jueves, 12 de mayo de 2016

AZUCENA SALPETER [18.690]


AZUCENA SALPETER

Azucena Salpeter, nació en Formosa, Argentina (1942), reside en La Plata. 

Obra édita:

“El pescador de sombras”, poesía, 1979. Sello de honor de la SADE. 
“Y el cielo sonrió”, poesía, 1989, Cuadernos de Sudestada. 
“Las puertas del cielo”, poesía, premio bienal profesor Dr. Pedro Laín Entralgo. 1996. 
“La mitad del cielo”, novela, premio Mercosur 1998.

Su obra inédita anda desperdigada por el tiempo, el silencio y los amigos que quieren recibir.




Me miro las manos
y veo las manos de mi padre,
él, a su vez, vio en las suyas a las del abuelo.

Pero estas otras manos lejos de mi cuerpo
son manos intertextuales
escritas en arameo.

Como los dedos que deshacen un copo de lana
descubren que cada letra
está trenzada con hilos cada vez más sutiles,
al hallar aleph
hallan beth dentro de aleph.
Lo más pequeño contiene lo más grande,
así sucesivamente;
mano de mi mano,
boca de mi mano,
encuentro de mis manos con las tuyas.




ESTOY INVITADO POR LA VIDA, 
DICE YEHUDA AMIJAI

Cuando decidí jubilarme
Cayó granizo y agujereó el techo.
Recuerdo que se lo comenté a mi anfitrión:
la vida.

Desde entonces brindamos cada noche bajo las estrellas.

Le confieso que a veces camino al borde de una rosa
Y Dios se deshace entre los dedos.
Igual, le pido que me bañe con agua del río y jabón para la ropa
que me abrigue con pantalones de bolsas de portland
cosidos con aguja de colchonero.

De lo otro
me encargo yo.




CIUDAD  DE  REFUGIO    (Deut. 4:41 y ss.)

Mi tío Otto pasó un tiempito en el Hotel de los Inmigrantes
después se hizo relojero del infinito
en la calle Libertad.
Ahora habita un campanario en Notre Dame
y a veces pernocta en el Cabildo.
Ya le creció la barba, canta
mejor que un cantor de rock sin guitarra
porque educó su voz con el shofar del abuelo.
Suele visitarme con la primera estrella del viernes,
entonces disparamos al blanco
de nuestras propias sombras
con palomas en los pies.
Algunas veces acertamos
y las campanas vuelan solas
pero erramos más de las veces
por eso están resecas y marchitas.

Papá, en cambio, siempre fue maestro mayor de obras,
desde la escuela Teodoro Herzl viene haciendo cálculos
para vigas y hormigón armado.
Nadie como él para reconstruir un camino, una casa en ruinas
o para amoldar un par de zapatos
donde nos duele el amor.
Y todo en base al sonido del mar que lo trajo.
Lo escucho
cuando techan noche y día los ángeles guardianes,
 ramas que agita desde el cielo
con aquella vieja costumbre suya
de bendecir el hogar.

En cada mojón del camino, en todas las intersecciones
pone un cartel con su letra minuciosa:
“ Ciudad de Refugio”, “Ciudad de Refugio”
para que a nadie le quepan dudas
a dónde cobijarse.
Y es un camino amplio
por el que voy todavía.




LO QUE NO VEMOS NOS VE

“Descubre mis ojos y miraré las maravillas de tu luz”
Salmo 119-18


De pronto
Se abre una flor detrás del ojo,
un cuarzo
que nadie, ni Linneo, es capaz de describir.

Para papá, el constructor,
la flor es un puente con ventanas redondas
como las del barco que zarpó de Trieste.
Para mamá
es un idioma extraño
que le tocó develar pacientemente
entre sábanas y acordes de violín.
Y así para el resto del mundo que levanta vuelo en los andenes
cada uno, a su manera, con su flor.

Es así como Dios pasa por el hombre.



LOS  ENAMORADOS  VOLANTES  DE  CHAGALL

Rosaura empezó a levitar
en el 35,
cuando un ex soldado de Galitzia
llamó a la puerta de su casa
y cruzó entre lo permitido y lo prohibido.

“Cuando los dinosaurios cazan mariposas
con dedos de pianista,
es que se cierne un milagro”, dijo y abrió.

Desde entonces se parecen más uno al otro
pero juegan a no parecerse. Tal vez en eso
consiste el amor
y en desconocer las leyes de la gravedad, de la luz y otra minucias.

Todos los días los veo pasear del brazo
a cinco metros del suelo;
ya no tienen materia
la blandura del aire los convierte en profetas.

Ella,
paladar de caña dulce,
espléndida como las eras en vendimia.
El,
como un caballo troyano
sin estribo para el pie
en el espacio
de los tiempos venideros.

Ella, hija de José.
El, hijo de David.
Así me concibieron.



MILAGRO DE UNA PÁJARA

Una anciana florista de la plaza Cibeles
Afirma que una pájara migra tras los océanos de su cerebro
Y que gracias a la pájara
Pudo superar los 15.000 km del canto de amor de las ballenas
De modo que vino a caer justo en el balde de lluvia
En la escuela de Pozo del Tigre
A la hora exacta de servir los 40 jarros de mate cocido

Ave raris, esta pájara
Las rodillas iguales a las de mi abuela.
A pura guitarra sobrevuela la Aconquija, los patios de San Telmo.
Sin pronunciar un discurso ni una fórmula
Para multiplicar el pan y los peces
Acampa en el Pilcomayo junto a mujeres que bañan niños al margen de la historia. De tanto en tanto, improvisa nombres
Y caen ungüentos de lino para el alma.
Ybiripitá, por ejemplo. No es un satélite espía, ni siquiera un comando secreto. Ybiripitá
no es un escudo nuclear
pero ¿quién no se va a curar las arritmias de león enjaulado
bajo la fronda valseada del Ybirapitá?





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