miércoles, 2 de mayo de 2012

6645.- JOSÉ CONCEPCIÓN ORTIZ



José Concepción Ortiz Frutos nació en Valle Pucú, jurisdicción de Areguá, el 5 de mayo de 1900, hijo de Felipe Neri Ortiz y de María de la Cruz Frutos. En su "patria chica", a la que habría de cantar en versos de recatada emoción, inició sus estudios, que continuó en el Colegio Nacional de Asunción hasta obtener el título de Bachiller. Hizo también estudios de Derecho, que no completó. Ortiz se radicó en Luque, en la vecindad de otro poeta y autor dramático, Julio Correa, y allí murió el 14 de setiembre de 1972. Casose con María Simeona Velasco, quien le dio cuatro hijos.
Se dedicó desde joven a la enseñanza de asignaturas como el Castellano, la Literatura y la Historia. Trabajó como periodista, siendo redactor de El Diario y luego director de El País. En la década del 20 dirigió ALAS y JUVENTUD, revistas literarias de la generación posmodernista. Fue durante muchos años funcionario de la Biblioteca Nacional, de la que llegó a ser jefe, hasta alcanzar su jubilación.
Era un hombre callado y estudioso, que conocía bien el oficio poético y que se interesó por las nuevas tendencias filológicas en una época en que raramente llegaban al Paraguay noticias de esa índole. Estuvo al tanto de las actividades del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, cuyas publicaciones recibía regularmente, y mantuvo correspondencia con uno de sus integrantes más distinguidos, el profesor Raimundo Lida. Fue Hérib Campos Cervera quien lo puso en contacto, hacia 1932, con aquel Instituto, en el cual trabajaba también, joven aún, el ilustre filólogo paraguayo Marcos Morínigo. Sin embargo, esta inclinación de su espíritu no dio frutos y lo más imperecedero que nos queda de él es indudablemente su poesía.
Resulta un tanto extraño que su labor poética no haya suscitado más atención crítica y haya quedado reducida a un pequeño círculo de admiradores. Quizá la explicación esté en que sus concepciones líricas se hallan adscriptas a los modos del posmodernismo, período que no ha sido prácticamente estudiado en nuestra literatura.
En efecto, la poesía de Ortiz, como la de la mayoría de sus compañeros de generación, se aleja, a pesar de su admiración por Rubén Darío, de los aspectos más decorativos del modernismo, acentuando en cambio un sencillismo más atento a lo esencial de las cosas poetizadas y desentendiéndose del lujo verbal, las alusiones exóticas y de todo aquello que la escuela encabezada por el nicaragüense había exaltado en su fase más característica. Queda sin embargo en esta poesía el gusto por la melodía verbal, la sabiduría en la distribución fonética, el metro exacto y la estructura precisa y sin desperdicios conceptuales.
Tal como ocurre con buena parte del posmodernismo, sus versos cantan a menudo los temas campesinos, sin caer en pintoresquismo alguno. Su temple de ánimo es siempre comedido pero de profundas resonancias interiores. Es una poesía que rara vez expresa exaltación, aunque la intensidad, a veces diluida en la visión amable del campo y de los sentimientos humanos, no esté ausente de ella.
Ortiz publicó en vida un solo libro poético (*), AMOR DE CAMINANTE (Buenos Aires, Editorial Ayacucho, 1943), en donde recogió treinta y cuatro poemas, escritos a lo largo de un lapso de dos décadas. Lleva un prólogo de Arsenio López Decoud, y en las solapas puede leerse un texto de Carlos R. Centurión, que su autor transcribió casi íntegramente en su Historia de las letras paraguayas. La tapa fue diseñada por Juan Sorazábal, amigo suyo desde los tiempos de la revista Juventud, que el artista ilustraba.
En Amor de caminante se encuentran sobre todo poemas sentimentales y visiones del campo, y con frecuencia los motivos de unos y otras se entrelazan en temas melancólicos de gran eficacia expresiva. También incluyó en este volumen los sonetos a Raúl Battilana y a Pedro Herrero Céspedes, compañeros de generación desaparecidos tempranamente. No solamente en ellos toca el tema de la muerte, que aparece con hondo sentimiento en otro poema dedicado a su madre.
Después de este libro no volvió a reunir en volumen su obra poética. Casi treinta años transcurrieron desde la publicación de Amor de caminante hasta su muerte en 1972. Sin embargo, durante este lapso no permaneció completamente inactivo, ya que de cuando en cuando podían leerse sus versos en alguna publicación periódica, y dejó inéditos algunos poemas. Pensaba probablemente publicar un nuevo libro, pues se encuentran varias poesías reunidas en un cuaderno mecanografiado y titulado PAÍS SECRETO, Asunción, 1962. Existe también otro cuadernillo, titulado ELLA, con seis poemas, fechados entre 1945 y 1953.
País secreto está constituido por varias composiciones de aliento épico y otras de carácter intimista. Sus rasgos posmodernistas no han variado, si bien su temática ha incorporado motivos nuevos como los que cantan al país, a España y a personajes históricos como Bolívar, Sandino, Irala y otros. Un amor de madurez parece haberle inspirado algunos poemas, probablemente el mismo que motiva las poesías de ELLA. Estas últimas pueden figurar entre las más finas producciones de la poesía amatoria en el Paraguay, por su discreción expresiva y la intensidad de su contenido.

NUESTRA EDICIÓN
Esta edición de la poesía de José Concepción Ortiz recoge prácticamente la totalidad de sus poemas conocidos e inéditos.
Reproducimos íntegramente Amor de caminante (con excepción del prólogo, poco significativo, de Arsenio López Decoud), así como las composiciones de PAÍS SECRETO y de ELLA. De este modo creemos rescatar la producción de uno de los poetas más importantes de la literatura paraguaya.
*. En prosa publicó en 1968 - APORTES PARA UNA HISTORIA DEL CAMPESINO PARAGUAYO.



AMOR DE CAMINANTE


AMOR DE CAMINANTE
Si florecen tristezas en tu senda
y sangra en tu interior oculta herida,
yo extenderé mi amor como una venda
sobre los sufrimientos de tu vida.


Sobre tus padeceres y quebrantos
derramaré, como un prodigio de hada,
el bálsamo sedante de mis cantos,
y te sabrás después transfigurada.


Y ya tus días no serán de angustia,
ni tus noches serán de desamparo,
porque pondré mi amor en tu alma mustia
y te cobijaré como un avaro.


Bajo las lunas dulces de tus ojos
me sentiré feliz con tu cariño,
pues hallarán albergue mis antojos
en tu opulenta juventud de armiño.


Tus senos me darán calor de nido
para mis orfandades prematuras
y mis ansias se habrán desvanecido
en el remanso azul de tus ternuras.


Olvidaré por siempre la tristeza
de vivir en mitad del abandono,
y a través del fulgor de tu belleza
ya no veré la vida con encono.


Y si con mi cariño aún no consigo
curar tu corazón, ya moribundo,
seremos, ¡qué me importa si es contigo!
dos dolores errantes por el mundo.


Mas, si mi afán es vano; si mi anhelo
se frustra en el umbral de tu destino,
me alejaré de ti con el consuelo
triste de haberte amado en mi camino...


DÍA DE DIFUNTOS
Una oración ahora
por los lejanos muertos:
que no se aprenda ni se rece, sino
se esconda y sufra adentro.


Una plegaria sin palabras, hecha
de miedo y de silencio
desde la ciega angustia de la vida
hacia el límite sordo del misterio.


Una emoción, en fin, un vago rito
por los profundos y lejanos muertos,
que tardíamente vuelven, se aproximan
por la planicie blanca del recuerdo.


Su rito cada cual: yo, por los míos,
muero un poco: enmudezco.


NOCHE DE AUGURIOS
Conmigo. En la quietud de mi cartuja,
ni un motivo que engañe a mi tristeza.
Sobre el silencio de esta noche pesa
no sé qué helada sugestión de bruja.


Me encuentro solo, más que nunca, en frente
de todo mi pasado y mi presente;
y pienso que mi vida es un absurdo
que rueda a la deriva, mientra urdo


este vano crespón de mi nocturno.
Fui un ser taciturnamente huraño
antes; y hoy sigo siendo taciturno
y esquivo como antaño.


Pero, ¿a qué hacer mi historia? Toda historia
me sabe a inconsistente vanagloria,
y además trato de olvidarlo todo:
porque en mi senda hay menos flor que lodo;


mucha más sombra que serena lumbre.
Soy un viandante que en inútil paso,
incapaz de subir hasta la cumbre,
ha caído al abismo del fracaso.


Mi vida, en fin, es un dolor cobarde,
que pudiendo extinguirse en la mañana,
prefiere despedirse por la tarde.
- ¡Oh, femenina timidez humana!


Pero sé que me iré, yo no sé cuándo,
-cuando menos lo espere- andando, andando,
hasta la Nada, y tendrá fin, al cabo,
con mi existencia, mi dolor de esclavo.


OCASO SENTIMENTAL
Fueron los días de pasión: te pierdo.
Sobre las ruinas del amor vencido,
tras el otoño blanco del recuerdo
ha bajado el invierno del olvido.


En el silencio cada vez más hondo
del alma, se irán luego, poco a poco,
sumiendo tu perfil divino y blondo
y mi sombra sonámbula de loco.


Del mundo extinto del pasado, nada.
Alguna moribunda voz,¡quién sabe!
y allá en el porvenir, novia encantada,
la esperanza que canta como un ave.


Con otro amor restañaré mi herida,
con otro amor restañarás la tuya:
y a una nueva ilusión que dé la vida,
mañana cantaremos, ¡aleluya!


No decir males del destino malo
que en polvo anónimo el cariño aventa:
¿no queda al corazón, de él, como un halo
de dulzura remota y cenicienta?


¡Quién te dice que nadie llora junto
a los escombros tibios del presente,
el rojo llanto del amor difunto:
rocío tinto de fulgor poniente!


A UNA ALDEANA
Tu juventud evoca en el ardido
ambiente de la aldea virgiliana,
a una ninfa que huyendo del olvido,
se reecarnara esta lustral mañana
en tu fresca belleza adolescente;
y enciende en mi cansada fantasía,
al cruzar por el valle lentamente,
el resplandor de una ilusión tardía.


Sueño al mirar tu cabellera bruna
y tu rostro de lirio de ladera,
que prestaron: tu faz, luz a la luna
y a la noche, negror tu cabellera.


Tus ojos insondables y estelares
son dulces como mi melancolía,
y una hemorragia tibia entre azahares
es tu boca: fontana de ambrosía.
Es un cofre tu cuerpo, en que se anida
un tesoro de amor inexplorado,
donde asoman -colinas de la vida-
tus pezones de nardo y de pecado.


Como un vano holocausto a tu hermosura,
amortajo en mis versos la divina
impaciencia que al verte me tortura,
y la inhumo en tu senda, Campesina.


DELIRIO LÍRICO
Entre tu oscura melena
confundir quiero el negror
de mi fortuna, morena,
(de mi infortunio, mejor).


En su espesura serena
ocultaré bien mi amor
guadándole de la pena,
librándolo del dolor.


Y preso en su fronda amena,
seré luego un ruiseñor,
feliz de estar en cadena,
divinamente cantor.


Liberado de la pena,
bien guardado del dolor,
¡cómo cantará mi amor
bajo tu negra melena!


VAIVÉN
Tengo un capricho, mía: quiero volver ahora
contigo a aquellos días lejanos y divinos
como la juventud. No digas "No". . . ¡Quién sabe
si los podré mañana resucitar contigo!


Vuelve a traer la hamaca con tu labor más blanca
bajo la fronda umbrosa del naranjal longevo,
y aguárdame de nuevo, como antaño en las siestas
de sol, mientras la aldea duerme su sueño lento.


No me traerás asiento; para adorarte, amada,
como reclinatorio me servirá la tierra.
Y vé, entre tanto acuda, tejiendo juntamente
con tu labor, tus sueños, para abreviar la espera.


Un instante tornemos a vivir aquel tiempo
aromado de anhelos, cuyo postrer minuto
se esfumará, tal vez, con la última cita
que a la sombra nos demos de los naranjos mudos.


... ¿Recuerdas cómo, apenas llegabas, con vehemencia
nos dábamos un largo beso de bienvenida?
Florezcan nuevamente, como antes, hoy, tus besos
en el claro silencio de la tarde amarilla. . .


Enamorado un día remoto del ingenuo
florecimiento de tu cuerpo -nardo y mirra-,
te envolví entre las redes de mis ansias, ¿recuerdas?
y temblorosamente fundimos nuestras vidas...


Soltando nuestras almas unidas de las manos,
por los caminos anchos y amigos del recuerdo,
amémonos y olvidaremos los dolores
que como vientos malos batieron nuestros sueños.


Después. . . ¡qué nos importa lo de después, amada!
Bésame, como siempre, largamente, y soñemos...
Que la vida es movible, fugaz, ¡como el vaivén
de tu hamaca en la umbría del naranjal longevo!


QUERENCIA
En la tierra natal, de dulzura materna,
-miño, esmeralda y oro: labranza, selva y sol-
hallaré al fin holgura, de regazo o caverna,
suficiente para llenar mi humilde rol.


En la quietud antigua de la campiña eterna
seré un indio que dice su alma en español:
-alma donde el recuerdo con la esperanza alterna
con ronco acento de marino caracol-.


Allí mi vuelta aguardan, para inducirme a coro,
-son ancestral, aromas de infancia, luz de origen:
"hinca aquí tu raíz".


Acaso se me preñe la boca, en el sonoro
silencio campesino, del ímpetu aborigen,
y en mi voz rompa entonces a cantar mi país.


LOS FRUTOS DE LA TIERRA
Cantando y girando
vamos a decir
qué comimos antes
de venir aquí:


Ya sea el pan claro,
ya el moreno pan,
o los ricos zumos
que la tierra da.


-Yo he comido en casa
mandioca y maíz,
los providenciales
frutos del país.


-Yo comí poroto
y maní, las dos
más alimenticias
legumbres de Dios.


-Yo comí de postre
tanta fruta y miel,
que aún tengo la boca
dulce de comer.


-Di ¿por qué en silencio
sólo quedas tú?
-Es que tengo hambre:
no he comido aún.


(coro)


Giremos cantando,
para no quedar
en la tierra nunca
ninguno sin pan.


PAÍS SECRETO


A LA PATRIA CHICA
Alguien alce a la patria grande y triste
el canto sesquisecular, ya roto
el poderoso aliento de Fariña:
patria irredenta como ayer y siempre,
a quien mi amor creyó más suspirada
quizá por aflijida.. . Y no era cierto:
no te amáramos menos si dichosa.
Sólo, tal vez, lo has sido cuando el Chaco,
los Comuneros y la Guerra Grande,
viento a tu prole unida, en tu defensa
para morir - de otra manera juntos
sobre tu pecho todos no cupiéramos:
aún no aprendimos de otro modo a unirnos.


Canto a la patria chica, aquella donde
me aguarda aún la choza en que he nacido,
a orillas de un arroyo, oliendo a tierra
recién llovida y a primera novia...
Que otros a la Patria con mayúscula,
luego de haber las manos puesto en ella,
la loen y la lleven en los labios
con fingido fervor. Yo, en cambio, torno
con la memoria hacia la patria chica.




CANTO AL HIJO DEL PAÍS
En el trasverberado corazón de la América
del Sur, penas ha siglos aferrado al terruño
con los descalzos pies que recuerdan raíces,
agachándote bajo todas las injusticias
con tal de aspirar el aire de la querencia.
No hay en toda la tierra lugar como el amable
valle natal, en donde hasta el morir es dulce,
por más que allí, a través del tiempo y sus mudanzas,
sólo tú permaneces infortunado siempre.
(A causa de tu tristeza mediterránea,
desesperada y silenciosa, el guaraní
tiene ese sonido entrecortado de sollozo. . .)


Mas, te miro, paisana florida de paciencia,
la del pecho crecido por la maternidad,
y tengo fe de nuevo: parirás todavía
unos hijos capaces de abrirse a sangre y fuego,
paso hacia el triunfo para vengar tu sacrificio
de víctima sitiada y rendida por hambre.
Y eso que no tienes parangón en el mundo:
hembra de ningún otro país nunca hizo tanto;
mereciendo reinar, eres menos que esclava,
tú, sin derecho a nada, si no es la corona
de fardos que tu nimbo de mártir disimula
y te oprime evitando que te subas al cielo.


DEL ROMANCERO CAMPESINO
I
Bajo tierra, Sixto Rojas,
duermes hace ya diez años
donde las cuatro palmeras
consabidas en el campo.
Salva, si puedes, las sombras;
vuelve y escúchame: ¿ufano,
ciego no fuiste al combate
con el mayor de tus vástagos
igual que si le llevaras
a pasear por el prado?
Fuiste al campo de batalla
feroz librada entre hermanos
(si puede llamarse así
a quienes se están matando).
A pecho franco luchaste
-tenías fe en tu "abogado"-
hasta caer, por las balas
abatido, boca abajo.
Mandáronte a pelear
valiéndose del engaño:
¡ir como contra enemigos,
contra tus propios paisanos!
Ir aceptaste creyendo
que volverías al cabo,
como al partir, entre voces
de triunfo y entusiasmo.
Tornaste, sí, pero muerto,
tu primogénito al lado
junto a tus conmilitones
de las balas escapados.
Tu mujer y los retoños
en silencio te miraron,
hasta que por fin rompieron
a llorar su desamparo.


Sixto Rojas, sin saber
ni sospecharlo, indefenso
te dejaste conducir
como res al matadero.
Recordando que antes eras
- ¡maldito sea el recuerdo!-
cabo de guardia civil,
-guardián de bienes ajenos-
insólita valentía
crecer sintiendo en el pecho,
ciegamente a la matanza
corriste entre los primeros.
... Huyendo de la miseria,
al borde mismo del pueblo
plantaste la nueva choza
y ¡a soñar con días nuevos!
A qué mal puerto llegabais
viniendo de tierra adentro.
Ni cocos había allí,
el maná de los labriegos.
¡Suerte peor, con los tuyos
morando en ajeno predio,
que la del pájaro alonso,
sumido entre tierra y cielo!
¿Qué importa desafiar
la muerte más cerca o lejos?
dijiste acaso olvidándolo
todo: mujer, pequeñuelos...
No te vayas, Sixto Rojas:
los cabecillas tramperos
hacen que mates, que mueras,
pero ellos siguen viviendo.


Cada hogar su Sixto Rojas,
cada cual llora una víctima
del fratricida guerrear,
ya en la aldea, ya en la villa.
A veces mueve a pensar
la paraguaya campiña
en un manto de verdura
de sangre a trechos teñida.
La esperanza, siempre verde
según creencia admitida,
¿será que se echó a sangrar
por boca de mil heridas,
las que abrió en el patrio suelo
tanta lucha fratricida,
hasta la hora de ahora
desde la de la conquista?
Por fin, Sixto Rojas, tienes
bastante tierra adquirida,
para tu sueño postrero,
justo la que necesitas.
En guaraní, al son del arpa
o de la guitarra, habría
que ir repitiendo tu historia
por los valles y alquerías
hasta grabarla en los ojos
de la gente campesina,
de la que todo lo da
sin que nada ella reciba
a no ser pullas, agravios,
extorsiones, injusticias...


II
José Gamarra, retoño
de mestizos de Itauguá,
casi indio puro, de aquellos
pobres en letras y pan,
más ricos de humor y chispa
si hechos a la adversidad:
escritos para contados
de arpa o guitarra al compás,
tu vida y milagros pongo
de arribeño aquí al pasar,
que hicieron época antaño
y por tierras de Areguá,
en fragmentos recogí
luego de oírlos narrar
en las noches de velorio,
o alguna festividad
con aguardiente y con talla,
donde la gente rural
aun envuelve tu memoria
de renombre que jamás
tuvo cura, juez ni jefe
en toda la vecindad.


Mentado José Gamarra,
ya estás -guitarra en la mano,
caído a un lado el sombrero,
y el poncho de calamaco
que el raído traje encubre-
ya estás las cuerdas templando,
mientras dices agudezas
a la rueda de paisanos
que no bien te reconocen
te rodean encantados.
Cosas que afirman de ti
nunca de nadie afirmaron:
unos, que tienes "payé";
otros, potente "abogado"
para vencer voluntades,
o las balas; dado el caso.
No poseyendo, en fin, nada
donde nacido y criado
-ni donde caerte muerto-
la guitarra bajo el brazo
caminas de un pago a otro
vertiendo entre tus hermanos
acá y allá unos adarmes
de pimienta y sal, de paso.
Ni bien llegas al boliche,
de la enramada debajo
muchos curiosos se van
a tu rededor juntando,
hasta dejar el comercio
vacío de parroquianos.
Allí, entre otros, Felipe
Bareiro y maestro Carlos
te vienen a saludar
con un apretón de manos,
y con sus ojos azules,
sonrientes, volteriano,
también Bienvenido Fretes,
para tus dichos y casos
celebrar todos a una
los que están más de tus labios
pendientes que de tu música,
bordando sus comentarios
aquéllos a carcajadas,
éstos a grito pelado.
¡José Gamarra, en el valle
del Yuquyry, a ambos lados,
no hay quien se parangone
contigo, toro ni gallo!


Pusiéronte un día a prueba
los puebleros en un baile.
Llégase Pastor Martínez
con ánimo de soplarte
la dama, garbosa flor
entre las hembras del valle,
por quien suspirabas años
sin apenas declararle
tu amor sino con los ojos
-tal vez por grande, inefable-
El, junto a sus compueblanos,
pensaron acobardarte,
armados de armas de fuego.
Te les plantaste delante
a solas con tu belduque,
dispuesto para el ataque.
Cuando sonó el primer tiro,
seguidos de otros más tarde,
no se veía en la cancha
más señal que la del sálvese
quien pueda. Pero se vio
palidecer -si eso cabe-
tu faz mientras sacudías
el poncho con gesto grave,
las balas echando al suelo:
¡balas que a veces no valen!


III
Atención les pido a todos
mientras me ponga a contarles
lo que sucedió a una moza
del campo: Luci llamábase.
En las afueras del pueblo,
del naciente hacia la parte,
nació Luci en choza donde
creció a la de Dios que es grande.
A la ciudad la mandaron
a conchabarse sus padres,
para ganarse la vida
y perderse... ya se sabe.
Partió la pobre, florida
de ilusiones y de carnes.
Corrían sus quince años,
los que más deseo atraen.
Fue - "Se precisa muchacha" –
la de todos, la de nadie.
Al cabo de poco tiempo
volvió desnuda y con hambre
como fue, mas no ya sola
puesto que iba a ser madre.


Cuando en cara se lo echaron
aquel fruto de su error,
se defendió como pudo
Luci, alegando que no
se trataba, a la verdad,
de preñez sino tumor
que desaparecería
mediante una operación.
Creyéronla al fin los suyos
y ella se tranquilizó
para poder trabajar
yendo y viniendo a Asunción
a comprar y revender
telas, hasta que ocurrió
lo que alguna vez había
de acontecer. Bajo el sol,
turno en "La Reguladora"
aguardando en el montón
-donde a golpes y aun balazos
a raya teniéndolas
había guardias brutales-
Luci una nena a luz dio.


Cuando regresan a casa,
todos allí a madre e hija
las reciben hoscamente,
si no con rabia, con pifia:
- Niégalo ahora, infeliz;
¡es éste el tumor, perdida!
Envuelto en unos pañales
rotos, el nuevo ser iba,
más, por lo exiguo, a un ratón
parecido que a una niña.
Un halo en la cara a Luci
la maternidad ponía.
Nunca jamás de ese modo
se la viera embellecida.
Pronto caería después
de la decadencia víctima,
lo mismo que sus abuelos,
igual que ha de ser su hija,
a quien en familia llaman
Esperanza de mi vida,
si hay extraños; si no,
"Tumorcita", "Tumorcita".


IV
Un día del año trece,
moría el mayor Medina
junto al alférez Morínigo
y el subteniente Fariña.


El cuartel de Concepción
fue el escenario del drama,
y al teniente Godoy culpan
como autor de la matanza.


Cualquiera sea la razón,
tiene que ser fusilado.
Mas, su fama al Paraguay
por siempre queda de bravo.


Camino a la eternidad
te vas, Rogelio Godoy,
dejando grabado el nombre
del pueblo en el corazón.


El reo ya está en capilla,
le asiste el padre Cestac,
y de su lado a la madre
no consiguen separar.


¡Cómo estarán tiritando
de alarma todas las mozas,
y en sus blusas las dos claras
palomas de pico rosa!


Los hombres, nadie esa noche
pudo el sueño conciliar.
Descansaron de hacer hijos
las hembras del arrabal.


El pecho trasverberado
las madres, ni qué decirlo,
viendo extinguirse, impotentes,
en Godoy su propio hijo.


Adiós, recuerdos de infancia
feliz por la Recoleta.
Adiós, mundo, que pareces
más hermoso al que te deja.


Quieren quitarle precisa-
mente la vida en castigo
de la que él quitó a otros
por decisión del destino.


No importa. Quienes le ven
hoy sumido en la desgracia
y sin piedad le abandonan,
le perdonarán mañana.


Después que le degradaron,
sin espada ni uniforme
llegó al estacón en donde
mostró cómo muere un hombre.


De frente a los tiradores,
él mismo ¡fuego! mandando
como militar valiente,
cayó Godoy fusilado,


en marzo, el año catorce
a las seis del dieciocho,
cuando tenía de edad
veinticinco años sólo.


Ante el asombro del pueblo
cayó con valor mostrando,
-la multitud aplaudía-
cómo muere un paraguayo.


SONETO
Digna de ser copiada es su faz pura,
ya en el metal de una medalla impresa,
ya en alguna preciosa miniatura
que salve del olvido su belleza.


A haber podido conocerla, habría
tal vez Ronsard sus gracias celebrado
tornándola inmortal, como a María,
a Helena y a Casandra, en el pasado.


Yo apenas sé, con silencioso y ciego
fervor, besar sus pies, seguir su huella
susurrando a los dioses este ruego:


¡Qué no se extinga antes que yo la llama
de su vida. . . Morirme antes que ella!
Es todo lo que pide uno que ama.


TENÍA ALGO DE VERSO...
Con su atracción secreta, que obraba poco a poco,
tenía algo de verso: de ritmo y de medida,
pues no faltaba nada, ni excedía tampoco
en su hermosura como del ensueño nacida.


Aunque tan de la tierra ¡cuánto evocaba el cielo
su claro ser, que hacía pensar que Dios existe!
Por tiempos se inflamaba de un recóndito anhelo
de dicha que, al frustrarse, la dejaba al fin triste.


Echaba, a ratos, plena de vida y de contento,
a cantar porque sí, y a sonreír por nada,
para enmudecer luego con el presentimiento
de que nunca, tal vez, será bastante amada.


La misteriosa mano del destino la puso
junto a mi vía: al verla, reconocí que era
la Esperada, y le dije mi amor, todo confuso,
que rompió a florecer como una primavera.

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