lunes, 23 de junio de 2014

DAVID PERRY [12.011]


David Perry

David Enrique Perry Barnes (Ovalle, 1896 – Santiago, 1969). Estudió leyes en la Universidad de Chile. Fue funcionario del Ministerio de Justicia, secretario y agregado de prensa del Departamento de Turismo. Publicó, entre otros libros: “Témpanos errantes”, “Tiempo inmóvil”, “Tejedor de la luz”.

Escribió crítica literaria en “Las Últimas Noticias”, “El Mercurio”, “El Diario Ilustrado”, “El siglo”, entre otros medios.



HIJO AUSENTE

Crepúsculo unvernal está esfumando
la Acrópolis de mármoles desnudos.
La madre sigue ante la cruz, llorando
el infinito que vivir no pudo.

Y es una imagen de la pena cuando,
a todo luna, el cementerio mudo
es un oasis perfumado y blando
en la violencia del camino rudo.

Llora la madre por la adversa suerte
y quiere abrir el túmulo con besos
y revivir las pláticas difuntas....

Y espera luego el sueño de la muerte
donde florecen fatigados huesos
y almas hermanas amanecen juntas.





Témpanos errantes
Autor: David Perry
Santiago de Chile: Impr. New York, 1915


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1915-10-25. AUTOR: OMER EMETH

¿Qué tienen de “témpanos” los versos del señor Perry? “Témpanos” serían para mí, poemas fríos, glaciales, álgidos, con los cuales el tropezar en medio del mar de la vida sería catástrofe…

Puede uno leer los versos del señor Perry sin tener suerte igual a la del “Titanic”.

No adivino, pues, la razón a que obedeció el poeta al dar a su libro un título tan enfriador…

La verdad es que si, por ahí, hay témpanos errantes que prometen durar lo que duran los hielos en primavera, hay también en este libro islas sólidamente ancladas y en cuyo suelo florece poesía.

Ejemplo: las “Madréporas”, cuya intensidad de vida es todo un símbolo.


“Entre güiros, medusas y cardúmenes,
en el fondo del antro submarino,
las oscuras madréporas se aduermen
perezosas, letárgicas. No alcanza
a sacudir su inerte somnolencia
la intuición inefable de los mundos
espléndidos de arriba…


Pero en la calma de una noche estiva…
...

un rayo pensativo de la luna


penetró con su flecha cristalina
el alcázar dormido de las aguas,
y conmovió en un beso azul y blando
el sueño secular de las madréporas.”

Y, despiertas, iniciaron estas su ascensión hacia la luz:

“Lentamente se fueron congregando
los laboriosos pólipos. La esbelta
columna fue ascendiendo…”

El mar, con el peso formidable de sus aguas, intenta aplastar a las madréporas y cautivarlas en sus abismos. Pero la lenta y esforzada columna continúa subiendo.

“Hasta que un día cálido y glorioso
como un beso augural, llegó a sus frentes
un rayo de sol. Y las madréporas
redoblaron su esfuerzo. Ya el espacio
va insinuando en el bloque trasparente
su verde claridad. Tan solo falta
un último empellón. Y la gran isla
se alza […] sobre el océano…”

Siento que la falta de espacio me prive de copiar toda esta pieza.

Por la muestra ve el lector la poesía y el simbolismo de estos hermosos versos.

A mis lectores, pero principalmente al joven poeta, séame lícito desearles que se realice en cada uno de ellos el símbolo de las “Madréporas”.

Estamos todos “en el fondo del antro submarino” revueltos con güiros, medusas y cardúmenes. (¡Oh, los cardúmenes y las medusas y los güiros que nos acompañan!).

Ahí estamos, a pique con millones de toneladas de agua oscura encima de nuestras cabezas.

¿llegará hasta el fondo del antro “un rayo pensativo de la luna”?

¿Surgiremos?, ¿ascenderemos? Y al subir, ¿permanecerán atadas a las rocas del fondo (o sea, a la tradición, a los antepasados, en una palabra, a la Patria) nuestras raíces mentales? O, desprendiéndonos de todo el pasado, ¿subiremos a la superficie para luego flotar allí a modo de témpanos errantes? ¿Seremos isla permanente poblada de palmeras? O, cual conviene a témpanos, ¿iremos derritiéndonos en la nada después de tropezar con islas y barcos en todos los mares?

De nosotros depende el ascenso, y la fijeza y el florecimiento…





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