PANCHO AQUINO
Escritor y poeta autodidacta, nacido en Berisso, Buenos Aires, el 14 de noviembre de 1939. Reside en Florencio Varela. A los 53 años presentó su primer libro, Añoro, contando con más de 50 títulos y 80 ediciones, en idiomas: español, portugués, inglés, francés, italiano, quichua y guaraní. Lleva vendidos más de 550.000 libros de su autoría. Integró la Comisión Directiva de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE Nacional, República Argentina. Integró la Comisión de Cultura de la Fundación El Libro, Ciudad de Buenos Aires, República Argentina Sus libros Cuentos para niños de 8 a 108 - Tomos I, II, III, IV y V están esencialmente dedicados a la formación ética y transmiten un alto contenido en valores. A leer con Pancho, de Editorial Ediba, íntegramente ilustrado y en colores, presenta también un contenido dedicado a la promoción de los valores. Leemos cuentos de Pancho, en su segunda edición, corregida y aumentada, mantiene la misma línea de contenidos y por estar impreso en imprenta mayúscula ha sido recibido con gran entusiasmo como libro de lectura para los primeros años de la escuela primaria. ¡Cuentos con valores en cursiva! Escribir en cursiva es un derecho que hará a los niños distintos, únicos, les dará personalidad. Por eso este libro de cuentos que promueven los principios éticos, ilustrado y en colores. La colección infantil Panchicuentitos, cuentos ilustrados en colores y con textos en imprenta mayúscula, está especialmente indicada para favorecer la lectura inicial. Sus obras han sido elegidas como material de lectura en escuelas de todo el país. Desde 1998, colabora con Editorial EDIBA, en sus publicaciones de manuales de estudio y revistas para docentes de Argentina, América latina y Europa. En diversas ciudades de la República Argentina ha sido nombrado Visitante Ilustre y Huésped de Honor y sus charlas y exposiciones han sido declaradas de Interés Municipal. Varias bibliotecas del país llevan su nombre.
En la huella...
Es una recopilación de cuentos, frases y poemas. La obra de tapa y las ilustraciones son de Isabel Aguinagalde. El prólogo es de Pancho Aquino. Incluye el ensayo “Cadena y Jaula”, del escritor Guillermo Enrique Hudson
El ruido
El ruido del martillo me despertaba muy temprano.
Era José, el herrero del barrio.
El golpe contra el yunque sonaba en cada rincón,
en cada patio, en cada casa.
Alguna vez me asomé a la ventana para protestar,
¡molestaba tanto ese ruido!... pero no lo hice.
Al atardecer, cuando las luces de la calle se encendían,
José, con paso cansado, cerraba la cortina y se retiraba,
pero el golpe monótono de la maza contra el hierro
seguía retumbando en mis oídos.
Un día me desperté sobresaltado, como si algo me faltara,
ningún ruido alteraba la paz de la madrugada.
Por la ventana vi que la herrería estaba cerrada, vi un cartel de letras rojas que decía “Se vende”, y vi que José se alejaba, cargando una valija vieja.
Salí corriendo, quise decirle que no se fuera, que no me molestaba el ruido, pero de mis labios no salieron palabras.
Vi su silueta perderse en la distancia, por última vez.
Ya no me molesta el golpe del martillo, pero no puedo dormir,
Quietud y ausencia. Demasiado silencio.
Publicado en: “En la huella” 1ª. Edición/2002
Eres como una espina
Cuando te vi, te sentí.
Eras un pimpollo, luchando para ser flor.
No sé si fue tu color, tu belleza
o tu perfume, pero allí me quedé, acariciando tus pétalos,
tan suaves, tan bellos.
Y sin darme cuenta entraste en mi carne, de golpe, punzante, un dolor me recorrió, y aún estás allí, no quiero arrancarte.
Eres como una espina,
la espina de una flor
que me está hiriendo,
entrando en mi sangre,
para mi gozo.
Quédate, no importa mi herida,
quédate... te amo.
Publicado en:“En la huella” 1ª. Edición/2002
Amor de poeta
No puedo bajarte una estrella,
ni apagar el Sol,
o secar los mares,
como muchos poetas te prometen.
Yo sólo puedo amarte a mi manera,
dejando a las estrellas, al Sol y al mar
donde están y como están.
Sé que parece poco,
pero es todo lo que tengo.
Así te amo.
Publicado en: “En la huella” 1ª. Edición/2002
*
El mar borra las huellas grabadas en la arena. El tiempo borra las huellas en cualquier lugar que estén.
*
Si te subiste al caballo, pensá que en algún momento tendrás que desmontar.
*
Mientras los honestos suelen parecer insolentes por su forma de hablar, los corruptos nos faltan el respeto con cortesía y en silencio.
El cóndor
Su vuelo era elegante, magnífico. Se había ganado el respeto de los otros cóndores, que veían en él a un ser perfecto por su habilidad y destreza.
Las hembras soñaban con él, los machos lo admiraban y envidiaban.
Pero él no se sentía diferente. Era, eso sí, el más independiente y solitario. Pasaba muchas horas solo, volando entre las altas cumbres. Le encantaba perderse entre los picos nevados y que la nieve al caer salpicara su plumaje oscuro. Disfrutaba al sentir el viento helado en su cara y apreciaba el silencio como única compañía.
Pero, sin que él se hubiera dado cuenta, unos ojos oscuros seguían sus vuelos desde hacía largo tiempo; ella soñaba con él desde pequeña, lo esperaba entre los peñascos al atardecer, y cuando su figura se recortaba contra el sol poniente su corazón palpitaba con fuerza. Estaba enamorada y a él llegó la fuerza de esa mirada, por eso no sorprendió a nadie que una mañana los dos partieran juntos, perdiéndose entre las nubes.
Regresaron felices un tiempo después, para armar el nido y esperar la llegada de los pichones.
Al nacer los pequeños ella sintió temor de que él volviera a emprender aquellos osados vuelos, temía perderlo; sus celos se enfrentaron a la libertad del intrépido cóndor, el se sentía bien junto a sus hijos y a su amada, por eso dejó de aventurarse, ya no volaba hasta lo picos más altos, nadie podía creer que el amor lo hubiera cambiando tanto.
Pasó el tiempo y todos empezaron a notar que el cóndor estaba cada día más triste y callado, que pasaba horas mirando hacia las altas cumbres y que sus ojos brillantes y profundos se perdían en la lejanía.
Ella no notó el cambio y estaba más que feliz, lo tenía a su lado todo el tiempo, como lo había soñado y siempre repetía que no podría vivir sin él, que moriría si se alejaba algún día.
Pero ocurrió que un atardecer y a pesar de que era pleno verano, él comenzó a temblar, sus ojos brillaban más que nunca, nadie vio cuando se levantó lentamente y mirando al infinito cerró sus ojos y quizás recordó o soñó aquel pasado de libertad; abriendo sus grandes alas quiso emprender el vuelo, pero fue en vano, apenas se elevó, su cuerpo cayó entre las piedras, al costado del río, donde lo encontraron muerto.
Ella se quedó sola, pero no murió de amor, como había pensado. Siguió viviendo cada día, creyendo verlo en cada nube, atrás de cada cumbre y hundida en la pena de saber que lo había perdido por no permitirle volar. Entonces entendió que el amor, si es amor, debe vivir... en libertad.
Publicado en: “En la huella” 1ª. Edición/2002
Sentimientos
Obra de tapa: Ludovico Pérez Ilustraciones: Ludovico Pérez y Norma Cistaro.
La búsqueda
Mariana decidió, el día que cumplió 46 años, que había llegado el momento de buscar a su padre, deseaba conocerlo.
Habló con sus hijos y les comunicó su decisión. Ellos se mostraron preocupados. Dijeron que ya no estaba en edad de andar sola los caminos y muchas cosas más.
Pero ya estaba decidida y una mañana salió de su casa sin rumbo fijo en la mente pero con rumbo fijo en el corazón.
Lo primero que hizo fue hablar con su madre para que le diera más información acerca de su padre; ella le dio los últimos domicilios que recordaba, la edad y hasta el color de su piel, para terminar con unas palabras que causaron mucho dolor en Mariana, “tu padre no te conoció, y creo, además, que no sabe que tiene una hija, así es que, ¿para qué lo vas a buscar?”
Ella partió hacia el lugar donde fue visto por última vez, allí hizo preguntas pero nadie lo recordaba, hasta que encontró a alguien que había sido su amigo.
Charlaron un rato y él le contó que hacia tres años que su padre se había marchado y que no tuvo más noticias, pero que en un poblado vecino vivía una mujer, que en otros tiempos fue su amante y que probablemente sabría dónde encontrarlo.
Allá fue Mariana, al encuentro de esa mujer; no tardó en hallarla y, al contarle su problema, ella le dio los datos que tenía, suponía que estaba con unos pescadores, que lo habían recogido porque estaba muy enfermo.
Varios fueron los días dejados atrás, pero Mariana seguía firme, cada vez más convencida de que debía encontrarlo.
Una mañana de agosto llego a un pueblo, en la costa de un ancho río, allí vio una iglesia y se acercó a hablar con el sacerdote para pedirle información.
Él la escuchó y poniendo una mano sobre la mano temblorosa de Mariana, le dijo: “hija mía, conozco a tu padre, está muy cerca de aquí”. Ella sintió una vibración en todo el cuerpo, ¡lo había encontrado!
El sacerdote siguió hablando, “vive con unos mendigos, atrás del galpón de los pescadores, no vale la pena que lo visites, seguramente ni sabe de tu existencia.
Vuélvete, hija mía, con tus hijos, regresa a tu vida”.
Dicho esto se alejó y ella permaneció llorando, en la puerta de la iglesia, vacilando.
Pero sólo fueron unos segundos. Decidida a llegar hasta el final tomó el camino hacia el galpón de los pescadores, al llegar vio que eran cuatro o cinco las personas que allí estaban. Sucios, con espesas barbas, tirados en el piso. Sintió pena, miedo y pensó en volverse, pero no lo hizo.
Tímidamente preguntó por la persona buscada, nadie contestó, pero todos se volvieron hacia el más anciano entre ellos, un hombre muy delgado, casi consumido, que mostraba en su rostro una gran tristeza.
Se acercó, le contó quién era y qué buscaba, él la miró y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Todos permanecieron en silencio. Lentamente él se levantó y fue hasta un sucio bolso, de allí sacó otro bolso más pequeño y estirando su mano dijo: “Tome hija, aquí tiene su primer babero y un escarpín que su madre me dio cuando usted era muy pequeña y también esta cadenita de oro, que compré para sus quince años. Desde entonces la llevo conmigo, esperando este momento. Yo sabía que usted vendría”.
Sin dejar de llorar él se volvió a recostar en el piso y mirándola le dijo “vaya nomás, este lugar no es para usted, gracias por venir y perdone a sus padres, no fuimos culpables, es la vida que tiene estas cosas”.
Mariana no se atrevió a besarlo y se alejó con sus regalos, apretados entre sus temblorosos dedos, con el corazón dividido entre el dolor que le causó la imagen de ese hombre y la felicidad de haberlo conocido y saber que él la esperaba.
Volvió a su casa, a sus hijos y nunca supo que aquella noche, la del encuentro, en el galpón de los pescadores, un mendigo murió …en el día más feliz de su vida.
Publicado en: “Sentimientos” Edición 1999
Vos…y el otoño
Otoño… las hojas van cayendo, caprichosamente, dejando sin sombras al invierno y desnudos a los árboles.
En el suelo, una alfombra va cubriendo los raídos yuyos, que también ceden a los primeros fríos, el paisaje todo se vuelve amarillento.
Y fue en un día de otoño que me ocurrió algo mágico, increíble.
La hojarasca se amontonaba en la vereda de mi casa, en ella se entremezclaban las hojas pardas del tilo, las amarillas del paraíso, las rojizas del arce y las doradas del plátano.
Eran cientos y, sin embargo, una llamó mi atención.
Era una hoja distinta, más grande y colorida, brillante, no sé, distinta.
Antes que el viento se la llevara la levanté y comencé a observarla, y en ese instante comenzó todo.
Esta extraña hoja llevaba escrito, en forma muy clara, un nombre de mujer.
Pensé que era casualidad, pero ese nombre me recordó a un viejo amor.
Ese día pensé mucho en aquella mujer y llegada la noche guardé la hoja del plátano en mi mesita de luz y me dormí.
Al día siguiente, al despertar, tomé la hoja, quería saber si se había borrado ese nombre, pero nuevamente me sorprendió.
Llevaba escrito otro nombre de mujer, que igual que el anterior, me recordaba algún viejo amor.
Otra vez transcurrió mi día recordando cosas del pasado.
Y así, aunque parezca mentira fueron pasando los días y la curiosa hojita me iba recordando viejos amores.
Pero una mañana apareció un nombre que cambió todo, un nombre distinto, me confundió.
De cualquier manera pasé las horas pensando, soñando; pero, lo que más quería, era que llegara el próximo amanecer para conocer el nombre que traería la hojita.
El amanecer llegó.
Busque rápidamente el nuevo nombre, pero seguía impreso el mismo…como hasta hoy.
La única diferencia es que cada vez está más firme, más legible y cada mañana me sorprende leyendo ese nombre.
Ah…,¿querés saber qué nombre lleva grabado la hojita?
Te lo diré: es…el tuyo.
Publicado en “Sentimientos” Edición 1999
Llegará el día
Llegará el día en que nos amemos por última vez,
también llegará el beso final..
Quisiera saber cuándo será ese día,
para amarte como nunca,
para quedarme en tus labios dormido
y soñar que todo es un sueño.
Una sombra
Durante toda la vida anduvimos
sin que nuestras sombras se conocieran,
pero un día se encontraron,
y hoy es hermoso, al salir el sol,
ver una sola sombra... sabiendo que somos dos.
Añoro
"Añoro" es el primer libro editado por Pancho Aquino, en 1992. Veinte años después, aparece la cuarta edición, corregida y ampliada, recopilación de cuentos, frases y poemas. La obra de tapa es de Ludovico Pérez. Las ilustraciones interiores son de Ludovico Pérez, Manuel Oliveira y Héctor Acosta. Está prologado por el Prof. Juan Carlos Lombán.
Si lo encuentras, dile que cada día que pasa lo recuerdo más, que pienso mucho en él.
Me parece verlo, jugando a la pelota en el potrero, con sus amigos, siempre sonriente, diciéndoles piropos a las chicas.
O en las tardecitas cruzar el campito para llegar hasta el arroyo y quedarse a pescar hasta la noche.
Lo recuerdo también en el colegio, jugando con los otros chicos al vigilante y ladrón.
Cierro los ojos... pienso en él y siento ganas de llorar.
Si lo ves dile que lo extraño mucho.
¡Ah! Claro... me preguntas: ¿Cómo es él?
Te diré: quita de mi rostro esta blanca barba, pon sobre mi cabeza desordenados cabellos, borra las arrugas, arranca de mi calendario por lo menos cuarenta años, agrega una sonrisa de chiquilín y lo estarás viendo.
Pero, por favor, no te olvides de recordarle que lo extraño mucho... por favor: ¡díselo!
Por ese amor perdido
Después de recorrer infinitos caminos buscando en la vida una felicidad que no encontré, ya cansado de tanto buscar, decidí que mis últimos años transcurrieran en la más inmensa de las soledades .
Así fue que un caluroso día, de un verano cualquiera, de un año cualquiera abandoné el lugar adonde había transcurrido gran parte de mi vida.
Me alejé de mis amigos con un ¡hasta pronto!, pero sabía que nunca volvería a verlos.
Hasta lloré en esa despedida. Pero ya estaba decidido. Y comencé a vivir solo.
Lejos de todo y de todos ...Mi única compañía eran los recuerdos, que siempre me causaban llanto y una gran tristeza. Si eran de momentos lindos me apenaba porque ya nunca los volvería a vivir, y si por el contrario, eran feos, me dolía porque los recuerdos ingratos siempre apenan.
Sin embargo había algo que me reconfortaba: mi nueva tierra...
Mi tapera legendaria, que según dicen fue abandonada por los indios hace ya mucho tiempo. Simple y precaria, pero demasiado fuerte y segura...demasiado.
Cobijaban todo el día mi morada dos árboles viejísimos y hermosos.
Cuando el viento soplaba entre sus ramas, su voz parecía un lamento por tanta soledad.
Hacia el norte, el Lago de Colores, como yo lo llamaba, porque el sol, al reflejarse en las montañas cambiaba los tonos del agua.
En este lugar pasaba gran parte de mis horas, pescando, nadando o sólo para verme reflejado en sus quietas aguas y mirar mi blanca barba y mi frente arrugada por el paso de los años.
Y, tras el lago varios ciento de metros más allá, comenzaban las primeras piedras a querer ser montañas, hasta perderse entre las nubes como cuchillas que intentan penetrar el cielo...
Eran inmensas, lejanas y bellas...
Nunca tuve miedo en tanta soledad.
A veces, oía el silencio.
Me gustaba por las noches mirar los reflejos de la luna sobre las piedras, verlos jugar e inventar colores, creando espectáculos maravillosos sobre el agua.
En esos hermosos instantes, cuantas veces lamenté que la gente no sepa ver la belleza que Dios puso sobre la tierra y sólo viva para ambicionar, traicionar y perderse, muriendo, sin saber que hay otro mundo dentro de este mismo, que es muy chiquito y está reservado para los que cierran los ojos y sólo miran con el corazón...
Yo sé que a muchos le va a costar creer lo que les voy a contar.
Pero no importa.
A mí me basta saber que fue y que yo tuve la suerte de vivirlo.
Empezó en un anochecer callado. Todo estaba calmo ... inmóvil...
Trataba yo de hornear un poco de pan, con la tibieza de la harina y el agua todavía entre las manos, cuando una rara sensación llenó mi cuerpo.
Fue una presencia, una vibración del aire, un suspiro. Me volví.
A pesar de lo avanzado de la hora, la claridad de la luna envolvía las formas, misteriosas en su color de plata nueva.
Allí, apenas a unos pasos, me miraban sin asombro.
Era un hombre sin edad; piel de bronce y cabellos de trigo.
Lo vi claramente, como si lo iluminara un fulgor especial. En un susurro me dijo: -Voy de paso, no tengas miedo.
¡Miedo...!
La palabra me volvió al momento que vivía.
Sentí la loca carrera de mi sangre golpeándome las sienes, el temblor inusitado de mis piernas, el frío inyectándose en mis huesos.
-¿ Adónde vas? Dijo mi boca más allá de mi mismo.
-Voy a buscar a mi amor allá, dentro de una hora me encontraré con ella.
-¿ Quién es ella?. Conseguí articular débilmente.
A tiempo que reanudaba la marcha y con la misma calma con que había llegado, dijo ya sin mirarme:
-Ella, ella es la única, puntual, fiel, pura, hermosa, brillante.
-Pero ¿ quien es? Grité con todos mis sentidos renovados.
Comenzó a caminar hacia las montañas, acariciando con los ojos la lejanía, y dijo con una rara alegría: -Ella es mi Luna... mi Luna ...mi Luna...
Me dejé caer tratando de convencerme de que sólo era un sueño, que no debía creerlo.
Sentí el ruido de sus pasos al alejarse.
Apreté mi cara contra la tierra, traté de olvidarlo todo.
Cuando los sonidos se apagaron levanté los ojos buscándolo y lo vi muy lejos, casi en la cima.
Su cuerpo irradiaba una luz que permitía ver sus movimientos en la búsqueda del amor...
Lentamente la luna se dirigía hacia el mismo lugar.
¿ Quién era ese hombre? ¿ Cómo había llegado hasta Allí tan rápidamente?
A medida que se acercaban el cuerpo de mi visitante brillaba más y más.
Temblé, lloré, quise correr y no pude. No entendí.
Ya casi se tocaban.
Alcancé apenas a cubrirme los ojos cuando un resplandor magnífico alumbró todo el lugar.
La quietud del lago se transformó en una marea convulsionada. Pequeñas ondas se movían al sol de una extraña melodía.
En instantes todo volvió a ser como antes.
La paz, la calma, todo igual; sólo que la luna ya había trascendido la línea de las montañas y una horrible oscuridad se adueñaba del aire.
Entonces lo vi.
Agitaba tristemente los brazos, saludando con amor a su luna lejana y ya definitivamente solo.
Luego se arrodilló.
Y así lo pude ver en las noches de luna llena, en las pocas semanas que aún estuve en ese lugar.
También recuerdo un detalle que no supe a qué atribuirlo. Cuando sus brazos dejaron de saludar y sus rodillas tocaron el suelo, comenzaron a rodar por las montañas muchas estrellitas que al caer por entre las piedras alumbraban el camino que él había seguido.
Hoy ya no tengo dudas, eran lágrimas por ese amor perdido.
Concurso Internacional Fundación GIVRE - PREMIADO CON DIPLOMA DE HONOR Y PLAQUETA - 1985
“Cómo quisiera...!” 2da. Edición /1996“
En el Café
Leías concentrada.
Estabas muy seria y el humo del café se filtraba entre tu rostro y el libro.
Tomaste la pequeña taza y la llevaste a tus labios.
En ese momento, miraste hacia la calle y me viste reflejado en la vidriera.
Te observaba. Diste vuelta la cara y nuestras miradas se encontraron.
Vi que eras bella, aunque algo triste. Una leve sonrisa se insinuó en tu rostro.
Yo estaba impactado, algo nervioso. Ese era para mí un día especial, rodeado de soledad.
Pensé en ir a tu encuentro, pero la llegada del mozo a tu mesa me lo impidió.
Pagaste, agarraste el bolso, el libro y partiste.
Al llegar a la puerta diste una última mirada hacia la mesa.
Creí entender que me pedías que te siguiera. Llamé al mozo que pareció tardar un siglo.
Pagué un café que no tomé y salí rápido hacia la calle.
No podía encontrarte.
Un micro arrancaba y en él te alejabas.
Me miraste, agitando la mano del adiós.
No volveré a verte. No sabré quién eres.
Pero estarás en mí, porque en una noche triste hiciste ilusionar y estremecer mi corazón.
*
Memoria: mecanismo que sirve para recordarte justo cuando trato de olvidarte.
*
En la más brava tormenta... siempre vemos un relámpago que nos ilumina.
*
Lo sentirás latir, pero si no amas, tu corazón ya está muerto.
Simplezas
Pato Lagunero
Mi vida de pato lagunero era normal, volaba y corría sobre el agua, me sumergía buscando peces para alimentarme y lo conseguía fácilmente metiendo la cabeza bajo el agua para ver los cardúmenes y elegir.
Cuando algún bote de pescadores se acercaba, los patos, gaviotas, gallaretas y otras aves de la laguna levantábamos vuelo, golpeando el agua para espantar a los peces.
Pero hubo un día diferente.
Un hombre se acercó muy despacio, solo, en silencio, tiró el ancla, preparó la caña y comenzó a pescar. ¡Bah!, a querer pescar.
Me apenó verlo solo, casi triste, así que me acerqué al bote nadando suavemente, muy alerta, pero nada ocurrió, sólo me miró y sin darme importancia siguió en su tarea.
Entonces, de mi pico brotaron palabras. Nos miramos, incrédulos y sin embargo, luego de la sorpresa , comenzamos a charlar.
Me contó que él era un fracasado, que nada le salía bien y por ese motivo pescaba solo, no tenía amigos y se notaba que no sabía pescar.
Me pareció honesto, bondadoso y tan desamparado que decidí ayudarlo y convertirlo en triunfador, aunque más no fuera en la pesca.
Así que cada vez que mi nuevo amigo entraba con su bote a la laguna estaba yo esperándolo para indicarle el lugar exacto del pique.
Contento, con su bolso lleno de pescados, dejaba la laguna al caer la tarde,
Una y otro vez. Nadie podía creerlo.
Me contó que otros pescadores querían ser sus amigos, pero él prefirió seguir solo.
Yo lo esperaba, lo extrañaba.
Una mañana lo vi en la orilla, rodeado de gente.
Con curiosidad me acerqué y pudo oírlo relatar sus técnicas de pesca, daba explicaciones, teorías, tácticas. Todos escuchaban en silencio, en especial dos niños , asombrados por tanta sabiduría en el arte de la pesca.
Uno de ellos se acercó a mi amigo y le preguntó si no lo podía llevar en el bote. Se negó con una inventada excusa y se adentró en la laguna esperando que yo fuera a su encuentro.
Allí fui. Al verme ya no tuvo soberbia. Comenzamos a charlas y entonces me pidió que fuéramos rápido al lugar donde estaban los peces pues había mucha gente afuera y quería demostrar su habilidad.
Me di cuenta de que me había equivocado al elegirlo como amigo y se lo hice saber. Se molestó mucho y me pregunto por qué.
- Porque querías ser triunfador, tener amigos, y pudiste tenerlos, aprender a compartir. Pero fuiste egoísta y mentiroso, por lo tanto no quiero tu compañía.
Levanté vuelo y me perdí entre los otros patos.
Salió de noche, sin pescar nada.
Los que esperaban se sintieron desilusionados y él se alejó, serio y triste.
Seguí viéndolo durante algún tiempo.
Entraba con su bote y hacía algo que, para todos, era muy curioso: le hablaba a cualquier pato que estuviera cerca, a veces a los gritos.
Me daba pena, quería acercarme, pero me alejaba, escuchando su voz, pidiéndome perdón..
Un secreto
La quise desde siempre pero ella nunca lo supo.
Los años fueron pasando y yo seguí muy de cerca su vida, sus noviazgos, su casamiento. Estuve a su lado cuando nacieron sus hijos y hasta fui el padrino de uno de ellos.
Su rostro se iluminaba cuando me veía, su sonrisa me turbaba.
Yo la amaba pero ella no lo sabía. Era mi amor imposible.
Nunca me casé, quería vivir para ella. Sus niños me llamaban tío, me querían, era parte de la familia.
Jamás me atreví a insinuarle nada acerca de mis sentimientos y nos fuimos volviendo viejos y un día ella se enfermó...
Todo pasó muy rápido, todos sabíamos que moriría pronto.
Fui a verla y me quedé largo rato a su lado, ya no había alegría en su rostro pálido, muy pálido.
En un momento sentí que su mano se apretaba muy fuerte a la mía, abrió sus ojos, antes vivaces, ahora tristes, llorosos.
Sus labios susurraron las palabras que siempre esperé pero jamás creí que llegaría a escuchar.
Muy suave, lentamente, me dijo: “Mi amor, gracias por todo lo que me diste, Te diré un secreto, te quiero, te amé como a nadie en este mundo, pero nunca me animé a contártelo, tuve miedo...de que no me amaras.
*
Hoy estrené un nuevo amor...¡qué bien me queda!
*
Desde mi casa veo la Luna. Desde la Luna, ¿veré mi casa?
*
Vivía en el sitio más bello del mundo, pero esperaba sus vacaciones para conocer otros lugares.
Pobre estúpido... cuanto amor desperdiciado, cuantas horas vacías, cuanto dolor acumulado, cuanto anhelábamos amarnos... pero el tiempo se nos escapó entre el agua y la distancia que nos marcó para siempre y que nunca ha de volver... ¡Cuánto me quisiste, cuánto tiempo perdiste!!!
ResponderEliminarBusco cuento Nicolás y su muñeca de Pancho Aquino
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