sábado, 2 de agosto de 2014

MARTÍN CAMPS [12.624]


Martín Camps 


(Tijuana, México, 1974) es autor de los libros de poemas: “Desierto Sol” (2003), “La invención del mundo” (2008), “La extinción de los atardeceres” (2009), “Poemas de un zombi” / “Zombie Poems” (edición bilingüe, 2012) y Los días baldíos (Tintanueva, 2015). Sus poemas han sido publicados en The Bitter Oleander, Ann Arbor Review, Tierra Adentro, entre otras.

Ha publicado el libro de ensayo “Cruces fronterizos: hacia una narrativa del desierto” (2007) y una novela: Horas de oficina (Editorial Niram Art).

Actualmente es profesor asociado de español en la Universidad del Pacífico, en Stockton, California, donde también es Director del área de Estudios Latinoamericanos. Sus últimos ensayos publicados han sido sobre los autores  Roberto Bolaño y Oswaldo Reynoso.


DE Los días baldíos (Tintanueva, 2015)

Introducción

Para no tener que hablar escribo este poema.
Hasta para decir nada necesito de palabras.
Quisiera cantar o estallar de risa,
pero debo decir que escribo
para no tener que hablar ante la gente.
Nunca puedo encontrar el tono de lectura
leer como se lee una lista de mercado
leer como se lee un anuncio en el periódico
leer cada palabra con la emoción del falsario
¡Oh! ¡Oh! ¡Exclamaciones!
Leer con dolor, como si tuviera una daga enterrada
fingir profundidades en río revuelto
leer como se deletrea un e-pi-ta-fio
leer como si me persiguieran las hormigas
leer como si las palabras fueran flechas
o un terrón de tierra que deja residuos en sus orejas
leer como si fuera arena que se arrastra en el desierto
o agua que llena lentamente un cántaro.


Mejor quisiera decirles que lo que leeré
lo pueden encontrar en este libro, que deben comprar,
so pena de maleficio milenario. Recuerden,
que la poesía no vende (dicen) y si ustedes que vienen
a oír poesía, en lugar de ver la tele, o de hacer el amor,
o lavar la ropa, leer el periódico, sacar la basura,
seducir al novio, complacer a la novia,
si ustedes que no hacen eso tan importante,
por estar aquí escuchando poemas
y no tienen la inquietud de comprar el libro,
barato, menos de lo que cuesta un almuerzo,
compren el libro y sírvanse de poesía, all you can read.
Un libro que costó un par de años de escritura, el trabajo
de mil noches con sus sueños y pesadillas
por el módico precio de la foto de un Hamilton
Federal Reserve, legal tender, in god we trust.
Además está firmado con el número de teléfono y el e-mail
del autor, si quieren, si no entonces la poesía se va al carajo.
Porque hacer poesía es ya estar en el carajo.
Más claro ni el agua.
Yo haré mi parte, leeré mis poemas de viva voz candente
que es como quitarse la ropa en público, porque ya sabemos
que lo más importante en la vida se hace desnudos.


Septiembre siete

Mi abuelo vendió pan
durante la Revolución Mexicana,
para ambos lados,
federales y revolucionarios.
Era un niño, saltaba entre las barricadas;
ganaba el pan, vendiendo pan.
En uno de sus recorridos,
una mujer lo pescó de la camisa
y lo metió en su casa.
Niño, qué haces allí, que no ves que allá vienen los
federales.
Y se armó la grande en esa calle.
Y esa mujer le salvó la vida. Y por ende,
me salvó la vida.
Mi abuelo vio al hombre que se acostó con la mujer
que por poco asesina a Pancho Villa.
Ese infeliz, decían algunas soldaderas,
vaciaba la pistola en la dirección
donde oyera gemidos de placer.
A partir de entonces ya no
quería a mujeres armadas en sus filas.
La Revolución terminó y mi abuelo puso una
panadería,
donde trabajó mi madre
que me platicó esta historia
mientras comía una esponja
y lloraba por su padre,
delgado como un febrero,
muerto en un siete de septiembre.



Ciudad Juárez is not a little soft city

Ciudad Juárez es una ciudad canina
ladra en la memoria
con un regimiento de colmillos en el hocico.
He visto a los travestidos
gritar desde una cortina roja
con el cuerpo sublevado.
A los deportados caminar el puente
con la cabeza en alto
mientras planean su regreso al otro lado.
Dicen que esta ciudad es violenta
y no saben cómo aprietan el gatillo
en esta tierra, cómo estrujan
las mandíbulas y los dientes de oro
cuando apuñalan con picahielo.
Odio es el nombre de esta calle.
Es cierto, a veces la nieve detiene
por una tarde el engranaje de la muerte
y se pueden ver atardeceres resplandecientes
en el espejo retrovisor de un yonque olvidado.




Hotel de paso I

El teléfono sonó a la una de la mañana
y una mujer del otro lado, preguntó:
Is it stormy there?
No, le dije, pero ¿con quién quiere hablar?
Sorry, wrong number, dijo.
Me quitó el sueño y prendí el televisor.
Había un programa gastronómico con un chef
japonés
que discutía la textura de un guiso de pulpo en su tinta
y explicaba que algunos poetas en el pasado
la utilizaban para escribir sus composiciones.
Vi por la ventana y el cielo estaba despejado.
¿Dónde llovería en ese momento?




Hotel de paso II

La lluvia tocó a la puerta
y por la ventana una nube gris transitó a toda prisa.
Después salió el sol y cantaron unos pájaros
escondidos entre las ramas de un naranjo.
Afuera estaba húmedo como el envés de una ballena.
De los cables de luz colgaban pájaros colosales
parecidos a lámparas viejas.
Entré al cuarto y el televisor estaba descompuesto.
Sin nada por leer abrí el cajón donde estaba la Biblia
Dejada allí por los
Gideons.
En la primera página había un índice que sugería
leer algunos versículos en caso de peligro,
desesperación,
duelo, alegría y desesperanza. Sin embargo,
no sugería nada para la nostalgia.
Abrí el
Cantar de Cantares,
y la nostalgia se tornó en calma y la calma en sueño
y dormí toda la tarde.


Sol blanco

Eran las once de la mañana
y empezaba a escribir un poema oscuro
con una palaba que no localicé en el diccionario.
Por eso salí de mi cuarto
y fui a la playa a bañarme con el sol
y vi a las mujeres tomarlo en la arena y me dije:
voy a decirles que Gonzalo Rojas me dijo
que fuera a comerciar con su hermosura.
Si no les importa que por una hora
contemple sus cuerpos como se ve una pintura,
una ola silvestre o una estrella chisporroteante.
Pero sería inútil convencerlas
de que entre sus manos está mi poema,
o para ser más exactos,
que por su cintura o en la punta verde de sus ojos.
Me recuesto en la arena y veo una garza
partir al cielo como un avión de papel
y miro a una joven quitarse el sostén
y me recuerda que el sol es blanco
y que en millones de años se extinguirá
comiéndose esta hermosa tierra de agua
y el polvo estelar de ese encuentro
tendrá una minúscula partícula de mis sueños.


***

Teoría especial del origen del universo

En el principio fue el espasmo
en que Dios se introdujo
en el cuerpo voluptuoso de la nada.
Y de su luminoso encuentro
brotó una sideral emisión
manchando la falda negra de la noche
con una vía láctea esplendorosa.
Hace falta un astronauta valiente
que abra la escotilla para sacar su nariz
y oler el fragor de la semilla divina,
olor cercano al de un salmón fresco
o luz todavía nueva y por lo tanto, mojada.


La mar de palabras

Azul campo de batalla donde triunfaron
los que supieron ahogar su miedo.
Veo el mar y mis ojos se llenan de sal y nubes.
Veo el mar y el horizonte se extiende como una promesa.
Un pescador lanza sus redes,
los corales se iluminan de peces.
Este mundo húmedo conoce de noches que no amanecen.
Escribo del mar y esta hoja se empapa de palabras marítimas:
espuma, arena, faro.
Lo único que lamentan los peces es no conocer la lluvia,
ese mar repentino.
Pienso en el mar y me acude la mar de palabras:
Sirena, boya, ola, caña de pescar, náufrago, sed, pez espada,
pulpo y tiburón.
Araña de mar y ballena.
El mar sacia hambre, deseos de aventura, pasiones y guerras.
Lo único estable en el mar es su nombre: Mar.
Una sílaba que es una ola inversa que se arrastra en la lengua.
He soñado con el mar y no me han alcanzado las ocho horas
de sueño.
Amar de mar a mar, domar el alta mar,
el océano y sus confines que anegan diccionarios.
Nado entre las olas y sé que estoy en el origen.
Este es un planeta de agua
y fue por azar que hayamos encontrado la tierra
y que no caminemos en las profundidades.
Los desiertos alguna vez fueron propiedad del océano.
Nuestros cuerpos, nuestros corazones (caracoles rojos),
también son de agua, y en ellos cabalga el mar.


Ciudad en el hombro del agua

Ciudad con raíces en el agua.
Camino cerca del lago con geografía de U profunda.
Avanzo, entre la maleza del frío.
De pronto, aparece la cara de una muchacha envuelta en gamuza
una carita linda y clara como una luna enfundada en la neblina.
Vengo del desierto, de una ciudad que tampoco es una little soft city.
Vengo de una ciudad dura como cuero de zapato salado,
de una ciudad guerrera, como ésta, que muestra sus colmillos de hielo.
Vengo de Ciudad Juárez, que no sabe lo que es un río congelado,
o siquiera la noción de río, con calcetines blancos rotos.
El río Bravo es prieto, como los trabajadores que se tuestan cerca del comal,
atrás de la caja registradora, enfundados en chamarras gruesas para soportar
este invierno infame que te saca los ojos. Manos trabajadoras y corazones rojos.
Chicago de calles enlodadas por la nieve parda.
Los edificios que reflejan mil lunas incineradas.
Las mujeres heroicas en faldas cortas donde el frío mete sus manos perversas.
Debe uno perderse en estas calles. Buscar el calor de un café o de un abrazo.
Ciudad Juárez no ha visto a esta prima ciudad suya. Chicago de puentes libres,
puentes admirables donde cruza el viento como un tropel de caballos de acero.
Aúlla el viento como el vaso profundo que forma el lago Michigan.
Allí en lo recóndito, se alza esta ciudad que el agua se tatúa en el hombro.


Poema para el fin del verano

No es la página en blanco,
sino la mente en blanco a lo que temo;
peor aún, a la vida en blanco.
Nada por hacer,
sólo afilando el cuchillo del tiempo,
el calor afuera secando las horas
–como trozos de carne salada tendidos en la azotea–.
El viento no va a ningún lado,
avanza en círculos como los niños en la escuela,
el azúcar en el café.
Las montañas sólo conocen de horas que duran un mar.
He caminado en días como éste y me he abrigado
con las telas que nos arroja el sol.
Hay una carretera larga en esta hoja,
una carretera larga que se pierde en una colina entre las
reverberaciones del calor.
La mente en blanco como un desierto,
y este poema en medio, como un cacto.


Petición a la NASA para incluir en su próximo viaje al espacio a un poeta

Porque falta probar el efecto de gravedad cero en ciertas palabras. 
Porque nadie ha leído “Muerte sin fin”
a todo pulmón en la noche del espacio.
Porque tengo una hipótesis:
Los sueños gravitan lentamente
como una burbuja de agua en la boca.
Porque si al ingeniero corazón de hierro
la tierra a trescientos mil kilómetros de distancia
le provoca una lágrima pequeña
como una astilla, el poeta es posible
que lo entienda todo de una vez,
la función de los hoyos negros,
la llamada de auxilio de los pulsares,
el corazón roto de una supernova,
la curvatura del espacio y la antimateria.
Porque hace falta llevar un barril de cerveza
y brindar al mutismo de Neptuno,
acariciar con la lengua el brillo del sol
y atraparlo con los dientes como una gragea.
Porque la luna es abundante
en un material precioso y no renovable: silencio.
Por eso la NASA debe enviar
en su próxima expedición a un poeta,
para que todos los demás mortales
que nos quedamos viendo las estrellas
desde nuestra calle, sepamos qué pasa allá
arriba cuando los astronautas
se meten en sus sacos,
después de un día de experimentos importantísimos,
como quien duerme bajo el agua.


Request to NASA to Include a Poet in Their Next Space Shuttle

Because it’s necessary to demonstrate the effect of zero gravity in certain words.
Because no one has read Shakespeare, out loud, in the night of space.
Because I have a theory:
Dreams gravitate slowly
as a water bubble in the mouth.
Because if to the engineer with an iron heart,
the earth at three hundred thousand kilometers of distance
provokes a tear
as little as a splinter, the poet would possibly
understand at last,
the function of black holes,
the call of help of pulsars,
the broken heart of a supernova,
the curvature of space and antimatter.
Because it is necessary to take a beer barrel
and drink to the silence of Neptune,
to caress with the tongue the sheen of the Sun
and to catch it with the teeth as a tablet.
Because the moon is abundant
in a beautiful non-renewable resource: silence.
That's why NASA must send a poet in the next journey,
so that all the rest of mortals
can continue seeing the stars from our street,
knowing what happens 
up there when the astronauts
get into theirs sacks,
as if sleeping under water.

(Translation by Anthony Seidman and Traci Roberts)



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