Irma Torregrosa
(Mérida, México 1993). Es egresada de la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. Tercer lugar en el Segundo Premio Nacional de Poesía Jorge Lara Rivera 2010; ganadora del Primer Consurso Universitario de Poesía UADY y Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio 2012. Becaria de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2011 y 2012. Ha publicado en Círculo de Poesía, Revista Hysterias,Prisma Volante, Anders Behring Breivik. Estudia la licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Yucatán.
Imitación de la lluvia
I
Mi abuela guardaba su sonrisa bajo una piedra. No hay lugar más fresco y fértil que la tierra, la oía decir. Mis pasos de cinco años hacían crujir los corazones de la hierba, mientras el sol cantaba el paso de las horas.
La mañana, decía, acaricia las mejillas de los árboles, y sus frutos abren los brazos al viaje único de la caída. Cuando somos pequeños y no sabemos andar en bicicleta, también somos naranjas y ciruelas.
Ojalá nuestros padres hubieran sabido que debemos ser como la fruta o la lluvia. Que caemos en la infancia para hacer fuertes las rodillas y caemos en la juventud como un fruto que espera desintegrar su cuerpo para hacer fuerte la tierra.
Que caer es más que una ley inevitable, que ni la noche ni la luna se salvan de los tropezones y mordidas de las aves. Que el sueño se ramifica y teje una hamaca para las luces, que también cayeron dormidas.
II
El cielo se quiebra como quebré la piedra donde estaba la sonrisa de mi abuela. La lluvia danza alrededor del sitio exacto donde ella decidió enterrarse. Quizá vino a parar a este patio por algún ave que trajo su semilla recién germinada, y decidió dejarla.
Y mi abuela era una fruta que abría sus brazos al arte de la caída. Y cayó en los brazos de sus padres, en los brazos de sus amores, en el llanto de mi madre-semilla, que continúa cayendo en las trampas de la cotidianeidad.
Yo no recuerdo la primera caída. Quizá porque el dolor y la sangre también aprenden a caerse al suelo, y a levantar los pedacitos de piel que dejamos en el pavimento. A tomar la bicicleta y poco a poco temerle menos al piso.
III
Mis caídas se parecen más a la lluvia. Aun así, algo llevo de la tierra en mi cuerpo. Algo tengo de semilla y de fruta. Mis brazos son tímidos al abrirse al viaje único de la caída.
Todavía observo con detalle los trayectos de las gotas en la ventana. Panteras inesperadas y traslúcidas, como el arañazo tímido de las luces matutinas.
Imagino que mi cuerpo se desliza con torpeza en algún parabrisas y que las otras gotas danzan alrededor del sitio exacto en donde he decidido caer, imitar el baile que realizan como antesala al precipicio.
Los raspones en mis piernas traen de vuelta a la infancia llena de flores y tierra humedecida, donde mi abuela se ha enterrado para beber la sangre que brota de mis rodillas lastimadas, de mi cuerpo que alimentará la nota roja de mañana.
Plegarias
I
Ahí estás.
Callada.
Sin parpadear.
Atada por tus propias manos
miras todo como un cordero
porque no puedes mirar de otro modo.
Son tus hijos,
hechos de barro y de maíz:
la carne sólo es un vestido.
¿Cómo mirarnos, madre?;
¿cómo vas a poder mirarnos si
te han vendado los ojos con sangre?
Mi propia sangre
es lo único que sacia mi sed.
II
Vuelo por mis calles y canto.
Fuerte, alzo la voz para que sepan que estoy viva,
pero nadie me escucha, madre.
Todos me oyen pero no existo,
soy un fantasma de carne
que deambula por una ciudad
que no existe, porque no se oye a nadie,
no se oyen los reclamos, ni los miedos
ni los pasos de los fantasmas que cantamos
para que sepan que estamos vivos.
No quiero enterarme de nada.
No quiero ver mis grietas
y enterarme que ya no siento:
de que probablemente mi piel
se haya vuelto arena sucia,
entre los pies que corren
de ese monstruo llamado nosotros.
Las calles también se esconden,
la casa ya no es segura.
¿Dónde esconderse cuando todo es polvo?
III
No voy a permitir que tu recuerdo asome la cabeza
porque si lo hace lo mataré enseguida,
ya no se otra cosa sino matar:
soy el único ser que necesito para estar vivo;
sin embargo, soy de las vidas que colecciono.
No se hablar tu caricia, madre.
El vestido que me has dado
no es suficiente para que me llamen hombre;
ese beso de luz en mi vista está muerto,
me lo he arrancado a balazos,
el lenguaje de mi tiempo.
Epílogo
Callada estás, amada tierra,
y lucho por romperte las mordazas.
Que no sea mi voz sino mi cuerpo el que te hable.
Agáchate, apártate de ellos.
Estos hombres no son tus hijos,
no te fíes de sus promesas,
que ya no duela si no te escuchan:
somos fantasmas, madre.
Estoy muerta y no lo notas.
Le han volado la cabeza a mi humanidad.
La dignidad la he perdido por cobarde,
y mi canto por ingenua.
No rechaces mi cuerpo, te lo pido.
No rechaces mi aliento, madre:
alguien recordará que existes.
Soy de los primeros en caer,
resiste.
Carta para ELE
Estás en el mismo lugar en que te sueño.
Mis pies dibujan los pasillos,
las páginas en que te busco.
-En algún punto y coma,
O en la luna de Sabines,
O en Pitol y su memoria-
Tantos caminos existen
para hallarte en la poesía
y te vas a posar en la hoja
que crece en este grano de arena.
Sin embargo, llega tu voz
y hierve el café por las noches.
Optamos por los besos a distancia
(de los que no cuestan caro, pero saben rico)
que nos tocan la nariz, como lluvia.
Descubres que te has vuelto carne
-porque tienes sueño, estás mojado
y tus alas se han ido-
Te dejo la llave bajo la puerta del sueño:
cuando tengas insomnio eres bienvenido.
12:30
Doce y media. Cómo pasan las horas.
Encendí las estrellas
me senté aquí.
En esta luna
sin leer ni hablar.
El silencio es un manto que me abraza
me hunde en sus cabellos
como a un gato en busca de su origen.
Teatros y cafés que una vez fueron
calles que olvido.
Los adioses tuyos,
los míos,
los llamados apenas atendidos de la ciudad.
Tu perfume de hierba acaricia mis pestañas
y vives
en la luna,
en mi cabeza,
en mis manos.
Doce y media. Cómo pasan los años.
Instructivo para amanecer
Abrirás los ojos
y escucharás las gotas
tras cortinas;
verás como mi espalda se dibuja en la luz
sobre tu cama.
Buscarás la noche entre las sábanas
y no hallarás mas que agua,
mariposas que se evaporan entre los dedos.
Toseré un poco, no debes preocuparte,
igual y es el reloj que ha parpadeado
o tu caricia que se ha salido de mi sueño.
Llenarás tus ojos con la piel
y buscarás la manera de quedarte,
de verme desnuda, con un puñado de sol
(en la mano) que no se va,
que nos toca a la puerta.
Despertaré y te habrás ido:
fuimos un punto en el mapa,
un sueño,
una llama.
Usos del paraguas
Por la tarde, una sale a cumplir los pendientes y descubre que le extraña. La lluvia cae
fuerte mientras camino hacia el paradero del autobús. Abro el paraguas y
(Sonrío y llueve más fuerte: el recuerdo moja mis pies.)
todo el trayecto se llueve hasta pintar las calles del centro. Bajo, y paso a paso voy cayendo
en la cuenta de que yo compré este paraguas porque estaba en mi mapa. Yo estaba en el
suyo y usted no traía un paraguas. El mío es lo suficiente para ambos, le dije.
(Caen, caen, caen recuerdos como pintura- caen como nosotros, como estrellas, como
besos-y temo hallarte en cada gota. Las líneas de la acera las dejan correr, perderse,
alejarse: transformarse en mariposas para que vuelen).
El paraguas susurra al viento y yo me pierdo entre los edificios en los que le imagino:
(Ahí está, camina hacia donde estoy y se va, así como llegó. Así como regresa, así como se
vuelve a ir).
Yo no lo sé, pero tal vez este paraguas es tan grande porque también me esconde de usted:
paso a través de todo eso que me llueve…. a quién engaño, pues:
Nunca regresó esa parte de mí que se fue en sus ojos el día último.
El paraguas y yo hemos caminado no se cuanto: las fotografías.
(Me toma una fotografía con el paraguas que a usted le encantaba jugar mientras fingía
que cantaba bajo la lluvia como Sinatra).
El sonido del tráfico es el piano de Calamaro que suena en este andar.
Usted, a pesar de que le olvido en cada paso, está. Me sigue, o tal vez lo imagino para no
sentir nostalgia.
Llego y no soy capaz de correrle. Dejo el paraguas en la puerta del lugar: le dejaría por un
rato y probablemente se me olvide.
Ahora no puedo: me sigue lloviendo.
Morning sun
En mí no florece la mañana.
La observo subir a las narices
de los que trabajan todo el día
o toda la noche
o toda la vida.
Florecen los colores de las casas,
los besos de despedida
que no conozco
y la risa de los niños en la escuela.
En mí la luz no dibuja nada.
Solo invade mi habitación
para hacerla interminable
la espera del que no regresa
del que nunca estuvo.
La mañana no toca la puerta,
se mete por los ojos
y destierra de mi
todo lo que no sea soledad.
Extraviarse
Nadie vuelve de vos a lo que fue, dice Gelman.
Nadie en esta sala se atreve a negarlo. Sin querer su voz dibuja tus pasos bajando la escalera. La calle, doblando la esquina y nadie vuelve de vos a lo que fue. Mis párpados dibujan tu sonrisa, lejana, verdadera. El frío nos hace más sinceros, decías. Que tu habitación es mejor que la mía porque tiene vista a la madrugada. Que cuando quisiera hallarte me sumergiera entre el desorden, y que allí estarías, esperando. Entre las calles mías que ahora están repletas de la voz de Gelman que dice que yo no vuelvo de vos a lo que fui. No hay cartógrafo para nuestras voces, no hay respuesta para nuestras cartas.
Camino sobre tu silencio y llego al sillón, a la aventura de la incertidumbre. Al instante en el que dudo si apagar el café o dejarlo consumir, para que al menos la casa te recuerde conmigo cuando le platique lo que dice Gelman, pero yo creo que nadie vuelve de vos.
Nadie pasa bajo la lluvia sin herirse.
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