miércoles, 4 de noviembre de 2015

RICARDO ARIZA [17.366] Poeta de México

Ricardo Ariza. Foto de José Omar Ornelas.


Ricardo Ariza

1973
Cuernavaca, Morelos, México.

Escritor, periodista y editor. Ha publicado el libro de poemas El título es consecuencia del azar (Colección El Ala del Tigre, UNAM, 1996). Y también el libro Física de cuerpos ausentes (Colección La Hogaza /5. Instituto de Cultura de Morelos, 2009). Así como la antología personal En donde la memoria arda. (INBA, CONACULTA, SEP, Editorial Eternos Malabares, 2013). Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (1997-1998) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2003-2004). Dirigió los periódicos Postal (2003-2007), El papel cultural (2008-2010). Ha publicado en varias antologías de poesía y cuento a nivel nacional y en Latinoamérica. Ha impartido talleres, conferencias y clases de poesía, narrativa, creación literaria, y periodismo. Ha publicado en la revista Milenio y en la Jornada Semanal. Fue jefe de redacción por dos años del periódico La Opinión de Morelos 2011-2012. Actualmente es colaborador de la revista francesa El Café Latino con distribución en Canadá, Europa y Sudamérica.



Toca la delgada piel de los días

Toca la delgada piel de los días,
las atmósferas de sábanas maduras
de todos los hoteles que han sido
recientemente abandonados.
Escucha el fragor de esos cuerpos
que oficiaron en sólidas arenas.
La física nos cuenta
que se convirtieron
en sutiles porcelanas.
Toca los frutos rasgados de la infancia,
las flores rotas,
las tardes de ángeles encallados.
Porque más allá,
otros también ofician
ritos más oscuros,
soles negros.
Qué terrible es la esperanza en estos días.
No hay palabra más teñida que las horas.



Cualquier día

El cuerpo se romperá.
Astillará las sábanas un martes. 
Olor a café supurarán las comisuras.
Náufragos se detendrán tus ojos en la página,
¿relumbrará el árbol de naranjas a pesar de las palomas?
¿Algo más que gusanos devorará mi carne sibarita?
La casa y sus frutos madurarán de noche
con el sol de abajo.
Habré amado intensamente el estallido,
explotando,
pozo sin reposo,
siempre quieto, siempre ardiendo,
siempre fondo sin pozo.
El día en que perderé mis ojos,
¿mañana, tarde, primavera?
Recordaré las catedrales y las ciudades visitadas.
Como si en ello se me fuera la vida.
Un día cuando deje de llamarle,
y sólo sea el viento que dobla la calle,
semáforo para las nubes,
esencia Chanel No. 5 en algún cuello rosadito de diamantes
o, cuando sea absolutamente necesario,
igual que una tortilla con frijoles en Tijuana.
Mi nombre no lo dirá la lluvia,
no lo dirá el Kiosco, el puesto de periódicos,
no lo murmurarán las secretarias,
no dirán mi nombre las bocinas de ofertas,
los pasajeros buscarán un destino en los cristales,
un día con mar soplará en mis huesos húmeros,
y subiré, supongo, a ese autobús,
con la alegría de quien lleva su boleto.



Otro

Otro será el que mire las calles y dibuje entre miradas
las catedrales, otro será el que imagine tiempos
de realidad escrita y tiempos en edición bilingüe.
Otro atrapará la noche, otro caminará sobre tus zapatos.
Alguien desconocido leerá y dejará abiertos tus libros.
Otro beberá agua en la madrugada y se quedará pensando,
mirará por la ventana el tamaño de una estrella,
congelará las verduras y el pollo
en el lugar menos indicado,
probablemente incendie la casa,
quizá retoque tus fotos y nunca repare la tubería.
Otro, ajeno, enemigo de tus buenas costumbres
se reirá y revolcará en el piso,
liberará tus monstruos sagrados,
bramarás espuma desde el lunes,
ensuciando las calles de estiércol boscoso,
las calles oscuras que otro camina,
las habitaciones de paso que nadie alquila.
Sin sombra te arrastrarás hasta cavernas.
La ciudad desaparecerá cuando el tequila
recorra tus labios
y las luces de amarillento plasma
borren tu rostro y te devuelvan el tuyo:
No serás tu padre, no serás el hermano,
ese no ser te reconforta, incluso has dejado una propina.



Los poetas de setenta años

A través de sucesivos puntos cardinales
un abrazo inmenso en la plenitud de la noche
acaricia el estilo de los poetas de setenta años.
Cuando están solos son el diablo.
El sol y los niños amarillos
tienen para los poetas de setenta años
un sabor cercano al olivo.

El fuego del mundo
participa a sus legiones
la gran cosecha de cuerpos enamorados
si los poetas de setenta años
abatidos en el fulgor de la luna
inciertos
enredados
en el rumor de las olas
desdibujan
en el incendio de la memoria
las palabras recordadas
las caricias
los duraznos
todo lo que ahora es nada
y se nos escapa.
Desprendiendo poder y bosques
la noche se mueve supersticiosa
contra el avance de parvadas.
A ciertas horas desaparece la noción de uno mismo.
En ciertos sitios frente al espejo
se diluye el rostro en flores negras
nada resplandece tanto como una sombra.

Los poetas de setenta años nos miran a través de noches.
Viajan en carros tirados por miedos
imaginan labios y ciudades
piensan cosas sencillas
recuerdan puertos.
Ellos
son la estirpe inconfundible
de acechadores vibrantes
cuando están solos.

Nada es igual después de los setenta años
la piel se quiebra como un trueno
el mar se abre ante los pies como en los sueños
la tormenta resucita en el recuerdo de un cuerpo enamorado
como una flor se abren los brazos de la muerte
llega en bocanadas nocivas la impaciencia de la memoria
el otoño de páginas celestes aún no escritas en el tiempo…
Los poetas de setenta años
bailan sobre caballos ciegos.

De soledad hacen su cuerpo
nos visitan
siempre a solas
cuando nos enamoramos
cuando nada nos hace sonreír.
No es el vuelo de fragancias mudas
a través de la soledad que a penas
como el harapo
de un acorde de guitarra
humo
y sueños
nos cobija.



Marginalia

Visiblemente trastornado
Eras ángel del atardecer
Dibujante en alas de acetileno
Que no contemplará la furia
De tantas páginas escritas.

El laberinto de los días
Se abrió para ti
Con la clave designada
Y vivir era estar atado a la melancolía
De un constante ir al tumbo de los mares.

Animal de juegos en barcos de papel
Que atracaron más rápido que 
La isla en dibujarse en ese mar ignoto
De la infancia.

Eras sólo el traje de luces
Que vistieron tus años niños
Entre alevosa utilería de fantasmas
Las horas muertas frente a la ventana.












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