martes, 7 de julio de 2015

RANJIT HOSKOTE [16.486] Poeta de India


RANJIT HOSKOTE

Teórico, crítico de arte, poeta, traductor, y curador, Bombay.

Hoskote nació en Bombay en 1969, y es un importante comisario artístico, teórico cultural, además de poeta y traductor. Su obra poética abarca varios títulos, recopilados en dos volúmenes: Vanishing Acts –Escapismos– que abarca sus poemas de 1985 a 2005 y Central Time (2014). Ha recibido por ellos numerosos premios tanto en India como en el extranjero, entre los que destacamos el Golden Jubilee Award de la Academia de las Letras de India (la Sahitya Akademi).
Dentro de su labor como comisario de arte, ha organizado más de 22 de exposiciones, con algunos de los principales artistas del subcontinente, como Atul Dodiya. Fue también responsable de la muestra del pabellón de la India en la Bienal de Venecia de 2011.  
        
Su labor de traductor y editor apunta hacia el pasado y el presente a la vez. Su traducción de los poemas de la mística de Cachemira Lal Dev (1320–1392), con el título I, Lalla (2012; puedes leer una reseña en inglés aquí), ha recibido elogios tanto dentro y como fuera de la India, por su esfuerzo de traer al presente a una importante autora de la India clásica.  Al mismo tiempo, editó los poemas del poeta Dom Moraes (1938 – 2004), una de las figuras fundacionales de la poesía india en lengua inglesa.
               
Finalmente, Hoskote ha escrito un ensayos muy interesante junto a Ilija Trojanow sobre el que nos ocuparemos más adelante: Confluencias. En él los dos autores se dedican a desmontar la hegemonía cultural occidental a través del recuento de ciertas historias y confluencias entre Oriente y Occidente que han sido olvidados.
             
Hoskote dice reconocerse en el espíritu cosmopolita, inclusivo y dinámico de esa metrópolis inmensa que le vio nacer, sobre la que escribe en 2005: 




Marea
Bombay, Julio de 2005.

El agua traza una línea alrededor de las cosas que amábamos.
Desplumo pájaros muertos de la colada y quemo las plumas.

Pertenezco a este lugar, en mareas
que se acercan hasta mis pies como una manta de concha.

Odio esta ciudad junto al mar, pero aquí he de morir.



              
Bombay representa, igual que Hoskote, la vocación de modernidad del sur de Asia en la actualidad. Una ‘contemponaeidad no occidental’, como dice el autor, abierta a todo tipo de influencias, pero también crítica con la propia identidad india. En los poemas que vienen a continuación, Hoskote articula su particular visión de la historia y la modernidad de la India, a través de un lenguaje marcadamente metafórico que, como apunta Douglas Messerli, “no representa tanto una regeneración de la percepción como una explosión de la misma” 



Un nativo de retorno
                                                                de Tiempo central.

En sus sueños, le crujen los pies sobre una alfombra de piñas, 
sus fosas nasales resplandecen con el aliento fétido del leopardo.

No ha olvidado los pimientos rellenos del khansama,
Los suaves pulaos y los chiles como puñales

Su lengua está tapizada con lecciones de criollo ,
camina por la playa, una vez más,

un hijo oxidado recitando desde una cartilla,
preguntándose qué son las ciruelas de damasco,
y qué significan palabras como asfódelo.

*
  
Las palabras ya no encajan en su lengua:
las vocales duelen, las sílabas le obstruyen
la boca. Ha estado demasiado tiempo fuera.

Dice Ruh, y quiere decir quietud;
los hombres que comparten la mesa oyen ruh,
que quiere decir alma. ¿Es este el destino del mutante?

Cuando hablo, ellos imaginan otra escritura,
y responden, no a mi, sino a lo que piensan que soy,
se queja a las avenidas y a las fuentes que conoció

Sus imprecaciones se funden en el azul
del brillo del verano.
Los letreros de las calles están escritos
en otro color.

  



El peso de la historia
                                                                de Escapismos.

Un pájaro se posa en una rama
del árbol de la furia:
un árbol tan grande como la India.

Duerme ahora.
Puedes verlo
si inclinas la cabeza.

Está agachado dentro
del pisapapeles ámbar
de mi escritorio:

encogido, esperando ser puesto en libertad.




La lectura

para Charles Simic

Debería haber quemado mi sombra en un muro
para recordarles que había estado allí
y una traza de hojas para dar suerte
o por si acaso

y haberme marchado dejándolos así, con ese tono tan dramático
hacia una mañana de lluvia y distancias verdes
que mejor quedan inexploradas. O calculadas por techos
que podrías derribar con un palo puntiagudo.

Pero todo lo que hice fue leerles un libro
clavado a una mesa oscurecida por siglos de codos,
sonriendo al círculo de oyentes a mi alrededor,
dejando caer casualmente mis gafas en la última página.

Me anudé la bufanda cuidadosamente antes de salir
y dejé una manzana sobre la mesa al final.


Traducciones: Nuño Aguirre.
http://www.blog.aravali.es/search/label/Ranjit%20Hoskote





Ghalib en el invierno de la Gran Revuelta
Delhi, 1857

Los nietos asesinados del emperador yacen colgados
en la Puerta de la Paz como campanas silenciosas
y los rifles taladran el aire sentenciado.
Mi vecino, el flautista, se cortó las venas anoche,
quemando su libro de oraciones antes de morir,
fiel a un Dios de tonos sutiles
malgastados en gente sorda.

Ghalib le escribe a un amigo:
A nuestro alrededor, las furias montan sus caballos en llamas.
Es como si Timur hubiera traspasado de nuevo los muros
de Delhi, sus soldados de bloques manchados, apilando
pirámides de calaveras en las calles,
un ábaco de huérfanos para computar
los beneficios de la traición, los castigos de la derrota.

El cañón, único trueno, escribe Ghalib, y sin lluvia alguna.
Los artilleros que agitan la bandera de San Jorge
han expulsado a los nobles de sus mansiones carbonizadas,
encadenado a los campesinos al arisco río.
El artesano del cobre llena el cielo vacío
con la privacidad de su pena/dolor,
mientras toquetea una rama muerta.

El amigo, con un espía mirando por encima del hombro, le responde:
¿Cuándo te convertiste en un poeta de adjetivos
posado en los tejados de una casa en ruinas?
Ghalib, el búho debe esconderse por el momento en el tamarindo,
pero el genio del caos se marchará pronto de permiso. 
Dices que tu tintero está vacío, pero tu pluma seca
aún se aferra a las fibras del corazón.

Un boticario puede drogarse con lírica,
responde Ghalib, y un tigre puede desaparecer
en la selva de los sueños de su cazador.
Pero la pluma seca es un reproche y este crudo invierno
podría ser la tumba viviente de mi canción.
Envía papel, amigo, estoy escribiendo
en las últimas páginas de mi diario.

Traducción: Nuño Aguirre
http://www.blog.aravali.e




Footage For A Tranc

The hours stop in my veins.
Evening falls, a spotted tissue
draped across dayglo streets.
The clocks go on marking
the time in another city
where the trains still run,
taking people home.
Over my shoulder, I see my country vanish
in a long unfurling of cornflower-blue sky.
My limbs are clear as glass.
The wind grazes my shoulders,
the animal buried in my voice
wakes up and growls.

Script thrown away, I'm on my own.
The detectives will find me
when a rainbow prints itself
on the litmus sky at noon.
I clear my throat,
the movie stops.
The hours have stopped in my veins
but late-night travellers rush past me,
through me, to reach the midnight express.
My country's been swallowed
by a sky darkening to cloud and sleep.
The sixty-four saints have formed a caucus
of havoc birds, the rainbow is a stanza
they refuse to sing. Close to the tympanum,
the horseshoe weather taps cryptic clues.
On every clock-face,
the hour hand and the minute hand
go on mating.
Wakeful, all eye, the havoc birds read
the scroll of earth unfolding,
every fleck a signal:
prey, home, danger,
hiding-place.
From a great height, each bird watches
its shadow falling
to its death.
I vanish, again, in the darkroom.
A lamp exposes
my heirloom bones.
On a park bench,
a gardener finds a surplice,
drooping, ravelled at the seams:
my skin, abandoned in flight.
Where I am is a boat without a pilot,
sculling through cold water.
Start again. There is no safety in numbers.
The sixty-four saints stand paralysed
in the authorised version of the legend.
No footnote explains the hunting songs
or the red skein curling downhill
in place of the river.

[For Shuddhabrata Sengupta] 




A Poem For Grandmother

A door. A stair. And two steps inside that dark,
the straight-backed chair my grandmother sat in,
a lace net draped across its mahogany arm.
And on the table, a volume of stories
open at the flyleaf, its tissue quill-scarred.

The photographs seal her in a shell of relations:
the sepia corset would have her no more
than an empress delegating domestic chores;
in this room, imagine her gravely accepting
tributes of porcelain and sparkling brass
or setting tiger lilies afloat in bowls, or stocking
pots of pickled mango in the attic of summer.

But the wrong word kills, and empress is wrong,
an acrid graft on a delicate stock. Empire
was never her creed: grandmother had to learn
the principles of governance from practised hands.
She had to whet the brusque words of command
on waspish crones in the inner courtyard,
had to tame the peacocks in the garden
and dry the raisins of tact with aunts-in-law,
invalids who ruled from brass-bound chests
and serene beds of illness.

She grew up with her children, kept house
in a city of merchant ships and parade-ground strife,
made a home in the rain-gashed heart
of that world in whose lanes stowaway Chinese sang
the praises of their silk, and coolies peddled
cartloads of spices plucked for colder ports.
Like the poets of that city, she wrote in two languages,
spoke a third in polite company, the lines enjambed
over the trellises, the words trapped in porous stone.

She died giving birth to a daughter
on Armistice Day, 1931.
She grew into the earth, then, a storied fig tree
whose roots shot to heaven and branches burrowed
so deep they seeded a forest.

Giving consumed grandmother. Connected to her
by nothing more substantial than a spiralled thread
of protein, I wake some nights to find her eyes
staring at me from the mirror:
grandmother when she died, younger than I am now,
cut in half by the streetlight's glare.

Hoard your powers, she says, do not give
from the core, my son, do not give.
Giving spites the flesh, corrodes intention.
Most unreliable of barters, most memorable of sins,
giving kills. My son, do not, like Karna,
rip off the armour that is your skin.

[From: The Sleepwalker's Archive] 



The Postman's Last Song For The Moon 

You glide in plain view, gravity's nearest slave,
floating outside our windows, just out of reach,
an ice fruit we'd love to pluck
from the sky's jet branches.
What stops us is we know
the tides would roar and lunge, break their contract if we did:
wall-high waves rushing houses and stores, vaulting over gates,
an army of madmen dancing on drowned asphalt.

Rain-wrapped, fog-tangled, how easily we forget
oceans that have dried and shrunk
to ravines where the eye never settles,
the heart now never goes. Like the Sea of Tranquillity:
so wildly utopian we gave it to you,
tattooed it on your skin's acceptance.
Safe behind glass and our chartreuse curtains,
we watch it float by on full-moon nights and smile.

The mortgage of our nights and days is so quickly claimed.
You measure breath in the centuries it takes
to carve a pensive ellipse through space.
Messages conveyed, you dip below mouldy clouds
or submit with reluctance to an eclipse,
never more than half deciphered.
You keep your dark side hidden as you shine,
a riddle orbiting in the wide-open eye.

Sickle of the harvest, lantern of our last rooms!
Green moon of January nights,
you'll bark at our windows,
a dog begging for a bone
long after we've gone.
Other voices will wake up to answer:
survivors from the minefields of sleep,
they will pelt you with curses, extradite you to memory.

[for Jeet Thayil] 







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