Gregorio Silvestre Rodríguez de Mesa
Gregorio Silvestre Rodríguez de Mesa (Lisboa, 31 de diciembre de 1520 - Granada, 1569), músico y poeta español del Siglo de Oro.
Su padre, Juan Rodríguez, fue un portugués médico de Juan II de Portugal que vino a España con la infanta Isabel, esposa de Carlos I. Allí se casó con una española, María de Mesa. Vivieron, hasta las bodas del emperador en 1526, alternativamente en Zafra y en Lisboa. Ese mismo año reciben del emperador como regalo un privilegio de hidalguía que los hizo arraigar en Zafra. De estas permanencias en Zafra debió venir la amistad con los Suárez de Figueroa, condes de Feria, casa en la que entró a servir a los catorce años el futuro poeta. En 1541 opositó a la plaza de organista de la Catedral de Granada, que obtuvo. La escena del examen ha sido narrada por Luis Zapata en su Miscelánea. Casó con Juana de Cazorla, que le dio varios hijos, entre ellos una hija con talento para la música y la poesía. En Granada asistió a las tertulias literarias que se mantenían en la casa de Alonso de Granada y Venegas, llamada palacio de Cetti Mariem en homenaje a su mujer, y mantuvo relación con destacados literatos: Hernando de Acuña, Diego Hurtado de Mendoza, Juan Latino, Luis Barahona de Soto, Pedro de Padilla, Gaspar de Baeza y Jorge de Montemayor, de origen portugués como él y muy afín por sus inclinaciones musicales y sus relaciones con la nobleza. Todos estos formaron la escuela antequerano-granadina. Estuvo enamorado platónicamente de una tal doña María, a la que alude en sus versos, y murieron casi al mismo tiempo, si hemos de hacer caso de unos dísticos elegíacos que dedicó a ambas muertes Luis Barahona de Soto.
Literatura
Gregorio Silvestre es, con Cristóbal de Castillejo, el mantenedor de la vieja tradición lírica castellana frente a la nueva orientación italianizante representada por Garcilaso de la Vega, Juan Boscán y Diego Hurtado de Mendoza; incluso participa en la polémica con su composición "Unas coplas muy cansadas", donde ironiza contra los nuevos metros. Sin embargo, poeta de fino sentimiento, fue incorporando elementos italianizantes a su vena castiza, que es la más auténtica y en la que logró sus mejores obras, y acabó por entregarse en brazos de la nueva escuela, que cultivó con acierto y maestría. Parece se que fue en 1560, año en que llegua don Diego Hurtado de Mendoza a Granada, cuando empieza a probar el endecasílabo y las nuevas estrofas.
Sus Obras fueron recogidas y publicadas por su viuda e hijos, y su amigo Pedro de Cáceres y Espinosa (Granada, 1582) añadió a las mismas un Discurso breve sobre la vida y costumbres del poeta importante por los datos biográficos sobre el autor. Están divididas en cuatro libros. El primero contiene diez Lamentaciones, cinco sátiras y algunas coplas, glosas, villancicos y canciones; el segundo, la Fábula de Dafne y Apolo, Píramo y Tisbe, La visita del amor y La residencia del amor. El tercero, glosas, canciones morales y devotas, dos romances y una Glosa a las Coplas de Jorge Manrique. El cuarto, la Fábula de Narciso, sonetos, canciones y epístolas.
Las Lamentaciones de amor son poemillas que recuerdan su predilección literaria por la lírica cancioneril; las Glosas desarrollan temas de poetas antiguos (de "La malmaridada", de Jorge Manrique) etcétera. La Visita de amor y Residencia de amor son dos poemas eruditos y alegóricos en los que Silvestre recuerda a quienes trataron de tema amoroso; son poemas mitológicos de raigambre ovidiana la Fábula de Píramo y Tisbe y la Fábula de Dafnes y Apolo. En verso largo redactó las octavas reales de la Fábula de Eco y Narciso, sonetos, algunos de ellos muy logrados, canciones y la hermosa Elegía a la muerte de doña María. También escribió sonetos de tema religioso. Tal vez su poema más famoso sea "Confusión", que anticipa o influye en algo el monólogo de Segismundo en La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca:
¡Qué niebla, qué confusión! / ¿En qué Babilonia estoy? / ¿Si he de ser, si fui, si soy? / ¿Si tengo seso o razón, / o manera? / ¿Soy acaso o soy quimera? / ¿Soy cosa fantaseada / o soy un ser que no es nada, / o fuera más que no fuera? / Yo pregunto / si soy vivo o si difunto, / porque cuando miro en ello / no soy aquesto, ni aquello / ni estotro, ni todo junto. / Ni hay que ver / si tengo o no tengo ser, / pues no soy gloria ni pena, / ni cosa mala, ni buena, / de pesar, ni de placer. / He pensado / que soy un concepto errado, / un desastre de ventura, / un siniestro de natura, / un compuesto desvariado / de elementos. / Ruina de pensamientos, / cisma de sentidos varios, / revolución de adversarios, / y furia de contrarios / vientos / y aún peor. / El mismo qu’es el dolor / de mí sale y yo soy él; / él está en mí y yo esté en él / por una regla de amor / señalada...
Obras
Las obras del famoso poeta Gregorio Sylvestre... recopiladas y corregidas por... Pedro de Cáçeres y Espinosa, Granada, 1582.
Obras del famoso poeta Gregorio Silvestre, recopiladas y corregidas por sus herederos y de Pedro de Cáceres y Espinosa. Dirigidas al ilustrísimo y reverendísimo señor don Juan Méndez Salvatierra, arzobispo de Granada. Con licencia. Impreso en Lisboa por Manuel de Lira el año de 1592.
Poesías, ed., A. Marín Ocete, Granada, Facultad de Letras, 1939.
Antonio Marín Ocete, Gregorio Silvestre. Estudio biográfico y crítico Granada, 1939.
Bibliografía
Germán Bleiberg y Julián Marías, Diccionario de literatura española. Madrid: Revista de Occidente, 1964 (3.ª ed.)
Canción
Señora, vuestros cabellos
de oro son,
y de acero el corazón
que no se muere por ellos.
No son de oro, que no es el
oro de tanto valor;
porque no hay cosa mejor,
los comparamos con él.
Yo digo que el oro es dellos
y ellos son
tesoro del corazón,
que siempre contempla en ellos.
Son de lumbre, son de cielo,
son de sol y más si hay más
adonde suba el compás
lo mas preciso del suelo.
No hay que comparar con ellos,
de oro son,
y de acero el corazón
que no se muere por ellos.
Vuestros cabellos, señora,
son de oro para mí,
que cada uno por sí
me enriquece y me enamora.
Las almas ponéis en ellos
en prisión,
y es de acero el corazón
que no se muere por ellos.
Soneto: En la muerte de doña María
Mortales: ¿habéis visto mayor cosa
que siendo muerte me he tornado vida,
y de áspera, cruel y desabrida
me ha hecho blanda, dulce y amorosa?
Ya me codician todos por hermosa,
y de quien era más aborrecida
soy con alegre cara recebida
por suerte deseada y venturosa.
¿Sabeis de qué manera el mortal velo
del alma santa desaté de aquella
por quien era el vivir dulce, agradable?
Murió doña María y subió al cielo:
quedó hecho el vivir muerte sin ella,
y alegre yo, dulce y amable.
Soneto.
Decid los que tratáis de agricultura:
en este valle umbroso y desabrido,
¿qué fruto del deleite habéis tenido
que no se os torne luego en amargura?
Del gusto y del regalo y la dulzura,
¿qué espigas y qué grano habéis cogido
que no salga nublado y revenido
del silo de la triste sepultura?
Del mal terreno y mala sementera,
¿qué se puede segar, sino sospecha,
disgusto, confusión, remordimiento?
El alma siente ya desde la era
cómo ha de baratar de la cosecha
agosto seco de eternal tormento.
Habiendo sido ya más combatida
mi ninfa, que en el mar la dura roca,
amor la fuerza, hiere y la provoca
a darse entre mis brazos por vencida.
Y allí del mismo amor mío encendida
con su hermosos labios bebe y toca
el aire más caliente de mi boca,
haciendo de dos almas una vida.
Y un alma de dos cuerpos moradora
y dos cuerpos en uno más trabados
que jamás hiedra estuvo a olmo alguno.
Suspende este milagro amor ahora,
que no estemos jamás menos ligados
que Salmacia y Troco hechos uno.
Si mi vida pudiese defenderse
tanto de sus tormentos y sus daños
que, por virtud de sus postreros años,
vea vuestra hermosura oscurecerse,
y los cabellos de oro plata hacerse,
y dejar la guirnalda y ricos paños,
las galas y los trajes –tan extraños
que hacen mi afición más extenderse–:
allí me dará amor atrevimiento
para poder decirrle mi cuidado,
los años, días, meses y el momento.
El tiempo contrario es a tal estado;
mas tanto no será, que mi contento
no llegue algún suspiro, aunque cansado.
Con penas quiere Amor que me contente
y que perdiendo entienda que me gano,
que tenga el corazón muriendo ufano,
que sienta y que no sienta lo que siente.
Ni sé cuando estoy frío ni caliente,
ni sé cuando es invierno ni verano;
en mí lo más doliente es lo más sano
y es lo más sano en mí lo más doliente.
Del un extremo al otro extremo,
que no vale razón, ni ley, ni uso
para avisarme del error pasado.
Y es mal de tantos males, que no temo
sino que todo reino en sí confuso
en breve tiempo se verá asolado.
Por ti moriré
Silvia, por ti moriré,
y sólo quiero de ti
si preguntaren por mí
que digas: «Yo le maté».
Si tu confiesas la culpa
bien mereces mi perdón,
pues está en tu confesión
mi venganza y mi disculpa:
venganza, yo sé de qué
pues todos huirán de ti:
disculpa verás en mí
si dices: «Yo le maté».
Ambos ganamos victoria,
yo en darla y tú en ganalla:
¿quién vio en tan corta batalla
tantos misterios de gloria?
en mí de constancia, y fe,
en ti de matarme así,
mayores en mí y en ti
si dices: «Yo le maté».
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