Ignacio Ruiz Pérez
(Tuxtla Gutiérrez, México 1976)
Realizó estudios de licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Es doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de California, Santa Bárbara. Ha recibido, entre otros, los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Poesía José Gorostiza 2004, Premio Regional de Poesía Rodulfo Figueroa 2005 y Premio Nacional de Poesía Joven Salvador Gallardo Dávalos 2006. Es autor de los libros de poesía Navegaciones (Coneculta-Chiapas, 2006) y Deslizamientos (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2007). Desde 2005 es profesor-investigador en la Universidad de Texas, Arlington.
Poema XVI
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
SAN JUAN DE LA CRUZ
(Un ciervo herido: cuántas veces no he soñado
esa imagen ardiendo. Y siempre que la vi
me dispuse a registrar su cuerpo lacerado,
su cornamenta trazando un tibio resplandor de ramas.
Pero el ciervo huía del fuego
y mis labios pronunciaban apenas la mirra de su paso
por los restos de otra noche.
Cuando vislumbraba sus huellas en la hojarasca,
era su imagen lo que perseguía
y de pronto yo mismo tropezaba con las llamas
intuyendo el zarpazo de un tigre que no era yo
sino mi sombra ardiendo en el bosque.)
Poema LV
Un solar, un puente.
Debajo del puente una ciudad,
en la ciudad una sombra
y en la sombra el viento.
El viento, la noche y la arena,
pero también el sueño, la mano y la daga.
La sangre, el cuello y el grito,
y en el grito la ciudad,
la sombra y el viento.
Un solar: un puente.
A la sombra de un chopo
La soledad del chopo escribe
con pulso de hojas temblorosas:
¿su fronda es una interrogación
abierta al cielo de piedra?
Litoral
Hasta las olas del mar anticipan el viento
que habrá de ondularlas.
El ojo da forma a la orilla
y revienta el cuerpo (ingrávido) en la espesura del iris.
Al fondo, las barcas tiemblan.
Luego el paisaje se sacude como un pez en la red
bajo la vista cansada del pescador
que contempla las evoluciones, los aletazos
y los traspiés de una gaviota ebria.
Poema III
Jamás me dijeron que tendría que sentir.
Nunca me dijeron:
“si sientes verás cómo sube el nivel del agua
y en tu cabeza bulle ese pensamiento
que eres incapaz de sentir”.
Tampoco me dijeron:
“levántate, anda y abre tu pecho
para que de su agujero negro
salga el hábito siempre pulcro de estar sintiendo”.
Atajaba el crepúsculo
o hundía cierta daga en mis venas,
pero yo sólo sentía esta oscura tristeza
pensaba: “antes de seguir sintiendo debería sentir
lo que dicen los árboles,
debería encontrar en mi garganta sus raíces profundas
como el miedo celeste,
como los dedos del dios trazando mi destino en la playa”
Oía el golpe del viento,
la rotación de la tierra, el romper de la marea
y la soledad inundaba mi habitación.
Y aún así sentía por sentir
y me preguntaba si sentir era parte del método
o una adivinanza del corazón.
Poema XX
No quiero nada que no sea sentir ni sentir nada que no quiera.
Sólo quiero que simplemente me digan
si los jardines son lo que son por sus rosas
o por el simple hecho de ser jardines
Lo demás (lo digo en serio) me tiene sin cuidado
Me tiene sin cuidado, por ejemplo,
que la noche sea más alta que tu ausencia
o que los astros titilen a lo lejos
tampoco me preocupan el rostro roído de la muerte,
el vaivén del ahorcado, la tentación del suicida
y el espanto del mudo.
No, no me importa el silencio por su carencia de todo
sino por lo que dice de todo.
13
cuando la lira dispersó las notas, el bosque fue un eco y los árboles ideas
¿existe algo más seguro que andar a oscuras,
tocar las cuerdas de la lira o soplar en el olifante
un resplandor de marfil, un asombro de cuarzo?
ah, la fuerza mineral, la idea de la forma, la caída de las vocales,
el pájaro intentando volver a su vuelo, el olifante como eco de la lira
y la lira como resplandor de la infamia:
hasta el fruto necesita un cuchillo para abrirse como el tiempo se necesita
a sí mismo para madurar como una granada
(De Islas de tierra firme)
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