sábado, 2 de agosto de 2014

FÉLIX ANESIO [12.625]


Félix Anesio 

Guantámo, Cuba, 26 de abril de 1950.  Ingeniero de profesión. Ha publicado el libro de relatos Crónicas aldeanas (2009, 2011) y su versión en inglés A Tale of Two Villages (2012) Edit. Voces de Hoy.

Es coautor de la antología poética  Bojeo a la isla infinita (2013) Editorial Betania, Madrid; Voces de Hoy, Miami(2013).

Sus cuentos y poemas han sido publicados en revistas literarias como “Linden Lane Magazine”, EE.UU; “La Otra Costilla”,  Chile; “Conexos”, Miami (2013); “Cañasanta”, Toronto (2013). Su obra ha sido difundida en varios blogs de diversos países, así como en su propio blog 
 www.cronicasaldeanas.blogspot.com 

Aparece reseñado en el “Diccionario de escritores guantanameros” Edit. “El mar y la montaña”, Cuba (2010)

Reside en la ciudad de Miami desde el año 2000.




En el borde 

De todos los desiertos que habito,
ninguno tan cruel,
como el de la palma de mi mano.

Aridez surcada por gastados laberintos
que proclaman, de algún modo,
que he amado
que he procreado
que he vivido.

Ay de mí, al contemplar, imperturbable,
esa fecunda aridez extendida hacia lo alto.

Hacia un cielo, ya sin nubes, que derrame
generoso, la gota de lluvia indispensable
que permita cantar mi último verso.

En el borde de la palma de mi mano
yace un abismo insondable, que me espera.






Ansias

Mis párpados
               caen
como cortinas
               del ocaso
llevándose todos
               los colores
las texturas
               y las formas.

Mis párpados
               me arrastran
hacia un mar terrible
              distante
de mi piel
donde sólo habitan
              impalpables
los sueños.

Mis sueños
              nada dejan
me traicionan
              alevosos
dibujando otras vidas
              a mi vida.

Y cada noche
              endemoniada
suceden esos
              raros excesos
sin poder
              evitarlo.

Ansío la noche única
             y definitiva
en la que no pueda
             sino yacer
bajo el fuego de otra piel
             apasionada
que se funda por siempre
             con la mía

Sin párpados cerrados
             y sin sueños.






Efímero

Todo es efímero,
banal, pérdida, ausencia.
El hombre nunca será flor radiante,
nunca cielo, nunca estrella.

Quizás no seamos ni siquiera eso:
la indispensable gota de rocío,
esa que escapa furtiva
tras el primer rayo de sol enamorado.







Otra vez Narciso

                            Así el espejo averiguó callado…
                                           J. Lezama Lima


Ni aún la timidez adolescente,
ni el mítico pudor, impiden admirar
tu propia hermosura ante el espejo.

De frente, de perfil, de frente,
de frente, de perfil, de frente;
otra vez, tu dolor y tu delirio…

Mas ese rostro amable del reflejo
se irá desdibujando con el tiempo:
eso lo sabes; y a eso le temes como
al destino mismo, del cual nadie escapa.

¿Por qué no has de amarte entonces,
impúdicamente, en el instante
eterno de la luz, que se derrama
sensual sobre tu cuerpo en flor?

Nadie más, Narciso, amará esa
imagen como tú.

Aunque no has de saberlo
hasta el día en que se quiebre,
en pedazos tu ser.

                                             a Chely Lima






 Otoño en Tennessee

                                               Two roads diverge
                                              in a yellow wood
                                                      R. Frost



Imágenes de Oro y Fuego
                                           en mi memoria.
Y el vibrante recuerdo del aroma del viento.
De un camino sinuoso en la montaña.
Del sabor a vida de la leche más pura.
De este afán de ser indio para siempre.
De contemplarlo todo
                                       como un niño.

Y el canto del arroyuelo bajando
                                             apresurado
entre las piedras
                             hacia este día de hoy 
                                  dónde sólo anidan
                                          las ausencias. 

Yace en mi mano la hoja de arce
                                           Oro y Fuego
antiguo atesorado en las páginas
de un álbum que evoca
                                       estas memorias.
                                               
Sin advertir que para mí,
                                ya no habrán,
                                           otros otoños.








el gato

        un animal también puede contar su historia.
                                 J. C. Valls
                           
no es una buhardilla
ni está en el romántico París
tampoco la habita un poeta
de una generación perdida,
pudiéramos decir.

es un sencillo estudio
—poblado de libros, tapices,
espejos, cerámicas y pinturas—
en el Suroeste de Miami.
ciudad hostil al arte.
feudo de venales mercaderes
que sólo redimen esos
seres diferentes, los poetas.   

una empinada escalera, recia y rústica
—en el mismo centro de la pieza—
conduce hacia la alcoba, flanqueada
por una soberbia estatua de San Lázaro.
aposento alto donde se fraguan los sueños.
manantiales de donde emana, gracioso,
algún que otro verso trascendente.       

en el Soroeste de Miami se gesta
algunas noches —inmortal y pobre—
la poesía, mientras se pasea
   (como en una aparición)
majestuoso y confiado, un gato
que se deja acariciar, y que nos mira
a sabiendas de que es parte del enigma.





Temor

Hay una herida que no cierra
Hay un corazón que aún late
Hay un hombre
Dentro de otro hombre
Que sólo habita en sueños
Y que teme despertar
Sin el amor
Sin ti.





Effi’s Song

                      Beauty is truth, truth beauty’, —that is all
                      Ye know on earth, and all ye need to know.
                                                     John Keats

No miréis sino sus manos
hacedoras de prodigios.
Miradlas repujando el cuero;
tallando la recia madera;
burilando insistente el metal
purificado al fuego de la fragua;
haciendo dúctil lo imposible,
maleable y terso todo.

Sus manos descubren una forma
que quizás, hasta hoy, nunca existiera.
Desconocen la quietud, sus manos.

La pátina del tiempo es de los otros;
el tiempo no transcurre mientras crea,
y se le hace infinita el alma en cada pieza.

Nos puede parecer una hechicera,
o la imagen de una virgen laboriosa
postrada sobre el áspero cemento
que lacera su delicada piel, sus huesos.

Se acerca el final de otra jornada,
de tantas, que ha perdido ya la cuenta.
Se detienen las manos laceradas
(si es posible, acaso, detenerlas);
le duelen, mas el dolor no importa.

No es más que una mujer que implora,
como la más humilde de las siervas.
No cree ser merecedora de los frutos
que los dioses le conceden sin reparos:

Obra la gracia, en cada nueva epifanía.







Life, 1961

Ernesto sonriente bebiendo un daiquirí.
Ernesto vestido de niña en una foto antigua.
Ernesto, cazador de espléndidos antílopes,
al pie de las nieves perpetuas del Kilimanjaro.

Ernesto, el de la fiesta brava ensangrentada.
El guerrillero enamorado en la Sierra de Guadarrama.
El que cultivara una mítica rosa judía en París.
El viejo pescador invencible del Gulf Stream.

Ernesto, barbado y de titánica apariencia;
admirador apasionado de toreros y estrellas;
de tantas exóticas criaturas que hoy adornan
las paredes de su casa cubana, La Vigía.

¿Pudo La Academia percibir su peculiar naturaleza;
imaginar su vida como la de un gigantesco iceberg:
        a la deriva siempre/
         hacia otros mares siempre/
          rumbo a la nada siempre?

Su corazón atravesado por la espada de un pez
  (esa imagen no está en página alguna)
palpita grave en mis oídos, cada vez que doblan
las campanas de la Iglesia Mayor de mi ciudad,
mientras hojeo una revista, en mi terraza, a solas.







La travesía del elefante ilustrado

Quince millas y el cansancio del día/
        me separan del acto programado.

Voy en busca de un célebre elefante que cruzara
los Alpes, a sabiendas o no, de su destino incierto.
Recorro el negro asfalto, encandilado por miles
de luces cegadoras, como luciérnagas hostiles,
hacia el lejano centro de la ciudad sin centro,
que sólo percibo como una aldea grande, y nada más.

Llego al sitio elegante y en extremo iluminado
  (sin dudas, hubiera preferido la penumbra).
Un mujer, o dos, me reciben con sonrisas afables,
hechas o previstas, que no logro asimilar del todo.

Hiere el taconeo de señoras perfumadas en exceso,
que también han ido a ver y leer al triste elefante
que cruzó los Alpes, porque un hombre así lo quiso
  —y ese hombre ya está muerto—,
para inmortalizarlo a su (dis)gusto, ya sin cuento.

Más allá está la viuda, hierática, con un aire de nobleza,
como una prima ballerina acechada por admiradores
complacientes; pero ella luce serena, no se inmuta,
se voltea cortés y me sonríe como si intuyera
las motivaciones de mi vaga presencia.

Lleva en sus brazos un libro repleto de elefantes;
  (¡no sé cómo puede ella con tantos!).
es un libro de lúdica apariencia; quizás lo sea:

¡Sólo Dios sabe, a primera vista, de estas cosas!

De uno de esos libros de antes, de hoy, o de mañana:
de trompas y patas de elefantes recortadas con tijeras;
de palabras cortadas al sesgo, entrelazadas, fundidas,
adosadas, esculpidas con las manos y el auxilio
de tecnologías ultramodernas, que nunca se equiparan.

Siempre llegamos a donde nos esperan…, susurra una voz.

El artista visual, enfático y teórico, intenta convencer
al auditorio de la gran importancia de su arte. Dudo, luego descreo:
Un elefante ya inmortalizado no requiere de énfasis mayores.

El escritor (que ya ha muerto hace dos años, repito) tiene
un premio en Estocolmo, ciudad que nunca he visitado:
No me gusta la nieve, ni en mis sueños la sueño;
la nieve es para mí, sencillamente, un imposible.

El libro pesa tanto como un elefante real de carne
y láminas, de huesos colosales, de piel y de palabras.
Aunque el precio, en dólares, no resulta desmedido,
me apropio de él, para leerlo un día en que la vorágine
de esta aldea grande, me conceda el tiempo para ver y leer
elefantes cruzando montañas nevadas;
        aunque aquí no haya montañas;
         aunque ya no las recuerde
          y se hayan borrado de mi mente
y este libro me ayude, de algún modo, a rescatarlas.

Porque la vida ha de ser condescendiente, un día
he de leer a Saramago (aunque Borges nunca leyera
a Vargas Llosa; pero Borges estaba ciego y la ceguera,
y su grandeza, lo justifican).Yo vivo casi en un letargo
del que, tal vez, me liberen una magia o un milagro,
que acaso sean lo mismo, porque ambos sortilegios
son cosas infrecuentes, ya se sabe.

El viaje de regreso a casa es menos apresurado/
  siempre los regresos se toman con más calma.

Sobre el asiento del pasajero yace el libro hermoso,
que ojeo (¡oh, riesgo!) mientras cruzo las negras llanuras,
los amplios yerbazales y pantanos de Miami;
libro que la fineza de un alma escribiera/
        (y que otra mano sagaz, luego ilustrara).

Lo coloco sobre mi mesita de noche, así, decorativamente.
Y pienso que un día, antes del ocaso, pueda ya leer a Saramago,
porque siempre llegamos, de algún modo/
            al lugar donde somos esperados.

a Pilar, viuda de José.



5 comentarios:

  1. siempre agradecido de esta selección en la antología.

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  2. Felix, gracias a ti
    Tienes la página a tu disposición siempre que quieras
    modificarla o añadir

    un fuerte abrazo desde España

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  3. Excelentes poemas amigo! Como siempre, un abrazo!

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  4. Excelentes poemas amigo! Como siempre, un abrazo!

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