tired of being missed?
Does it sigh the way we sigh?
.
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