Ravi Shankar
Ravi Shankar, (India) es poeta, editor, traductor y profesor de escritura. Él fundó la revista por Internet Drunken Boat (www.drunkenboat.com) y ha publicado o editado diez libros de poesía, entre ellos, Instrumentality, finalista del 2004 Connecticut Book Awards, y Deepening Grove, ganador en el 2010 del National Poetry Review Prize.
Traducción de: Luis Chacón Ortiz
Exilio
No existe otro lugar en el cual preferiría no estar
más que éste; sin embargo, heme aquí, desposeído,
aunque no del todo, porque nunca he sido dueño
de lo que me han arrebatado, nunca he pertenecido
a un lugar, a una historia común, a nadie.
Incluso de niño, al ser insultado en la escuela
(cabeza de toalla, chico del punto, domador de camellos),
nunca eran precisos los abusos: sólo los Sij
utilizan turbante; las viudas y las jóvenes bindis,
y ninguna especie de camello es originaria de la India.
Si, como escribe Simone Weil, tener raíces es la necesidad
más grande y menos reconocida del alma humana,
contémplenme: soy un epíteto. Conjuro mi sustento
del aire, y tanto el olor a alcanfor como a carne me desagradan.
He usado un lugi entre mis piernas; consumido drogas
de moda al palpitar de unos parlantes; bebido masala chai
aún humeante de una taza de lata; conducido un Dodge
a través del Vorrazano en hora pico, y siempre,
en cierta medida, sintiéndome extranjero, como meteorito
en noche de bingo. Este sentimiento ajeno, afilado con la punta
de la soledad, me utiliza para tallar la máscara apropiada
cada mañana. Aún no sé qué efecto tiene sobre mi alma.
Buitres
Gregarios en la hambruna, unos veinte dan vuelta
como espirales en un alambre de púas: ningún sitio
sobrevolado se encuentra libre de este escudriño.
Al acercarse la muerte, más se aproximan, la alada
espera con aguda insistencia, total perseverancia;
estos filos oscuros quietos, hasta que edad o herida
convierten galope en cádaver, o, al menos, en algo
lo suficientemente cercano como para abatirse en
una escrupulosa bendición, siseando sobre el polvo,
saltando, arrancando, devorando; ningún pedazo,
excepto, tal vez, el hueso, demasiado perecedero
para el consumo. Lo importante no puede durar.
Cómo terminó la búsqueda
Antes de que el bus me atropellara,
estaba buscando un aroma,
el cual no recordaría hasta que
no fuese percibido de nuevo.
No culpe nadie al chófer:
me había detenido a observar
a una chica que se desvestía en la ventana.
Estaba demasiado largo como para olerla.
Más temprano había consultado con un adivino,
no para que leyera las líneas de mi mano,
sino tan sólo para que me dijera
dónde comprar un enorme guante de neón.
Camino a casa, mi cabeza retumbó
con la siguiente hipótesis: la vida no es más ni menos
seria de lo que imagino.
Y entonces apareció el bus.
Antes del monzón
Para Rajni Shankar - Brown
Un calor tan sofocante que los perros
callejeros sólo levantan la cabeza hacia
la carnicería a golpe de cuchillo,
para luego volver a echarse bajo el camión
de víveres o a la sombra de una choza
que anuncia, en grandes letras verde
arsénico, "Cura de por vida para las
hemorroides o toda clase de fistulas".
Un chofer de calesa ha envuelto su rostro
en un húmedo dhoti y se acuesta
boca arriba en el asiento trasero, rehusándose
a llevar pasajeros mientras las moscas
pululan sobre una montaña de basura
que un barbudo trapero inspecciona
con atrevimiento, conservando uno que otro
objeto, preferiblemente comestible,
dentro de un fibroso saco a su espalda.
La regla de oro aquí es la ineficiencia:
las calles sucias con casas sin terminar,
abandonadas a una pátina de polvo rojizo,
filas serpenteando frente a las clínicas
o los cines, sin moverse nunca, hombres
sin casco martillando un enorme desnivel de concreto,
mientras se abren nuevos baches en la carretera
que cruza una familia de Jainistas, arropados
en sus blancas túnicas, bocas cubiertas
para evitar los insectos, las posesiones balanceándose
sobre sus cabezas. ¡Cómo se derrama lo sublime
sobre lo escatológico sin aparente contradicción!
Altares emergiendo de la mugre de la sobrepoblación
como hongos después del aguacero, una figura
de Ganesha delicadamente esculpida en terracota,
oscilando sobre el tablero del camión
que carga estiércol de vaca a unos aldeanos
que lo usan como combustible, un tipo demasiado
engalanado para el riesgoso negocio de vender
flores de loto en un callejón húmedo con
orina fresca. Como la ciudad evidencia
un eterno continuum, sin costuras: el paraíso,
lo terrestre, lo infernal, en conjunto.
Nevada
Particular como ceniza, la primera nevada del año
cae sobre puntiagudos techos, el capó de los autos
las colinas ondulantes, tal inigualable imitación de
movimiento fluyendo igual que la cascada estática
de la pantalla al caerse la tele por cable, persistente,
granular, con esta tenue chispa de legibilidad que
se disipa antes de ser interpolada en una sucesión
de imágenes. Una hora se estira en sesenta minutos
hacia un campo de blanco frenesí: rejas hexagonales
de moléculas de agua que se acumulan así en hielo
mezclado con arena, labrados en cúmulos marrones
por el filo de las barredoras, vestidas para el fango.
Oráculo del insomnio
Insomne, extraño ver cómo dormías,
tenuemente iluminada por la luz roja
del reloj despertador, las sábanas
desvelando tus hombros y moviéndose,
tal vez impulsadas por el sueño en el centro
de la cama, a ocupar el espacio que llenaría
mi cuerpo, la algarabía de la medionoche
en Manhattan tan sólo a un vidrio de distancia,
pero ahogada por el ronroneo de nuestro
nuevo ventilador. Aquí, la pradera oscura,
con la esporádica exhibición de las libélulas,
parece contener un centenar de revelaciones,
una de las cuales es que, insomne, te extraño.
Al sur de Hebrón
Tras los campos de cebolla, un armatoste de metal oxidado gime, como si estuviese fuera de lugar, o esa piensa el niño cuyo padre ara la tierra, igual a un naranjal que florece dentro de la chimenea; el torreón gira como un carrusel roto, dejando una estela de tallos aplastados a la sombra. El niño vive aquí. Traza el camino tanteando alrededor de las minas para escuchar su idioma en los quioscos colapsados del ahora destruido mercado en el pueblo. En casa no tiene nada que arrojar y debe buscar piedras del tamaño de puño en la cantera por donde pastan las excavadoras; piedras capaces de perforar pesadamente el aire para estrellarse contra metal u hombres de paja con un satisfactorio ¡pam! Que diminuta es esa piedra comparada con la singular carga de ser un indeseado en la tierra que te vió nacer, para siempre, por ningún motivo comprensible.
Mosquito
Aunque he cerrado las ventanas, sellado toda grieta
con cinta scotch, bañado a mí mismo con repelente,
y agitado los brazos con la ávidez de una bastonera,
seguís ahí, pellizcando mi piel, colgando al costado
de mi ojo como una mancha solar, ávido de sangre,
persistente, terco, la encarnación exacta del apetito
que surge de la nada, imposible de alejar, hasta que
aparecen los cúmulos indignados de piel enrojecida
para atestiguar tu tránsito; y, es entonces que vos,
molesto punto, finalmente te has desvanecido como
una epifanía: en el momento en que te alimentaste
de mi, sí, en este momento, descubriste lo que sos.
Ravi Shankar
Ravi Shankar is the author of Deepening Groove (National Poetry Review Press, 2011) and the forthcoming What Else Could It Be: Ekphrastics and Collaborations (Carolina Wren Press, 2015). He teaches at Central Connecticut State University and in the City University of Hong Kong’s MFA Program. Shankar lives in Chester, Connecticut.
Ants
One is never alone. Saltwater taffy colored
beach blanket spread on a dirt outcropping
pocked with movement. Pell-mell tunneling,
black specks the specter of beard hairs swarm,
disappear, emerge, twitch, reverse course
to forage along my shin, painting pathways
with invisible pheromones that others take
up in ceaseless streams. Ordered disarray,
wingless expansionists form a colony mind,
no sense of self outside the nest, expending
summer to prepare for winter, droning on
through midday heat. I watch, repose, alone.
Old Folks’ Jokes
Porous the punchline
spoken through wads
of lettuce at lunchtime
by the septuagenarian
vegetarian who has never
flashed a peace sign,
nor could distinguish it
from a Vulcan salute.
He’s not the font
of the jokes he paces
in front of the mirror—
even the one liners
are anonymous, traffic
conversation like air
or money. Not to him.
No sooner he hears one
he likes, he owns it.
Spins the extended bits
out with panache,
skips an extra extra
extra beat from the end,
bringing out in the eyes
and bellies of his morning
shuffleboard or pill-
buddies, laughter in rising
cascades that mistaking
each pause as ultimate
begins to agitate the rows
of green jello in the thunder
of many dentures exploding
into pure guffawing.
Lines on a Skull
(Haiku Erasure of Lord Byron’s "Lines Inscribed Upon
a Cup Formed from a Skull")
Start spirit; behold
the skull. A living head loved
earth. My bones resign
the worm, lips to hold
sparkling grape’s slimy circle,
shape of reptile’s food.
Where wit shone of shine,
when our brains are substitute,
like me, with the dead,
life’s little, our heads
sad. Redeemed and wasting clay
this chance. Be of use.
Ravi Shankar
Ravi Shankar is the author of Deepening Groove (National Poetry Review Press, 2011) and the forthcoming What Else Could It Be: Ekphrastics and Collaborations (Carolina Wren Press, 2015). He teaches at Central Connecticut State University and in the City University of Hong Kong’s MFA Program. Shankar lives in Chester, Connecticut.
Ants
One is never alone. Saltwater taffy colored
beach blanket spread on a dirt outcropping
pocked with movement. Pell-mell tunneling,
black specks the specter of beard hairs swarm,
disappear, emerge, twitch, reverse course
to forage along my shin, painting pathways
with invisible pheromones that others take
up in ceaseless streams. Ordered disarray,
wingless expansionists form a colony mind,
no sense of self outside the nest, expending
summer to prepare for winter, droning on
through midday heat. I watch, repose, alone.
Old Folks’ Jokes
Porous the punchline
spoken through wads
of lettuce at lunchtime
by the septuagenarian
vegetarian who has never
flashed a peace sign,
nor could distinguish it
from a Vulcan salute.
He’s not the font
of the jokes he paces
in front of the mirror—
even the one liners
are anonymous, traffic
conversation like air
or money. Not to him.
No sooner he hears one
he likes, he owns it.
Spins the extended bits
out with panache,
skips an extra extra
extra beat from the end,
bringing out in the eyes
and bellies of his morning
shuffleboard or pill-
buddies, laughter in rising
cascades that mistaking
each pause as ultimate
begins to agitate the rows
of green jello in the thunder
of many dentures exploding
into pure guffawing.
Lines on a Skull
(Haiku Erasure of Lord Byron’s "Lines Inscribed Upon
a Cup Formed from a Skull")
Start spirit; behold
the skull. A living head loved
earth. My bones resign
the worm, lips to hold
sparkling grape’s slimy circle,
shape of reptile’s food.
Where wit shone of shine,
when our brains are substitute,
like me, with the dead,
life’s little, our heads
sad. Redeemed and wasting clay
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