jueves, 4 de agosto de 2016

MELISA MAURIÑO [19.037]


MELISA MAURIÑO

(Buenos Aires, 1985), Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es residente de 4to año de la Residencia Integrada Multidisciplinaria de Psicología en Hurlingham, Pcia. de Buenos Aires, y ejerce su práctica como psicoanalista también en el ámbito privado. Escribe narrativa y poesía. Ganó el primer premio del 1er. Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro “La piel de la oruga” (2016, Viajero Insomne Ediciones).



Yo dije el mar

Una vez yo dije el mar
y estábamos desnudos
vos y yo
como dentro de una caja de zapatos
con algunos orificios
para el aire

lo recordé ayer
al bajar del colectivo
que me deja justo
frente al hospital
del cáncer

esperando un cambio de luz
para cruzar la calle
vi la playa
tan vacía como antes
esa tarde
bajo el peso de tu cuerpo

un paraguas destrozado
como un ave marina
que deja sobre la arena una huella
a la par que la borra

mientras la piel
pegada a los huesos
varillas de metal que sostienen
la lluvia, se agujerea como tela
del color de la carne de un molusco

ahí estaba
un paraguas caído
cadáver de alas abiertas
en medio de la calle el dolor
de inventar otra vez
el recuerdo del mar

yo dije el mar
como podría haber dicho
la cama
con las sábanas revueltas
como espuma.



Piedra

La primera piedra fue el mito
que urdimos entre los dos
para palpar tierra firme con los pies,
la arrojamos al aire sin mirar

se nos volaron todos los pájaros.

¿No es acaso un imposible
habitar la certidumbre
cuando las palmas se tocan
y los cuerpos se saben mortales?

Hubo un temblor entre las manos
un comienzo
en el lenguaje de las células del cuerpo.

¿Cómo ocultar a la vista
el indicio del fuego, ese extraño
mundo privado?

si me besaste
frente a todo el mundo
cuando nadie nos veía.




Pasaje

Una polilla se apagaba
se dejaba estrangular por las horas
agarrada a la pared de la sala de hospital
donde los vientres
estaban a punto de abrirse

supe que aun con su agonía a cuestas
quizás debido a ella
era todavía parte del mundo
porque al tocarla con mis yemas sentí
la gamuza de su cuerpo
recibirme humana
en su ser de insecto

¿te conté que antes de morir,
cuando no se aparean,
se vacían el útero de huevos
que están vacíos?

Estaba en eso cuando la acosté en mi mano
y el suyo era un cuerpo en coma
que reconocía la piel
con un profundo silencio

¿te dije que sus alas huelen como el polvo
acumulado sobre los muebles
después de una larga ausencia?

¿que es preciso desplegar muy grandes
los párpados para ver el salto inaugural
que la devuelve añeja, recién nacida
a la caricia del crepúsculo
guiando su último vuelo
de regreso a la tierra?




Fin de año

Ya eran pasadas las doce
no sé
si del día o la noche

en todo caso los papeles
en el aire
no acababan de irse,
un calendario hecho pedazos
de Enero a Diciembre

incluso la lluvia había borrado
la última cita
señalada por una marca de agua
o una lágrima
arrastrada por otras más copiosas

pensé en vos
por última vez
me dije "el año pasado" cuando los fuegos
estallaron en el cielo
todavía mojado

pensé "la gente
dice con ruido la felicidad"
y vos dijiste
"que sea tu año, niña bonita"
cuando brilló el sol esa mañana

pero estoy triste
y no estallan mis fuegos como bombas
de una guerra antigua

quedaba humo, algo de pólvora
entre las nubes
la luna escondida
una quietud mortecina
en las puntas de la lluvia

y yo pensé "la gente
dice con silencio la tristeza".





                           
                          La piel de la oruga.
                              Melisa Mauriño
                        Viajero Insomne Editora.


pensé el fin del mundo
es todos los días
para el león
que ve caer al sol
en su jaula, para la hoja
que se desprende
del árbol y también
para el amante y lo que arranca
de sus ojos la lluvia
el día después
del amor.

Melisa Mauriño, La piel de la oruga.
                              


Crisálida

Enredada en los hilos del otro mundo
ese del pensamiento, anguloso
atemporal
tejiendo con mis dedos la crisálida de aire
falta poco, ¿quién me mira desde adentro?
yo misma, quizás
yo otra.


En los ojos de un hombre

Yo vi el deseo revolver el agua
desde el fondo del barro
y enredar sus ofrendas como lenguas de mar
en los ojos de un hombre

lo vi despojado y se parecía tanto
a mí como yo misma
me he visto sonreír
en la luna de un espejo clavado al muro 
en una fotografía
tomada dentro de un sueño

vi el deseo llevar mi piel sin curtir
echada sobre los hombros
cuando él me desvestía 
y desordenar los rasgos de todas las mujeres
que habían estado antes
de mí

lo vi estirar los ligamentos de la noche
hasta desarticular el abrazo inválido
sobre la cama abierta
y rezando de rodillas
llevarse a la boca
un rosario de esperma

nunca pude hacer entrar 
el beso 
dentro del beso
el océano
dentro del oleaje
regresaba a sus labios
cada anochecer con más fuerza
para romperlos y sanar
para volver

yo vi el deseo en los ojos de un hombre
arder como el insecto
que aplastado por la luz
siente estallar 
en su vientre
una molécula de sangre.



La piel de la oruga

Así como la ninfa
yo también tejía
ese capullo negro
en el corazón de la noche
del derrumbe

trenzaba los hilos
de mis largos cabellos
alrededor de tus dedos

ya estaban humedecidos
de tanto escarbar en mi nombre
caído en esa grieta de luz
que unía y separaba tus labios
de los míos

no usabas alianza en ese dedo
pero mis hilos
quizás demasiado frágiles
aún se cortaban
a la tercera vuelta

y tenía que volver a empezar
como si yo también cayera
del borde de tu tiempo

Así como la ninfa
yo también
me bajaba despacio
el vestido como la piel 
de la oruga deslizándose 
hasta tocar ese final de cuento
anunciado hasta el hartazgo

y aún así
igual que ella
vi con horror la pausa
el vestido,
muerto en la mitad
del cuerpo,
descubriendo a medias
lo sensual, lo trágico
del amor 
cuando no se termina.



Una polilla en el viento

A Polillo

Te di una noche
la primera
para endurecerte
como los niños que cruzan
la cruda membrana de un rito
y se hacen hombres

La siguiente era el cielo
tu campo minado

temí dejarte volar
entre el polvo de artillería
acelerar tu caída, inevitable
el aterrizaje forzoso
sobre las nubes
quietito ahí, pinchado
como tantas luces desaparecidas
de los ojos insomnes de la ciudad

la tercera noche
fuiste libre

abrí tu jaula
extendí la sábana
del ocaso
todo ese horizonte
una promesa inmensa
pista de vuelo
sin mapa más que el instinto
un pálpito

te vi desaparecer
en esa hondura
radiante de oscuridad
con tu soledad, la mía
sabiendo que la última parada
sería tu muerte
lejos de mis manos

ovillado a los pies de la luna
acurrucado en la fría
caricia de la noche
quizás feliz

pero no importa, nada de eso
es cierto ya
porque esta noche volás
y no temés a las sombras
de las ramas desnudas
como garras monstruosas

con tu ala rota
emprendés ese viaje celeste
cargando tu esperma
la vida breve

porque esta noche volás
y ya sos parte 
del viento.




El día después de los humanos

Hablábamos 
pero no por hablar
de la lluvia o el suicidio
sino para hacerlo
un poco menos difícil
estando en el aire
todo eso

mis codos 
en el mantel de hule
pintado a la mesa
las tardes de calor,
el redoble metálico de tus dedos
desafinando otra canción pasada
de moda, pegadiza
pegajosa
como la tarde

dijiste que el día
después de los humanos
los leones se echarían al sol
en Central Park,
pensé la libertad
cuesta años
de encierro

dijiste también
que el verde cubriría el cemento
y treparían las hojas
los rascacielos,
pensé en los árboles
que vi talar
porque sus raíces rompen
las veredas y los desvíos 
son peligrosos

el día después 
de los humanos
el sol inicia su descenso
y las sombras
en el agua se mueven
del color de la sangre y tiemblan
hasta ahogarse
o aprender a nadar

dijiste me gusta 
fingir el fin del mundo
para morir un rato
en el cuerpo de otra mujer

pensé el fin del mundo
es todos los días
para el león
que ve caer al sol
en su jaula, para la hoja
que se desprende
del árbol y también
para el amante y lo que arranca
de sus ojos la lluvia
el día después
del amor.




Polvo amarillo en el viento de la noche

A Zeus


La casa se llenó de polvo amarillo
era otoño, en la ventana golpeaban las luces 
del último día

fingí mi propia ausencia con un grito
feroz como los que se pelan cuando hierve 
la sangre y se oscurecen las calles

sujetaba entre mis dedos el temblor 
animal en celo 
cuando arrimé los cuerpos: la fragancia, la pinza del pene
hasta acalambrarme las manos
con sus suaves lentejuelas

llegaste esquivando los cables
un planeador de hueso, de caída
viniste a morir en tu hembra
a esparcir tu siembra sobre el terremoto
antes de caer vuelto cenizas o harapos

pero no pudiste, yo tampoco
supe encontrar las venas de las hojas
la fórmula contra el olvido

te devuelvo al aire con un beso 
que suelto entre tus alas 
detrás de tu muerte
acaricio la cicatriz del árbol
donde escondiste tu alma, amarilla
la mordida de las flores

derramo mis ojos en el cielo 
un incendio, pulpa cadavérica de estrellas más viejas
como hijos que devoran
la carne de sus ancestros, su ademán

tiemblo, te apagás como el árbol que desaparece 
bajo su sombra tendida al sol
escribo tu huella en la tierra del poema
abro mis manos
polvo amarillo en el viento de la noche
te veo volar.




Partir

A Midori, para su viaje


Anoche agonizabas, yo escribía
tus alas se rompían en su choque
abandonadas al ras del suelo

te escuché

¿cómo decir el ruido de las teclas
las palabras
que se abrían a los golpes 
de mis dedos
como el masaje cardíaco
sobre un corazón seco?

te saqué del nido
temblabas
tus espasmos eran gritos
que caían, ya maduros
de las copas de los ceibos

te acaricié, así    pequeña
frágil como espuma
pensando por qué
no habías querido partir
para ser libre

y me dolió
tu pata quebrada pegada al cuerpo
el rostro triste de un niño
que lleva un yeso en el que nadie
escribió su nombre

una mujer de ojos negros
ya no estaba
dibujada en tu lomo
te faltaban partes
como a mí
transparente y expuesto pude ver
lo que tenías dentro

te hablé
y en mi arrullo animal
fuiste cediendo, tus alas quietas
te dije "ya está, ya podés irte"
dejaste semillas por toda la casa

te quedaste así
como una efigie dorada
un tótem guerrero
que se rinde al fin
derrumbado por el peso
de la lucha y no supe
si era triunfo 
o derrota

encontré esta mañana
tu máscara funeraria
donde yo te había dejado
para que duermas

ahora te escribo y no sé
cómo decir el ruido de mis dedos 
que golpean las teclas, de tus alas
que golpean el cielo.





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