Óscar Jara Azócar
Óscar Jara Azócar (Viña del mar, CHILE 1906 - 1988). Poeta y profesor. Publicó trece libros, entre los que se cuentan: "Canciones de juventud" (1929), "Viña del mar" (1937), "Mis mejores versos para niños" (1965). Fuente: "Óscar Jara, poeta de la infancia". Por José Vargas Badilla (Acanthus. Talca, Año 7 - Nº73 - Oct./Nov. 2002)
DAR
Dar
con la serenidad de las estrellas,
con la discreta gracia de la flor,
con la ardiente vehemencia de la llama,
con todo el corazón.
Dar
sin la encumbrada frente del orgullo,
sin la pupila seca del testigo,
sin la voz de piedad reblandecida,
sin alma vestida de egoísmo.
Dar
en la honda tortura de la duda,
en el pobre camino de la verdad,
en la noche total del abandono,
en la hora sin paz.
Dar ni con ansias de grata recompensa,
ni con el corazón envanecido,
ni esperando en el eco la alabanza,
ni que aunque después de dar, te hayan herido.
Dar
como el río celeste se da en gozo,
como el árbol en fuego y en canción,
como la tierra toda en pan y en oro,
como Dios en amor.
Los siete días
Hay en la escuela
siete niñitos:
Primero el Lunes,
flojo y dormido.
Segundo el Martes,
bueno y activo.
Tercero el Miércoles,
pasa jugando.
Cuarto es el Jueves,
serio y callado.
Quinto es el Viernes,
tranquilo y tímido.
Sexto es el Sábado,
¡el más lucido!
Por fin, Domingo,
¡bello y querido!
Viña del mar
Autor: Óscar Jara Azócar
1937
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1937-11-21. AUTOR: ANÓNIMO
¿Cómo tomar este libro que tiene tanto de folleto de propaganda como de obra de creación poética? Frente a cada poesía hay una ilustración que muestra aspectos, por cierto muy hermosos, del balneario chileno, y las fotografías calzan tan adecuadamente al comentario lírico, que llega a pensarse que el autor escribió sus poemas frente a las ilustraciones y solo para darles una compañía más grata que la de las leyendas propias de Baedeker. El señor Jara Azócar ensaya en su breve libro varios ritmos y diferentes combinaciones de estrofas para cantar las bellezas de Viña del Mar. Suele encadenar cierta gracia al verso de arte mayor.
“Como un perfil en éxtasis, bajo el palio del cielo
ve caer las estrellas en sus claros jardines;
cuando la besa el alba, frente al mar, suavemente,
es toda la belleza despierta entre jazmines”.
Eso es Viña de Mar vista por un poeta de inspiración fugitiva, que no sostiene su tono y que rima lo menos que puede, para no contraer con el lector compromisos que luego le resultaría enfadoso mantener. También busca los metros cortos, y obtiene en ellos una ligera y rápida fortuna:
“¡Mar del alba,
mar de rosa,
Primavera
de las olas!
La luna desmenuzada
cayó al agua, levemente,
como un ala fatigada,
cuando la aurora encendía
sus primeras rosas de oro
sobre la frente del día”.
Pero después de estos momentos en que se muestra artista, sobreviene la languidez de la inspiración y el verso se hace un poco duro y no se pliega con la deseada morbidez al ansia del poeta.
“Viento del mar. En Caleta Abarca” es un poema frustrado, donde a trechos asoma una increpación robusta y bien entonada:
“Viento del mar, violenta bandera de mi orgullo
un maravilloso grito de mis altanerías,
patria de mis rebeldes y enfermas soledades,
en esta noche negra ¡tu libertad es mía!”
que el autor diluye entre versos de menor importancia, desprovistos de encanto musical y que no logran formar un todo armónico.
Apuntan en los versos del señor Jara algunas reminiscencias de poetas chilenos muy leídos. ¿Quién no recuerda “El espino” de Gabriela Mistral al leer esta “Hora de Ausencia”:
“El sol no quema el musgo suave
que es un encaje en las laderas…”
También hay versos influidos por Pablo Neruda y otros poetas de nuestro tiempo. Si seguir a otros cantores indica algo en el poeta, ese algo no puede ser otra cosa que cierta indecisión sobre sus fuerzas propias, nacida por cierto de la no confesada debilidad del numen personal. En el señor Jara, poeta joven, esta debilidad no será grave mientras le queden ánimos para dominarla y poner en su lugar una visión suya, de la cual, para ser justos, debemos confesar que hallamos pocas muestras en “Viña del Mar”.
Firmado como S.
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1937-12-19. AUTOR: AUGUSTO CASTELLANOS
Los poetas de hoy no gozan de esa paz propicia, de ese ocio tan caro a las musas. Nuestro tiempo es tiempo de lucha, de trabajo intenso y difícil. Las urbes tentaculares lo invaden todo y hasta el espíritu se retuerce en espasmos angustiosos. Vivimos horas de dramatismo doloroso. Para los que no se resuelven y definen en esta contienda, la vida es heroica y cruel.
Para los poetas no hay espacio y se les considera casi como un anacronismo. Sin embargo, desde la “República” de Platón, hasta la “Utopía” de Tomás Moro, los poetas gobiernan el mundo y se les encuentra en los palacios de los reyes y en las antesalas de los grandes hombres de Estado.
Se ha cantado no solo por inspiración, sino también como una exigencia del medio y del momento. En épocas pasadas se cantaba a la verde campiña, al silencio de las ciudades, como hoy se canta a la máquina, al avión y a la electricidad. Otros tiempos, dice la gente. Y otros poetas, decimos nosotros.
Y he aquí un poeta que se ha ido al mar en alta tensión espiritual. Podríamos decir que ha querido pulsearlo y medir su calibre poético. Playas, caminos, rocas, viento, todo desemboca en el mar en alocado atropellamiento. Y allá, como un romero ha ido el poeta:
“Sobre la negra playa
que ciñe el mar con suavidad materna
se derraman los gajos:
se enlazan y se amarran en guirnalda,
como una larga y jubilosa ronda
que languidece y muere en un abrazo…”
Jara Azócar siente que el mar lo invade y envuelve como una túnica imperial:
“Único confidente de mi ansiedad maldita”.
Exclama en dura confesión.
El mar ha sido refugio de amargados y desesperados irreductibles. Ante su inmensidad se dulcifican los atribulados, los endemoniados, en sereno reposo. Nada hay que no mitigue el arcano del mar:
“¡Oh, mar, tú solo tienes
esa gran luz serena
del valor que jamás ardió en un alma,
el nervio de la voz que ha de ser grito,
el ritmo de la onda fascinante,
el símbolo más puro de los símbolos,
el plinto ultraterreno
de la columna inmensa:
para este verso dulce como un hijo
que le vas a dar vida, contra el hombre!”
El poeta ha encontrado que el mar contesta a su llamado y en mutua comprensión, dialogan sobre un amor extraño, ambiguo, y por fin se confunden en un morboso abrazo libro y radiante al mismo tiempo:
“Dueño mío, ya es la hora
y entre el pliegue más profundo de las sombras
de esta noche,
en tus brazos infinitos,
para siempre
soñaré”.
“Viña del Mar”, es un rosario de belleza desgranado en cada página. Lejos estamos, sí, de esos versos retorcidos y difíciles. El viento parece haber aventado cuanto perjudicara a la diafanidad y a la sencillez, para dejar al desnudo una alta sensibilidad.
“Viña del Mar” resulta, pues, un libro logrado en todos sus aspectos. El verso ha podido ceñir los motivos tan diversos que, como tema, ofrecen el mar y las bellezas de ese balneario. Exornado con hermosos grabados alusivos, de todas sus playas, jardines, paseos y con un sugerente prólogo de Augusto D’Halmar, además de la esmerada presentación tipográfica, “Viña del Mar” es un libro de lujo, fácil de estimar y valorizar en medio de tanta abundancia editorial donde la cantidad ahoga a la calidad.
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