jueves, 12 de noviembre de 2015

TEÓCRITO [17.472] Poeta de Grecia


Teócrito

(Siracusa, actual Italia, h. 310 a.C. - ?, h. 250 a.C.) Poeta griego, creador de la poesía pastoril. Vivió mucho tiempo en la isla de Cos y fue protegido de Hierón de Siracusa (h. 275 a.C.) y de Tolomeo II Filadelfo en Alejandría, donde también conoció a Calímaco. Teócrito es el fundador de la poesía bucólica y uno de los grandes poetas de la época helenística. Familiar y lírico, capaz de unir lo dramático y lo narrativo, fue el poeta del amor y la belleza del campo, un gran observador de las costumbres de su época y renovador de antiguas leyendas. Se conservan de él una treintena de Idilios y alrededor de veinte epigramas. Su obra principal son los Idilios, compuestos en el dialecto dorio de Sicilia y de inspiración pastoril, con escenarios tomados de la naturaleza. Sus primeros seguidores fueron Mosco y Bión, y el ambiente pastoril fue imitado por Logo y luego por Virgilio, éste en las Bucólicas. Su obra se revalorizó en el Renacimiento.

Teócrito

Acerca de la vida de Teócrito no se conoce ningún hecho cierto más allá de los indicios que proporcionan sus poemas. De ellos se deduce que en su juventud estuvo en Cos, y más largamente en Alejandría. En su ciudad natal procuró obtener la protección del poderoso Hierón II, y en la gran metrópoli egipcia la de los Tolomeos.

Por uno de sus poemas, en el que figuran los nombres de dos poetas, Filitas de Cos y Asclepiades de Samos, considerados como maestros y jefes de escuela, sabemos que Teócrito frecuentó diversos círculos literarios de Cos y participó en debates literarios; se ignora, sin embargo, cuáles pudieran ser sus relaciones con el docto poeta y corifeo alejandrino Calímaco, situado en el centro de la mayor polémica artística de la época. Los restantes datos biográficos resultan débiles o insignificantes; dedicó un poema a cierto Arato, que no parece identificarse con el conocido poeta, y fue amigo del médico Nicias, a quien se hallan dirigidos dos poemas y para cuya esposa, Teogénides, envió Teócrito una rueca de marfil hecha en Siracusa, junto con uno de sus poemas.

Nada se ha conservado de sus yambos y elegías; sí, en cambio, veinte de sus epigramas y treinta Idilios. Cabe hacer notar que en el "corpus" divulgado por los bucólicos griegos, y en el cual figuran también Mosco, Bión y otros, las poesías apócrifas se hallan mezcladas a las auténticas ya desde las primeras ediciones. De los treinta Idilios iniciales del "corpus" ni siquiera la tradición manuscrita atribuye a Teócrito los XIX, XXI, XXIII, XXV y XXVII; en cuanto a los restantes, no es auténtico el IX, y resultan dudosos el VII y el XXVI.

La palabra "idilio" procede de un diminutivo griego que significa "pequeño cuadro"; en latín lo empleó por primera vez Plinio el Joven para referirse a poemas de corta extensión. El término, por tanto, no tiene nada que ver con la poesía pastoril, pero al haberse hecho famoso Teócrito por sus poemas de carácter bucólico, acabó adquiriendo el significado de relación amorosa. Si bien la notoriedad del poeta está ligada a la creación de la poesía pastoril, debe señalarse que sólo diez de los treinta Idilios tienen carácter bucólico. Teócrito observa en ellos la vida de pastores, campesinos y pescadores de su Sicilia natal en escenas de refinado naturalismo.

Estos poemas fueron la fuente de inspiración de las Églogas de Virgilio y, a través de ellas, de mucha de la artificiosa poesía pastoril del Renacimiento europeo. Cierta crítica ha querido interpretar ese matiz romántico que difundieron los Idilios de Teócrito como un reflejo de los cambios sociales debidos a la gradual desaparición de los propietarios libres de tierras; de ahí la nostalgia e idealización de lo bucólico frente a la esterilidad de la vida ciudadana.

Los Idilios de Teócrito presentan gran variedad de giros y estructuras. Además de los estrictamente bucólicos, algunos representan ambientes ciudadanos y recuerdan los antiguos "mimos" basados en elementos folclóricos, como Adoniázousai (Idilio XV), en el que unas locuaces siracusanas se dirigen a Alejandría a las fiestas en honor de Adonis, o Pharmakeútiai (Idilio II), en el que una muchacha trata de atraer con sortilegios el amor de su infiel amado. Otros idilios tienen argumento épico, amoroso o encomiástico. Los de tema pastoril, caracterizados por el uso frecuente del dialecto dórico, son en general diálogos y justas poéticas entre pastores, y otras veces efusiones de enamorados, como la del cíclope Polifemo por la bella Galatea (Idilio X).

Entre los más conocidos hay que citar Tirsis (Idilio I), donde un cabrero pide a Tirsis que entone el melancólico lamento por la desaparición de Dafnis, el bello pastor adolescente que muere de amor no correspondido, y Talisias (Idilio VII), descripción, inundada con la cálida luz del verano, de una fiesta de cosecha en la isla de Cos en la que Simíquidas, el narrador, es el poeta mismo, y presenta a contemporáneos suyos, tanto amigos como rivales, bajo el disfraz de rústicos. Por su perfección literaria y estilística, los idilios de Teócrito constituyen una de las obras más logradas de la literatura griega. La crítica considera al autor como el poeta más original del período helenístico. Por poco extensa que haya sido su obra, Teócrito logró establecer un género en la Antigüedad y ejerció durante siglos una gran influencia en la literatura.




El ladrón de miel

Una abeja maligna picó un día
a Eros que robaba una colmena,
y le picó en la punta de los dedos.
Eros patea, grita, se lamenta,
se sopla las heridas y a Afrodita
mostrando su dolor, llora y se queja
de que por ser tan pequeño y diminuto
produzca unas heridas tan cruentas.
…………………………….
Y la madre, riendo, dice al hijo:
-¿no eres tú semejante a las abejas?
Tú también, hijo mío eres pequeño
¡pero qué heridas tan terribles dejas!



Idilio XII

¿Has vuelto, querido joven? ¡Dos días y dos noches lejos!
(Quien arde con amor, envejece en un día.)
Tanto como dulces manzanas sobresalen en el crudo
Ciruelo; la floreciente primavera en el duro invierno;
En lana de la oveja su cordero; la doncella en su dulzura
La dama ruborosa; el cervatillo la cría en la manada;
El ruiseñor en la canción de todo tipo de plumas-
Tanto anhelaste la presencia que reconforta mi mente.
Hacia ti mi paso apuro, como hacia el haya umbrosa
El viajero, cuando al alcance del cielo
Arda el sol feroz. ¡Puede nuestro amor ser tan fuerte,
Que de aquí en adelante en todos los tiempos sea tema de canto!
‘Dos hombres se han amado el uno al otro a tal grado,
Como cualquier amigo vio en el otro
Alguien más querido que sí mismo. Amaron de viejos
Ambas naturalezas doradas en una edad de oro.

¡Oh padre Zeus! ¡Eternos inmortales todos!
De aquí a doscientos años alguien le podría recordar,
Bajando al irremediable río,
Esto a mi mente y entregarle estas buenas nuevas:
‘Hasta ahora de este a oeste, de norte a sur,
Su mutua amistad vive en cada boca’.
Esto, si les place, lo decidirán los Olímpicos:
De ti, embellecida por tu floreciente virtud,
Mi intensa canción sólo revelará la verdad;
Con pústulas de mentira no avergonzaré mi nariz.
Si tú alguna vez me lloras, dulce el placer
De la reconciliación, alegría en doble medida,
Para descubrir que tú nunca quisiste el dolor,
Y yo mismo sentirme de nuevo libre de toda duda.

Y ustedes Megarenses, que en Nesaea moran,
Expertos remando, destacados marineros,
¡Sean felices siempre! Porque con los debidos honores
A Diocles ateniense, la verdadera amistad
Ustedes celebran. Con el primer rubor de primavera
La juventud rodea su tumba: ahí quien traerá
El más dulce beso, cuyo labio es el más puro encontrado,

Regresa con su madre que va coronada con guirnaldas.
El amable tacto que el árbitro debe tener, ciertamente,
Y, a mi parecer, debe invocar al Ganímedes de ojos
Azules con muchos rogantes al unísono su propia
Verdad al tacto de los labios, como piedra lidia
A prueba de oro, prueba que mostrará al instante
La pureza o la base, como los cambistas de moneda saben.

310 a.C.- 260 a.C.

Versión de Juan Carlos Villavicencio,
a partir de la traducción al inglés de Edward Carpenter




La hechicera

(Traducción de Felipe Sánchez y Pedro C. Tapia incluída en el volumen De filósofos, magos y brujas, editado por Esther Cohen y Patricia Villaseñor. Azul Editorial, Barcelona, 1999)

¿Dónde están mis laureles? ¡Tráelos, Testilis! ¿Dónde, mis filtros?
Con la más fina lana roja de oveja ciñe el caldero,
porque pienso embrujar al hombre amado que es mi tormento:
hoy hace doce días, desde que el pérfido no me visita,
ni ha venido a informarse si ya morimos o estamos vivas,
ni a mis puertas llamó, ¡qué desalmado! Ciertamente Eros
y Afrodita se fueron lejos llevando su amor voluble.
Para verlo, mañana, yo a la palestra de Timageto
voy y pienso increparle tantas vilezas que hace conmigo.
Ahora, voy a embrujarlo sahumando inciensos. ¡Vamos, alumbra,
Luna, con gran fulgor! Diosa, en voz baja voy a invocarte,
y a Hécate también, la subterránea, que incluso perros
temen, cuando ella marcha por tumbas muertas y en negra sangre:
Hécate horrenda, salve; por esta noche sénos propicia, 
haciendo estos venenos nada inferiores a esos de Circe
ni a los de Perimeda, la rubia aquélla, ni al de Medea.

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Se consume, primero, cebada en fuego. ¡Pronto, Testilis,
mísera, vierte granos! ¿Qué tonterías andas pensando?
¿Acaso tú también, gran desdichada, de mí te burlas?
Vierte y repite a un tiempo: «de Delfis, ahora vierto los huesos».

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Me hizo sufrir mi Delfis; ahora, por Delfis quemo laureles;
y como éstos con ruido mucho crepitan al incendiarse,
al instante se extinguen y ni cenizas de ellos miramos,
del mismo modo Delfis, sí, consumiera su carne en llamas.

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Voy a quemar salvado. Diosa Artemisa, mover podrías
las férreas puertas de Hades, incluso habiendo cualquier cerrojo.
¡Testilis, ya las perras aúllan en la urbe por nuestra magia;
la diosa está en los cruces de las vías; pronto, tañe tú el bronce!

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Oye, la mar se calla, callan incluso todos los vientos;
sin embargo, no calla mi amarga pena dentro del pecho,
sino que me ardo toda por culpa de ese que hizo que fuera
infeliz, miserable, ya no más virgen, y no su esposa.

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Como yo, con la diosa derrito aquí este céreo muñeco,
así, de amor y pronto se derritiera Delfis el mindio;
como el rombo de bronce da muchas vueltas por Afrodita,
así, aquel hombre muchas vueltas se diera frente a mis puertas.

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Tres veces vierto vino, también tres veces digo, señora:
«si se acuesta en su lecho cualquier doncella, cualquier mancebo,
que un olvido terrible los borre justo como Teseo
olvidó en Naxos, dicen, antaño a Ariadna, de bellos rizos».

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Hay una planta arcadia, muy lujuriosa, por cuyo efecto
en el monte enloquecen todas las potras y ágiles yeguas;
allí yo viera a Delfis, y así a mi casa, vuelto un demente,
al salir de la asidua palestra untuosa, se regresara.

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Esta franja inferior del manto suyo perdió mi Delfis;
ahora, haciéndola trizas, al fuego cruel yo se la arrojo.
¡Ay, Amor doloroso! ¿Por qué adherido, cual sanguijuela
palustre, me has sorbido toda mi negra sangre del cuerpo?

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
Triturando un lagarto, fuerte brebaje llevo mañana;
pero ahora, Testilis, tú toma y suave frota estas hierbas
sobre el umbral de aquél, mientras serena reina la noche,
y siniestra murmura: «de Delfis ahora froto los huesos».

Ave de amor, al joven aquel arrastra tú hasta mi casa.
¿Desde dónde, mi amor vaya llorar, hoy que estoy sola?
¿Por dónde doy inicio? ¿Quién me acarreó tal infortunio?
Nuestra Anaxo, de Eubulo la hija, pasaba llevando el cesto
de Artemisa al santuario; por ésta entonces, fieras diversas
(una leona entre ellas) iban en marcha con el cortejo.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Mi querida Teomaris, nodriza tracia, que en paz descanse,
cuyo aposento estaba junto a mi puerta, vino a rogarme
y a insistirme que viera también el rito; yo desdichada,
con mi túnica hermosa de suave lino me fui con ella,
circundada del manto que me prestara mi fiel Clearista.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Ya yendo donde habita Licón, en medio del recorrido,
vi a Delfis y a Eudamipo que andando iban uno con otro;
ellos tenían la barba más esplendente que el helicriso
y mucho más fulgentes que tú, Selene, sus torsos eran
cual si el bello ejercicio de su gimnasio recién dejaran.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Nada más fue mirarlo, loca me puse; mi pobre pecho
se encendió por un fuego, ya mi belleza se marchitaba;
no me importó ya nada la procesión, ni supe cómo
torné de nuevo a casa; desde ese instante, yo estuve enferma
de un malestar ferviente; me fui a la cama diez días enteros.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
El color de mi piel gualda se puso como la hierba;
de mi testa el cabello caía sin gracia; lo demás sólo
eran pellejo y huesos. ¿A quién no fuimos en pos de ayuda?
¿O cuál casa de anciana sabia en conjuros, pasé por alto?
Mas no hallaba sosiego; dábase el tiempo prisa en fugarse.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Y, así, dije a mi esclava la verdad pura de esta mi historia:
«anda, Testilis, busca para mi fuerte mal un remedio.
Infeliz de mí, toda me tiene el mindio. Vamos, marchando
hasta aquella palestra de Timageto, ponte al acecho;
va allí todos los días, y allí le agrada pasarse el tiempo.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Cuando veas que esté solo, discretamente llámalo y dile:
“Simeta quiere hablarte”; con mucha astucia tráelo a mi lado».
Así dije, marchóse, pronto a mi casa condujo a Delfis
de esplendente figura. Fue todo a un tiempo: cuando lo vimos
dando vuelta al umbral de nuestra puerta con ágil paso,

diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza,
me quedé toda fría, más que la nieve; sobre mi frente
un sudor me brotaba, como perladas gotas de lluvia;
nada podía emitir, ni, por lo menos, cuanto en el sueño
balbucean las criaturas, cuando a su madre querida invocan;
congelada en mi piel hermosa, en todo fui una muñeca.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Tras mirarme el odioso, clavando el rostro fijo en el suelo,
se sentaba en la cama; ya acomodado, tales decía:
«me ganaste, Simeta, no cabe duda, como hace poco
yo le gané a Filino, que es el más hábil en las carreras:
antes que yo a la casa tuya llegara, tú me invitaste.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Pues habría yo venido. ¡Juro por Eros! Sí, habría venido
con dos o tres amigos al caer la noche de suave arrullo,
trayendo de Dionisos unas manzanas bajo mi manto
y ciñendo en las sienes, entretejida con rojas cintas,
una guirnalda de álamo, sagrado árbol del gran Heracles.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Si acogido me hubieras, bello habría sido (pues ciertamente,
entre todos los jóvenes, veloz y bello, soy afamado);
con sólo haber besado tu hermosa boca yo habría dormido;
si a otra parte me hubieras corrido y trancas tu puerta hubiera,
habrían venido a ustedes hachas y teas de todos lados.

Diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza.
Ahora afirmo que debo rendirle gracias primero a Cipris,
y después de esta diosa, mujer, a ti; tú, la segunda,
al traerme a tu casa me retiraste casi incendiado
de esa pasión ardiente, pues a menudo prende una flama
Eros, mucho más fuerte que la del mismo Líparo Hefesto;

diva Luna, mi historia de amor explica dónde comienza,
con perversas pasiones, hizo que huyera de su aposento,
una virgen, o alguna recién casada, dejando tibia
de su esposo la cama». Dijo estas cosas; yo, la muy tonta,
aferrada a su mano, sobre el mullido lecho lo atraje;
y pronto, un cuerpo en otro, se hacía una llama; de ambos el rostro
más ardiente era que antes, y dulcemente se hizo un susurro.

Para no parecerte muy indiscreta, querida Luna,
diría que se hizo todo: de amor las ansias, juntos calmamos.
y ni él me hizo reproches en el pasado de cosa alguna,
ni yo tampoco a Delfis. Mas hoy a casa llegó la madre
de Melixo y Filista, nuestra flautista no ha mucho tiempo;
llegó, seré precisa, cuando hacia el cielo corrían las yeguas
del Sol llevando a Aurora de brazos rosa desde el océano;
me dijo, entre otras cosas, que, sí, que Delfis anda en amores;
si la pasión de un joven o de una moza lo tiene ahora,
decía no estar segura, pero sí de esto: siempre con vino
puro de Eros brindaba; que, terminando, salía corriendo,
diciendo ir a cubrirle la casa aquella con sus guirnaldas.

Me declaró estas nuevas la visitante, que nunca miente.
Pues, cierto, en otro tiempo, tres, cuatro veces venía a mi casa
diario, y aquí dejaba siempre su dorio frasco de aceite;
hoy son ya doce días; mis ojos tristes no lo han mirado.
¿Quizá goza otros brazos, y hoy de nosotras ya se ha olvidado?
¡Ahora voy a embrujado con estos filtros! Si aún me angustia,
él pronto irá a llamar, juro a las Moiras, la puerta de Hades;
afirmo reservarle dentro de un arca fuertes venenos,
mortales, que he aprendido de un extranjero de Asiria, diosa.
Mas tú, llena de encanto, vuelve tus potras hacia el Océano;
yo llevaré, señora, mi pena a cuestas, como hasta ahora.

¡Adiós, gran diosa Luna de trono argénteo! ¡Adiós, las otras
estrellas, que la noche callada siguen cerca del carro!



XI. El Cíclope

Jamás remedio alguno ha surtido efecto sobre el amor, 
Nicias, ni ungüento, me parece, ni emplasto,
si no es la música: llega a ser grato alivio 
para los hombres, pero esto no es fácil de descubrir. 
Me parece que tú bien debes saberlo, siendo médico 
y especialmente amado por las nueve Musas. 
De todas formas así pudo soportarlo el cíclope sículo, 
antiguo Polifemo, cuando se enamoró de Galatea 
apenas comenzó a crecerle barba, bigote y patilla. 
Se enamoró no con frutas ni con rosas ni con bucles 
sino con recta locura, tuvo todo por irrelevante. 
A menudo las ovejas, alejándose del flautista, regresaron solas 
desde las verdes pasturas: cantando a Galatea 
se consumió justo ahí en las costas cubiertas de algas 
desde el amanecer, llevando en el corazón la herida más odiosa 
de la gran Afrodita, el dardo clavado en su persona. 
Pero descubrió el remedio: sentado sobre una piedra 
elevada, mirando hacia el mar, cantó esta canción: 
“- Pálida Galatea, ¿por qué me rechazas? 
Más blanca que el yogur, mas suave que el vellón, 
más grácil que un ternero, más firme que uva verde. 
Así como me acechas cuando el sueño me atrapa, 
así es como te escapas cuando el sueño me deja,
huyes como la oveja que avistó al lobo gris.
Me enamoré de ti, muchacha, el primer día
que viniste a buscar con mi madre jacintos
a la montaña, y yo te mostraba el camino.
Imposible no amarte después de haberte visto;
no puedo: y no te importa, por Dios, en lo más mínimo.
Sé muy bien, adorable muchacha, de quién huyes:
hirsuta y única, por todo mi entrecejo
se extiende mi gran ceja así de oreja a oreja,
Y un solo ojo debajo y un chato hocico feo.
Pero así como soy apaciento mil bestias,
de la más fuerte ordeño la leche que yo bebo:
el queso no me falta ni al final del verano
ni en el álgido invierno: cajones llenos siempre.

Flautista como yo no existe entre los cíclopes;
a ti, manzana amada, y a mí mismo nos canto
a menudo en la noche. Te guardo once cervatos
con la luna en la frente, y también cuatro oseznos.

Pero ven junto a mí y no tendrás nada menos,
deja que el mar rielante jadee sobre la playa.
Si quieres, en mi gruta puedes pasar la noche.
Laureles hay ahí, hay gráciles cipreses,
hay negra enredadera y hay vid de dulce fruto,
hay agua refrescante que el arbolado Etna
de la nieve brillante destila para mí.
¿Quien el mar y las olas tener preferiría?
Y si yo te parezco demasiado peludo,
tengo madera y fuego siempre bajo las brasas.
Soportaría el alma en llamas por tu causa
y también mi único ojo, que nada me es más dulce.
¡ Si mi madre me hubiera engendrado con branquias,
que me hundiera hacia ti, que besara tu mano!
Si no quieres mi boca, te daré o flor de nieve
o una amapola suave de colorados pétalos.
Pero ésta en verano, las otras en invierno,
no podría traerte a la vez los dos ramos.
Pero a nadar, pequeña, ya mismo aprendería
si acaso un navegante viniese con su barco,
para saber qué dulce te es vivir en el mar.
Emerge, Galatea, sal; y así olvidarás,
tanto como yo ahora, cómo volver a casa:
desearás ser pastora, conmigo ordeñar leche
para fabricar queso con el ácido cuajo.
Mi madre me hace daño, a ella sola culpo: [la ninfa Toosa]
nunca te dice nada amable sobre mí,
esto, día tras día, viéndome que estoy débil.
Diré que mi cabeza y también que mis dos pies
laten; y que se angustie, si yo también me angustio.
Cíclope, loco cíclope, ¿qué diablos te sucede?
Si trenzaras canastas y heno recién segado
dieras a tus ovejas, más tendríamos ambos.
Ponte a ordeñar ya mismo. ¿Qué espejismo persigues?
Lo mismo encontrarás a otra aún más bella.
Me llaman muchas jóvenes para jugar de noche.
Y cuando les respondo se ríen como pájaros.
Es obvio que en la tierra soy alguien conocido.”
Así te conté cómo Polifemo era pastor que su amor
cantaba, pues se sentía mejor que si hubiera pagado.


Amado Muchacho



Pastores cuidando de sus rebaños del Vergilius Romanus, s. V d.C. (Biblioteca Apostólica Vaticana)

Amado Muchacho (Idilio XII)

¿Regresas ya, querido joven? No estas desde hace dos días y dos noches!
(Quien arde con amor, envejece en un día.)
Como dulces manzanas transforma la cruda realidad
excelsa; floreciendo la primavera en el duro invierno;
en lana las ovejas su cordero; la doncella en su dulzura.
La dama ruborosa; el cervatillo en ciervo
El ruiseñor cantando a todas las cosas-
Cuanto anima mi mente la presencia ansiada.
Mi paso apuro, pasando el haya umbrosa,
El viajero, cuando desde el cielo alcance
Arde el sol feroz. Puede nuestro amor ser tan fuerte,,
A todos afecta y en todos los tiempos está nuestra canción.
'Dos hombres se han amado el uno al otro, en tan alto grado,
Que ningún amigo lo vio así.
Amantes ellos mismos. Aman el antiguo
y natural dorado en la edad de oro.

O padre Zeus! Figuras inmortales eternas!
Doscientos años espero ser en lo que puedan recordar,
tras arribar al irremediable río.
Está en mi mente y estas buenas noticias llegan:
'Ahora, de este a oeste, de norte a sur,
Su mutua amistad vive en cada boca'
Esto, si así les place, lo decidirán los dioses Olímpicos:
por ello, floreciendo a quien la virtud embelleció,
Mi canción entusiasta solamente revela la verdad;
Con las pústulas de la mentira no deshonraré mi nariz.
Si eso hago algún día apénenme, dulce el placer
De reconciliamento, el júbilo en la doble medida.
Para descubrir que nunca planea el dolor,
Y sentirme yo mismo libre nuevamente de toda duda.

Y entonces Megarians, vivo en Nesaea,
Experto en el remo, marineros destacados,
¡Sean felices alguna vez! Porque con honores pagadero
a Diocles ateniense, a la amistad verdadera
se celebran. Con el primer rubor de la primavera
La juventud rodea su tumba: allí quién desee traer
El más dulce beso. El labio mas puro encontrado,

Regresa con su madre que va coronada con guirnaldas.
el suave tacto que el arbitro debe tener.
Y elemento esencial, el Ganymedes de ojos azules
Invoquen muchos rezadores su propia boca
Verdad el tacto de los labios, como la piedra de terciopelo
prueba de oro que muestra al instante
la pureza o la base. Como los cambistas de moneda lo saben




Idilio XXX

“¡Ay, qué penosa y malaventurada es esta enfermedad! Cual fiebre cuartana ya por segundo mes me domina la pasión por un muchacho, moderadamente guapo pero que, cuanto del suelo sobresale, es todo encanto, y muy dulce es la sonrisa de sus mejillas. Ahora el mal hay días que me ataca y días que remite, mas pronto no habrá tregua ni aun para lograr un breve sueño, pues ayer al pasar sus ojos me lanzaron una rápida mirada, por vergüenza de mirarme de frente, y su tez se cubrió de arrebol, y el amor más aun se me aferró al corazón y a casa marché con una nueva herida en las entrañas. Convoqué a mi alma y largo fue el coloquio que conmigo mantuve:

«¿Qué es lo que de nuevo haces? ¿Cuál será el fin de tu locura? ¿No te has dado cuenta todavía de que tienes canas en las sienes? Te ha llegado el tiempo de la cordura, y, si tu aspecto en absoluto es ya el de un joven, no te comportes como los que ahora empiezan a saborear sus años. Y aun de otra cosa no te acuerdas: que es preferible que el hombre que ya es mayor se aleje de los dolorosos amores que un mocito provoca. Pues para éste la vida corre como las patas de veloz gacela y mañana largará las velas para navegar en otra dirección, y la flor de su dulce juventud se queda con los de su edad. Pero al otro, pendiente de us recuerdos, la pasión le roe hasta la médula y por la noche son muchos sus sueños y el plazo de un año no le basta para librarse de su penosa enfermedad.»

Esto y mucho más le eché en cara a mi alma. Y ella me alegó:

«Quien cree que vencerá al taimado Amor, cree que con facilidad descubrirá cuántas veces nueve son las estrellas que están sobre nosotros. Y ahora, lo mismo si quiero que si no, he de alargar el cuello y tirar el yugo, pues tal, buen hombre, es la voluntad del dios que hasta de Zeus hizo vacilar el alto pensamiento y de la propia diosa que naciera en Chipre. Lo que es a mí, efímera hoja que apenas necesita ligera brisa, me alza y en un instante de un soplo me transporta.»




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