viernes, 1 de agosto de 2014

CHIRI MOYANO [12.608]


Cristian Moyano Altamirano, Chiri Moyano

Nace en Quebrada de Alvarado, CHILE en el año 1974. 

Ha publicado los libros: 

-Hace siglos que no iba a la ciudad (1998) 
-Taciturno (1999) 
-Las cosas de magdalena (2002) 
-Las confesiones del caballero andante (2004) 
-El olivar (2011) 
-Todo Cocido a Leña, bajo el sello de Editorial Inubicalistas, texto que fue merecedor del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes 2014.

También ha participado de investigaciones sobre religiosidad popular, ha recopilado relatos campesinos del cordón La Campana, y últimamente ha documentado oficios estacionales al interior de la V región.







Presentación de El Olivar
(Chiri Moyano, Ediciones Cataclismo, Valparaíso, 2011)

Por Felipe Moncada

El hecho que se realice la presentación de El Olivar, en la Escuela de Quebrada de Alvarado, donde también estudió el autor, creo que tiene un especial simbolismo. Estamos acostumbrados a que las obras de creadores de provincia, aspiren a exhibirse en los centros urbanos más cercanos o en la capital, legitimando de alguna manera una paternidad, de la cual no siempre el centro es el culpable. Presentar el libro en la comunidad donde nació, estudió y vive Chiri Moyano, nos remite a épocas en que el poeta es quien canta las tristezas y alegrías de su aldea, en un lenguaje sencillo, de manera que nadie sea excluido de su mirada sobre las cosas.

Otros poetas nos podrán deslumbrar con hallazgos de elementos retóricos, con la importación de temáticas o estéticas, con la articulación de discursos de margen bendecidos por la universidad, con su dominio de técnicas de vanguardia, en fin, hay hablantes para todos los gustos, pero lo que Chiri nos recuerda con su poesía, es el vínculo íntimo del hablante con su comunidad, con el origen simbólico que lo hace real y nos replantea la posibilidad de que un poeta esté sustentado por su coherencia, por sus actos, en el supuesto que estos tengan un sentido, más allá de su ubicación dentro de una literatura comercial, o el glamour adquirido en las ferias y que sirve solo para adornar el vacío. Pensamos en el poeta como la persona que devela un mundo, no como un redactor de discursos, o un gramático que accede al poema como si se tratara una pieza de relojería.

En ese punto me gustaría citar a Heidegger, cuando en su ensayo acerca de Hölderlin y la esencia de la poesía, se pregunta: ¿Qué es el hombre? y responde: Aquel que debe mostrar lo que es…, Pero ¿qué debe mostrar el hombre? Su pertenencia a la tierra. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y aprendiz de todas las cosas. ¿Por qué sacar a colación a un filósofo alemán con respecto a un poeta de Quebrada de Alvarado? Y es que ambos hacen referencia a lo terrestre, a lo esencial, a la transmisión de las tradiciones, a establecer un diálogo de temas profundos de la existencia con un lenguaje sencillo. Sobre esto último, agrega además el alemán: La palabra esencial, para entender y hacerse posesión más común de todos, debe hacerse común.

Los temas de la poesía de Chiri, han sido a lo largo de sus libros; el amor, la familia, la lucha por la sobrevivencia. Todo ello en contraste con la irrupción del neoliberalismo, la industrialización, la explotación, la extensión de las ciudades. Su escritura está marcada por la resistencia frente a la pérdida del sentido, proponiendo como respuesta el arraigo a la tierra y la dignificación del campesinado, pero también a la cultura callejera, al viaje como aprendizaje, y su rechazo total, pero lírico, a la brutalidad de un sistema que proclama la muerte de la semilla, la venta de la tierra, el desprecio por formas de vida que se desenvuelven en el sudor de la faena.

El libro El Olivar comienza con un capítulo llamado Rezos, donde desarrolla su noción de lo sagrado, lejana de cualquier liturgia o catecismo, más bien, se trata de lo profano puesto en el lugar de las preocupaciones trascendentales, pues comienza el libro con la pobreza mirándose en el espejo. Es en el barro, en la miseria, en un espejo roto, donde Chiri encuentra símbolos que representan la pureza, lo cotidiano, y el verdadero sentido religioso en la preocupación por el otro, como en el poema en que la madre reza por Dios, sin que él tenga un gesto similar. En general, se trata de poemas que hacen sentir el lado amargo de la existencia, como cuando confidencia al lector:


Para qué vamos a engañarnos 
sacándonos la suerte entre gitanos
la verdad es que no le hemos ganado a nadie
somos una metáfora que no se puede mantener en pie
ni con su propio peso
somos una bolsa de caca tirada en la vereda
(Metáforas)


Esa suerte de amargura es la que predomina en el primer capítulo, pues como afirma en el poema Epitafio, la poesía también es una daga que corta orejas largas y feas. Aquel temple se mantiene en el capítulo titulado Dos animales que se aman en tiempos difíciles, donde se habla sobre amor, pero de ese que no siempre resulta, del tiempo de los distanciamientos, de estar con el ánimo por el suelo, de la ternura que rescata a la pareja de la destrucción, de la soledad terrible que no se desea.

Creo que el título del libro es muy acertado, pues en el tercer y último capítulo: El Olivar, es donde Chiri desarrolla su visión de manera más completa. Se trata de una secuencia de nueve poemas, nueve momentos, en que realiza varias cosas a la vez: narra la historia de una arboleda, de una familia y justifica la opción por el arraigo, frente a vender la tierra y formar parte de la maquinaria, de la mismidad como lo llamara el anarquista contemporáneo Hakim Bey.

El olivar lo planta Enrique Altamirano a pata pelá, y en él ocurren las más singulares situaciones: pasan monociclos con alas y fantasmas de malabaristas, las lechuzas y los tordos beben sangre de los frutos, se hunde el esqueleto de un río, una mujer hace fuego para pasar agosto, fuma y canta una canción de cuna, se aparece un niño ahorcado, los amigos poetas duermen la mona en una hamaca, se crían los hermanos y en los tiempos de guerra y sequía, balas calibre 38 silban en medio de la pobreza.

Lo que ha hecho Chiri Moyano es crear la epopeya de su familia en la palabra, resistiendo en una tierra yerma, y en aquello, ha narrado la historia de miles de familias campesinas, que luchan por mejorar sus condiciones de vida en las laderas de un cerro, en una caleta de pescadores, a la orillas de un bosque talado. Y es que la condición de naturaleza amenazada es otro fantasma que ronda el libro, con respecto a esto me gustaría citar a Luis Oyarzún en Defensa de la Tierra, cuando habla de los males del campo chileno:

No solo las semillas que vuelan por los aires o que caen en los surcos fecundan la tierra. También la empreñan los rituales, las imágenes de los hombres, las hadas y los elfos. Por eso también nuestra tierra se nos empobrece, se nos escurre entre los dedos y se desmorona debajo de nuestros pies. ¡Oh, tierra nuestra sin fuego interior, tierra opaca, espejo nuestro!

Y es en ese espejo nuestro, de campo sobreexplotado, latifundista, ahora con la amenaza transgénica, con robos de agua, embriagado de pesticidas, con faena mal pagada, pero también con tradiciones humanas y labranza, es donde Chiri apuesta por la fundación:


El olivar gira en torno de mitos y leyendas
de una familia a cuatro generaciones
llevando una vida de oxígeno, comida y pala
una vida de sombras, de espinas dolorosas
algo así como una carga de cruz de una historia que no te pertenece
(El Olivar, II)

Sin querer hacer el árbol genealógico de las influencias, estos poemas nos recuerdan a veces al Machado que canta las riberas estériles del Duero, a Pezóa Véliz en la ironía y el descarnado relato social, a Parra en lo coloquial, a Rokha en lo trágico, y sobretodo, creo yo, a otro poeta campesino, que levanta su sombrero desde la vieja república española, me refiero a Miguel Hernández, que si bien en el uso del lenguaje pueden tener muchas diferencias, hay una sensibilidad que los hermana por ser conscientes de los ciclos de las cosechas, de los trabajos, de las hierbas del monte, que al fin y al cabo son los ciclos astrales que mueven al hombre, como lo observara Hölderlin en su reposo final de Tubinga.

Podríamos dar miles de vueltas en torno al simbolismo de los olivos, desde representar la fuerza y la fertilidad en la antigua Grecia, aparecer en la boca de una paloma tras el diluvio en el arca de Noé, volver a brotar como oratorio en el huerto de Getsemaní y representar la paz en el hipócrita escudo de las Naciones Unidas. Pero creo que los más cercanos al mundo de Chiri, son los que se relacionan con la fertilidad, la trascendencia, la longevidad, el esfuerzo, por eso me viene a la mente un poema que el ya citado Miguel Hernández dedicara a los aceituneros de Jaén, durante la guerra civil española, cito las tres primeras estrofas:

Andaluces de Jaén/ Aceituneros altivos,/ decidme en el alma: ¿quién,/ quién levantó los olivos?// No los levantó la nada,/ ni el dinero, ni el señor,/ sino la tierra callada,/ el trabajo y el sudor.// Unidos al agua pura,/ y a los planetas unidos,/ los tres dieron la hermosura/ de los troncos retorcidos.

Así el olivar viene de Andalucía a los pueblos rurales de Chile, a las quebradas del norte chico o los faldeos del Valle de Aconcagua, arriba, donde se ha vivido del fruto de este vegetal que soporta dignamente las sequías. ¿Qué nos muestra el poeta de Quebrada de Alvarado en su mirada?, escuchémoslo:




Ha quedado el esqueleto de un río
            en medio del olivar
y con el tiempo
            las piedras empezaron a enterrarse
entonces brotaron flores
con colores e himnos anarquistas
            y pintó la aceituna en el árbol
            y las comió el tordo
            y las comió mi madre

y de ahí nosotros amamantamos
y somos lo que somos

(El Olivar, IV)



En ese poema, creo que se ve clara la filiación de la tierra con la fundación del ser, en el amamantar del fruto al igual que el tordo, una misma carne nutricia que a la vez es resistencia.



El silencio negro de estos olivos
son sueños donde suele aparecer
un niño llorando         violado
… (que más tarde se ahorca
en una mata de olivo).

Y pájaros
que cagan, comen y cantan.






dedicado a la poeta Axa Lillo:

Cuando la piedra se enferma
y se envenena
y se encrespa como un caracol pisoteado
saca gritos urgentes de auxilio                       vomitando
                        pedazos de vidrios agridulces
                                               y fotos de infancia
para echarse a volar cantando
como una enredadera arañando por las paredes.








ESCRITURA COCIDA A LEÑA
Presentación del libro “Todo cocido a leña”, 
de Chiri Moyano
Por Bernardo González Koppman
Ediciones Inubicalistas 2014


Un libro breve pero intenso es el que nos ofrenda Cristian Moyano [1] en su último trabajo “Todo cocido a leña”. En su conjunto son 24 textos, algunos apenas de cuatro o cinco versos, agrupados en tres apartados o capítulos (“Sueños de barros”, “Recuerdos de trigo” y “Vida de piedras”).
La escritura de Moyano presenta rasgos distintivos, que la hacen peculiar en el concierto poético chileno actual; a saber, resalta su simpleza extrema en la construcción de las imágenes, todas arraigadas semánticamente al quehacer artesanal, bordeando a veces lo prehistórico de la recolección, el arreo, el piso de tierra y el arado de palo. Utiliza el habla de la tribu en su variante rural, lo que nuestro autor se encarga de dejarlo bien claro y preciso; es el habla del campesino pobre que resiste a la invasión de la vida moderna con todos sus embelecos, modismos estos que pretenden despojarlo hasta del nombre originario de las cosas que ama. Así construye esta obra, con una temática que nos rememora a un tiempo pretérito donde los gestos humanos se enraizaban en los sueños de las materias elementales [2].
En el primer apartado, “Sueños de barros”, el autor se sitúa con todos sus pertrechos en el territorio de su canto, Quebrada de Alvarado [3], y relee la historia en “versos escritos en la pared de abobe”. A poco andar por esta propuesta el poeta nos despoja de un sopetón la mirada paternalista, romanticona o escapista de lo rústico arcaico que representan para los pijes citadinos las faenas humildes de su parentela. Creo que estamos frente a un realismo sucio rural, como queda de manifiesto en el poema 


Vives en el campo 

Todo no se puede en la vida. 
Vives en el campo 
pero igual los gatos de mierda 
se mean y cagan dentro de las casas. 


Hay un dejo escéptico, aunque no derrotista, en su visión de mundo; y es que no podría ser de otra manera, dada la ambición desmedida de turistas y parceleros acomodados que le echan el ojo a estas bellezas naturales para su afán y esparcimiento. Este cuerpo nos instala en los motivos esenciales de su Poesía.
En el segundo capítulo, llamado “Recuerdos de trigo”, encontramos la hermosura de lo auténtico en versos rotundos, consolidando definitivamente una escritura cocida a leña que trasciende con mucho el signo, la grafía; así, al adentrarnos en estas páginas vamos reconociendo paso a pasito vocablos llenos de significados y símbolos rupestres casi. Poesía de alto vuelo hallamos en este singular libro donde Moyano, o el hablante, nos pasea por la memoria viva de personajes que aún deambulan a pata pelá con la leyenda al apa. “Condenados”, “Huellas de infancia” o “Costumbres”son poemas que se incrustan en el paisaje y lo humanizan. Leamos de este cuerpo el texto “Los almacenes”, como ejemplo de lo anterior: 

“I) Los almacenes de pueblo se deshojan 
como un sueldo mínimo en un supermercado. 

II)Los almacenes de pueblo 
te saludan, 
te fían, 
te preguntan por tu madre, 
Te dan una yapa.
Los supermercados
te piden el vuelto.” 


Moyano no ceja frente al abuso del sistema neoliberal, que nos envuelve como manzanas en papel mantequilla. Los invito a que reparemos en el poema “A la entrada de mi casa”, que viene a ilustrar lindamente nuestras aproximaciones teóricas: 


“A la entrada de mi casa 
Jacinto armó un nido de pájaros 
en una cantimplora de barro 
hecha por las manos de la humanidad 
igual que la casa 
la  casa que intenta  tener su huerta 
que intenta tener su viña 
que intenta tener las cosas de una casa 
la casa de barro 
que intenta ser casa 
que intenta vivir al ritmo de la casa 

A la entrada de mi casa 
Jacinto armó un nido de pájaros”.



De este modo parco, certero, al estilo de la poesía china clásica, donde el correlato objetivo nos muestra cosas, entidades, seres amados en su dimensión histórica atemporal, Moyano desenmascara el vacío existencial, la hipocresía y la ambición grotesca del bárbaro invasor mercantilista [4]. Imposible no relacionarlo con “El poema de las tierras pobres”de Jorge González Bastías, con Miguel Hernández, con más de algún poeta étnico, con el primer Efraín Barquero o con el último Antonio Gamoneda.
En la tercera parte del libro, “Vida de piedras”, nuestro autor, al igual como lo plasmara en “Silbo de afirmación en la aldea” el venerado poeta de Orihuela, nos despliega aquí toda una forma de ser campesino auténtico, toda una forma de ser campesino, toda una forma de ser… En este conjunto despeja firmemente las dudas, si es que aún quedara alguna, respecto a lo restituyente y definitivo de esta Poesía en estado natural. Es una propuesta que nos interpela a vivir inmersos en la verdad primigenia de lo elemental; es una respuesta estética al existencialismo nihilista de hombres y mujeres contemporáneos, entes desorientados, habitantes de un siglo XXI que se desbandan en tecnologías galopantes. En “Doña Ramona” encontramos estos versos que vienen, intuyo, a reafirmar lo dicho: 


“Con 93 años 
vive en una casa de piso de tierra 
y un manzano vivo dentro de ella 

Compara las estaciones del año 
con su vida 
en el ciclo del manzano”


En uno de los últimos poemas del libro, “Le pone el pecho Eusebio”, expresa: 


“Le pone el pecho Eusebio 
le pone el pecho 
con no vender su tierra 
y seguir viviendo como vivían algunos antiguos 
sin patrón ni ley 
ni que lo bajen del caballo 
y lo mandoneen como un perro 
Le pone el pecho Eusebio 
le pone el pecho."



Aquí se resuelve su queja y pasa esta Poesía y toda su propuesta a una fase superior de toma de conciencia histórica. He aquí una muestra de lenguaje poético en toda su plena madurez, como representación del cabal conocimiento antropomórfico del contexto y las circunstancias que lo constriñen y cuestionan como ser humano. El poeta descifra en estos versos los motivos profundos de su canto y de su vida entera, que no es otra que luchar por la tierra de sus antepasados para “seguir viviendo como vivían algunos antiguos” y defenderla contra viento y marea de la ambición desmedida de los afuerinos.
Creo que con lo dicho ya es bastante, pero quisiera terminar estas reflexiones con un par de ideas. Lo primero, reparar que con el hermoso poema “Viejos campesinos, con el cual el poeta Moyano se empieza a despedir del lector, nos lega toda una manera de enfrentar la vida y sus desafíos; es la certeza de una existencia plena, humana, trascendente que se revalida en sus manifestaciones culturales propias. Detengámonos un momento, por favor, a leer este texto: 


“Árboles muertos de pie, cargando la cruz de la nieve, 
de viejas historias de palmatorias alumbrando la eternidad de las malezas, sabiendo que debajo de las piedras 
hay un pequeño mundo mágico 
en donde nadie es dueño de nada. 
Y en la copa de la palma 
saben que ahí viven las águilas con las culebras, 
desde esa cima dominan la campiña. 
Viejos campesinos 
que se reúnen a la sombra engreída e indomable de la vieja higuera, 
sabiendo que a la vuelta de la esquina 
está la muerte borracha  
que tratará de conquistarlos 
con un cacho de buey burbujeando en chicha".



¿Qué más les podría faltar a estos lugareños para ser felices, a pesar de los pesares? En esa pregunta están todas las respuestas, creo.
Y una segunda cosita, para concluir. Les sugiero que fijemos el ojo atentamente en lo que implica el rescate de la vida y sus expresiones cuando los objetos - y los gestos - se hacen a pulso, y se cuecen a fuego lento, a leña, a chamiza, a bosta. La plusvalía de esta escritura entonces se potencia, se dignifica, como el buen pipeño de rulo zarandeado en coligue o cuando la tortilla corredora se amasa en una cocina tiznada de la República de Andorra. Cristián Moyano ha levantado su propuesta desde la marginalidad ancestral, que por callada y humilde se ignora, plantando un árbol dentro de la Palabra; sin duda, pretensión literaria novedosa, rebosando ese canon al que nos tenía acostumbrado tanto texto seriado, cursi, hiperventilado, crudo. Y se agradece.
Quedamos, entonces, más que complacidos con la lectura de “Todo cocido a leña”. Poesía sincera escrita a la intemperie y plenamente consciente del valor de resistir con el alma y con el cuerpo, con el silencio y con la voz, a las apariencias estériles, a fórmulas vacías en lenguajes amanerados, a signos o formas externas que a nosotros aquí y ahora no nos dicen nada; aguachentas rúbricas y caracteres insustanciales, inexpresivos e irrelevantes que nos acosan en Chile, por lo demás, desde hace más de 500 años a la fecha. Toda una mirada honesta sobre la historia y sus gentes, como hace un buen rato ya lo profetizara Arthur Rimbaud: “Avanzamos, ¿no será mejor retroceder?”. Eso.

Notas:

[1] Cristian Moyano Altamirano (Quebrada de Alvarado, 1974) ha publicado en Poesía los siguientes títulos: Hace siglos que no iba a la ciudad (1998), Taciturno (1999), Las cosas de Magdalena (2002), Las confesiones del caballero andante(2004) y El olivar (2011).
[2] “Los temas de la poesía de Moyano han sido a lo largo de sus libros el amor, la familia, la lucha por la sobrevivencia. Todo ello en contraste con la irrupción del neoliberalismo, la industrialización, la explotación, la extensión de las ciudades. Su escritura está marcada por la resistencia frente a la pérdida de sentido de lo cotidiano, proponiendo como respuesta el arraigo a la tierra y la dignificación del campesinado, como también a la cultura callejera, al viaje como aprendizaje y su rechazo total, pero lírico, a la brutalidad de un sistema que proclama la muerte de la semilla, la venta de la tierra, el desprecio por formas de vida que se desenvuelven en el sudor de la faena.” (“La idea de arraigo en la poesía de Cristian Moyano”, ensayo inédito de Felipe Moncada.)
[3] Quebrada de Alvarado se caracteriza como un lugar de valles rodeados de altos cerros costinos, que por su parecido con su símil europeo fue denominado “República de Andorra” por los acompañantes de Pedro de Valdivia.
[4] “En estas tierras se repite el patrón colonial: las mejores tierras de cultivo fueron designadas por “derechos de usurpación”, reduciéndose progresivamente en el tiempo, mediante parcelaciones y ventas; mientras que, por otro lado, los campesinos con menos derechos se fueron instalando en las laderas de los cerros, como ahora lo hacen algunas “parcelas de agrado”, claro que bajo la noción de lujo. En este último caso ya no se trata sólo de tener un lugar donde vivir, además se requiere compulsivamente de espacios rurales donde descansar, como si el enriquecimiento de las ciudades a partir de la explotación de los campos no se conformara con los bienes acumulados, sino que asimismo necesitara volver a “acercarse a la naturaleza”; aunque esto signifique el desplazamiento de antiguos campesinos ya arraigados a un territorio, bajo las promesas de dinero contante y sonante y de un arcaico discurso de modernidad. De ahí la importancia de defender esa heredad, aunque sea pequeña, de la ilusión de la venta; pues, para el capital no es difícil ofertar una cantidad irresistible de dinero generando desplazamiento campesino hacia la pobreza urbana, la cual, a su vez, tiene otros matices indignos como el hacinamiento, la dependencia de los servicios, el mísero salario y la exposición a la más cruda penetración cultural a través de los medios que en el confinamiento urbano pasan a sustituir el horizonte.” (“La idea de arraigo en la poesía de Cristian Moyano”, ensayo inédito de Felipe Moncada.)




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