jueves, 12 de noviembre de 2015

SALVADOR MADRID [17.482] Poeta de Honduras


SALVADOR MADRID

Salvador Madrid (Honduras, 1978). Es licenciado en Literatura por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Ha publicado el libro de poesía Visión de las cenizas (2004), así como La Hora siguiente, antología de la poesía joven de Honduras (2005). Sus poemas han sido publicados en Papel de oficio (Secretaría de Cultura de Honduras), Verso/ónica 20 poetas en su voz, Os rumos do vento (antología, Portugal), así como en diversas revistas y suplementos culturales de Honduras y Centroamérica. Ha participado en los principales festivales poéticos de Centroamérica. Ha sido fundador y coordinador de Paíspoesible, grupo de gestión cultural que abre espacios para el arte y la literatura en Honduras.



EN LAS CUMBRES

“Sabemos que no hay tierra
ni estrellas prometidas”

León Felipe



EN LAS CUMBRES, el astrónomo que tocar desea la hojarasca blanca del insomnio donde las luciérnagas cambian sus trajes cuando las estaciones se adormilan bajo los árboles de liquidámbar. Pero las luciérnagas no vuelven por el fuego, una vez en la vida padecen el síndrome de Prometeo.

Poema del ausente que llevó consigo la extrañeza y guardó la canción pequeña y bárbara hecha con las palabras del humillado.

Quien ve los campos de luciérnagas quiere ser libre.

Para ti escribo, anonimato febril que me convoca; para ti que sin ser mi conciencia conoces mis confesiones bajo los abandonados faroles al otro lado de las ruinas. Para ti que no conozco y que eres el artesano de las amarras que atan el invierno a las cumbres. No quiero apartarme de tu hombro, ni de tu descanso, ni de la feroz hacha que has dejado guardada entre los jardines. Permite esta canción en las tardes de frío. Y si viajero eres descúbrela en la sorpresa. Si huyes en las fronteras, memoria sea de la belleza que has abandonado. Yo igual que tú he abandonado la belleza. Yo igual que tú escuché la palidez de la carroña de las monedas y sobre las cumbres he cerrado los ojos creyendo encontrar la sabiduría de un instante.

Ahí donde la fuerza nada significa y no hay puertas, sino preguntas y laberintos bajo las arenas que tocan con su enigma las huellas del que va de paso entre la negrura; ahí quiero unir los pedazos del poema que no se escribe. He de aprender de ese primer resplandor cuál es mi lugar entre las palabras que hablarán del vacío, de ese rumor cansado en las playas que nos esperan, del agrio intento de las frutas golpeadas por el granizo.

Desde el abandono, oh cumbres de las luciérnagas, oh resplandor al cerrar los ojos, desde el abandono, porque dócil es la autenticidad de quien guarda silencio para habitar el silencio de las interrogaciones.





CÁBALA

Con palabras está forjada la gloria,
el amor con vestigios.
Mirador o abismo,
pero tentado el hombre asciende.
¿Qué barro lavarse en la altura,
en la voraz transparencia que induce al impulso?
No todo es signo, pero todo puede escudriñarse
como la silueta del monte contra la estrella,
como el rocío sobre un pecho vaciado.
La gloria ocupa palabras, el amor, una herida.
Secreta hay una espada,
manchada de sangre su herrumbre;
si fue honda la herida
y aún así pidió en la agonía mirar unos ojos,
la gloria tendrá su leyenda,
el amor, su indescifrable caída.





PRIMICIAS DEL VIENTO

Como otros me he detenido en los miradores a recibir al viento del sur,
a escuchar esas voces que por lejanas parecen sagradas,
a acumular la simiente de las últimas casas de los poblados,
a traer un poco de paz a mi rostro primigenio
y a esta simpleza le he llamado milagro.

Igual que otros en la médula del verano me he quitado la camisa
y me he bañado con el sonido de las cigarras,
con el beso de la mermelada hecha por mis hermanas,
con la procesión del viernes de ceniza, del que siempre renegué
y al que siempre vuelvo,
pues su calor es un acontecimiento que nos desvanece
y por un instante es capaz de convertirnos en minúsculos cementerios,
en pequeñas revelaciones del tiempo que pasa.

Igual que otros he vuelto al portal de una casa tenebrosa,
he escuchado el pregón del zapatero
y sus altas nociones de tachuelas, cuero y dientes rotos.
He puesto azúcar en mis labios, amor en la tarde;
he revisado álbumes de fotografías ajenas, leído viejos periódicos,
viejos anuncios de compra y venta de hace treinta años.
He escrito la palabra alegría con todo el empirismo,
pero con la gracia del poeta. He jugado a las cartas,
visitado a las rameras, me he emborrachado hasta perder las fuerzas
y hasta recuperar los sueños.

Y sin duda, como otros, también me he acobardado en las palabras,
he privilegiado a los ángeles y azarosamente renunciado a los hombres,
pero en otras ocasiones he despreciado a los ángeles,
los he atado con los cordones de mis zapatos
y los llevé a conocer las discotecas, los prostíbulos
y la miseria que hermosamente alumbra el alba en los basureros de la ciudad
para que se volviesen humanos en la hora nuestra muerte.


Como otros, sé del invierno, de sus extendidas pléyades de gotas limpias,
de su nomenclatura ideal puesta en el trueno,
de su desliz de arpegio, de su otra niebla
como inundado molino de los tiempos cuando el trigo era la gloria.

Y como otros
me he detenido en esta tierra armado nada más con veinticinco centavos,
valiendo nada más veinticinco centavos,
a observar el gran holocausto de las cifras
y la gran algarabía de los bonos de la usura.
Y en secreto he guardado botones de camisas que siempre me gustó usar,
cuentas pendientes, un libro de Saint John Perse,
el viejo candelabro de una abuela
que ya no sabe que flores escoge en la mañana
y me he sentido a los veinte un anciano que apenas mastica albahaca.

Y con menos sabiduría que otros, pero con mayor tentación,
he visto los tejados, los arrieros que traza el viento al anochecer,
las pérdidas de las cosechas por el calor o por la lluvia,
he visto el sur y sé bien que sólo es una palabra de huesos, de pozos vacíos
y de guitarras prestas a devorar dedos y lenguas, una vana geografía
donde el crepúsculo es la iniciación de una luz desmembrada.

He visto la esperanza, he sentido el tuétano de su estructura,
su feliz cercanía a Dios
y he dicho mierda.

Pero me ha dado en la cara el viento del sur.
Y me he acordado de los grandes cantos, de las grandes desgracias,
de las pavorosas asociaciones de la burocracia,
del filo de las manos que sostenían el puñal, de la euforia del plomo.

Pero es que el viento del sur es tan doloroso y tan limpio.

Y he visto mis uñas como pequeñas llamas estáticas
y he decidido buscar un camino entre las cenizas del anochecer
y la arcilla que calla,
entre las voces de los suburbios y la clorofila que se arriesga junto al asfalto,
un camino donde inicien las historias de los otros. Y he encontrado ese camino.

A esta simpleza le he llamado milagro.




FUGA DE LA CLOROFILA MUERTA

El otoño es algo más que un piano de hojas disuelto en el aire.

Más que una acumulación de labios
bajo los sauces de las planicies y de las ciénagas invisibles.

Hay en el paisaje lenguas escondidas
para saborear la alborada de la pesadumbre
y la sintaxis del afán en los surcos
y los caminos desiguales que dan al nacimiento de la luz.
Hay seres mendigos del jardín que sembraron junto al alba
y otros caídos en la herencia del rocío.

En el campo
aprendí a tocar las dormilonas, al mediodía,
a escoger la sal necesaria para señalar el camino de la siesta,
a saber cuándo el pudor se vuelve insomnio
y dónde la soledad aglutina ombligos y paladares
y dónde respiran aquellos
a quienes nunca les susurraron las palabras
ventana fiesta alegría.

La hecatombe de la clorofila en la tierra,
su pasto apenas sinfónico, es decir, su otoño, se ha borrado de mí,
y quedan nada más
los cascos de la intemperie sobre las distancias
y un hombre cuyos ojos anuncian que sí,
que las alondras y las catedrales
en la multitud de caminos y crepúsculos
jamás se adosarán al pan y al hartazgo.








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