Jorge Roberto Aguilar Amado
– Poeta – Guatemala
Nace en ciudad de Guatemala. en 1993, Estudiante de derecho, surfista y escritor.
Se inició en la literatura a los doce años de edad por medio de certámenes estudiantiles.
Ha participado en festivales de poesía en Nicaragua y Honduras, al igual que en varios recitales en centros educativos. Se ha involucrado en varias actividades literarias como talleres, recitales, discusiones, etc. Posee un diploma en aceleración de la lectura y técnicas de estudio. Ha publicado algunas de sus obras en sitios virtuales, revistas estudiantiles y en una antología de escritores ascendientes titulada “Frente al silencio.” Actualmente está iniciándose en la fotografía y el cine independiente.
La Bestia
Dejé todo atrás,
por un futuro fortuito.
Abordé incontables vagones de soledad,
tristeza, incertidumbre y aflicción.
Me convertí en un desconocido más,
en el tren hacia el norte.
Padecí las peores epidemias,
desde ilusión hasta xenofobia,
desde esperanza hasta racismo,
desde amargura hasta hipotermia.
Son las tres de la mañana,
y un agónico silbido,
indica la salida a Medias Aguas,
mi cuerpo implora descanso
y mi mente insufla
mis pulmones envejecidos,
para sujetarme a un sueño distante,
que se diluye,
en la longevidad de una pesadilla.
Fui diagnosticado con carcinoma espinocelular,
síndrome de Ulises,
estrés postraumático,
y una larga lista,
de enfermedades y achaques,
que ya ni recuerdo.
Ni el Desierto de Sonora
ni los cuernos de chivo,
ni los de la última letra,
pudieron conmigo.
Sin embargo,
caí dentro de las fauces de la bestia,
y algo más importante que un miembro,
mutiló mi alma.
Cuando me preguntan,
como sobreviví a la ruta del infierno,
les contesto que no lo hice,
la bestia…
me devoró.
El abuelo
El abuelo sucumbió a su agonía renal,
al mismo tiempo que un Maserati Gransport,
rugía en la 7a avenida acelerando impuestos
y derrochando todo lo que el anciano un día soñó.
En su lecho de muerte, senil y utópico,
invocaba una tierra de eterna primavera,
llena de aves coloridas,
paisajes despampanantes
y flores hermosas
que brillaban orgullosas
ante el sentimiento único de libertad.
Besé la frente del viejo,
como pago a Caronte,
mientras sus últimas palabras se desvanecían recitando
“vámonos patria a caminar yo te acompaño.”
El viejo ha muerto y junto a él,
todos sus recuerdos de una patria mejor.
Hoy me entristece ver el periódico
y saber que se lo llevó alguien que se denomina patriota como él;
alguien que juró velar por su seguridad y su bienestar,
alguien quien él (a regañadientes) decidió escoger.
Me parece irónico pensar cuántos sueños,
cuántos recuerdos, cuántas fantasías, cuántas flores,
cuántas aves y cuantos abuelos se llevó una puta urna de cartón.
Decidí guardar el luto, tanto por el abuelo y por el país;
y me sigo preguntando
¿qué debe hacer el hombre para que respeten su memoria?
¿qué debe hacer para que no se mofen de sus sueños?
¿hasta cuándo vamos a permitir ser la rechifla de nuestros gobernantes?
¿hasta cuándo señor presidente?
¿hasta cuándo?
Renacer
Hipérbole de mujer,
dirigida por sentimientos encontrados.
Tú le has puesto otra definición a la palabra sonrisa,
que desborda de tu rostro angelical.
La serenata de una golondrina nace de tus labios,
con cada palabra que pronunciás.
Sos como la esperanza que siente un prisionero,
al amanecer, en el último día de condena.
Sin manchas, ni arrugas.
Sin pecado concebido.
Ni te imaginás,
Las incontables veces,
Que te entrometiste en mis sueños;
Tanto de día como de noche,
Complaciendo cualquier fantasía,
Que no es digna de narrarse en poesía.
Te paseás por el vecindario,
Altiva y energética.
Parece algo irreal,
Ver el cielo,
Andando en tacones,
Pintando en cada paso,
Las grises avenidas,
De la colonia Minerva.
Me apresuro hacia la puerta,
Prendo un cigarrillo,
coartada de mi entusiasmo.
Escucho unos pasos crecientes,
mi corazón se contrae y se expande;
Mis palmas están empapadas,
Mis ojos de repente se han rebelado contra mi voluntad
y son subordinados de mis impulsos.
Ya no reconozco mi respiración;
Todo el manicomio,
Ha escapado dentro de mí.
Ahí venís tú, con toda tu belleza
y con todo tu esplendor. (Tono burlón)
Flotás como una mariposa inefable,
en un campo de lavanda angelical,
bajo un suntuoso atardecer.
Mi boca es una deshidratada planta desértica,
la marea sube en mis pupilas desbordadas de júbilo.
Te amo.
Te odio.
Quiero decirte tantas cosas,
Me falta coraje, me sobran ganas.
¡Ay, si tan solo supieras!
Entro a casa,
Estupefacto,
Atónito,
Inepto.
El cigarrillo a medias
y el filtro mordido.
De pronto,
he vuelto a nacer;
Así como lo he hecho,
En los últimos diez años.
La enfermedad de todos
El teléfono sonando desde muy temprano,
escuché a mi madre sollozando,
unas flores incoloras yacían en el piso;
ahora este parece tan amargo e inestable
que ya casi no lo reconozco.
La lista de espera,
que rebotaba de un lugar al otro,
dentro la burocracia del Estado,
autor de tantos epitafios,
había cumplido de nuevo su labor .
La reticencia batalla contra la realidad;
poco a poco me hago de la idea,
que mi nombre militaría,
en esa espera desesperanzada,
aguardando el día; ese día,
manufacturado para no llegar.
Prefiero no contar,
las lunas venideras,
ni los otoños inexorables,
ni los bufones que vienen,
o los bufones que se van.
¿Existe una ironía en el huérfano limosneando al vil ladrón?
¿Es acaso la vida, una sátira para esos que existen pero ya no viven?
¿Por qué lloraba entonces mamá?
La vecina había fallecido,
dejando atrás a un hombre inapreciable,
que hacía hasta lo imposible,
y una niña inocente
que comenzaba el kindergarten.
El cáncer mató a mi vecina,
murmuraban las viejas del vecindario.
¡Insensatas, el cáncer no mató a mi vecina!
Replicaba con vehemencia.
Ella padeció una enfermedad,
más engorrosa aún;
una enfermedad sin salida,
sin cura,
sin tratamientos;
a la deriva,
a la espera de la muerte.
Esa enfermedad que todos padecemos,
ésa enfermedad,
que actúa como nuestra tutora,
aquella llamada,
Instituto Guatemalteco de Seguridad Social.
.
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