domingo, 22 de noviembre de 2015

JOSUÉ RAMÍREZ [17.571] Poeta de México


Josué Ramírez

Nació en la ciudad de México, el 13 de septiembre de 1963. Poeta. Ha sido secretario de redacción de Textual y Viceversa; jefe del Departamento Editorial del Museo Carrillo Gil; jefe de redacción de El Laberinto Urbano; productor de la revista Letras Libres; editor de Saber Ver. Colaborador de Casa del Tiempo, El Semanario Cultural, La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, Letras Libres, Periódico de Poesía, y Sábado. Fundador y director de Ditoria (primera época, 1995-2000). Becario del FONCA, en su programa de apoyo a Jóvenes Creadores, 1990 y 1995. Miembro del SNCA, 2000-2006.


Bibliografía directa de Josué Ramírez

Poesía - Libros individuales 

1. Dirección inversa.  México: Universidad Autónoma de Zacatecas / Dosfilos Editores / Cuadernos de Praxis, 1988. 
2. Rumor de arena.  México, D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México (El Ala del Tigre) / Coordinación de Humanidades [UNAM], 1991. 
3. Hoyos negros.  México: Universidad Autónoma Metropolitana-X, 1996. 
4. Imanes.  México: Ditoria, 1996. 
5. Tepozán .  México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Práctica Mortal), 1996. 
6. Muda de raíces.  México, D. F.: Universidad Autónoma Metropolitana (El Pez en el Agua; 2) / Dirección de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana, 1997. 
7. Los párpados narcóticos.  México, D.F.: Fondo de Cultura Económica (Letras Mexicanas), 1999. 
8. Ulises trivial.  México: Ediciones Sin Nombre, 2000. 
9. A ver/Cuaderno antes de la guerra.  Caracas: El Dorado, 2004. 
10. Trivio.  México: Bonobos (Oval), 2012.





La Maga viaja a París

Mientras tú ibas en un avión a París, yo recorrí
   las calles en las que nos perdimos.
Vestido con mi saco pálido, pensé si pasaríamos
     por ahí de nuevo juntos.
Recordé la noche que nos encontramos en el mitin:
     sombreros y paraguas y la multitud mojada,
las luces de la Catedral entre tonalidades del gris
     metálico al violeta diluido.
Los indios campesinos zapatistas habían llegado
     al Zócalo, y resoplaba en la plancha su peso
     el vapor de sus cuerpos.
¿Qué buscaba yo ahí? Acaso ser testigo presencial
     de una mentira verdadera,
     convertida en espejo de una razón
en la cual no sé pensar sino como en una rueda siempre
     diferente en su parte idéntica.
¿Ser otro? ¿Ser el otro? Esa era mi ingenua pretensión
     de hacer poesía,
     de fingir que siento,
de asomarme al interior de cierta hora en la que me veo
     encogido de hombros,
     consultando un directorio de teléfonos
―que he olvidado borrar―, dadas las circunstancias del
     lugar común
     donde se enrarece la existencia.

Fue entonces que nos vimos y en ese momento la onda
     de la satisfacción hizo
     de aquella coincidencia
una cita con la obediencia confusa del amor, traducido
     en emociones inútiles,
     ajenas a la causa,
a los rumores que empezaban a recorrer la plaza, a los
     rasgos señalados
     de un destino indeciso.
Ni en tu rostro o el mío la sorpresa dibujó la sonrisa
     favorable, pues ambos
     sabíamos que aquello que pasaba entre la gente,
no era el fantasma de las utopías sino la vertiginosa
     escala del desamparo.
No supe decir nada sobre esa corteza histórica en la cual
     ensayan sus malabarismos
     los astutos.
¿Cómo podría ser de otra manera lo mismo? Nos resultó
     increíble lo de siempre.
El mundo, la vida, no sé, esa materia pegajosa, olfativa,
     que escuchamos a veces
     como una voz hipnótica entre visiones gustativas.

Se dispersaron como las nubes los manifestantes.
     ¿Hacia a dónde?
     Sin darnos cuenta,
la realidad volvía a reflejar sobre los charcos los
     indicios de su apariencia.

Adapté a mis palabras un poema que incita a equivocarnos
     de otras maneras.
     Pero tú no reíste,
ni yo supe ver con ironía aquellos daños, donde
     la inteligencia muestra
     su estupidez rocosa.

De pronto, entre los dedos de tu mano izquierda, los de mi
     mano derecha se enlazaban
     inevitablemente.
Así llegamos a esa mesa y bebimos brindando porque la
     soledad es colectiva cuando
salpica intimidad, ajena al cálculo caprichoso del truco
―que busca trocar en nostalgia la memoria del agua
     enfrentada al miedo.
Ya borrachos,
te hablé de las identidades sustitutivas de los pronombres
     y el afán inocuo
de las diferencias.
Cuando tú, Maga, enfocabas la lente de tus preguntas,
     retratando el rostro presente
     de los siglos.

Habrás llegado a París de madrugada, en el momento que al
     volver el día siguiente
     al centro yo vi en la plaza la plaza.



Xochipilli y Xochiquetzal en la cantina El Nivel

Una pareja ciberpunk bebiendo cerveza llenaba un crucigrama
       poliédrico,
       en el gabinete que está antes del baño. ¿Recuerdas sus
       ropas? ¿sus caras?
Él con el rostro rojizo, ella con el pelo emplumado. Parecían
       obstinados, hoscos
       a la conversación sobre las manecillas de la existencia
       arrojada al olvido diferencial de los semejantes.
Pero muy pronto la parásita membrana de los prejuicios se
       rompió dejándonos vernos
       con ellos en los ojos.


De vecinos de mesa pasamos a ser dos parejas pares
       departiendo un viernes
       con lluvia inclemente.
(En la noche extrañezas de la primera persona del plural,
       designación de pinceladas,
       deshacen las vicisitudes de las que aprendemos los
       conjuntivos instantes de una misma pregunta.)


Recuerdo paredes repletas de cuadros; dibujos de desnudos
       de mujeres mexicanas,
       grabados donde ríe la calavera de Posada,
imitada con locuacidad el ágil prefacio a la subordinación
       extravagante.
Al escuchar sus nombres nos quedamos perplejos. Recuerdo
       que al oído me dijiste
      “Escucha los tambores”.
No era aquella una metáfora sino un ritmo perdido entre
       ruidos de tránsito, lluvia,
       voces inaccesibles, arremolinándose al dejarnos ir.
Sin escapar de las emisiones separadas los sonidos después
       mezclados en las cintas
       magnéticas de nuestros caracoles
fueron las identidades secretas que descifran sus diferencias
       triviales.


Como tú yo no supe cómo fue que surgió la idea o ni siquiera
      si hubo propósito
      sino que solo se dio
aquello de irnos adentrando en la noche hasta las orillas
      de la madrugada.


Xochipilli jugó con el lenguaje, armó palabras: “En polipoéticos
         callejones
         no calles con cal que callecer encalletra calveros”.


De la risa pasamos a examinar de cerca sus diversos tatuajes.
         En ambos una fiesta
         de flores adornaba sus cuerpos.
Suyo era el arte de las perforaciones, de las auténticas promesas
         imborrables.
         Los miramos besarse,
intermitentemente, mientras nos narraban el significado
         de sus anécdotas
         inscritas con colores encarnados de los dedos al rostro.
Cada tatuaje era una forma concreta de enfrentar el olvido,
         de fijar en la piel la geografía de los momentos.


Tu ingenuidad manifiesta y la mía callada, te llevaron a
         preguntarles: “¿No
         les duele?”
Xochiquetzal respondió con una carcajada y nos dijo: “¡Salud!
         Porque el cuerpo es el mapa que extendemos a diario
sobre la mesa de este mundo!” Estuve anonadado. Al chocar
         las puntas
         de las botellas color ámbar Xochipilli improvisó
un soneto titulado Lilu:

                                                             Lilu
                                                             liebre en libro lunar, libre
                                                             libélula lumínica
                                                             o luz luciferina, lumen.
                                                             Lilu
                                                             libar con ti
                                                             lugares líquidos
                                                             que no lamina limo.
                                                             Lilu
                                                             sílaba de raíz libérrima
                                                             y lúdica, ligada,
                                                             Lilu,
                                                             al limítrofe limbo
                                                             del lis lirondo de mi lira lírica.

Desde el lado opuesto de las apariencias, vimos en aquella
         pareja, sus nombres
         de pila.
Caminamos los cuatro por Donceles y has de recordar
         el adoquín y en el adoquín
         los charcos y esos deshechos del comercio en la calle,
las negras cortinas de metal, las rejas del metro,
         las calaveras encendidas de los autos
         que nos rebasaban ―provocando el sonido del agua
         que se rompe.


Cigarro tras cigarro, como quien repasa los abecedarios
         repartidos en el follaje
         del cuerpo,
fuimos seres de humo, objetos en soledad urbana,
         enjambre ferruginoso.


De cuando en paso nos miramos y parecíamos desear
         una señal, un gesto, un ademán,
         una palabra
que nos hiciese detener la inercia, la mecánica secreta
         de las noches sórdidas donde
         se extravía el alma. Era inútil.
Lo porvenir estuvo peliagudo como el desciframiento
         de una página hermética.
         Llegamos a la plaza Garibaldi
y ellos se sentaron a vernos bailar, asidos de las manos,
         circundándonos

Ráfagas de luz entrecruzándose, la imperiosa trompeta,
         el hombre de camisa
         hawaiana y pantalones blancos,
luego otra vez la calle hasta el burlesque, las mujeres
         que ahí se desnudaron
         y los hombres tocándolas.
La sonrisa sin vergüenza fue nuestro ardor cómplice,
         la mancha significativa
         del pecado barroco.
―Eslabones de imágenes apretadas y sonidos obtusos
         son ahora la espuma
         que sus burbujas estalla.
Al ascender las escaleras de aquel edificio casi en ruinas,
         recordé que el temor detiene y lo dejé pasar.


Vimos dos evas venusianas rodeadas de largos epazotes,
         un foco parpadeante coronando una serpiente
―signos vinosos en paredes verduscas― dejándonos
         boquiabiertos
         en medio de espesor maloliente.
Xochiquetzal se tendió sobre un fardo gris al pie de una
         ventana sin vidrios
         y se desanudó las botas.
Hubo en sus ojos otro brillo, después de que por un rato
         mantuvo la frente pegada
         a las rodillas.
Xochipilli programaba, con walkman puesto, el aparato,
         mientras nos indicó con la cabeza a donde sentarnos.


Al sentir en mis dedos los tuyos supe que tuviste
         miedo y con un apretón fingí
         estar seguro.
Fuiste la Bruja Cósmica en el amanecer sombrío,
         bailando descalza con una cerveza
         en la mano,
frente a una brigada de barrenderos que detuvieron
         los rumores rasantes para aplaudir tus pasos.




Hope you guess my name

El año, gusano de 365 patas, pasa por el alféizar
de esta ventana que inventa mi memoria de gato vaga calles.
Es hoy, me digo, el día justo, la hora precisa, el nanosegundo
que precede al grito que reclama como un requinto
la atención de los asistentes al concierto de mi espectacular decadencia.

Lo he logrado, estoy seguro, ser el repugnante ex amante de la bella,
el traidor insospechado, la vileza de mi estirpe, la vergüenza de mi patria.
Lo he sido porque era lo que se me había pedido ser, sin decírmelo,
orillado como la piedra que la corriente arrastra y deja en el remanso
al fondo de la corriente apacible de mi raza; mezcla, variopinta especie
que va a morir por ser lo que ha sido, por ser lo que no ha podido dejar de ser.

Me da asco el mundo que se me ha dejado en las manos, reniego
de la lluvia y de la paz de mis ausentes, del demonio en mis pupilas.
Como es de esperarse no fui inocente, estúpido y brutal fui, y, sin embargo,
no hay en mí sino razones vastas para aceptar mi esclavitud, la náusea
de mi triste figura proyectada como sombra rasante en la calle ancha.

Amé, claro, fui amado, pero mis impulsos nunca negados me llevaron
a aquella mesa al correr para atajar la lluvia en La Puerta del Sol.

Que nadie se sorprenda de mis confesiones desastrosas,
que no es de hombres o mujeres negar lo que nos es dado,
la altura nuestra, el sabor de los placeres y el dolor de nuestra memoria,
individual o colectiva, yo qué sé, ese algo que se queda en el aire
de las plazas públicas cuando parece que algo cambiará y todo vuelve
a quedar donde siempre.


mecánica nacional

Una pareja de amigos se dan besos bilingües, se insultan en inglés y español y hay quien opina que, por los niños, harían bien en separarse. Él planeó matarla a ella; ella guardó dos cuchillos de su lado de la cama. A él, del oído izquierdo al derecho le corre un zumbido; ella se rasca la cabeza y ve siempre como si estuviese frente a un espejo. En una conversación a la deriva, entre humo, tequilas y cocaína han pasado la tarde; ahora miran el crepúsculo desde el tercer piso, frente una larga ventana con el televisor encendido. Sus ojos los delatan: están mirando la tarde. Ella le reprocha no haber ido al concierto; él que no tolera al amigo de ella que le da los boletos; a cambio de qué o cómo es que llegan a ese acuerdo. Ella le dice estúpido; él se enfurece, patea el televisor; ella piensa en Jorge Ibargüengoitia, trata de no mirar la danza de la destrucción y termina por gritar: “¡Venga, pégame ahora mí, machista de mierda!”.




Velamen congelado en Santiago de Cuba

A Maya Goded

Violáceos contrapuntos de tambores liberados entre una unidad   
    rumorosa de negros y mulatos. 
Rala toma de perfiles reflejándose --ángeles de celo precoz--    
y sudor con sudor en el contagio    
que trastoca los sentidos    
en el aire malsano al que devuelvo intactas    
las sales de sus sones ya impregnado.
(Sensitivas algas, que se pudren y tiñen deverdeoscuro la playa   
    [en tanto] centellean.)
Con causas claras y sentidos cada noche   
escampa el cielo y esclarece el murmullo de la gente y su alegría   
   sonando por las calles angostas de Santiago de Cuba en fiesta   
   y hambre   
--epifanía de leves hélices para un velamen congelado.
El frío ojo teje   
mientras deshilvanado el cuerpo suavemente   
a una diosa terrena ofrece su deseo sexuado   
--sal criolla entre condimentos negros--   
y se hace más inmediata la desnudez que cifra   
en su fronda de música en torno al cuerpo   
los secretos anillos implacables   
de un tiempo insular, cúpula del goce,   
de un sesgo en el destierro de mí mismo.
Frente en desazón,    
                           cuerpo en la herida   
que es la inquietud del aire murmurado   
cuando el ritmo de la carne al intelecto infecta   
con sus ecos de ríos y ciudades, su violencia,   
y entre las sigilosas sustancias   
de su condición alada diluye revelándole   
--pasos en la niebla escuchados--   
los hilos de la historia zurcidos a deshora.
Murmullo y pesadumbre, la ciudad sin zumbido,   
derretidos espejos donde fija una mulata   
su imagen e inminente sombra de pantera,   
su salto de colibrí contra la muerte.
Y sobre la superficie de un hoyo negro en el asfalto   
con un olor a incienso que la nariz, el ojo, la oreja y   
     el tacto   
perciben con sabiduría de exceso y vivo cuerpo,   
flota una flor, ¡qué maravilla!

 (Hoyos negros)  



Razón de residencia

Para escribir Mediterráneo hay que tener en la memoria 
al Usumacinta 
los colores de un pez bellísimo y el aire 
por el que volaron veloces gorriones áureos 
emigrantes de un país proscrito de su propio nombre.
Vigilar 
la identidad 
el flanco 
de lo que produce sombra sin dios y estremecimiento 
nada más veamos su órbita 
semejante al encantamiento de la prística y lúdrica 
mujer hecha a nuestro tacto única estridencia 
Porque si no hay nadie dentro no hay átomo 
ni pie con serpiente  
ni agua o vergüenza 
habrá detrás de las palabras palabras y alguna que otra idea 
sin ninguna quebrazón de huesos ni grano para los gallos
Salir de uno 
como del tedio pujado 
a ver que se detienen en punta de nariz aire y desacuerdos
En verano o qué importa 
la calor 
los diecisiete minutos transcurridos de la cita trunca 
si al ver la foto se nota que hubo 
trucos 
mañas 
puntapiés 
y no Vallejo y Gonzalo o llanuras sobre las que el halcón volara
Murmurados horizontes 
reposo de lo que digas sabiendo la mentira exhibir de otra manera 
sin el miedo que constriñe desdiciendo tus deseos 
en el fino chorrear la vida el mundo en verso
Para escribir Usumacinta habrá que tener el Mediterráneo 
mediando entre los dedos.








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1 comentario:

  1. Josué Ramírez nació en la ciudad de México en 1963. Es autor de ocho libros de poesía: Rumor de arena (1991), Hoyos negros (1995), Tepozán (1996), Los párpados narcóticos (1999), Ulises trivial (2000), random (2011), Trivio (2012) y Deniz (2015); tres cuadernillos: Dirección inversa (1987), Muda de raíces (1997) y A ver/ Cuaderno antes de la guerra (2004); y un libro objeto: Imanes (1995). Su obra ha sido incluida en cuatro antologías: El turno y la transición, de Julio Ortega; Reversible Monuments: Contemporary Mexican Poetry, de Mónica de la Torre y Michael Wiegers; 359 Delicados (con filtro). Antología de la poesía actual en México, de Pedro Serrano y Carlos López Beltrán; y Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual, de la segunda mitad del siglo xx a nuestros días, de Juan Domingo Argüelles.

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