Francisco Concha y Castillo
Francisco Antonio Concha y Castillo (Santiago, CHILE 1855 - Santiago, 1927). Escritor y diplomático chileno. Estudió humanidades en los Padres Franceses y Leyes en la Universidad del Estado. Sus correligionarios del partido Conservador lo llevaron a la Cámara el año 1888. Fue electo diputado propietario por Caupolicán, periodo 1888-1891. Quisieron reelegirlo, pero él prefirió el periodismo, el profesorado y la poesía. Durante varios periodos formó parte del Consejo de Instrucción Pública. Fue socio correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua. Contribuyó, en 1884 a la fundación y redacción de la "Revista Artes y Letras". Fuente: Historia Política.
PLEGARIA
Te sueño allá en las cumbres del Cielo, Madre mía,
como te vió en sus raptos la santa profecía
de estrellas coronadas que forman tu dosel.
El aire azul te envuelve en su cendal flotante,
vela a tus pies la luna como rendido amante,
la aurora es tu diadema y el sol es tu joyel.
Alfombra es de tus plantas la zafirina esfera;
tu aliento hace en el mundo brotar la primavera;
tu amor es de las almas perenne juventud.
Si vislumbrar pudiese la humana criatura
tu hechizo irresistible, tu célica hermosura,
gozara en un instante de eterna beatitud,
la ardiente voz del ángel cual viva llamarada
se expande por los siglos en santa adoración.
Recojan nuestras almas sus ecos; y en tu nombre
¡Oh Virgen, que el sol viste! divina desposada
haz que halle siempre un lampo de claridad el hombre,
y un nimbo de esperanzas su pobre corazón.
¡NO HAS MUERTO, OH POESÍA!
No has muerto ¡no! no has muerto, oh Poesía,
pensamiento divino, voz canora
del inmenso universo. Todavía
la mensajera de la luz-la Aurora-
te trae cada día
el aliento de Apolo-la armonía-
y el ósculo de Urania vencedora.
No has muerto, no!
Te canta el firmamento
ya en el fulgor del astro vespertino,
ya en los raudos destellos siderales,
eco visible, luminoso acento
del lenguaje divino
con que hablan entre sí los inmortales.
Tu hálito es el aroma de las rosas,
amadas de Afrodita. Tu deseo
lo suspiran las auras vagarosas
y las plácidas ondas del Egeo ...
forma imperecedera y esplendente
del alma y de la vida, quien augura
tu muerte, es una larva en la natura,
es un guijarro más en el torrente
de la existencia humana ...
Quien te olvida,
no tuvo juventud, no tuvo infancia;
no supo amar y vegetó en la vida;
no supo ver, fué un ciego. Tu fragancia
no la aspiró jamás ...
No, tú no mueres;
tú no puedes morir, porque tú eres
algo eterno e inefable que palpita
en toda creación: todos los seres
llevan un soplo etéreo de Afrodita.
Tú no puedes morir, mientras el hombre
le rinda al padre Zeus su antiguo culto:
tú sola puedes pronunciar su nombre
e interpretar su pensamiento oculto.
Cómo no has de vivir, si tu armonía
resuena en el Empíreo, acá en el mundo,
del sacro Elíseo en la mansión umbría:
pues tan solo en el Tártaro profundo,
enmudeces, oh eterna Poesía!
Al vivir
Autor: Francisco Concha y Castillo
Santiago de Chile: Impr. La Ilustración, 1923
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1924-09-29. AUTOR: PEDRO NOLASCO CRUZ
Otra colección de poesías publicada hace poco y muy digna de nota, es “Al vivir” de Francisco Concha y Castillo. Este poeta escribió la mayor parte de sus composiciones cuando aún no se había extendido aquí el modernismo, el simbolismo y sus derivados. No es, por tanto, considerado como de esta época.
Para los críticos de periódico, esto de que un poeta sea antiguo o moderno es punto de capital importancia. Como no son verdaderos críticos, sino periodistas que tienen a su cargo una sección en la cual deben informar al público acerca de las obras literarias, la juzgan al modo periodístico.
Para ellos, que solo estudian las cosas por encima y a escape, lo principal es la moda literaria, el gusto corriente, la novedad, la oportunidad. Lo que no se conforma con esto no es tomado en cuenta o es tolerado con desgano. Si les presentan una poesía de la escuela clásica, no buscan si hay o no belleza en ella, sino que la declaran cosa antigua, y ya con esto dan por dicho todo. Pero como bien conocen que eso no es una razón en arte, con el desplante periodístico aseguran que la escuela que está de moda representa la estética definitiva.
Lo que contraría, en Concha y Castillo, al gusto corriente, no es solo la escuela sino también el asunto o materia de su inspiración. Para ser considerado aquí en este tiempo como poeta, o portalira como se llaman a sí propios, se requiere manifestar con exaltación confusa, vaga y un tanto desatinada, lo que fingen ver dentro de sí. Y lo que fingen ver dentro de sí es, por lo común, una mezcla donde se halla el fermento de todos los vicios: prostitutas baratas y cortesanas caras, orgías, adulterio, champaña, absintio en el poeta cursi, olor a tabaco, odio, envidia, blasfemia, orgullo obscenidad grosera, desesperación en la pobreza, hastío en la riqueza.
Al portalira de esta clase le hallan individualidad fuerte y poderosa, comprensión profunda de la vida y, naturalmente, está llamado a mucha gloria. También le atribuyen influencias artísticas en su época, renovación de valores y otras cosas por el estilo.
En Concha y Castillo ven serenidad y paz, nobles ideales, respeto a la mujer, amor y gratitud al Creador, sumisión humilde a su voluntad. El periodista crítico no sabe qué pensar delante de tales cosas, que se le representan antiquísimas, vacías de sentido, extraordinariamente aburridas e impropias de estos tiempos.
Que pasen algunos años, y ahora corren muy ligero, y se dirá lo mismo de lo que actualmente componen los desaforados portaliras.
Bajo las formas y gustos que cambian con las edades, hay un núcleo poético, desconocido para los que se detienen en la superficie de las cosas; pero que existe muy realmente, y cuando es alcanzado o vislumbrado da permanencia y estabilidad a la obra artística.
La inspiración de Concha y Castillo arranca de este fundamento sólido y en él adquiere amplitud de miras y elevación de sentimientos, fecundados por la más sincera y profunda fe religiosa. Es un poeta esencialmente católico, que exhala los afectos que le inspira Dios, el arte, la naturaleza, en verso amplio, lleno, claro, melodioso. Levanta el alma mostrándole los resplandores de la divinidad, sosiega las aspiraciones desordenadas, alienta la esperanza en el supremo bien y une a los hombres en la igualdad de su destino.
Es claro, transparente. Esta claridad infunde recelo al crítico modernista. Ve el fondo, luego los pensamientos son superficiales. Se necesita ahora algo turbio o más o menos oscuro, algo que en parte no se entienda, para que la imaginación divague en torno de la cosa y esta tome apariencias de profundidad y grandeza.
Son admirados, por consiguiente, versos como estos de Gabriela Mistral, de poesía voluminosa envuelta en espesa neblina.
“Tengo ha veinte años en la carne hundido
-y es caliente el puñal-
un verso enorme, un verso con cimeras
de pleamar.
De albergarlo sumisa, las entrañas
cansa su majestad.
¿Con esta pobre boca que ha mentido
se ha de cantar?”
O estos otros en que la poetisa, con cierta tendencia a la oscuridad, describe un árbol seco.
“En el medio del llano
un árbol seco su blasfemia alarga;
un árbol blanco, roto
y mordido de llagas,
en el que el viento, vuelto
mi desesperación, aúlla y pasa”.
Natural es que el periodista encoja los hombros delante de estos versos de Concha y Castillo:
“Como un sueño que triunfa del olvido
y en el alma leal vive escondido,
así, velando entre la sombra densa,
brilla la luna, oasis suspendido
en el desierto de la noche inmensa”.
Concha y Castillo es poéticamente melodioso, escoge el término propio y deleitable al oído. Tiene rima. No procura rivalizar con la música. El periodista crítico, completamente desorientado, cree que están tocando el clavicordio, al oír estas estrofas de Fe y Poesía, en que el poeta se dirige a León XIII:
“¡Rige hacia lo ideal nuestro camino,
Pastor del mundo y luz de su destino!
Tú, que has entretejido con la yedra
de diecinueve siglos tu cayado:
y oras tranquilo en el sitial de piedra
que el huracán del tiempo ha respetado;
tú, cuya mano paternal sustenta
la enseña de la paz en las naciones
cuando estalla iracunda la tormenta
popular, y contienes las legiones
de la barbarie…”
Y nuestro crítico hasta puede tener un vahído con las siguientes estrofas en que se aúnan la sencillez de la expresión y la pureza de la intención; pero que para él exhalan un insoportable olor a época colonial:
“¡Almas! Id a Jesús, id sin recelo,
pues ya os franqueó su reino en el bautismo.
Él os da un mundo y os promete un cielo
aun más que un cielo os da: se da a sí mismo.
Albergue silencioso, hogar divino
donde mora Jesús, abre tus puertas
al reclamo de amor de un peregrino
que ha dejado en las lindes del camino
sus esperanzas e ilusiones muertas”.
Felizmente el periodista volverá en sí bien pronto y se hallará en su elemento con alguna estrofa de Gabriela Mistral.
“¡Terrible don! ¡Socarradura larga
que hace aullar!
El que vino a clavarlo en mis entrañas
¡tenga piedad!”
El que ha vivido lo bastante para ver cómo surgen y se suceden las estéticas definitivas, se sonríe del apasionamiento que cada una de ellas levanta en la juventud siempre amiga entusiasta de lo nuevo, y piensa y se deleita en la belleza clara, noble, sencilla, que nació con la aurora del arte y que nunca muere.
“A un remanso me incliné.
¿Piensas que en él me veía?
¡Nada! En sus aguas hallé
tu imagen y no la mía.
Tanto y tanto pienso en ti,
por más que estorbarlo anhelo,
que voy sospechando que es
tu sombra mi pensamiento” (pág. 111).
Escenas líricas
Autor: Francisco Concha y Castillo
Santiago de Chile: Impr. Los Cisneros, 1926
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1927-01-16. AUTOR: JUANA QUINDOS
El olivo de Palas floreciendo en el huerto de un discípulo de Jesús.
Un poeta de modestia, de recogimiento y de dulzura, transitando con cauteloso andar por los caminos –siempre antiguos y siempre nuevos- de la Biblia.
Una inspiración pulcra, tierna y austera que podría confundirse con las brisas que orean el lazo lamartiniano, entregando sus castas confidencias al viento de tempestad que agita la febril poesía de hoy.
Cinco –dice el autor- son las escenas incluidas en este tomo: “Gamaliel”, episodios bíbliocos; “El Sacerdote de Artemis”, escena griega del primero o segundo siglo del cristianismo; “La constricción del pródigo”, parábola evangélica; “Aucas y huincas”, asunto de carácter araucano; y “Corte de Amor”, cuadro medioeval. El argumento de la primera se funda en el relato contenido en el capítulo XI del “Libro de los Jueces”, relativo al sacrificio de la hija de Jefté, que tiene tantos puntos de semejanza con el sacrificio de Ifigenia. La tercera es una ampliación de la parábola del “Hijo pródigo”.
“Escenas líricas” están escritas con castiza elocuencia, con extraordinaria pompa imaginativa, con anhelo perenne de idealidad. Y a pesar de todas las rectificaciones que pudieran hacerles el gusto o la moda, un crítico ilustre llegaría hasta autorizarnos para incluirlas dentro de la verdadera poesía.
Por ese excelso crítico sabemos que la poesía era “un llamado de lo íntimo”, para Wordsworth; “un calor santo”, para Keats; un peso de inmortalidad que nos precipita hacia el augusto retiro donde nos llama y nos espera una presencia sobrehumana.
Y concediendo al autor de “La inquietud religiosa” que la verdadera poesía aspira siempre a confundirse con la plegaria, ¿por qué no asegurar una resonancia perdurable a muchas de estas líricas escenas, donde casi todos los que se mueven en ellas están en comunicación con las cosas eternas?
Firmado como: Ginés de Alcántara.
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