Juan José Hidalgo González
(Copihue, Provincia de Linares, CHILE 1903 – Santiago, 1957). Miembro del grupo “los afines”. Publicó “Aldea”, Nascimento, 1926, “Barcos de papel”, Empresa Letras, 1933, “La visita de Venus”, 1937, “Sangre a nivel”, antología, “los afines”, 1957. Fue elegido alcalde de San Fernando. Además, fue Ministro de Trabajo (1938) bajo el Gobierno de Arturo Alessandri Palma.
Fuente: La voz de Colchagua (Julio 22, 1974).
Aldea
Autor: Juan José Hidalgo
Santiago de Chile: Nascimento, 1926
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1926-07-25. AUTOR: RAÚL SILVA CASTRO
¿Versos? Sí, versos cuando ya parecía que no quedaba ningún escritor que los empleara para hacer su arte. El señor Hidalgo versifica con soltura, con animación, casi con frenesí. No es “Aldea” un volumen de pequeñas proporciones. En él podemos distinguir no menos de cinco partes, compuestas cada una de un buen número de trozos. En total, unas ciento veinte páginas que merecen estudio.
El prologuista, don Bernardo Ibáñez, nos da algunos detalles sobre el autor. Por él sabemos que cuenta veinte años, nació en Copihue y reside en Victoria. También nos dice que su personalidad –la del autor- es múltiple, aunque desigual y […] aceptemos que se así. El autor se describe en mejor forma:
“Vengo del sur. Mi porte de prosapia española
está pidiendo a voces la espada toledana,
el jubón con encajes, la almidonada gola
y los luncos de amores al pie de su ventana”.
No sabemos de quién es la ventana, si del “porte de prosapia española” o si de “la almidonada gola”. Pero eso no importa. Sigamos hurgando en el libro. Más adelante leemos unos versos titulados “Mañana” y que dicen, al principio, así:
“Mañana, ¡siempre mañana!
Y mientras tanto, querida,
se nos agota o desgrana
la vida.
¿Ignoras, mujer, acaso,
que en el camino sonoro
está acechando el fracaso
con sus puñales de oro?”
Son versos interesantes, bien concebidos, pero escasamente originales. Juana de Ibarbourou ya escribió en términos dignos de admiración, el poema de la espera. Nuestro autor, siguiéndola de manera demasiado fiel, dice:
“Responde a mi amor en esta
hora blanca y encendida,
ahora que está de fiesta
nuestra vida”.
El señor Hidalgo versifica con facilidad y construye con alguna corrección gramaticalmente hablando. Eso mismo tal vez le arrastre a algunas vaciedades como las siguientes:
“Tiene tu nombre un resplandor de pira
y es, cuando viene a acariciar mi oído,
la música de un ave que suspira
sobre la rama donde tiene el nido”.
Pero hay más: el señor Hidalgo practica cierta forma de soberbia, que define así:
“Porque bebí lecciones de aristocracia
en el río de luces del dios Apolo
porque sé podar rosas y ungí de gracia
los cantos de mi lira, ¡camino solo!”
Y más adelante:
“¡Yo siempre seré cumbre! ¡Nada más alto
volará que mi audacia de cóndor joven!
Si me abren un abismo pegaré un salto…
¡No admito que me insulten ni que me roben!...”
Pero en cambio él sí roba con algún descaro:
“Es un himno de sabia (?) gallega
que aprendió la suprema elegancia
de decir el amor con voz griega
y palabras nacidas en Francia”.
Pero para que no se crea que Rubén Darío es una mina en que ahonda sin que le merezca ningún tributo, he aquí cómo le reconoce su deuda:
“Me dio Rubén la risa de sus clarines,
Valencia sus severas orquestaciones,
Nervo la mansedumbre de sus mastines
Y Chocano la furia de sus leones”.
No todo en el libro es tan ripioso como estos versos, porque después de todo, “Aldea” es un volumen que nos revela a un poeta de verdad. Muchas influencias que llegan, como hemos demostrado, hasta el calco, embarazan el paso propio de este escritor joven que revela muchas fuerzas. Esperamos que en el tiempo su expresión se depure y nos ofrezca frutos sazonados y más estimables.
CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1926-07-26. AUTOR: GUILLERMO ROJAS CARRASCO
Cuando se abre el libro de un autor nuevo, y tanto más si trata de un volumen de versos, luchan por igual la curiosidad y la desconfianza. Curiosidad por saber qué cuerda es la que hace vibrar; desconfianza, porque la mayoría de los libros de versos de estos tiempos, traen casi siempre aparejada una desilusión. Afortunadamente, en el caso presente, las esperanzas no se ven defraudadas, y a las pocas páginas se comprende claramente, “se siente”, que, al fin, nos encontramos ante la obra de uso de esos escasos seres escogidos que merecen el calificativo de poeta, término del que tanto se ha abusado, que ha llegado hasta concederse a los que, con palabras, se ocupan de trazar figuritas geométricas sobre el papel.
Quizá sea este trovador de arrestos gallardos, es algo que ignoro. Pero sus versos, o mejor dicho, su poesía, dice, con fina transparencia, que se trata de un vate de elevada inspiración a quien la vida y sus complicaciones no merecen un olímpico desprecio, sino muy al contrario, la preocupación constante de los que se esfuerzan por ennoblecerla. Si nos habla de patria, no es esta una patria ensangrentada. El amor tiene en su lira vibraciones complicadas; pero siempre humanas. Y hay una buena dosis de optimismo, una carencia absoluta de modestia falsa, y una clara conciencia de propio valer:
“Es virtudes de eminencia tender la vista
desde los Himalayas sobre las olas…
Artista que va en grupos, se finge artista…
Las águilas caudales van siempre solas!” (pág. 58).
Figuran en el volumen tres composiciones distintas, pero de un tema común y continuado, que, reunidas en una sola, bien podrían formar la leyenda de “Chabela”. Va a continuación el soneto de la primera de ellas:
“De todas las chiquillas de la barriada
ninguna tan bonita como Chabela:
por su cara de novia triunfó en la escuela
y nunca se la ha visto malhumorada.
Bondadosa, indulgente, jamás critica
que la celen los mozos del vecindario
con no sá que sujeto patibulario
que le buscó el empleo de la botica.
Feliz hasta los huesos de verse amada
atraviesa la calle recién mojada
como cualquiera piba de folletín.
Y ha dicho una gitana de pacotilla
que si no cambia rumbos, esta chiquilla
es fijo que a la larga tendrá mal fin” (pág. 109).
La caída y el mal fin de Chabela es lo que en impecables cuartetos nos narra el poeta en los otros dos actos de la tragedia.
El factor humano es lo que mayor valor da a las producciones de este escritor: sus personajes son de carne y hueso, habitantes de este mísero planeta y no importados de la luna.
Creo que en meses más, cuando se haga el balance literario de este año asombrosamente pobre –hasta aquí- se hablará del libro del señor Hidalgo como de uno de los pocos dignos de recordación.
Barcos de papel
Autor: Juan José Hidalgo
Santiago de Chile: Empresa Letras, 1933
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1933-07-23. AUTOR: NORBERTO PINILLA
¿Qué ilusión poética navega en estos frágiles barcos? ¡Barcos de papel! Cuántas imágenes de mi infancia se despiertan con esta sola frase exclamativa. Era yo un niño. Cerca de mi casa pasaba un río manso y cristalino. Por las tardes me iba a echar, a la suave corriente, escuadrillas de papel. Y yo, capitán de aquellos febles bajeles, iba en alas de la imaginación a Europa y a Oriente. Pero luego volvía a la realidad. La débil marinera perecía contra los elementos…
Esas escenas infantiles se me han hecho presentes, al tornar este bello “cuaderno de poesía” de Hidalgo. Y con espíritu alegre emprendo la tarea de leer a un desconocido autor.
El primer poema es de agradable eufonía. Y después de leerlo, se queda prendido en la memoria el ritmo octosilábico del romance; se queda en la fantasía aquella “aventura de Hungría”, cuya boca recibe la “propina” de besos del poeta.
Donde Hidalgo se supera es en “Canción de la novia ausente”. El motivo amoroso es viejo como el hombre; pero sin amor no habría la exuberante falange de poetas líricos que existe. El autor dice:
“Hice un barco de papel
para que mi amor navegue
pensando en él.
Vivo tierra adentro, donde
se hace espesa la montaña
y es más oscura la noche.
¡Caminante!
Hoy me siento marinera;
deja que cuelgue en tu mástil
esta esperanza alta y terca.
Deja que vaya hasta él
en la cubierta de ensueños
de mi barco de papel!”
Es una canción que dice del amor de novias hipotéticas. De un amor íntimo y en tono menor que queda inmóvil y deja volar su fantasía en un barquichuelo del menos sólido material.
Juan J. Hidalgo ha de seguir los caminos privados de las almas pensativas y silenciosas. No debe decir: “Yo ignoro la palabra que canta suavemente”, verso de su incoloro “Soneto de Arauco”. Es la música interior, con sordina, la suya.
La crítica tiene –entre otras misiones- que ayudar a hallarse a sí mismo a quienes se buscan. El poeta de “Barcos de papel” expresa bien su canto, cuando modula emociones subjetivas. Se pierde, empero, cuando toma actitudes de tribuno demócrata. Deje esos gestos para los que no han emoción y pretenden engañar con fárrago de palabras.
El joven hidalgo –lo supongo mozo- debe leer y aumentar su cultura. Conseguida la disciplina mental va, de seguro, a ocupar un buen sitio entre los líricos del país. Por otra parte, quien posee una personalidad como la que acusa este novel escritor, no debe temer influencias, influencias indispensables y fatales a su edad. Pero si es artista de buenos quilates –como me parece con la lectura de esta primera obra suya que conozco- su temperamento solo se enriquecerá y desalojará influjos empequeñecedores, porque aminoran su yo auténtico.
Nada más grato para un crítico poder escribir con entusiasmo de un hombre que promete para las letras chilenas.
El “cuaderno” de Hidalgo está prologado por Julio Barrenechea. Es una página en simpatía. El estilo es humorístico a trozos. El humor sano de quien reunió las mariposas en “meeting” es muy necesario en la literatura nacional, pues las letras artísticas de Chile están lastradas, con rara excepción, de gravedad.
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1933-08-27. AUTOR: ALONE
“Se escribe al último, se pone al principio, no se lee nunca”, dicen de los prólogos. Seguramente no lo dirán los críticos ni aun los criticastros. Es preciso un prólogo, cualquier prólogo, para quien desea informarse sobre un autor y hablar de él con los lectores. Más todavía si el prólogo lo escribe otro, y, más aun, si ese otro tiene talento. El que pilotea estos “Barcos de papel”, más poeta que su propio capitán, nos da una fiesta de frases en las primeras páginas, desdichadamente nada más que dos, demasiado cortas.
Son exquisitas.
Nos lleva al Sur, a un pueblo donde “la lluvia se cultiva intensamente” y donde hay “debajo de la lluvia, un pueblo de madera”. Ahí, “aplastados, inmóviles, los habitantes automáticos viven al compás de una banda municipal”, y “entre las niñas que usan vestidos pálidos y los jóvenes que usan espaldas anchas, esperando en la estación la llegada de los trenes, dando vueltas a la plaza cuando crecen las serpentinas, encerrado en la caja de una oficina pública, se está muriendo Juan Hidalgo, es decir, cumpliendo años, viviendo”.
Querríamos seguir con Julio Barrenechea; pero Juan Hidalgo nos espera a vuelta de página.
Y ya sabemos quién es, cuánto sufre, qué heroísmo necesita para no suicidarse. Ya estamos dispuestos a comprender su poesía, y perdonársela o celebrársela; ya estamos llenos de simpatía hacia su persona y hasta participamos un poco de su drama interior. He ahí todo lo que puede un buen prólogo, aunque tan sucinto…
“Estaba el camino solo
en la tarde pensativa,
y estaban los campos llenos
de suave melancolía”.
Juan Hidalgo rima y mide, tiene la voz sencilla, con soltura de romance. Está de moda el romancero; pero ni aun así parece artificial.
“De percala de colores
llegó a mi puerta vestida…”
Es la Musa. No siempre conserva ese traje campesino o aldeano. Después sus atavíos recordarán los que, hace veinte años, lucía el cortejo de los modernistas, y hasta habrá en alguna estrofa reminiscencias de los más labrados, por ejemplo Lugones y aun Herrera y Reissig:
“En azucena y rosa convertida
por el milagro de una estrella ausente,
pusiste en mi retiro, dulcemente,
algo de tu belleza desvaída”.
Es apenas una reminiscencia, una resonancia lejana, superficial; pero hay que señalarla. Resulta rara ahora esta nota, como entonces, el acorde clásico. Y a veces la evocación se acentúa mucho:
“Eras una musmé de porcelana
loca de rosedales y de nieve,
bajo la fina, caprichosa y leve
pantalla hexagonal de tarlatana”.
Esto nos transporta francamente a otra edad, mejor dicho, a otra generación. No se le tome a reproche. Algunas personas creen que la única poesía del mundo es la poesía actual, la última, la de ayer o la de hoy. Error tan estrecho como el de los que niegan su calidad de poeta a los de ahora por ser de ahora. Digamos, simplemente, que Juan Hidalgo es poeta; y si queremos definirlo mejor, pesarlo, medirlo, circundarlo, regresemos a deleitarnos con el prólogo:
“Juan Hidalgo es el dueño de la poesía de esta región buena para la manzana. Es él quien recorta la luna de cartulina y la mantiene sobre los tejados, equilibrándola en lo alto de su mirada de hombre nocturno. A él se le debe que a veces aparezca la brisa, siguiéndosele los pasos, como viento domesticado. Y es él quien habla del amor, del dolor y de la muerte, entre los hacendados que discuten el precio del trigo y el peso de las vacas”.
Bien por Juan Hidalgo.
Tres veces muy bien por Julio Barrenecha, prologuista.
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1938-03-27. AUTOR: ABEL VALDÉS
El actual Ministro del Trabajo, afanado en las labores de la administración y de la política no ha olvidado que es poeta. Según informaciones publicadas en una conferencia dada no ha mucho y ante el pedido de los asistentes, recitó algunos poemas de su libro “Barcos de papel”. Es digno de celebración en nuestro país, el hecho de que un político que ha alcanzado situación tan destacada como la de Secretario de Estado, no solamente no reniegue de sus devaneos poéticos, sino que afirme su calidad de poeta en medio de los expedientes administrativos. Es un caso raro en Chile, donde el cultivo de la poesía parece siempre apartado de toda obra trascendente.
“Barcos de papel”, fue publicado por la Empresa Letras en 1933, en una colección de cuadernos de poesía en que se editaron obras de Meza Fuentes, Neruda, Binvignat, Cruchaga Santa María y Jorge González, y está prologado por Julio Barrenechea, dedicado poeta y parlamentario socialista. No sabemos si en la fecha de su publicación, los versos de Hidalgo fueron destacados en su verdadero valor por los críticos. Creemos que en el público, la obra poética del Ministro demócrata es poco conocida.
Revela el poeta en su “Barcos de papel”, un espíritu fino, sensible y agudo. Sus versos ligeros, exentos de profundidad, están teñidos de melancolía, de sensualidad y de desencanto. Construidos con facilidad, con gracia y con sentido muy particular del ritmo, se leen con agrado, llaman la atención en una que otra imagen brillante, dejan una suave impresión de liviandad y de fugacidad y se olvidan pronto. El poeta en sonetos y romances canta temas de amor. El impulso eterno es para el poeta fuente de melancolía, acicate de deseo, pozo de desilusión. Uno y otro pasan por los versos alados del poeta, los recuerdos de amores extinguidos adornados por la gracia de una y otra figura femenina. A pesar de algunos versos duros, de algunas imágenes vulgares, los poemitas de “Barcos de papel” son en su mayoría de una curiosa elegancia. Decimos curiosa, porque es raro constatar cómo la tediosa vida de una ciudad de provincia chilena puede salvar de su inevitable vulgaridad, la calidad superior de un espíritu. Ello revela en quien mantiene una elegancia espiritual en un medio inadecuado, la seguridad de que ha hecho una larga e intensa vida interior.
Versos de amor compuestos sin dificultad para dar curso libre a todas las expansiones, los versos de “Barcos de papel” señalan a un poeta de tono menor, ligero, elegante, fino. Reveladores del espíritu y de la manera de ser del poeta, son algunos sonetos, entre los cuales transcribimos el de amor fiel. Dice el poeta:
“Yo te quise tener en tiranía
y ha resultado al fin, viejo tirano,
que solo bajo el peso de tu mano
respira libertad del alma mía.
Has acabado con mi rebeldía
y soy ante tu hierro como un llano
dispuesto a recibir el áureo grano
de la pasión y la melancolía.
Sé que después agostarás mis rosas;
harás mis tardes lentas y brumosas
y, finalmente, dañarás mi trigo…
Pero entre tanto, viejo soberano
qué grata suavidad, la de tu mano
y qué dulce castigo, tu castigo”.
Termina otro soneto el poeta esperando siempre la hora del amor.
“Otra vez, viejo amor, es Primavera,
y el solitario corazón espera
entre el cristal y la rosa de la hora…”.
No ha llegado el amor en la espera, o si llegó pertenece al patrimonio íntimo del poeta; entre “el cristal y la rosa de la hora”, transcurridos algunos años de esos versos, ha llegado al Ministerio del Trabajo y todas las responsabilidades de la función pública. Indudablemente la política y la poesía no hacen buenas migas. La política, como se estila entre nosotros, está reñida con toda delicadeza de espíritu. Es una pelea brava, sin cuarte, casi siempre amarga y llena de injusticias. Y requiere, especialmente, condiciones de equilibrio seguras y firmes. El poeta autor de “Barcos de papel” no carece de estas condiciones. Al menos las afirma y las proclama en su poema “Equilibrista”, donde dice:
“Yo también he ingresado
al gran circo inmortal
de la mentira convencional.
Hoy tengo más amigos
que un Emir oriental
y me doy la tupe
de no hacerlo tan mal
como pensé.
¡Qué gran equilibrista
ha salido, a la postre, mi corazón artista!
¡Y cómo puedo ir
por el alambre flojo del vivir
sin otro esfuerzo, ni otra novedad
que mentir
amistad
¡Ah, pero qué tristeza
cuando me encaro a solas con mi viejo doler
y abandono mi falso traje de equilibrista
para vestir mi frac de espectador…”.
Los versos anteriores seguramente no son autobiográficos, ni tampoco fueron compuestos por el autor al ingresar a la política o al Partido a que pertenece. Solamente demuestran un desdoblamiento de condiciones anímicas, que acaso en el cargo que ahora desempeña, pueden serle muy útiles. Y al Ministro que ha sentido tan hondamente sus horas emocionadas, solo acertamos a desearle que nunca deje de encontrar su viejo dolor y que no lo pierda entre los múltiples equilibrios de la función política.
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