Eleuterio Otárola
Eleuterio Otálora Saldías (San Carlos, 1890 - 1978). Poeta y diplomático. Estudió en el Seminario de Talca y Derecho en la Universidad Católica de Chile. Desde 1915 se dedicó a la actividad industrial en el ramo de la curtiduría; fue propietario de la “Curtiembre Chilena” en la ciudad de San Carlos. Militó en el Partido Conservador; fue presidente y secretario de la Asamblea Conservadora de San Carlos. Fue regidor y alcalde de la Municipalidad de la misma ciudad, en 1935. Electo diputado, por la Décimoquinta Agrupación Departamental "Itata y San Carlos", período 1937-1941; fue diputado reemplazante en la Comisión Permanente de Gobierno Interior; en la de Constitución, Legislación y Justicia; en la de Vías y Obras Públicas; e integró la Comisión Permanente de Industrias. Colaboró en el diario “La Discusión” de Chillán y fue corresponsal de otras publicaciones regionales. Fuente: Historia Político Legislativa del Congreso Nacional de Chile.
Cantos a mi tierra dormida
Autor: Eleuterio Otárola
Santiago de Chile: Ñublenses, 1947
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1947-05-18. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
Creo sinceramente que hizo bien el editor de Tipografía Chilena, D. Domingo Morales Ramos, al sacar a luz a este poeta ñublense que temía arrostrar el ceño duro de los críticos y la indolencia agresiva del público. El hombre modesto, enfundado en intensa vida interior, dejaba correr silenciosas las aguas de su manantial poético y escurrirse y aconcharse en el fondo de su archivo.
“Los muchachos sancarlinos, dice el editor, le admirábamos y los que vivimos en su grata compañía las horas ardientes de la lucha periodística de provincia, sabemos que nuestro sentimiento de amistad tiene la profundidad de los afectos juveniles, promovidos por un noble ejemplo del espíritu de lucha, de abnegación y desinterés”.
El periodismo provinciano es una fragua rústica en que el hierro de las ideas se maja con el fuego del patriotismo y la mano desnuda. Se es redactor, cronista, reportero, corrector y a veces cajista. En esa falange casi inerme se enroló el señor Otárola Saldías. En el ardor generoso y botarate de la juventud, fue periodista, orador y organizador de partido; y arrastrados por ese impulso de lucha, sus partidarios y admiradores lo llevaron al Congreso.
Y cumplido el periodo parlamentario, volvió a sus patrios lares, al terruño amado, al hogar; y descansó en él. Pero el manantial afectivo y poético seguía corriendo.
Al iniciar la lectura del tomito “Cantos a mi tierra dormida”, cumpliendo la tarea de leer forzado, pensé que el señor Otárola Saldías, era uno de los tantos que escriben versos en la juventud, brotados de la efervescencia vital y de la exuberancia del corazón; pero adentrándome en el libro me subyugó la intensa vida interior del poeta.
Noté que, salvo composiciones obligadas, lo que su lira canta es lo que mana espontáneamente de sus ideas y sentimientos. No explaya temas discurridos, sino los sucesos y aspectos de la naturaleza que lo han impresionado y le han impresionado y le han abierto las válvulas de la imaginación y el sentimiento. Y el canto es como un monólogo en sordina.
Canta a la memoria de su padre que partió a la guerra civil del 91 y lo dejó pequeñito y murió en Concón.
“Hermosa herencia de un soldado,
sea mi honra y mi blasón,
mientras tú duermes olvidado
sobre las lomas de Concón”.
Canta a su madre.
“Sus cabellos eran blancos…
Fueron rubios como el sol
Cuando era una niña, cuando
se asemejaba a una flor.
Dejó de existir mi madre,
así lo quiso el Señor.
Ella me formó cristiano
y con su amor soberano
y con su intensa oración,
me dio la fe que yo siento
ala de mi pensamiento,
nervio de mi corazón”.
Es en las composiciones que le inspira esa fe donde hay que buscar y hallar al poeta de elevados pensamientos y sentir profundo.
“Getsemaní”, “Sonetos Eucarísticos”, “Franciscana”, “Las dos Escalas”, la “Muerte y la Resurrección”, “Salmo de los vencidos”, etc., recogen y encierran un hondo sentimiento religioso. El tono sencillo de sus poesías a los amores hogareños se eleva, dignifica y profundiza.
Ya no es solo el corazón que se expande en la esperanza o se encoge en el dolor. Aquí va en consonancia con las claridades de la inteligencia, con los cárdenos fulgores del arrepentimiento y las luces blancas de la esperanza.
En “Sonetos Eucarísticos”, canta el poder y la inmensidad de Dios y le adora empequeñecido y encerrado en la Hostia.
“Hostia frágil e inerme, Dios en pan convertido
pan de todas las hambres, energía y amor
que renuevas la vida, que idealiza el sentido
y del humano lodo brotar hace una flor,
eres vida profunda, fuerza renovadora
que nutre, que transforma, que salva… Yo te adoro
cuando te alzas inmóvil, gloriosa y vencedora
entre los rayos ígneos de la custodia de oro…”
En “Franciscana” (en ocasión del 7º Centenario de la muerte del Santo), confesará dolorido:
“Los que hemos perdido las horas, los años,
pobres vagabundos con el alma ahíta
buscando por largos senderos extraños
la humana belleza, la que se marchita…
Estamos enfermos, casi moribundos;
nuestro ardiente anhelo
es que nos recojas, somos vagabundos
y tenemos hambre del azul del cielo”.
Y en el “Salmo de los Vencidos” terminará clamando:
“Somos los taciturnos y sombríos ascetas
del templo del Silencio, donde está la Verdad;
y cruzamos las calles de las urbes inquietas
como sombras que marchan tras la claridad”.
El sentido de la vida que perpetuamente se renueva inspira algunas de las poesías. En el “Sauce”, pensará:
“Acaso el pobre sauce
tiene corazón y siente
la muda ansiedad del mundo
el dolor de lo que muere,
el gozo de lo que nace,
la vida que se padece,
el amor que como el agua
canta o llora, se va o vuelve”.
Y por sentirlo se estremece y goza en su soledad cuando el rojo quintral se incrusta en su tronco y le chupa la savia.
“Y con afán ruboroso
que a nadie a mostrar se atreve
entrega el sauce su sangre
incoloro y transparente;
y el amor hace el milagro
y en roja flor la convierte”.
El señor Otárola Saldías es el poeta de la vida interior. Piensa y siente hondamente; y su pensar y su sentir le elevan sobre las cuotidianas naderías del vivir. No le seducen las novedades modernistas, resonantes y desacordadas como el jazz de las cantinas; piensa, siente y expresa en cristiano. Y repito que es un manantial oculto de que fluye una linfa clara, que refleja el cielo y fecunda en las almas.
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