Tras rastrear durante cuatro meses en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, Jerónimo Gómez Ruiz (Jerónimo GR, México, 1989) ha anunciado que cuenta actualmente con una lista de variopintas palabras eruditas que está, nos dice, dispuesto a capitalizar estilo mediante en beneficio de su labor no sólo como poeta, sino como escritor en general. “Antes de enjaular estas palabras —escribe— tenía la certeza de que hay un montón de objetos y cosas que admiramos pero de los que lamentablemente desconocemos el nombre; ahora que sus duendes son “la lista del tesoro”, podré escribir sin interrupciones”.
San Juan parte en dos su pan
La luz azul es un globo en su máxima tensión:
el brillo blanquecino de su elipsis
es semejante al arco
fallido
de las escaleras rasgadas de las nubes.
Las escaleras rasgadas de las nubes
son la naturaleza muerta de La Rueda:
La Fortuna está de fiesta
y a su feria todos concurren con disfraces:
ora el antifaz de plumaje diamantino,
ora el arlequín y su acordeón o flauta,
o las harto famosas fantasías:
los collares magenta y los anillos que al ser destapados
insuflan la fragancia verde
a que olería al ser destapada la esmeralda.
Porque en las arenas del libro hay una feria,
la de las músicas y la de los idiomas
y las canciones simples
y la cena.
Bola 8
Había que presionar bien sobre la hoja,
plisar su adusta superficie con la punta
de la pluma apretada entre las manos.
Detenerse. Que desflorara la mano y soltar:
Había que controlar el pulso que temblaba,
y dibujar no el cardiograma ―a veces el ritmo
cardiaco se acompasa, se dilata en un silencio
que dura un parpadeo― sino el ojo de aguja de su As:
¿Leer el futuro, acaso, como anticipar un latido
cuando la palabra ilumina en su dibujo
una marca cualquiera, un rasguño de tinta,
la pestaña del grafito o su holograma?
Tratar de que la sombra del poema, en su hilo delgado
sorteara el filo de los dientes del lápiz,
la ciega y roma punta de la pluma,
hasta que, sin más, de uno en uno aparecieran los objetos:
La sombra en la pared
de las fauces de un perro al bostezar,
la lengua larga con sus tres pelotas de billar,
el whisky, y en suma, el cómic del poema con su ¡bang!
y su ¡boom!, su ¡paz! y, también, su boomerang para atrapar
la primera palabra y su haz.
La falta de evidencia
1, 2, 3:, decimos cuando somos niños,
antes del juego.
Del doble fondo del cielo emerge la luz de los planetas alineados.
Y en el espejo, nada: sólo una intensa luz
y, tras el destello, un ojo (dos ojos),
y luego el rostro, como un póster de Dios frente a la cama.
Tal vez el cielo parecía querer formar una figura con las nubes,
la cuadratura, o el marco (visual) de un remolino:
la avalancha del viento,
pero se detuvo, y anidó tras la ventana.
Los nuevos sitios a los que transpone
el minuto o el segundo o la hora o el instante
a otra hora de holograma, la memoria,
ese día fueron la vela derretida del sol como una aguja:
“es un sueño anidado desde siempre,
es algo que no has vivido aún pero sucede”.
Dios es pequeño y nervioso,
Dios es un oso de peluche
perfectamente azul canario
pues son sus plumas el pecho mismo de su oh decirlo así
de su orgullo
de tótem,
de su orgullo,
de ser.
La sombra de las orejas de un conejo
detrás de un cactus y la arena roja
y suave de ése lugar donde las tunas
caen hasta pudrirse y forman una cáscara oxidada
y algo dura, con mínimas espinas aplastadas
erizadas allí, y el viento cálido, cantabará.
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