Gordon E. McNeer
(Florida, EE.UU. 1943).
De ascendencia méxico-americana, cuya madre nació en México en el año de la revolución mexicana, Gordon McNeer posee una licenciatura y maestría en español y un doctorado en Lenguas Romances por la Universidad de Princeton. Ha sido profesor en las universidades de Princeton, the University of Florida, the University of California Berkeley y Agnes Scott College. Durante sus años como profesor en la University of North Georgia, también fue Director del Instituto Internacional en Madrid (1999-2000). De 1996 al 2008, ejerció como Director de estudios en el extranjero para estudiantes de North Georgia en España, llevando grupos de estudiantes a la UIMP, al Instituto GRIIS y a la Escuela de Idiomas Nerja.
Ha sido editor/traductor de tres volúmenes bilingües del poeta José Hierro, ganador del premio Cervantes por Cuaderno de Nueva York / New York Notebook.
Ha dirigido, además, una serie de poesía hispánica en su universidad, Hispanic Series, donde ha publicado ediciones bilingües de Poesía ante la incertidumbre, Cobijo contra la tormenta / Shelter from the Storm de Benjamín Prado y Los ojos del pelícano / The Eyes of the Pelican de Fernando Valverde.
En Valparaíso Ediciones ha publicado también en versión bilingüe Croniria de Raquel Lanseros.
Es autor de dos libros de poesía: Mira lo que has hecho (trans. Raquel Lanseros) y Los hijos de Bob Dylan (trans. Elvira Sastre). Su área de especialización es la tradición lírica española con especial atención en la poesía española contemporánea.
De Los hijos de Bob Dylan
Colección Valparaíso de Poesía/Traducción Elvira Sastre
EASY RIDER
A Bob Dylan
Nadie sabe quién te hizo la foto
en la Paynes Prarie aquel día.
Podría haber sido Janabanana, Susan o Ron.
Desde este recóndito lugar pareces seguro,
como si tuvieras el control, y algo nostálgico.
La película salió en el 69, junto con todo lo demás.
Por aquel entonces, todos los políticos habían muerto. JFK, Bobby y
Martin ya no estaban, víctimas los tres de un pistolero solitario.
La ofensiva del Tet seguía con nosotros, como un mal viaje de ácido.
Nuestro gobierno asesinaba a sus niños: sé el primero
del barrio en tener a tu hijo de vuelta a casa en una caja.
Jim, Janice y Jimi aún estaban vivos. A John le quedaban once años de vida.
Las palabras de Dylan, ¿qué se siente, ahhh, qué se siente al estar sola,
sin camino a casa alguno, como una total desconocida, como una bala perdida?,
prendían nuestros corazones. Estábamos listos para cualquier cosa, excepto para lo que
nos esperaba.
Woodstock, el verano del amor, Bob Dylan, los Beatles,
los Rolling Stones, The Doors, The Who, Jimi Hendrix,
Eric Clapton, The Eagles, The Allman Brothers, David Bowie,
Janice Joplin, Creedence Clearwater, Neil Young,
Jefferson Airplane, The Grateful Dead, Elton John, The Beach Boys,
The Velvet Underground, The Doobie Brothers, Fleetwood Mac,
James Taylor, Leonard Cohen, Cream, Crosby, Stills & Nash,
The Mamas and The Papas, Santana, Simon and Garfunkel,
Johnny Cash, Jethro Tull, the Yardbirds, Roy Orbison,
Sly and the Family Stone, Jefferson Airplane, Three Dog Night,
The Band, Chicago, Rod Stewart, The Byrds, Buffalo Springfield,
The Mothers of Invention, Joni Mitchel, Joan Baez, Cat Stevens,
John Denver, Van Morrison, Joe Cocker, Leon Russell, Nina Simone,
Miles Davis, John Coltrane, Charles Mingus, Canned Heat . . .
Todos dejaron su marca el día que la música murió.
Y aquellos amigotes bebían whiskey de centeno mientras cantaban:
este será el día que muera, este será el día que muera.
Alguno de vosotros pregunta por la máscara de gas. Mientras este capítulo de su vida
llegaba al final, Easy Rider se fue a Washington a protestar por la guerra de Vietnam, por
la Masacre de la Kent State, por Watergate y por el bombardeo de Navidad de Hanoi. Una
máscara de gas resultaba muy útil en esas ocasiones.
Esto es una Triumph Daytona 500, con dos carburadores, mucha fuerza y un perfecto
equilibrio:
El sueño de un borracho, si es que alguna vez vi uno.
LOS HIJOS DE BOB DYLAN
Nosotros también nos hacemos mayores.
Tus huérfanos,
tus desaparecidos,
tus secuestrados,
tus hipnotizados,
tus amantes,
tus vivos y tus muertos:
no estás solo.
Seguimos tus pasos
para guiarlos
hasta la orilla del agua
mientras la oscuridad se asentaba,
así como el canto del ruiseñor
sentido en el corazón de los muertos.
Fuiste Allen aullando
en la noche de Nueva York,
a las mentes más brillantes
de una generación destruida,
Kerouac en un camino sin fin.
Emily Dickinson gritando
a sus hijos en un poema
de William Carlos Williams.
Richard Brautigan
cargando un Colt 45 de acción simple.
Sylvia Plath bajo la campana de cristal.
Kurt Cobain mirando fijamente
a una escopeta de doble cañón.
Janis Joplin, Jimi Hendrix,
Jim Morrison, John Lennon
muertos mientras tu corazón late
hacia delante y hacia detrás fuera de tono
fuera de ritmo fuera de tiempo
zigzagueando desde Alias hasta Zimmy.
¿Está preparado tu buen corazón para ir a la cárcel de Dios?
¿Si cruzamos el río estarás allí,
en la otra orilla, para consolarnos?
Tenemos que saberlo antes de dejar irse a tu alma,
antes de perder tus palabras, tu luz,
mientras rezamos por ti antes de que el joker robe la noche.
BOB DYLAN EN LA CÁRCEL
Empezó como una noche normal
y después llegó la llamada:
¿Queréis ver a Dylan en la cárcel?
Claro, por qué no.
¿Qué habéis estado fumando?
Resultó que su madre era guardia en la prisión de Clinton
donde daban un benéfico por Rubin “Huracán” Carter,
que estaba camino de la muerte en su noveno año
por un crimen que no cometió.
Así que subimos en el autobús y tomamos la Ruta 99.
A veces un poco de ácido da luz en circunstancias difíciles.
De habernos colocado, todo hubiera estado más claro:
como una galleta Oreo del revés.
Todos los negros estaban en el centro de la cancha de baloncesto
en sillas de metal atendidos por guardias con buenas intenciones.
Rubin Carter estaba por allí, en algún lugar.
Los blancos estaban en las gradas, esperando el concierto,
y tuvieron aquello a por lo que habían ido:
La Rolling Thunder Review:
Bob Dylan, Allen Ginsburg, Roger McGuinn, Ramblin’ Jack Elliot,
Joni Mitchel, Joan Baez y Scarlet Rivera – de camino
a Madison Square Garden la siguiente noche.
No llevamos las máscaras de gas,
pero al irnos uno de nosotros
decidió salir esposado:
en aquel momento, eso era lo que había que hacer.
BOB DYLAN EN EL INFIERNO
Sonaba como una canción de cuna
susurrada por un fantasma
–piano y bajo acústico–.
La luz tenue,
mientras tú cantabas en voz baja
los tiempos están cambiando,
con tu voz de río que acuna
y se precipita por el río del tiempo.
No despiertes a esta casa blanca.
La gente negra ahora es blanca.
Los coleccionistas hipnotistas
son las reliquias vivientes.
De todos modos, nadie sabe a qué está mirando
este ingenioso aluvión de tontos.
Ahí están, mirando por la mirilla
de rodillas.
Hubo un tiempo en el que una sola de tus miradas
habría convertido esta habitación
y todo lo demás en piedra.
Los tiempos han cambiado, no hay duda:
nos hemos transformado en nuestra propia broma,
en todo aquello de lo que nos hemos reído,
con las visiones de Rimbaud
desvaneciéndose lentamente en el Beltway.
Se dice que pronto versionarás
canciones de Old Blue Eyes,
una sombra entre las sombras,
mientras te dices a ti mismo:
Aún no ha oscurecido, pero no va a tardar.
KLONDIKE
¿Te bajaste del barco de vapor en Skagway en 1896,
con veinte años y con la cabeza brillando
por la fiebre del oro? ¿Tarareabas una canción
de Bob Dylan, aléjate de mi ventana
cuando te plazca . . .?
¿Te llenó de pasión aquel triunfo histórico
de Skookum Jim Mason en Rabbit Creek
o llegaste más tarde, resplandecido por las historias
de los buscadores de oro
que contaba Tappan Adney en la Harper’s Magazine?
¿Elegiste el paso de Chilkoot o la vía de White Pass?
El primero era una escalada vertical de cojones
trepabas y te derrumbabas por un antiguo camino indio.
El otro, un paso angustioso,
lleno de cadáveres de mulas y caballos muertos.
¿Recogiste lo que quedaba de tu juventud, tu orgullo
y tus reservas para navegar desde el río Yukon a Dawson City
en una balsa inundada, atravesando con violencia los rápidos White Horse,
para al final descubrir que El Dorado estaba lleno de barro, moscas y tiendas de campaña?
El oro se había ido, y no hay éxito como el fracaso.
¿Continuaste hacia Nome en 1899, envuelto en la tristeza,
hecho ya un personaje de una canción de Bob Dylan?
Nunca te conocí. Pero conocí a tu hijo, al primero, en Fairbanks, 1905.
Era mi padre, quien más tarde tendría su propia historia atormentada que contar.
Miro tu fotografía en el porche trasero de la casa de los abuelos
mientras el sol se pone y el tigre se deja llevar, lánguido, sobre el lago.
Estás ausente, eres estricto, puramente victoriano.
Tus ojos son lo único que te traiciona.
Tu secreto está a salvo conmigo.
No lo pienses dos veces, está bien.
TIGRE
Mi padre fue un hombre pudiente
nacido en un gallinero
en Fairbanks, Alaska
Cuando por fin lo cnocí
fue en la casa de los abuelos.
Había pasado por una guerra
y era mucho más joven
de lo que yo soy ahora.
El tigre nació
aquella mañana en el lago
más allá del huerto de naranjas,
desplegando las alas
y limando las garras,
esperando el primer amanecer.
Hay un tigre entre nosotros
que devora tu corazón en la noche
y se me queda mirando por la mañana.
Su mirada lo lleva por las escaleras
desde el vestíbulo hacia las habitaciones vacías
de la casa de nuestros sueños.
Las enormes garras dejan un rastro mojado y temible
junto al lecho de las almas que siguen adelante.
El tigre respira,
sin la certeza de saber si queda algo de su rastro.
Pero nadie se despierta en la oscuridad
porque están hechas de materia de estrellas,
y lo rodean
con un suave y terrorífico resplandor.
En las noches de verano
el tigre baja
al lago para beber.
Están ahí en el agua.
Casi puede verlas
mientras se bebe su sangre
y las mira desde la lejana orilla.
Están en el aire
que lo rodea
con manos dulces
que lo acarician y recuerdan.
Llega el alba y otra alma
aúllade dolor.
Indefenso, el tigre se estremece
y se desvanece en la lluvia de la mañana.
Hay un tigre entre nosotros
que devora tu corazón en la noche
y se me queda mirando por la mañana.
Gordon McNeer: Bob Dylan y el viaje hacia la raíz
Por Juan Romero Vinueza
Todos somos hijos de alguien, Gordon McNeer decidió ser hijo de una guitarra y una armónica.
Después de hojear un poco el libro Los hijos de Bob Dylan del poeta y traductor estadounidense Gordon McNeer, decidí que debía leerlo en inglés –con un diccionario al lado, por si no comprendía ciertas palabras– y con un fondo musical entre country y blues de las canciones de Bob Dylan que mi padre me heredó. Mi padre, al igual que McNeer, en algún momento fue un hijo de Robert Allen Zimmerman, mejor conocido en el mundo de la música como Bob Dylan. Sin embargo, cabe destacar la sobresaliente traducción de Elvira Sastre para el presente texto.
El poemario funciona como una especie de viaje por las notas que emanó Dylan y las palabras que pronunció mientras estaba sobre un escenario. Pero, el viaje no se basa únicamente en las canciones –eso quizás sería aburrido y poco original– sino que indaga en situaciones y sentimiento humanos profundos. La poesía surge de allí, de las pequeñas cosas que McNeer ha descubierto que podían estar relacionadas con la música de uno de sus héroes, es decir, todo lo que le ha rodeado durante años.
Sin embargo, uno de los ejes primordiales de esta obra es, sin duda alguna, la memoria. La metáfora de la relación padre-hijo y su herencia está presente en la mayoría de los poemas. Esta situación obsesiona al poeta estadounidense. La familia y los antepasados forman la memoria que el ser humano posee. Los hombres somos toda esa memoria pasada que nos antecedió y que llevamos, inconscientemente, en nuestras facciones y, a veces, también en los actos. Esta reducción cambia el enfoque del lente y, de manera fatal, nos hace ver que somos porque alguna vez fuimos.
«Yo era un mocoso repelente, / él arrastraba mil cadáveres… »
(DOS ENCUENTROS)
La primera parte de la obra Los hijos de Bob Dylan, denominada Zen y arte, apuesta por recrear una cercanía con la obra de Dylan, pero también distancia al lector al apuntar a crear universos paralelos en los cuales el famoso cantante se transmuta en la palabra de McNeer para tomar formas diferentes y desenvolverse en acciones muy opuestas al acto en sí de la creación musical. Así, el cantautor puede permanecer temporadas en el infierno o en la prisión, hablar desde la voz de otros poetas, utilizando líricas de sus canciones, etc.
«El oro se había ido, y no había éxito como el fracaso»
(KLONDIKE)
He ahí una gran razón para leer la obra en inglés –o, al menos, intentarlo–. Muchos de los versos que se muestran son, en realidad, diálogos con las canciones de Dylan. Es una artificio muy simpático que se presenta como una situación aparentemente muy normal en uno de sus hijos, porque esos especímenes Hablan Bob Dylan –McNeer dixit–. La sonoridad de la voz ronca y ese acento tan particular del cantautor estadounidense quizás retumben en la mente del lector que alguna vez escuchó sus versos o que, simplemente, posee la intuición de que don’t think twice, it’s all rigth o how many miles must the white dove fly before she sleeps in the sand?, son claras referencias a sus canciones.
McNeer, además, presenta una genealogía de lo que lo llevó a convertirse en un hijo de Dylan. Aquí se puede apreciar el carácter autobiográfico de la obra ya que, en los versos, descubrimos un pasado vinculado con México y con la no-memoria de este hecho, con la negación itinerante de ese pasado hispanohablante y lejano a la tradición que sus antepasados debieron adoptar al vivir y establecerse en los Estados Unidos.
«[…] me senté el porche / donde mi abuela / me había enseñado cómo hacer trampas en canasta y en las damas, / y medité sobre la inquietante verdad / de que lo que ocurre en México / se queda siempre en México»
(LO QUE SE CALLABA LA ABUELA)
Pero la relación de McNeer con el castellano, no se limita únicamente a México. Hay que recordar que también es el traductor de Fernando Valverde, Benjamín Prado, Elvira Sastre, Raquel Lanseros y del Premio Cervantes José Hierro, todos ellos poetas españoles. En la segunda parte de la obra, llamadas El pájaro en la mano, el poeta sitúa al lector en otro espacio muy diferente al primero en el cual Bob Dylan era el cetro y el hilo conductor de todo. Ahora, torna el eje hacia lo español.
Dice el poeta estadounidense en el texto Los españoles no duermen que éstos le «recuerdan a los muertos vivientes: / comen mientras duermes, / fuman solo cuando tú no lo haces», y reflexiona un poco sobre ciertas cosas, aparentemente, superfluas en el comportamiento de este grupo social pero que terminan por significar una contradicción de forma y una metáfora hermosa de la vida:«… este subir / y bajar las escaleras / al mismo tiempo». Además, menciona, en otro texto también dedicado a España, otras circunstancias que podrían ubicarnos geográfica y filosóficamente en ese país.
«… solo es otro país / para aquellos de nosotros que pensamos que / […] / La Mancha es lo que ocurre cuando se nos derrama el vino»
(ESPAÑA)
Por último, en la tercera parte de la obra, llamada España de mi corazón, McNeer realiza otro tributo. Esta vez no a Dylan, sino a varios de sus referentes principales. Está claro que estos referentes, siguen el mismo juego que la primera parte en la cual se es hijo del cantautor estadounidense. En este compendio de poemas, en cambio, la voz poética es adoptada por otros padres: Jorge Galán, Bécquer, Pablo Neruda, Franz Kafka, Frida Kahlo, T.S. Eliot, Edmund L. King, Derek, y también a ciudades emblemáticas que el poeta ha tomado como estandarte, como Altamira o Nerja. Sentirse parte de una ciudad o reconocerse con ella, también es ser hijo de la misma.
En esta última estancia, el poeta recurre a la memoria y al pasado, nuevamente, para destacar lo que es el ser humano ahora. Sin un pasado, no existimos. El hombre que no tiene pasado no puede ser. Sin embargo, lo que queda al final es sólo el recuerdo humano de la muerte de alguien. El cadáver se pudre, pero en la memoria aún puede renacer todos los días. A pesar de eso, siempre los muertos estarán en soledad.
“Hoy llueve ahí afuera, y pienso: / qué solos se quedan los muertos”
(BÉCQUER)
Pero, quizás el poema que más destaca de todo este grupo y con el cual se resume todo lo que propone en este último estadio es Momentos Eliot. Un niño reta al sol, lanzándole una piedra y crea un mundo en el cual él es el sol: «Es tu oportunidad de parar el mundo / tú eres el niño / que puede parar la tierra / que puede lanzar / una piedra al sol / y ser el sol». El niño siempre es un pequeño dios, eso es innegable.
Sin embargo, McNeer destroza toda la creación de este niño y la enfrasca en un deseo que se quedó estancado, algo que, eminentemente, tenía que fracasar en algún momento. Lo último que nos queda es aferrarnos a que, en realidad, no existe una finalidad. Absolutamente, todo se ve frustrado cual si fuera una situación kafkiana de la que el ser humano no puede –ni quiere escapar–. En la muerte, simplemente no hay nada o, bueno, eso aún no lo sabemos.
«Al final no hay / ni mundo ni vida / ni amor ni respuestas»
(MOMENTOS ELIOT)
De: "Mira que lo has hecho", Valparaíso Ediciones, 2014
Traducción: Raquel Lanceros
JESÚS Y LOS PINGÜINOS
Me preguntas de qué escribo…
Bien podría ser yo Jesús comiendo
un panecillo y escuchando a los pingüinos
recitar el Credo de Nicea.
Te vi y mi piel se volvió
un mapa de carreteras se volvió un río se volvió
el suave brillo de Rembrandt o los sátiros locos
de Picasso. Los borrachos en el metro
veneran el chicle que masticas. Hay
mangos y dulce hierba
y té verde en tus ojos húmedos.
Hay una cíngara en la oscuridad
que engendra tu nombre.
Recorta el corazón de este poema y
déjalo bajar por tu garganta en silencio.
Te hablará en cada cosa que veas.
Por ti, barrería mi porche
y plantaría un jardín. Por ti, yo dejaría
una luz encendida en la oscuridad.
LÁTIGO
Si alguna vez me vuelves a dejar,
abandonaré mi pluma,
cerraré este libro que amo,
apagaré la música y moriré.
Sin duda, el amor es brutal a cualquier edad,
la rabia que sentí de niño
sigue en la tumba de mi madre
hoy: cicatriz sin tiempo, fuego lejano.
El látigo aterriza y otra alma
grita de dolor. No hay modo fácil
de aprender -aprendemos muriendo -
sabiduría de pago a plazos.
Préndeme fuego lentamente. Estos huesos
servirán para mantener tu cuerpo caliente
por un tiempo: son huesos amorosos…
No he nacido para perderte dos veces.
CUATRO PIEZAS FÁCILES
Olvidar a Eliot
fue mi primer error. . .
pero olvidar
es recordar
otra cosa
a la vez
más importante
mientras el gato pisa
la maceta
y el canto de un pájaro
desaparece en un matorral
y ella aún tiene un rostro
que la oscuridad podría
matar en un instante
y yo puedo escribir la
palabra Laura y sentir
la mano del maestro dentro
de la mía temblando de
rabia ...
y había
un tigre entre nosotros
que se comió tu corazón por la noche
y se me quedó mirando por
la mañana.
La poesía te permite fingir ser
la persona que sabes que eres.
WILLIAM Y EMILY
Claro, yo me podría cansar de ti
en mi lecho de muerte tal vez con
una mano cuidando tu jardín
la otra extendida para llegar a dios
sabe qué tu sonrisa tu silencio
tu amor por la comida basura
todo lo que significabas para mí
antes de que significaras todo para mí
cuando el lenguaje falla lo único que
puedes hacer es mirar con asombro
cualquier cosa que se mueva o no
pero hay tanto que puedes ver
calcular las posibilidades y
luego callar y escuchar… ¿qué?
hay tanto que puedes oír
o sentir la espina te pincha
y sangras pero sólo puedes
sangrar tanto tiempo sólo doler tanto tiempo
el sabor de ese vino que casi
recuerdas el olor de ese jardín
gusanos en la lluvia y una oración. . .
FLEURS
Treinta años después de que escribieras
Les Fleurs du Mal
tus versos me recorren
igual que el vino amargo
que abandonan los amantes.
Oigo tu pluma arañar
el papel mientras escribes
estas palabras a solas en tu estudio.
El aroma a Jeanne Duval
está en todas partes.
La maldición de su carne,
la extravagancia de su pelo,
su saliva que perdura
como pétalos de rosa
bajo tus uñas pintadas,
el latido incesante de su corazón
contra su garganta y tus labios
te aprisiona y te fascina,
te hipnotiza mientras tus palabras
giran en el aire de la tarde.
Bebe profundamente del opio de sus ojos,
huele el hedor que la abraza,
las sábanas perfumadas, empapadas de sudor,
la hediondez en las esquinas del cuarto
donde lleváis a cabo vuestros rituales
y entretenéis a la serpiente danzante,
la bestia que tan sólo vosotros conocéis.
Ella es el oro pálido que fluye
a través de los ojos del niño Jesús
hacia tus labios mientras escribes estos versos.
No hay muerte más dolorosa
que esta lánguida espiral en tu abismo.
No hay sustituto de su gracia.
Eres un hijo agradecido a la leche de su madre,
la carne putrefacta de un cadáver, el amor que se corrompe
ante tus ojos, el rencor de una ciudad fracasada,
la rabia de una vida traicionada, una invitación a un paraíso
que sólo un conejo fumador de narguile podría conocer.
Llega el amanecer pero estas flores extrañas y perversas
languidecen en la oscuridad de tus ojos:
joven, exhausto, desvalido, abandonado a tu suerte.
CAMINANDO HACIA LAKE ALFRED
Para Amy
Era una mañana calurosa de julio.
Mi abuelo y yo
íbamos caminando hacia Lake Alfred.
“¿Cómo te llamas?”, le pregunté.
“John”, dijo. “¿Y tú?”
“Creo que me van a llamar Gordon”.
“No eres de por aquí”,
dijo. “No, pero lo seré”.
“¿Qué es eso?”, pregunté. “Eso”,
dijo, “es un campo de naranjos”. “Entonces,
¿qué son todas esas cosas blancas?”, pregunté.
“Dinero”, respondió. El aroma del
dinero estaba en el aire. Era dulce
y me recordaba al jazmín. “El dinero
no crece en los árboles”, le recordé.
“Tú mismo lo dijiste”. El sol calentaba
cada vez más. Me trajo a la memoria todos
aquellos caminos polvorientos en México. “Algún día
te alegrarás de que te recuerde”. “Crucemos
ese puente cuando lleguemos
a la otra orilla”, dijo él.
.
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