Diego Hurtado de Mendoza y Pacheco
(Granada, 1503 o 1504 - Madrid, 14 de agosto de 1575)1 fue un poeta y diplomático español, embajador de España en Italia. Desde el siglo XVII hay teorías que apuntan a que fue el autor del Lazarillo de Tormes.
Hijo del conde de Tendilla, estudió en Granada y Salamanca. Don Diego tuvo una privilegiada infancia muy influenciada por la figura paterna. Su padre, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, más conocido por el Gran Tendilla era Capitán General del reino de Granada al tiempo del nacimiento de Diego, y tenía su residencia fijada en La Alhambra. Además, siguiendo la tradición familiar de los Mendoza de unir las armas con las letras, quiso dar a sus hijos una educación esmerada, contando con los mejores preceptores de la época y se trajo desde Italia a Granada a Pedro Mártir de Anglería. Así el entorno morisco, por un lado, y el espíritu cultivado y renacentista, por otro, marcaron de por vida al joven.
Marchó como embajador a la corte de Enrique VIII, rey de Inglaterra en 1537, que acababa de quedar viudo y donde se le encomendó negociar unas bodas reales que se frustraron. Tras ello fue nombrado embajador en Venecia (1539 - 1547) para representar además a Carlos I en el Concilio de Trento.
Embajador en Roma (1547), fue luego gobernador de Siena, donde sofocó una sublevación. Se le acusó de irregularidades financieras, y el proceso que solicitó para demostrar su inocencia se falló treinta años después con su absolución (1578). De regreso a España, fue proveedor de la Armada de Laredo y en 1556 recibió el hábito de la Orden de Alcántara. Tres años después está en Bruselas; durante la agonía del príncipe Don Carlos (1568), tuvo una disputa violenta con un caballero que desembocó en su destierro a Medina del Campo por orden de Felipe II, destierro que meses después se le desplazó a Granada, donde su sobrino el marqués de Mondéjar le puso al frente del ejército que tuvo que combatir la sublevación de los moriscos. En Granada estuvo hasta 1574, año en que se le permitió el acceso a la Corte, si bien no a Palacio.
Fue amigo de Santa Teresa de Jesús, con la que mantenía conversaciones piadosas.
Obra literaria
Diego Hurtado de Mendoza representa al aristócrata militar y humanista del siglo XVI, compaginador de las armas y las letras a la misma altura. Conocía el latín, el griego, el hebreo y el árabe, además de varias lenguas europeas. Reunió una nutrida biblioteca a lo largo de sus múltiples viajes por toda Europa, que legó a Felipe II y fue a parar al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Junto a Garcilaso de la Vega y Juan Boscán introdujo los nuevos temas, metros y estrofas de la lírica italiana, si bien, al contrario que estos autores, se inclinó más bien por la sátira maliciosa y picante (la Fábula del cangrejo, por ejemplo), y fue el primero en cultivar el burlesco tema del "soneto del soneto". De todas formas, no dejó de emplear el arte menor y en sus versos líricos trasluce una fina melancolía. Destaca su Epístola a Boscán y el poema mitológico Fábula de Hipómenes y Atalanta.
Varios autores del siglo XVII atribuyeron a este escritor la autoría del Lazarillo de Tormes, la primera novela moderna española, teoría que alcanzó cierta fama sobre todo en el siglo XIX. En marzo de 2010 la prestigiosa paleógrafa Mercedes Agulló y Cobo descubrió en un inventario de los papeles de Juan López de Velasco (autor de las correcciones de la edición conjunta censurada del Lazarillo y la Propalladia de Torres Naharro titulada Propaladia de Bartolomé de Torres Naharro, y Lazarillo de Tormes) que aludían, según esta investigadora, a las cajas de documentación perteneciente a Diego Hurtado de Mendoza, la frase «Un legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia», lo cual la llevó a escribir el libro titulado A vueltas con el autor del Lazarillo en el que postula «una hipótesis seria sobre la autoría del Lazarillo, que fortalecida por otros hechos y circunstancias apunta sólidamente en la dirección de don Diego».
Lope de Vega lo elogia en su frase «¿Qué cosa aventaja a una redondilla de don Diego Hurtado de Mendoza?».
Es autor, asimismo, de una reconocida historia de la Guerra de las Alpujarras basada en sus experiencias militares y políticas durante la sublevación de los moriscos en 1568-1570, que se publicó póstumamente en 1627 por Luis Tribaldos de Toledo bajo el título Guerra de Granada hecha por el rei de España don Philipe II, nuestro señor contra los Moriscos de aquel reino, sus rebeldes.
Nota:
En estas transcripciones se ha respetado la ortografía original.
A la ribera de la mar sentada
A la ribera de la mar sentada,
Sobre el sepulcro de Ayax Telamon,
La Fortaleza estaba despechada,
Moviendo contra Grecia indignacion.
Los cabellos de hierro y la acerada
Veste rompia al llanto y turbacion;
La gente se alteró, y aunque espantada,
Quiso della entender su alteracion.
Respondió, vuelto el rostro á los troyanos:
«Aun por haceros Grecia mayor mengua,
Contra Ayax por Ulises sentenció.
Desposeyendo aquellas fuertes manos,
Y entregando á la vil y flaca lengua
Las armas con que Aquiles os venció.»
Ahora en la dulce ciencia embebecido
Ahora en la dulce ciencia embebecido
Ora en el uso de la ardiente espada,
Ahora esté la mano y el sentido
Puesto en seguir la caza levantada;
Ora el pesado cuerpo esté dormido,
Ahora el alma atenta y desvelada,
Siempre mi corazon tendrá esculpido
Tu sér y hermosura entretallada.
Entre gentes extrañas, do se encierra
El sol fuera del mundo y se desvia,
Viviré y moriré siempre desta arte.
En el mar y en el cielo y en la tierra
Contemplaré la gloria de aquel dia
Que mi vista te vió, y en toda parte.
Alcé los ojos, de llorar cansados
Alcé los ojos, de llorar cansados,
Por tornar al descanso que solia;
Y como no lo vi donde solía,
Abajélos con lágrimas bañados.
Si algun bien yo hallaba en mis cuidados,
Cuando por mas contento me tenia,
Pues que ya le perdí por culpa mia,
Razon es que los llore ahora doblados.
Tendí todas las velas en bonanza,
Sin recelar humano entendimiento;
Alzóse una borrasca de mudanza,
Como si tierra y mar y fuego y viento
No me fueran en contra mi esperanza,
Y castigaron solo el sufrimiento.
Como el hombre que huelga de soñar
Como el hombre que huelga de soñar,
Y nace su holganza de locura,
Me viene á mi con este imaginar;
Que no hay en mi dolencia mejor cura.
Puso amor en mi mano mi ventura,
Mas puso lo peor, pues el penar
Me hace por razon desvariar,
Como el que viendo, vive en noche oscura.
Veo venir el mal, no sé huir;
Escojo lo peor cuando es llegado,
Cualquier tiempo me estorba la jornada.
¿Qué puedo yo esperar del porvenir,
Si el pasado es mejor, por ser pasado?
Que en mí siempre es mejor lo que no es nada.
Días cansados, duras horas tristes
Dias cansados, duras horas tristes,
Crudos momentos en mí mal gastados,
El tiempo que pensé veros mudados
En años de pesar os me volvestes.
En mí faltó la órden de los hados,
En vos tambien faltó, pues tales fuistes,
Que podréis en el tiempo que vivistes
Contar largas edades de cuidados.
Largas son de sufrir cuanto á su dueño,
Y cortas cuando hubiese de quejar;
Mas en mí este remedio no ha lugar;
Que la razon me huye como sueño,
Y no hay punto, Señora, tan pequeño,
Que no se os haga un año al escuchar.
El escudo de Aquiles, que bañado
El escudo de Aquiles, que bañado
En la sangre de Héctor, con afrenta
De Grecia y Asia fué mal entregado
A Ulises, por varon de mayor cuenta,
Sobre el sepulcro de Ayax fué hallado;
Que Ulises, levantándose tormenta,
Entre las otras tropas lo habia echado
En la mar, por dejar la nave exenta.
Alguno, visto el nuevo acaecimiento,
Dijo, quizá movido en su conciencia:
«¡Oh juez sin razon ni fundamento!
Que el conocido error de tu imprudencia
Vean la ciega fortuna y ciego viento,
Y el loco mar entienda tu sentencia.»
En la fuente mas clara y apartada
En la fuente mas clara y apartada
Del monte al casto coro consagrado,
Vi entre las nueve hermanas asentada
Una hermosa nínfa al diestro lado.
En cabello se estaba, coronada
De verde hiedra y arrayan mezclado,
En traje extraño y lengua desusada,
Dando y quitando leyes á su grado.
Vi cómo sobre todas parecía;
Que no fué poco ver hombre mortal
Inmortal hermosura y voz divina.
Y conocíla ser doña Marina [1]
La que el cielo dió al mundo por señal
De la parte mejor que en si tenía.
↑ Doña Marina de Aragon, hija del conde de Rivagorza
Gasto en males la vida, y amor crece
Gasto en males la vida, y amor crece,
En males crece amor y allí se cría,
Esfuerza el alma, y á hacer se ofrece
De la pena costumbre y compañía.
No me espanto de vida que padece
Tan brava servidumbre y que porfía;
Mas espántome cómo no enloquece
Con el bien que ve en otros cada dia.
En dura ley, en conocido engaño,
Huelga el triste, Señora, de vivir,
Y tú, que le persigas la paciencia.
¡Oh cruda tema! Oh áspera sentencia!
Que por fuerza me fuerzas á sufrir
Los placeres ajenos y mi daño.
Hame traido amor a tal partido
Hame traido amor á tal partido,
Que no puedo ni quiero conocerme;
Cuantas armas tenia le he rendido,
Pues le dí la razon para vencerme.
Hombre nací y por hombre era tenido;
Pudieran seso y arte socorrerme,
El tiempo, la experiencia y el sentido;
Mas todo lo dejé, y quise perderme.
Gran mal, Señora, es que el hombre entiende
Cuánto aparta de sí, y no se arrepiente,
Y que sabe cuán poco bien espera;
Que vive y morirá desta manera,
Fuera de humana forma ó accidente,
Sino de querer bien; que no se aprende.
Lenguas extrañas y diversa gente
Lenguas extrañas y diversa gente
A esta fiera cruel amando sigue;
Ella huye de todos, y persigue
A cada cual por donde mas lo siente.
Da á gustar el corazon caliente
A unos de otros, porque nos obligue;
Ninguno lo entendió que no castigue,
Aunque nadie lo prueba que escarmiente.
Su gloria es encubrir pechos abiertos
Y publicar entrañas escondidas.
¡Oh compuesto de varios desconciertos,
Que á nuestra propia carne nos convidas,
Y despues que á tus piés nos tienes muertos,
Por los que llegan sanos nos olvidas!
Mil veces callo que mover deseo
Mil veces callo que mover deseo
El cielo á gritos, y mil otras tiento
Dar á mi lengua voz y movimiento,
Que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
Por dentro el alma el suelto pensamiento,
De llanto y de dolor lloroso acento,
Y casi en el infierno un nuevo Orfeo.
No tiene la memoria á la esperanza
Rastro de imágen dulce ó deleitable
Con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldicion que alcanza,
Muerte que tarda, llanto inconsolable,
Desden del cielo, error de la ventura.
Salid, lágrimas mías, ya cansadas
Salid, lágrimas mias, ya cansadas
De estar en mi paciencia detenidas;
Y siendo por mis pechos esparcidas,
Serán mis penas tristes mitigadas.
De mil suspiros vaís acompañadas,
Y por tan gran razon seréis vertidas,
Que si mi vida dura por mil vidas,
Jamás espero veros acabadas.
Y si despues, llegado el final dia
Do por la muerte dejaré de veros,
Hallase algun lugar mi fantasia,
La alma, que aun en la muerte ha de quereros,
A solas sin el cuerpo lloraria
Lo que en vida ha llorado sin moveros.
Un claro ingenio, un vivo entendimiento
A Luis Barahona de Soto.
Un claro ingenio, un vivo entendimiento,
Un sentido profundo, un raro aviso,
Una varia leccion y un decir liso,
Cual, señor Soto, en vuestros versos siento;
Pocas veces el claro firmamento
A los mortales concederlos quiso,
Y con razon aquel pastor de Anfriso
Os llama para algun notable intento;
Porque de vuestro ingenio é invencion
Piensa hacer industria por do pueda
Subir la tosca rima á perfeccion.
Tenga la Parca el hilo, y en su rueda
Ríjase la fortuna por razon;
Que puesto donde estáis, muy poco os queda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario