ARIELA CÓRDOVA HERRERA
Ariela Córdova Herrera, nació en la ciudad de Los Andes, Chile. Su interés por la lectura la lleva a escribir a temprana edad. Fue premiada con Mención Honrosa en el concurso de las Juventudes Comunistas en el año 2002, publicada en el mismo libro del concurso “Nuevos versos para un mundo nuevo”. Publica su poemario “Bravío Desencanto” en el año 2006. Participa como jurado en el concurso “cuento y poesía” organizado por el departamento de Discapacidad de la Ilustre Municipalidad de Las Condes , año 2006-2007-2008.
RECUERDO DEL AMOR
Las paredes almidonaron la luz,
en ella las sombras
siguieron con nosotros
despiertas bajo la oscuridad.
Cayeron los libros
y los arcanos
anticipando el otoño del jacarandá,
es así como llega julio
agricultor que siembra ausencias
en la geografía de mi casa.
Ayer fue la muerte
que se miró en ti.
Hoy
mi corazón
es refugio de llantos opresivos.
Viven los jacarandas de tu ciudad santiaguina.
Vivo yo
y la muerte que desusó
tu amor en mi cuerpo.
Te juro,
que sólo en julio
el dolor es inextirpable
porque el resto de los meses
me acuartelo leyendo.
INTRAEXILIO II
Los promotores de la fé
marcaron mi casa
con el eco funesto de sus conversiones.
Nunca he atendido.
Porque tras la puerta
está el dios de terciopelo,
el que nunca abre los brazos
porque se le caerían mis lagrimas.
Él selló las ranuras
por donde el frío fundó
el “Paso a mis huesos”.
Yo
vitrifiqué la libertad del libro
para encandilar a los moradores del piso
día y noche atizo fuegos internos
para que los predicadores
se chamusquen
en la hoguera sureña que ha comenzado
a hincarle el diente al infierno.
BRAVÍO DESENCANTO
Inexorable ser,
diluido esta vez
en la energía irreducible de la palabra.
Bravía marea que no expira a orillas de mis ojos.
Filtró su dolorosa forma
desde las oscuridades absolutas del orgullo
a la cima de mi caligrafía,
evadiendo mi voluntad,
soslayando anacronismos,
traduciendo desencantos
sin disposición al abandono de morir
en mi humanidad.
CREACIÓN
Durante nueve noches
recogí oscuros dolores
Despedidas
se agolparon en mi voz.
Cavé una tumba
para un féretro.
No me vendieron flores
Este muerto no las merecía.
No vino música a mi mente,
ni luz trémula guio su entierro.
Que vacío quedo cuando
no hay más que su daño.
Las paredes me atrapan con su sombra.
Pero no son sus manos,
son mis paredes.
Mi casa
mi cuerpo
que poseen su olor
un desdén que roza mis labios.
Mis ojos cuadernos de niños
cuentan nuestra historia.
Pero de mi crecido cabello
se ha prendido una cruz.
No ha muerto lejos de mi,
¡no ha muerto!
Golpea mi pecho
Con su puño ensangrentado
no para ser,
para hacerme sucumbir.
No para amarme,
para dejar un rastro,
una bandera, una gran señal.
EN LA CALLE
Mojada desde los harapos hasta los pasos venideros.
Somnolienta en la esperanza
parecía crepúsculo definitivo para su niñez.
Vivía y moría
En avenida España
con algún número que nunca tuvo en su bolsillo.
Mujer sin edades coloridas,
ni contentos sociales.
Ensimismada hasta el frío
buscando el recuerdo del alero.
Visitadora de su propia existencia,
no supo decir desde cuando no le importaba a nadie.
Aquí
despojada de los sahumerios de la abuela
me desinfectaron la ilusión.
Invadida
como una ciudad
con cañerías , luces y bocinas.
lacerados los coros
de las rondas.
Lápices y libros
curtieron la conciencia.
Así fue,
desde la cúspide
de mi columpio amarillo
a ese confuso pabellón,
donde inadvirtieron mi sensibilidad.
Les dejé mi cuerpo a ras
de sus posibilidades,
me devolvieron apuntalada,
enervada de metales,
poderosa en mi derrumbe.
Al despertar
retorcí mis músculos.
Parí una poeta
en la saeta de la negra.
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