miércoles, 25 de junio de 2014

JACOBO DANKE [12.036]


Jacobo Danke

Jacobo Danke, seudónimo de Juan Cabrera Pajarito (Valparaíso, 1903 - Santiago, 1963). Narrador y poeta. Obtuvo el Premio Municipal de Santiago y el Blasco Ibáñez. Fundó la revista Millatún. Como poeta publicó los libros "Poemario" (en colaboración con Oreste Plath, 1929), "Lámpara en el mar" (1930), "Las barcarolas de Ulises" (1935), "Baladas del país de los vientos" (1942), "Fundación del océano" (1945), "Hyperión, elegía para un corcel asesinado" (1946), "Mediodía sobre las barcas" (1949), "Canto del mar del sur" (1954) y "Coros del árbol y de la piedra" (1955). Fuente: MCN Biografías.



La fantasía marina de JACOBO DANKE

Chile es una playa. Chile, mirándolo en el mapa, sólo podría ser un poema del mar.

Y el tema del mar, sugestivo y lleno de encanto, ha tentado a muchos escritores. Aquí JACOBO DANKE es un ejemplo expresivo. Siente afinidad con el mar. Siente la afinidad del mar.

Hay varias maneras de ver el mar y saberlo: como marinero, sobre él en los barcos, al lado de él en los puertos, y lleno de él en los poetas. Hay mares sin tierra y mares desde la tierra. Y mares abstractos que sólo se han “olido” con las antenas de la sensibilidad marina.

Jacobo Danke es el gran señor de la fantasía marina. Es casi necesario preferirlo en este tema. Hasta cuando habla de los árboles le nacen las comparaciones con asuntos marinos. Así, en el poema “Pan y la Sombra” de "Las Barcarolas de Ulises" (1936), dice:


"el ruido
de eslabones eufónicos que arrebata
el oleaje del pinar".

Mentalmente dotado para captar el mar, su poesía es un archivo documental que entrega, con el léxico apropiado y conocedor, las armonías silenciosas. Jacobo Danke, tiene, además de su poesía intrínseca, habilidad idiomática; además de las disposiciones idiomáticas, sabe trabajar su poesía. Desde muy joven tomó contacto con ella, Después laboró, y labora, en la novela y en el cuento con los cuales la crítica y la comprensión general ha sido más elocuente y se ha familiarizado más.

Su vida se encuentra, en la tarea de todos los días, como sumergida en lo anodino; en el ajetreo de una oficina fiscal, en las diversas tareas a que obliga a un padre y a un esposo el “ganarás el pan”. Y, aparte de todo eso, su cerebro activo, su sensibilidad vigilante, desarrollan las tendencias profundas, con un proceso subterráneo de imágenes poéticas.

Cómo va a ser necesario ser erudito o loco para comprender a este poeta. Cómo no va a ser fácil comprender que sus representaciones mentales son las causas de sus poemas, y que es así como se produce la espontánea necesidad de escribir, por las ideas que obseden,

En su aventura marina (aventura poética) que es su libro "Fundación del Océano" (1945), Jacobo Danke nos cuenta. ¿Qué nos cuenta?: Que le pertenece uno de esos barcos que navegan o parecen navegar en su fijeza, dentro de una botella de vidrio, Le pertenece porque él lo ha hecho, con las faenas de la lima y con una afición de constructor de barcos, para guardarlo después, celosamente dentro de una caja de madera de alhucema.

Todos hemos visto alguna vez esos barcos pegados sobre un mar de pasta dentro de una botella de vidrio, y nos hemos preguntado: ¿Cómo se hace eso ahí dentro o cómo se introduce?

Jacobo Danke sabe construirlos. Es un trabajo de paciencia que se dan los adoradores del mar, para sentirse dueños de un barco muy suyo. Esos barcos se construyen fuera de la botella y tienen un juego de amarras y precisión para que después de ser introducidos en la botella puedan izársele los palos y elevar sobre la base, que está hecha a la medida para que pase por el gollete todo lo que forman las partes más altas.

Escuchemos a Danke cómo hace poesía de su barco:


"INDUDABLEMENTE esto me pertenece
esto que está a la orilla de mi antepasado
me pertenece desde los cimientos de una catedral
tan elevada sobre los rieles y las cúpulas
allí donde un barco en la botella balbucea
para evitar que le pisen su hermosa cárcel
es mi propiedad y es un piélago caprichoso
que conservó dentro de un féretro de alhucema.
Reflujo que se me anticipó con tanta prisa
que no me dejo nacer sin consagrarme
a las faenas de la lima en las bellas obras
a las vagancias por los países sublunares
con una abeja delirante en la sortija
y una llave para recordar el aforismo
polvo eres, pero polvo de bergatines.

          *

En el poema penúltimo, que da el nombre al libro "Fundación del Océano", el poeta dice:


"Antes de mí no ha existido el mar
no ha podido ser tan tumultuoso
tan arterial e inconfundible
no ha podido ser como es ahora
con su astronomía tatuada de peces y balanzas
y en las esquinas de su imperecedera afluencia
con el relincho y la cola escenográfica
de sus equinos blancos".


"Antes de mi no ha existido el mar"; egolatría de poeta y sus descubrimientos. "No ha podido ser tan tumultoso, tan arterial e inconfundible, no ha podido ser como es ahora". ¡Qué hermosa y orgullosas palabras y qué ciertas para los redescubridores que habrá siempre para todas las cosas! ¿Qué hermosas y orgullosas y ciertas palabras para la exaltación simbólica del mar que respira cada poema de este libro!

Si se quiere hacer un estudio lingüístico en ese sentido, aquí hay materia, pero no nos equivoquemos al pensar que su emoción es gramatical y diccionarista; es mucho más que eso: es la audacia conocedora.

El léxico de Danke es aquel tras del que acude una ineludible emoción de poeta que demuestra conocer los vericuetos del diccionario y sus posibilidades. Su léxico va en busca de la originalidad en un anhelar expresivo. Tras esta poesía está el poeta —el hombre— y sus temas predominantes que quieren superar la realidad y que eligen este destino de expresión.

El arte poético de Danke está sobre toda posibilidad de caer en lo trillado y en lo ocasional. Lo que no puede negársele a Jacobo Danke es la autenticidad e intensidad poética en la entrega de ideas y matices irrevelados.

Él ha escogido una técnica para estudiar el mar. Y su último mar metafísico, cuyas substancias abstractas le han venido del mar de Chile, en el "Canto al Mar del Sur" (1951) con dibujos de Edmundo Campos.

No se puede escindir lo abstracto de lo concreto. El mar poético de Danke es el mar de Chile, su patria, y los poemas que de él ha escrito desde 1929, son como el humo del cigarro que viene de la hoja de tabaco, como el aroma del café que viene del fruto concreto de los cafetales.

Oigámosle cómo expresa su reciente relación con este mar, con nuestro mar, en el canto final del poema último.


"Oh, mar océano, torreón girante,
solitario destino de la ola.
Bajo el rumor de las constelaciones,
un árbol de cenizas se levanta
para trocarse en un balandro ciego
sin timón no triquete: el de mi vida.
Miles de astros en su arboladura
se apagarán al fin. Rosas de luto
caerán de rodillas en la arena.
Mas tú, dulce flautista ensimismado,
seguirás, por los siglos de los siglos
alimentando con tu arpegio errante
os senos de ámbar de la costa eufónica
que vio mi nacimiento y me dio nombre".


Es fácil apreciar la multiplicidad de captaciones que le proporcionan sus ángulos visuales, sensitivos, que no se parecen en nada a los del naviero ni a los del navegante, ni tampoco pueden compararse a los del perezoso mental.

El escritor sufre una inflación imaginativa y obsesiva, cuyo fenómeno individual no se cerciora antes de escribir si será o no comprendido.

Estás seguro que lo que él siente vale la pena de decirse, y representa su mundo inédito, su hechura íntima.

Las impresiones en los artistas, como el agua que se entuba forman presión y es necesario librarse de su fuerza reventante.

A los poemas, hijos de los poetas, nadie más que ellos les ha dado su contextura. Ni siquiera hay parejas como para los hijos de carne y hueso.

Lo más exclusivamente personal es el arte. Y el que hace arte aventa en cierto modo la finitud.

El arte es monólogo que se entrega a la colectividad. Todo artista es narciso y por lo tanto no se le puede decir: apártase de si mismo.

Lo que hace verosímil un escrito es su verosimilitud interior. Pero cuál es ella. La realidad son facetas diferentes y tan inmediatamente sucesivas que todo proceso mental es un mosaico de yuxtaposiciones y asociaciones verdaderamente asombrosas, y hasta dispares. Un hombre —pongamos por caso— junto con pensar en la mujer querida puede hacer un cálculo matemático y acordarse de cuánto hace 30 años lloraba, porque le lavaban la cabeza. Cuando le hablan de una enfermedad puede traer a su memoria ciento de asociaciones de enfermedades conocidas o sufridas o vistas padecer.

Las entretelas de la psiquis del ser espiritualmente evolucionado y potente es una realidad perennemente inaccesible.

El poeta actual utiliza una serie de asociaciones dispares, pero no irreales.

Nada es más absurdo que la vida y los procesos mentales tales como son en su infraconcepción permanente.

Mientras más lleno de asociaciones trabaja el cerebro humano es de más sobresaliente y complicada inteligencia.

Las ideas banales y mansas son como un lento y pesado caminar al lado de una ágil danza que son las ideas de aquel cuyo cerebro es gimnasta.

Pensar es crecer y explorar. Y cada ser humano, como cada época es un intento hacia un más allá.

Cada descubridor da presencia exterior a una nueva impulsión determinada por su fuerza poderosa.

El hombre prehistórico, ¿tenía tal cantidad de palabras como las que ahora forman los diccionarios?

No existiría ni el lenguaje si el afán de expresar no se hubiera ampliado a través de los siglos por aquellos que sintieron más poderosamente el ansía comunicativa.

Siempre se habla de los prodigios de la naturaleza. La naturaleza es atrayente y sabia, interesante y bella, pero sus prodigios son que el cerezo florece en primavera y después da cerezas, que la hoja perenne es la del naranjo, y que el color de las rosas no es otro que el color de las rosas. Tampoco la abeja puede hacer otra cosa que miel.

Mientras que el ser humano inventó ruedas para acortar distancias, trajes para cubrir y variar aspecto; de la flor silvestre pudo cultivar flores de salón y de invernadero, pudo aumentar y disminuir el tamaño de las plantas, hizo túneles en las montañas, las sobrepasó con alas sobrenaturales, ensilló al caballo y sacó a los peces del agua, y aprendió a hablar, no sólo para expansionarse sino también para hacer arte, y para hacer lo que potencialmente debió ir haciendo.

La palabra que le viene al creador es Dominador, porque descubre, coge, transforma elementos naturales para servirse de ellos y hacer servirse de ellos a la humanidad. Los géneros estaban esperando al transformador en los capullos del gusano de seda, en la lana de las ovejas, el papel en la celulosa, el caucho en la goma de los árboles, las piedras preciosas eran obscuras y ocultos minerales antes del buscador y del joyero.

Nos regocijamos con el nylon que viene del negro y oculto carbón. ¡Cuánta inverosimilitud hecha verdad!

¿Por qué entonces se resiste la novedad de lo desconocido en literatura?.

A la subjetividad, que existía, ¿por qué no se la traía a luz?

Los complejos y el subconsciente existían antes de Freud.

Es curioso que siempre esté faltando el descubridor de los que existe, el intérprete, el transformador, digamos el aventurero.

La electricidad existía, pero no en los alambres conductores ni en las ampolletas. Las ondas hertzianas existían, pero ignorábamos antes del receptor de radio que podríamos atraer los sonidos a nuestra casa y escogerlos. Faltaba el mecanismo para hacer real esta realidad como si antes no hubiera existido, y vivíamos perfecta e imperfectamente sin ella.

Puede que toda la poesía actual sea nada más que una aventura moderna, pero las aventuras en ninguna época han estado demás. De la aventura de Colón surgió América.

Es mejor pensar que no caprichos de la mente los que han formado el arte nuevo. Nunca falta algo más que un capricho. La poesía es más que una forma. La humanidad no se ha superado sólo por la ciencia quizás mucho más por la literatura que es otro tipo de revelación. El arte es elemento civilizador. Agente de expresión forma un sentido trascendental.

Somos más difíciles cada día; tenemos más pretérito. Cada experiencia y cada entrega tiene un valor cósmico.

Los artistas son responsables de sus expresiones y de su tiempo. Ellos lo revelan y lo marcan. Esta poesía es el flujo natural de los espíritus poéticos actuales. La vida no se detiene en ningún umbral.

El arte es como la corriente oculta de la vida y de la muerte.

No puede parecerse el amanecer del mundo en su grandeza primitiva a las metrópoli actuales. Y el hombre-artista no puede permanecer ajeno a lo que se desarrolla y cambia.

El arte moderno es un crecimiento, una indudable evolución. Siempre hay por descubrir más de lo que se cree.

No sólo el arte evoluciona. La educación, la arquitectura, la ciencia. Ni siquiera nuestros rostros tienen la hechura ni la expresión de los de nuestros antecesores. Ni la máquina fotográfica que retrató a nuestros padres pudo coger la expresión que los lentes actuales y la mente del fotógrafo son capaces de retratar. Los actores del teatro tampoco se mueven ni hablan ni hacen los gesto de ayer.

Los enamorados no ponen la rodilla en tierra ni se llevan la mano al corazón para declarar su amor.

Ni siquiera las creaciones de los modistos fascinan de pronto, cuando la línea marca alguna audacia, cuando vira hacia lo diferente y nos destroza el encanto de lo habitual. Me acuerdo que lloré cuando vi la primera película sonora y se acaba el silencio del cine y la división de sus partes en que se encendía la luz. ¡Cuánto cansancio en los ojos y en los oídos! Sin embargo, era una evolución del cine y hoy no soportaría volver al silencio, a los movimientos mecánicos, a las melodías de piano acompañantes, a las ojeras y a las bocas exageradamente pintadas, y a los gestos y ademanes que tanto me cautivaron.

Cada época abandona ciertas cosas y descubre otras.

Antes del descubrimiento del petróleo hubiera sido imposible inventar el automóvil.

El contacto experimental con un mundo diferente tiene que dar una poesía diferente.

El poeta "contrae" un poema como se contrae una enfermedad y necesita librarse de ella.

Hay realidades científicas, realidades económicas, realidades poéticas. El poeta es coordinador de la realidad en un sistema de fantasía. Solemos estar seguros que los poetas modernos tiene la mente alterada. La tiene, porque toda excitación es una alteración y el supersensible pasa excitado. Pero no nos equivocamos suponiendo que está loco.

¿Hay alguien normal? ¿El crítico literario, lo es absolutamente? ¿El celoso, el avaro, el político, el especulador, los son? Yo y usted ¿lo somos? ¿Los poetas claros y gustables del pasado lo eran?

No se puede barrer con el pasado; es valiosísimo. Es lo que debió ser. Lo que no debe ser es seguir imitando el pasado. Un nuevo realismo trae un nuevo subjetivismo.

No toda la poesía ha de ser fácilmente comprendida. No tiene la poesía esa obligación, ni el arte, ni la filosofía.

No es fácil comprender a un hombre, tampoco a una mujer,  y menos a un poeta.

Los poetas de sombras y entresombras traen a luz una parte de las enormes substancias inasequibles de los seres. Todo individuo, por muy ensimismado que sea, es un factor universal.

Pero hay muchos seres humanos cuya pereza espiritual no busca descubrir lo desconocido ni se hace dúctil a lo que cambia.

Después de lo que hay siempre creemos que no puede haber ya más. Y después de haber tantos estilos de trajes y peinados, tantos estilos de muebles, casas y civilizaciones, tantas variaciones artísticas, esta época ha entregado "un estilo más".

Existen ya en los países avanzados de población intensa los Museos de Arte Moderno, lo que quiere decir que esta época tiene sus cuadros, sus viviendas, su política, su poesía, su ciencia, que la representa tanto para sus negadores presentes como para los admiradores presentes y futuros.

"Los Museos están llenos de cuadros que primero fueron malos y que de repente se transformaron en buenos" —ha dicho Picasso.

El arte es como las estaciones; tiene su época. El de hoy, con sus diferencias, no es más que el arte de hoy.

Demasiado se cree que el escritor, por el hecho de lanzar libros al público es vanidoso, que publicar es vanidad.

A nadie se le puede eximir de las exigencias de la comunicación. Escribir es comunicar. Y a nadie se le obliga a abrir un libro de versos. En cambio si es inevitable escuchar, queriéndolo o no, a los que critican la poesía, escuchar a cada rato esas horribles palabras que no quisieran oír jamás: tonos de voces odiadas y frases cuyos conceptos jamás debían haberse dejado oír, repeticiones de las que nadie se puede salvar, preguntas condenadas que no se pueden eludir. Todo el mundo habla y cree que eso no es comunicar.

El que crea algo, aunque sea un poema, más que avaro y conquistador es generoso. Lo que puede conquistarse con esa entrega, aunque sea fortuna y gloria, puede ser muy inferior a lo entregado. No ha recompensado lo suficiente la humanidad a Goethe y a Shakespeare, para no nombrar sino a dos entre miles.

La preponderancia de ciertas inclinaciones y cualidades hace que cada uno obre según distintas razones primordiales.

Al poeta le preocupan sus posibilidades estéticas. Hace que sus sueños no sean estériles.

1. Introducción - 2. La intelectualidad y la filosofía de Humberto Díaz Casanueva - 3. El sentido espiritual de Rosamel del Valle - 4. La angustia metafísica de Antonio de Undurraga - 5. La espontaneidad de Juvencio Valle - 6. La fantasía marina de Jacobo Danke - 7. La intuición de Chela Reyes - 8. La delicadeza y armonía de María Silva Ossa - Index



Baladas del país de los vientos
Autor: Jacobo Danke
Santiago de Chile: Impr. Gutemberg, 1942


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1942-10-18. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA

Jacobo Danke es un poeta del mar. Sus poemas nos entregan un ámbito de océano, de olas y barcos. Hace algunos años publicó “Lámpara en el mar” y más tarde “Las barcarolas de Ulises”; todos sus temas son marinos y van desde la lucecilla de una lámpara hasta estas “Baladas del país de los vientos”.

En la poesía chilena son numerosos los poetas que han seguido las rutas del mar y no hay ninguno que no tenga uno o varios poemas sobre un tema que es inagotable. Tienen razón los poetas de cantar el mar y sus llanuras salobres; allí la inmensidad se da la mano con el cielo y siempre hay un misterio creciendo en las algas, ocultándose en las ilimitadas profundidades.

Jacobo Danke se ha colocado una escafandra para penetrar en este recinto oceánico y extraer exóticas imágenes, renovados símbolos, canciones que nos hablan de caracoles y sirenas de leyenda. Poesía marinera teñida de verde como el agua del mar y con un viento fuerte que en las tardes se torna en leve brisa que moja el rostro.

Junto con el mar, el amor; y de estos dos elementos anillados por una misma presencia, brota el poema que apenas si logran traducir las palabras. El verso de Danke es amplio, corre sin fatiga y está pulimentado; nos cuenta de la aventura del viento y se queda escuchando la ternura del eco que ronda en la casa de los caracoles… Surgen continente y barcos de vela; hay mástiles y jarcias como brazos en donde se balancean los pájaros del mar. En “Cabalgata” encontramos estos versos sugerentes:

“Pero uno se mueve como en un archipiélago
convertido en desván de timones y anclas,
cuando a través del ronco tambor del oleaje
suenan los martillazos del constructor de lanchas”.

La vida de los puertos asoma en estas baladas que a veces pierden su original procedencia; suelen turbar la belleza del poema una palabra rebuscada, una imagen ya dicha, la muerte de una estrofa que pierde su ritmo y su clara melodía anímica. El poeta ha querido, entonces, acercarse a los nuevos cuños, pero ha perdido la personal expresión que lo distingue. Podríamos señalar numerosas reminiscencias, mas preferimos no hacerlo para no perturbar la claridad de este doble cielo que tenemos ante nuestros ojos. dejemos que los oídos se embriaguen con la música que llega de puertos lejanos. Nos cuenta de “Martín-Pescador” y dice su “Responso Frutal”; el libro, cargado de sales y agitado por las olas invisibles busca la ruta como si fuera un barco perdido; en las estrellas se orienta y formula una confesión:

“Cuando quiera hacer mi testamento,
le daré al hijo un martillo, un trozo de madera
y le diré: “Mánchate de sal la cara!
¡Ya puedes construir un barco de vela!”

Jacobo Danke se ha sumergido en este ambiente de océano y sufre el azote del oleaje; sus ojos están alertas para penetrar en la belleza de las cosas que tienen para él la trascendencia de un misterio.



Hiperión
Autor: Jacobo Danke
Santiago de Chile: Cultura, 1946

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1946-11-17. AUTOR: ALONE
Volvemos al círculo hermético, a lo más enigmático de la poesía, aunque esta vez no bajo el signo clásico y “scarpado”, sino, sencillamente –si algo puede haber sencillo entre tantas complicaciones- siguiendo las pisadas de “Residencia en la tierra”. Jacobo Danke, autor de excelentes libros, poeta de verdad, quiere quedarse todavía ahí, rehúsa cambiar, salir, zafarse. Parece un capricho de poeta empecinado. O acaso, por momentos, burlón…

“Oh patria [tajaroz] de fragancia inmisericorde
estás dentro de mí como un coro sumergido
en lo más […] de la ola misteriosa
y es la geórgica de tus pájaros felices
una invitación al perfecto destino del hombre…”

Hemos elegido al azar. Todos los versos, por lo demás, se asemejan y podría decirse de ellos lo que el glorioso general pasando por las salas del Louvre, entre miles y miles de cuadros célebres: “¡Cuadros, cuadros, cuadros! Visto uno, vistos todos”.



Canto al mar del sur
Autor: Jacobo Danke
Santiago de Chile: Barlovento, 1951

CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1951-06-16. AUTOR: ELEAZAR HUERTA
Este “Canto al Mar del Sur” de Jacobo Danke acomete la empresa de encuadrar en el rigor del endecasílabo la majestad sin límites del Gran Océano. E, igualmente, de clarificar la selva de imágenes, eligiendo las insignes. En una vuelta evidente al clasicismo, el poeta se oriente hacia las actitudes del cincelador.

Del mar estilizado, apenas si algún rasgo concreto conserva referencias al litorial de Chile. El más perceptible se halla en la cuarta estrofa:

“fiel apacentador de la albacora
que se columpia en las ciudades de agua
del norte tibio…!”

En cambio, constantes referencias da la mitología del Mediterráneo, -las “arpas de Ulises”, la “bella tejedora ausente”, etc.- borran más que sobradamente el colorido localista, dejando el mar simplificado en sus notas de vastedad y resonancia.

La estilización es de rango sensorial, equilibrio y goce del ojo. Pero el poeta no llega a sugerir intuiciones más profundas y podríamos decir que se vuelve de espaldas a la magia simbolista. Por añadidura, tras haber escogido el endecasílabo y mantenerse en él a lo largo del poema, hace algunas excepciones, que por lo bruscas resultan defectos y no libertades. Así, dice:

“Contra el perfil del septentrión estrellas
las ondas de tu melena encadenada,
rey de las arpas que pulsaba Ulises…”

y es inevitable que el segundo verso, con una sílaba más, resulte duro, no tanto por alargarse, como por su acento en séptima. O bien, nos da otro verso:

“uno solo de tus suspiros abre”

que tendríamos que leer “uno solo” para satisfacer las exigencias del ritmo.

Lo mejor del poema, a mi entender, se halla en ciertas imágenes que aciertan a sintetizar en forma neta, hasta escultórica, la verdad cambiante e infinita del mar, al que llama “dulce flautista ensimismado” en producir su rumor, o reconoce por “la esmeralda disuelta de tu rostro”.


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1951-07-29. AUTOR: RICARDO LATCHAM
En lo que va corrido del año 1951 solo se ha publicado una docena de libros de versos. Podría explicarse por varias razones: indiferencia del público, escasez de editores o crisis de la poesía. No creemos en la última razón como determinante de esta verdadera sequía lírica, pero nos aventuramos a pensar que en la primera se halla el secreto de tal pobreza editorial.

Hace poco uno de los poetas aquí reseñados lanzaba amargas recriminaciones a los críticos, por su indiferencia e incomprensión frente a los valores de nuestro sufrido parnaso. No pretendemos asumir la defensa de nuestros cofrades, pero hay que tener valor, a veces, para apañar con todo el material impreso en que vates primerizos vierten sus lucubraciones más detonantes.

No se ha reparado, por un error de óptica, que la denominada poesía nueva ya no lo es tanto y va envejeciendo a medida que toma contacto con los problemas de nuestro tiempo. Oímos a Neruda decir en México que repudiaba parte de su celebrada obra, y que ofrecería, en adelante, un canto destinado a todos los hombres, con un mensaje de paz y claridad. Suponemos sincero al autor de “Residencia en la Tierra”, porque su actitud es compartida por muchos de los voceros más avanzados de la poesía contemporánea. Paul Eluard acaba de publicar dos volúmenes (“Choix de poémes” y “Pouvoir tout dire”), y su mensaje parece traducir una expresión renovada, infinitamente sensible y simple, que abandona su antiguo surrealismo. Tristán Tzara también ha sido acogido por comentadores de izquierda como símbolo decisivo de esta postura humanizada, en sus “Morceaux Choisis” (Editions Bordas, 1951).

En cambio, muchos de nuestros poetas siguen atrapados por una tendencia a la oscuridad y al desenfreno verbal, que también demuestra su servidumbre a moldes gastados y a la mecanización de las imágenes.

No todo lo que tiene apariencias de atrevido lo es en el fondo. Lo que ayer era signo de rebeldía, hoy parece una rutina esclavizadora. Los seis libros que hemos afrontado (1) tienen diferencias de época, de edad, de clima mental. Jacobo Danke en su “Canto al Mar del Sur”, mantiene su adhesión a las formas, su oscuridad deliberada, pero no siempre impenetrable, su amor al misterio oceánico, cargado de sugestión. Su visión aguzada proporciona un material delicado de resonancias, con felices rasgos evocadores de nuestro litoral:

“Padre, pastor heroico de las islas,
fiel apacentador de la albacora
que se columpia en las ciudades de agua
del norte tibio, edén para las redes;
y que en el sur de hielo y verdegay
cierras los ojos para urdir despierto
coreográficas danzas de sirenas,
mientras el archipiélago recorren
los pies de seda de la luna loca”.

Están bien selladas las metáforas; la imprecisión no alcanza a disolver la imagen de totalidad que ha perseguido Danke. Pero pronto tenemos otro acierto:

“¡Oh! mar océano, torreón gigante,
solitario destino de la ola.
Bajo el rumor de las constelaciones,
un árbol de ceniza se levanta
para trocarse en un balandro ciego,
sin timón ni trinquete: el de mi vida.
Miles de astros en su arboladura
se apagarán al fin. Rosas de luto
caerán de rodillas en la arena.
Mas, tú, dulce flautista ensimismado,
seguirás, por los siglos de los siglos,
alimentando con tu arpegio errante
los senos de ámbar de la costa eufónica
que vio mi nacimiento y me dio nombre”.

Este canto, breve y rotundo, conserva su entonación y añade un laurel al poeta que desde 1929 ha sabido ser leal a una modalidad literaria, ajeno a nuevas modas, pero siempre distinto en sus estrofas.



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(1) El 29 de julio de 1951, Ricardo Latcham publicaría en su sección “Crónica literaria”, observaciones sobre los libros: “Canto al mar del sur”, por Jacobo Danke (Santiago, 1951); “Las cábalas del sueño”, por Olga Acevedo (Nascimento, 1951). “La noche agónica”, por Mario Ferrero (Santiago, 1951); “Entonces eran los nardos”, por Lucía Edwards (Santiago, 1951); “Égida de la intemperie”, por Eugenio García Díaz (Santiago, 1951); y “Tiempo perdido y quinteto”, por Juan Lanza (Santiago, 1951). (N. del ed.)


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