Abel González González
(Curepto, CHILE 1879 - Iquique, 1930)
Luego de cursar estudios en el Seminario de Talca, los siguió en la U. De Chile, graduándose de abogado en 1904.
Fue Director de “La Prensa” de Curicó y, tras su desempeño en el poder judicial en Lontué y Molina, fue trasladado a Iquique, donde fallecería en 1930.
Su poesía esta inspirada en temas campesinos o motivos patrióticos y ha sido recogida en varias antologías. Sus versos son sencillos y de impronta campesina, intenta describir a través de sus versos la belleza de la manera más sencilla posible, le canta al paisaje del secano costero, sus costumbres y su aire: es llamado "poeta de la tierruca" pero al mismo tiempo su obra es profundamente religiosa, capaz de contemplar en lo cotidiano de vivir y amar, la Presencia mistérica que le da sentido a nuestro existir. Su poesía por lo tanto, sin ser panteista, es una hierofanía en medio de lo secular.
“Aquí recta, allá sinuosa,
ya en áspero curso o laso,
la quebrada se abre paso
por la sierra montañosa.
En cada falda riscosa,
estrechas sendas se miran
que van y vienen y giran
bordeando riscos y quiebras
que perezosas se estiran.
Silvestres enredaderas
de hojarascas, verde-oscuras,
ostenta por colgaduras
la quebrada en sus laderas;
son las montañas colleras
y parásitos quintrales
los que en troncos y breñales
adhiriendo sus raíces
han tejido esos tapices
que parecen orientales”.
“De un añoso quilantral
bajo la verde enramada,
la fuente de la quebrada
guarda su limpio cristal;
se abastece su caudal
de perenne vena ignota,
que al pie de una peña brota
cual lluvia de pedrería,
y sin cesar noche y día
cae y cae, gota a gota”.
Tierra chilena
Autor: Abel González
Santiago de Chile: Impr. Cisneros, 1922
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1920-09-12. AUTOR: GUILLERMO ROJAS CARRASCO
Abel González es quizás de los poetas chilenos contemporáneos el más fácil versificador. No hay que buscar en su poesía ni la invención de nuevas formas, ni la invención de nuevas formas, ni la expresión de pretendidas o reales torturas y retorcimientos del espíritu: su verso fluye fácil y armonioso como arroyuelo que se desliza sin encontrar obstáculos en su camino, o como una suave melodía cuyo susurro agrada al oído. Usa variedad de metro; pero se mantiene siempre dentro de los moldes clásicos: no es un innovador que quiera disfrazar la falta de verdadera inspiración con un ropaje exótico. El mismo ha dicho:
“De lo grande y de lo bello soñador enamorado
peregrino en el presente, soy un hijo del pasado”.
Y en verdad, Abel González es un hijo del pasado, no solo en lo que al empleo de las clásicas y sonoras estrofas castellanas se refiere, que ello es digno de elogios, sino que también, y por desgracia, en lo que se refiere a las ideas que sustenta. Digo por desgracia, no como un reproche a sus creencias religiosas que cada cual dueño es de creer lo que tenga por verdadero, sino porque en realidad quien tiene siempre ante sus ojos la imagen de la fe y de los dogmas, no podrá dar nunca a su fantasía el amplio vuelo que de otro modo podría, porque precisamente la fe, ese espectro descarnado, se lo impide. Y no podrá abordar temas que pudieran traer siquiera la sombra de la duda, y no podrá cantar un himno de glorificación a tantas cosas bellas, a tantas sensaciones deliciosas, a trueque de no aparecer como inmoral. Porque juzgando con el añejo criterio de la fe religiosa, se llega a considerar inmoral toda manifestación de arte que esté demasiado de acuerdo con la naturaleza libre, toda idea cuyo desarrollo signifique un paso hacia la evolución intelectual.
***
“Poemas”, cinco en total, es el nombre que lleva el primer volumen de versos publicado por González (Talca, 1910; 153 páginas). Ya en este libro puede admirarse la facilidad de versificación de este poeta y la armonía del lenguaje, junto con la clásica corrección de la forma. En el poemita “En el Edén”, el escritor tiene un delicado piropo a la mujer al decirnos que Dios, después de crearla, no pudo resignarse a que la más bella de sus criaturas fuera la más débil:
“Y cual racha de fuerza huracanada
vibró otra vez el “verbo” fecundante
y extraña luz iluminó al instante
de la mujer la tímida mirada.
Su arma era aquella, formidable espada
que siempre llega al corazón vibrante
lo mismo que relámpago brillante
que hasta la roca al fulminar horada”.
Y escuchemos este armonioso soneto de “Idilios de jardín”, que nos hace recordar algunas estrofas de Zorrilla:
“Aquella tarde el céfiro rendido
por los rayos del sol enervadores
en voluptuosa languidez de amores
estaba en el pensil adormecido.
En su voz de perfumes, al oído,
se hablaban ebrias de pasión las flores,
y era cada capullo de colores
de alguna mustia mariposa, nido.
De insectos de oro levantando enjambres
y de azahares desprendido lluvias,
el Céfiro indolente aleteaba.
El polen fecundaba los estambres,
la miel bullía en las corolas rubias:
todo de amor enfermo palpitaba”.
En el último poema del libro “En el baile”, el autor nos traza una serie de cuadros destinados a probar que este entretenimiento social, por la lascivia que se ve pintada en los ojos de los hombres:
“Al ver un seno de mujer, hermoso,
por el abierto escote del vestido”
y por otros considerando, es algo inmoral y pecaminoso… Hay en él algunas pinceladas que, como la siguiente, están dadas de mano maestra:
“¡Qué pareja más hermosa
la que pasa ¡vive Dios!
rauda, leve y vaporosa!
Bello es él, allá es hermosa.
Y qué jóvenes los dos!
Se miran enamorados
y veo en ella y en él
argollas de desposados:
¿si serán recién casados
en plena luna de miel?
¿Esposos? ¡qué tontería!
Antes que ver cuadro tal
en un baile, se vería
junto con la noche el día
dentro de un mismo fanal.
Esos que valsan han sido
tiernos amantes ayer
que aún no se echan al olvido,
aunque ella es de otro marido
como él es de otra mujer”.
***
El segundo libro de este poeta lleva por título “Versos viejos” (Curicó, 1914; 164 páginas) y en la primera composición del libro el autor declara que ha reunido en él versos escritos en su juventud. El prologuista, con raro acierto, dice al presentar a González que “no tiene esos relumbrones de forma, esos retoques resaltantes de la frase sonora y ampulosa; pero tiene el alma poética en su concepción más tierna y pura”. De ello da pruebas sobradas el poeta a través de toda su obra literaria. Oigamos estos versos que también recuerdan los de Zorrilla, quien ha ejercido, sin duda, un gran influjo sobre González:
“Era un querub [sic] con vestidura humana
era un lirio de carne, inmaculado
una alma tierna de la mía hermana,
un corazón del mío enamorado.
Era una virgen hechicera y pura
la que despliega sus brillantes galas
cuando el primer ensueño de ternura
dentro del corazón bate sus alas”.
Casi todas las composiciones que figuran en este volumen tienen por objeto el amor y hay a la par cantos al amor humano y al divino, pues debemos recordar que González no olvida cantar.
“La fe, coraza que al mortal escuda,
impidiendo que el alma le taladre
el dardo envenenado de la duda”.
Y todas estas creencias tienen, indudablemente, su recompensa:
“Porque mi ángel de luz para consuelo:
-Anda! –me dice- que al final de todo
esta es la senda que conduce al cielo!”
Tiene salves y preces a la Virgen del Rosario y a otras vírgenes; pero a pesar de su fe, hace un brindis al dolor, al que llama:
“…amo brutal de ceño rudo
que a la infeliz humanidad azota
hasta dejaría en su tormento agudo,
con la fe muerta y la esperanza rota”.
Y llega hasta pedir:
“¡Cosas, canciones, carcajadas, ruido!
¡Siga la bacanal con frenesí!
Quiero en la charca del placer hundido
encontrar el reposo del olvido,
olvidar lo que soy y lo que fui”.
En su poema “El canto del tordo” (flor de oro en el Concurso Swinglehurst de Valparaíso, 1913), hay décimas tan bellas como esta:
“Bajo tu negro plumaje
alma de fuego hay en ti,
por eso cantas así
moreno bardo salvaje;
por eso es que entre el ramaje
de las colleras y quilas
cuando de tu alma destila
las amorosas congojas
como luciérnagas rojas
se ven brillar tus pupilas”.
Y en su hermosos poema “La fuente del quilantral” (flor de oro en los Juegos Florales de Cauquenes, 1919[1]), figuran algunas décimas que no desmerecen de las del autor de “El vértigo”:
“En seguida alegremente
conversando la pareja
por el faldeo se aleja
él locuaz y ella sonriente,
y al llegar cabe la fuente,
el uno del otros en pos,
siéntanse al borde los dos
y siguen charlando amigos…
¿De qué?... Como no hay testigos
tan solo lo sabe Dios.
Dios y la fuente de plata
del añoso quilantral
en cuyo terso cristal
la pareja se retrata;
Dios y la vertiente grata
que allí cerca rumorea,
y el copihue que llamea
cual rojo girón flotante
y alguna tórtola errante,
que entre el ramaje aletea.
Pero los que oyendo están
la queda charla no lejos
son confidentes ya viejos
de la moza y del galán;
por eso su tierno afán
no puede mostrarse inquieto,
que el manantial es discreto
muda la fuente y la flor
y de un idilio de amor
saben guardar el secreto”.
Y para terminar, y como dato ilustrativo, agregaré que Abel González ha obtenido tres veces “la flor de oro” en diversos Juegos Florales, y entiendo que también tiene algunos segundos premios, todo lo cual hace que sea el poeta chileno que mayor número de triunfos haya conquistado en torneos intelectuales. El juzgar y sentenciar causas, el consultar códigos y el redactar edictos, no ha logrado, pues, adormecer en él su culto siempre vivo por las musas.
[1] El segundo premio del mismo concurso fue para Aída Moreno Lagos; el tercer premio para Pablo Neruda con el poema “Nocturno Ideal”. Fuente: Neruda.uchile.cl http://www.neruda.uchile.cl/cronologia/cronologia3.htm (Nota del ed.)
CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1922-09-25. AUTOR: LUIS LIZANA
Quienquiera que haya leído algunas de las poesías de Abel González, habrá tenido que sentir palpitar la tierra chilena que vibra en cada uno de sus versos. Esos destellos de su mente que despedía de tarde en tarde el humilde poeta desde un pueblo lejano, alumbraban por un momento el cielo de nuestras letras, como un relámpago, dejándonos sumidos muchas veces en la oscuridad de lo sentido pero no gustado. Todos ansiábamos ver recopiladas sus poesías para gustar la miel que no se acaba, para vivir nuestras sierras, nuestras quebradas, nuestros paisajes. Y esas esperanzas han sido cumplidas ahora. Digo así, porque acaba de dar a luz en un tomo de 230 páginas sus mejores poesías.
Recorriendo sus páginas he podido admirar la sencillez del argumento, como los de la Araña, el Grillo y el Abejorro con el raudal de poesía que los hace vivir y obrar. En sus versos uno respira el olor de las majadas, oye al zorzal en las tardes de misterio y quietud alegrar al bosque; al tordo al morir el día cruzar las quebradas de vuelta del sembrado que ha ido a talar; oye al arroyuelo venir cantando risco abajo; siente el triste quejido de la Tórtola que llora sus penas o canta sus alegrías entre el ramaje; escucha el aleteo de las espigas maduras y las ve columpiarse al peso de sus granos con la brisa mañanera; ve relucir las echonas que las derriban; siente rechinar las carretas que las conducen a las eras; y asiste a la trilla, a esa reunión social de nuestros campos; ve al espumoso mosto bullir en los potrillos y oye el rasguear de la guitarra que con acordes sencillos, como sus moradores, invita a la clásica cueca. En una palabra, leyendo sus versos, se vive la vida que cantó el poeta como la mejor vida. Abel González es el Gabriel y Galán chileno; es el cantor de nuestros campos, es el trovador que hace respirar el perfume de la madreselva, salvia y arrayán.
En el ofrecimiento que hace de su libro, dice con la sencillez muy propia de él:
“Obra de arte no es esta
Que de arte no sé nada;
Mi labor es tan ruda y tan modesta
Y de una sencillez descuidada
Cual la del sembrador de faz modesta
Que siembra su barbecho de la cuesta”.
Más adelante agrega:
“Es este libro un cántaro moreno
De greda de mis ásperas montañas
Que yo te ofrezco hasta los bordes lleno
De acre mosto montés… Si me acompañas
El líquido a escanciar, yo te aseguro
Que, aunque en sabor no es bueno
Tonifica y conforta porque es puro”.
En una descripción admirable da a conocer las cualidades que tiene el mosto cosechado en los faldeos de nuestras sierras y que no es como el vino que produce efectos lúbricos en sus escanciadores, dice así:
“Bebe a sorbos, lector, que esta bebida
Si tiene la acritud y la aspereza
Del agrio monte donde fue nacida
Para alejar de tu alma la tristeza
Y hasta Diosa sabe, si alegrar tu vida,
Como alegran la vida montañesa
El gárrulo cantar de las cigarras,
El sonoro puntear de las guitarras,
Y el trinado rasguear de los rabeles,
Bebe no más, que, si no sabe a mieles
El jugo de mis parras, purpurino
Vino de corazón es este vino
Que no despierta lúbricos antojos,
Ni hace perder a la cabeza el tino
Ni apaga la mirada de los ojos.
Es igual al que anima la sencilla
Vida montés, en horas de jolgorios,
Como el que en cuencos de morena arcilla.
En las noches de santos y velorios,
En los días ardientes de la trilla
Y en las fiestas de bautizos y casorios,
De mano en mano avanza
Entre viejas y mozos y chicuelas
Como néctar de olvido y venturanza
Contrapuntos poniendo en las vihuelas,
Y airosos zapateos en la danza”.
En las estrofas citadas pueden ver los lectores la naturalidad, la poesía que encierran y cómo respiran nuestras cosas y costumbres. ¿Y qué decir de las demás poesías? Cojo al azar una de las estrofas de Musa Chilena y la doy a gustar a sus futuros lectores; en ella podrán admirar la facilidad en la versificación, la inspiración delicada y experimentarán sin duda la alegría indescriptible que produce en nuestra alma el bello ideal que despierta las toscas cuerdas del estro dormido, de los que son poetas, pero que sienten y viven la poesía. Dice así:
“Yo de Llico en la laguna
O de Llanquihue en el lago
Soy cisne o garza que vago
Cual rayo errante de luna;
Gaviota soy en la duna
Águila en el risco audaz
Parda paloma torcaz
En el quilar que se enreda
Y en la tupida robleda
Negra torda montaraz”.
Y como si esto no fuera suficiente, permitid que copie otra estrofa en que muestra las cualidades de la Musa Chilena, ya sean convertidas en virtud o en pasión, según sea el tratamiento que se le dé:
“Yo soy franca en la amistad,
Y en el placer, expansiva,
Cuando me ofenden, altiva,
Cuando me minan, bondad:
Flor de ensueño y de piedad
Soy en la mujer chilena
Pasionaria y azucena,
Violeta azul y clavel
Y siempre un pomo de miel
Allí donde hay una pena”.
Siéndome imposible dar a conocer con más detalles las bellezas que encierra dicho libro de poesías, remito a los aficionados a la buena, sencilla y clásica poesía, a que recorran sus páginas con detenimiento, no con ojo avizor que busca defectos que los hay, porque son necesarios para hacer resaltar sus bellezas. Y ya dijo el poeta que su obra no es de arte. Y estoy seguro que después de leído y comparado su juicio con el mío, verán que el que yo he emitido acerca de este libro queda a la cuerda de la montaña que he pretendido escalar.
Es un libro que está llamado a ocupar un puesto de honor en nuestras bibliotecas. Es un libro que interesa para los que conocen el campo con sus atractivos, porque encontrarán en él espléndidamente retratado lo que ellos conocen; y para los que ignoran esa vida dulce y tranquila, encontrarán en sus páginas las alegrías inocentes de los campesino; se dormirán en las noches al murmullo de nuestros bosques; respirarán el aire embalsamado con el perfume de la salvia, madreselva y espino, despertarán con el canto de las diucas; sentirán en sus horas de trabajo el monorrítmico cric-cric del Grillo; verán a la Araña laborando en los quilares sus encajes de filigranas; al cisne mecerse sobre las ondas de nuestros lagos; a las lloicas con sus pechos incendiados; en una palabra, tendrán en su hogar todas las bellezas de nuestra tierra, cantadas en estrofas llenas de poesía moduladas en arpa de oro, por Abel González, poeta criollo que canta, siente, vive, lo que cantamos, lo que sentimos y vivimos; por eso sus poesías serán: luz, campo, amor, alegría en cada hogar que le dé hospedaje.
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