Diego Mille Notario
(1978, Santa Cruz de Tenerife)
Ha publicado un solo libro de poemas: Poemario para un extraño (Ediciones Idea, 2011). También ha participado en la autoedición colectiva La nación de los olvidados (2012), con un relato breve y en las plaquettes editadas por el café literario de Santa Cruz, “La Gramola”. También ha realizado numerosas exposiciones en galerías de arte y diversas cafeterías de la capital, siendo sus estudios superiores relativos solo a la disciplina de la ilustración. Por su libro Poemario para un extraño recibió un voto al mejor libro de poemas del año en el blog Crítica y contracrítica, ampliamente visitado por la mayoría de lectores de poesía contemporánea en España.
Noche cerrada
Hay un momento para la miseria, el filo, la sombra acristalada del silencio. Un lugar que solo alcanzas tú cuando eres viento y en la noche juegas a asombrarme. Ahí también te pienso. Ahí soy también niño. Niño inconsecuente que no sabe si pretende reencontrarte o dolerte en todos los parajes que el azar devuelve a su apariencia. Imagina que ese niño te contara su secreto y que el mirlo más oscuro consiguiera comprenderlo. Imagina tan solo ese momento, y dime: ¿qué conservas todavía de esos días en que el sol se pone tras de nadie y una fuente se desborda de tanto sostenernos? ¿Y qué sabemos nosotros del amor, dime, de la flecha que, una vez arrojada, debemos perseguir a diario para razonar su movimiento?
Intenta contener la luz que necesita este misterio.
Y ahora dime qué sabemos.
(Inédito, 2011)
Primera luna
Porque eclipsa la razón de quien la mira,
temo la común belleza de la luna.
Su visión hace hermoso el arrebato,
y como arte verdadero nos revela
cualquier modo soñar lo inverosímil.
No tiene edad su forma,
ni hay explicación que pueda delatar
la misión que asigna su esplendor absorto.
Mirarla es negarse a ser testigo
de toda la miseria que arrastran estos días.
(De Principio de intimidad, inédito)
El pudor y la experiencia
El dolor nos muestra siempre tal cual somos.
Y hay en su inercia inevitable
un pulso de luz remota,
un espejismo incrédulo de oscuras decepciones
que niegan su aciaga máscara secreta.
¿No es necesario sufrir ciertas verdades?
Aceptar ese deber hace del alma
la sola convicción perpetua
que una aurora eterna sostiene sobre el mundo.
Es el dolor la obligación sagrada
del que parte cada noche hacia el poema,
del que busca su destino en la palabra.
Es la herida la calle solitaria
por la que ayer debimos errar juntos.
Así nos hemos vuelto únicos y extraños,
imprescindibles como fatídicos hermanos
que hoy también se reconocen
tras perder discretamente otra batalla.
Y si mirarnos en los lejanos ojos de lo amado
hace que seamos un poco más hermosos,
es porque el dolor, ese silencio,
nos muestra mientras tanto tal cual somos.
Lo demás ha de ser, sin embargo,
tan incierto como fuera la inocencia
de un triste soñador enajenado.
De alguien que por sufrir creyera
que al sentir de nuevo el mismo daño
podría ser mintiendo cualquier otro.
Disciplina
El fuego es la templada disciplina
que te sitúa dentro del silencio del poema.
Y te he visto arder contra el sendero.
He visto el fuego en tu sonrisa,
letal y misericordioso: joven,
imposible de apaciguar con el esfuerzo
que contrarresta el dolor en lo que somos.
Tú, en el límite abatido de la noche,
ardías como la oración del entregado.
Y tu belleza era el sosiego mismo
que la conciencia le daría a la llama errante.
Y ya todos ardemos. Tu voluntad nos busca.
El poema favorito de nuestro recuerdo
debería seducir toda inocencia
antes de que las brasas se consuman
en la perfecta idea de un fuego benévolo.
Tres renuncias a la soledad
I
¿Cómo puedo reconocerme en ti, si cargas la piedra del dolor por el que nadie se arriesga a llorar las últimas flores de la desolación? Mas contra todos los vientos que arrastran mi brutal soledad, te ofrezco mi palabra. Reconocerse en ella, amor, no es difícil. Sigue hablando para que las infinitas formas que he aprendido de nombrar el mundo, te nombren sólo a ti cuando reniegue del silencio que me quitas.
II
Hasta que todos nuestros pensamientos, nuestras miradas y también nuestras voces, tan cambiantes, no sean reconocibles a lo lejos, no estaremos solos, amor: tú y yo en las inmediaciones del crepúsculo más lejano, más allá de las tardes empapadas de azul de la discordia primera.
III
Llévate cuánto quieras de mí. Si un día me llenan tus gestos y alcanzo la verdadera altura de lo que sientes, habré vencido ante mí mismo. Estarás en mí. Y del que fui sólo habría de quedar una comprensiva sonrisa.
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