miércoles, 2 de mayo de 2012

6646.- MANUEL ORTIZ GUERRERO


Manuel Ortiz Guerrero
(PARAGUAY, Villarrica, 1894 - Asunción, 1933)
Poeta y dramaturgo. Probablemente el poeta más popular del siglo XX, Ortiz Guerrero es uno de los pocos representantes del modernismo paraguayo. Víctima de lepra a edad temprana, vivió desde muy joven en el aislamiento impuesto por su enfermedad. Con grandes sacrificios logró instalar una imprenta y en ese taller que le sirvió de sustento cotidiano publicó también la mayoría de sus poemarios y piezas teatrales. Escribió en español y en guaraní. De sus obras en español sobresalen Surgente (1922) y Pepitas (1930), ambas recogidas en sus Obras completas (vol. póstumo, 1952). Varios de sus poemas –y entre ellos "Nde rendápe ayú" ("Vengo a tu encuentro"), uno de los más conocidos– fueron musicalizados por el maestro José Asunción Flores, creador de la "guarania" paraguaya.


AL POETA

Juan Zorrilla de San Martín

Luminoso charrúa de los versos fragantes,
fue muy larga, muy larga, para mí tu tardanza:
de mirar tanto el río, de tu arribo anhelantes,
hoy ya tienen mis ojos un color de esperanza.
Visitante llegado de una tierra sonora
a esta otra historiada de perfume y leyenda;
cárganos las espaldas con tus fardos de aurora:
para nuestras heridas déjanos una venda.
Allá, poeta, en loma que tu mirada abarca,
está el árbol solemne cuyo tronco fue asiento
del Artigas proscripto, de aquel gran patriarca
que unir quiso la América en un gran pensamiento.
Aquel árbol, poeta, dice algo al oído,
algo de tu leyenda, semejante al latido
de algún gran corazón,
porque allí el patriarca, como fantasma herido,
memoraba en cien noches su gran sueño perdido,
enfermo de nostalgia y de desolación.
Olvidé de decirte que en una tarde lila
he visto a tu indio dulce de paso por aquí:
Tabaré melancólico de verdosa pupila,
en busca de su hermano perdido, Guaraní.
Oh mártires sin nombres, sin gestos y sin huellas
que muerto habéis ya siglos y os enterró el olvido:
el vate por vosotros sus llantos ha vertido
en vuestro sacro abismo como caer de estrellas...
Ataviado, poeta, de tus versos fragantes,
Tabaré se ha perdido en la azul lontananza
y... también es por eso: de su vuelta anhelantes
que hoy ya tienen mis ojos un color de esperanza.

(De: Raúl Amaral, ed., Antología. El modernismo poético en el Paraguay
[1901-1916], 1982)






¡LOCA!

¡Paso! ¡Dadle paso!
Es reina y es pobre. No quiere ni el raso
que bese sus formas; es loca la reina.
Dad paso a la reina de honda pupila color de esmeralda,
la loca desnuda que, regia, despeina,
por único manto,
su astral cabellera, como un sueño de oro cubriendo la espalda.
¡Dad paso! Que corre la reina, la loca,
llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto
en la boca.
En noches de estío se empapa de luna, perfume y penumbra
y corre devota al templo del arte a hacer su plegaria;
allí no le alumbra
ni lámpara débil, ni pálido cirio de luz funeraria,
sino la belleza, la sacra belleza le da luminaria.
Amigos, en caso que alguna
mujer de rodillas, desnuda, en la sombra rezando encontréis,
pasad, no le habléis;
es ella la loca, devota del Arte que reza a la Luna.
Crudeza de invierno no seca y consume
la rosa del canto que lleva en la boca...
Sus llagas lumíneas que sangran perfume,
las besa y bendice mil veces la loca.
Le da primavera sus salvas de olores,
las ondas del río su perpetuo y suave rumor de oraciones;
la noche morena le da su silencio, sus sidéreas flores...
Y aun tiene hambre de más sensaciones.
En noches augustas de inútil martirio,
la loca pretende, con sed de grandeza,
tomar una estrella volviéndola lirio.
–¡Oh loca divina!– que canta y que llora, que ríe y que reza;
Atrévete siempre, es ese un gran culto que pocos profesan.
¡Loca!: soporta la tortura sacra y luminosa
de todas tus ansias y tus padeceres
y sigue cantando canción olorosa;
tú eres la bendita loca mujer entre todas las mujeres.
¡Amigos, en caso que alguna
mujer de rodillas, desnuda, en la sombra rezando encontréis,
pasad, no le habléis;
es ella la loca, devota del Arte que reza a la Luna;
¡es ella mi Alma! Reina que está loca,
alma luminosa, de bohemio y de artista, que va entre vosotros,
llevando un gran beso y un tibio pedazo de canto en la boca.

Villa Rica, mayo de 1917.
(De: Romualdo Alarcón Martínez, ed., El parnaso guaireño, 1987




EIRETÉ
COMEDIA EN UN ACTO
Villarrica 1921
Obra de
MANUEL ORTIZ GUERRERO
(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )

TÉRMINOS GUARANÍTICOS USADOS EN ESTE TRABAJO
Eireté-eira-ité: Miel legítima.
Mina: Yerbal.
Pombero: Genio mitológico de la noche y de la fábula.
Cuañetí: Abejita silvestre de la América. Su miel.
Yurupîté: Beso en la boca.
Pora: Duende.
Minero: Peón de los yerbales.
Yuquerí: Planta sensible de la América. Sensitiva.
Hojero: Quien recoge la hoja de la yerba para su elaboración.
Caá-tí-caá-kítï: Acción de cortar y recoger yerba; oficio del minero.
Barbacuá: Hornalla subterránea con que se opera el tostaje de la yerba.
Mboroviré: Yerba tostada aún no molida.

PERSONAJES
Lola: - Vestida de matinée amaranto de graciosa holgura; sandalia estival haciendo juego de natural belleza con sus piernas desnudas. Un mechón de su melena dorada va preso con un lazo azul. En su mano brilla un jarrón de plata.

El padre de Lola: - Casi entrado en edad; lleva traje de excursionista: bota de cana, blusa cerrada, sombrero de ciudad. Un machete y un hacha en las manos.

Minero: - Moreno de ojos vivos, no muy joven. Trae machete envainado y una verde caña. Gruesas alpargatas; pantalón recogido; faja de purpura y camisa de puntos; pañuelo blanco. Le corona chambergo de amplio alaje levantado hacia el frente.

EIRETÉ

Cierto mes de estío, el padre de Lola fuése con ello al monte en busca de saludable miel silvestre... y aconteció esta aventura de ingenuidad y gracia en un acto, posible solamente en los bosques del Paraguay.

ESCENA 1
LOLA Y SU PADRE

En el hueco de un gran tronco, tumbado en la tupida floresta, Lola recoge miel dorada en su jarrón de plata cincelada, a vista de su padre. Coda instante la rubia niña lleva a su boca escarlata sus nevados dedos. Es de mañana.

Lola: - Mi paladar no se engaña;
tan delicioso sabor
no tiene la miel de caña.

Padre: - Claro, ésta es mucho mejor.

Lola: - Además, que cosa extraña,
papa, tiene el mismo olor
salvaje de la montaña;
no huele a rancia caldera
como nuestra miel morena;
parece que el pulmón llena
con brisas de primavera
y a la razón envenena
de una dulce borrachera.

Padre: - Hija: mejor es que calles;
no hallarás comparación.
En esta miel hay fusión
de mil flores, que en los valles
saludan a las mañanas
con eclosiones de aromas;

Lola lame con insistencia los dedos y se esfuerza por sacar una tapa que le impide tomar a gusto.

de las sencillas lianas
y el yuquerí de las lomas
suele la abeja chupar
el delicioso tesoro
para venir a dejar
como una lágrima de oro,
transformada por alquimia
de no sé qué magia eximia,
dentro de su alvéolo de cera:
síntesis de primavera,
alma de flores, licuadas
en gotas de rubia luz,
donde se encuentra hermanada
al buen gusto la salud.

Lola: - ¿Quieres sacar esta tapa de aquí?

Padre: - ~Para qué?

Lola: - No puedo tomar a gusto.

Con la punta de su machete el viejo fuerzo y rompe la madera.

Padre: - ¡Se escapa un buen olor!

Lola: - ¡Ay, mi dedo!

Padre: - ¿Qué te pasa?

Lola: - Me mordí:
es tan grata la dulzura
de la miel del cuañetí,
que me acosa la locura
de beberla hasta morir.

Padre: - ¡Puedes tragarte el anillo
chupándote el dedo así!

Lola: - ¿Qué es ese extraño polvillo
que tiene
un brillo amarillo?

Padre: - Es el propóleos.

Toma de un panal y le pasa el lívido polvo oloroso.

Lola: - ¡Qué lindo:
su fragancia es de azahar!

Padre: - Del polen del tamarindo
también suele fabricar;
dicen que cambia de aroma
según el polen que toma
la abeja que va a saqueo.

Lola: - ¿La madre de la colmena
es esa abeja que veo,
papá, tan gorda y tan buena?

Padre: - Esa es la reina.

Lola: - ¿Y el rey?

Padre: - Tontuela: tanta dulzura
meliflua, por sabia ley,
solamente la ternura
de una hembra puede dar;
por eso mueren los machos
de deliciosos empachos
sin que puedan miel cargar
ni siquiera un solo cubo,
y por eso es que no hubo
ni rey ni obrero jamás
en este alcázar de cera,
donde mil princesas nubias
destilan, en gotas rubias,
la luz de la primavera.

Lola: - ¿Más que los hombres son sabios
estos bichitos, papa?

Padre: - ¡Tal vez!

Lola: - ¿Para nuestros labios
no hay más tesoro, verdad,
que la miel, cuando se toma
cargada del grato aroma
del bosque y la soledad?

Padre: - Hay otra miel más sabrosa,
más de prohibido sabor.

Lola: - ¿Es de avispa peligrosa?

Padre: - Si.

Lola: - ¿Como se llama?

Padre: - Amor.

Lola: - ¿Por qué no vamos adonde
podamos hallar tal miel?
¿Cuál tronco del bosque esconde?
Debe ser algún robusto
tronco de verde laurel.
Yo quiero probar su gusto
aunque me mate el dolor.

Padre: - Hija, tú estás borracha:
¡cuidado con el amor!
Ninguna buena muchacha
de esa miel ha de probar
sino por fuerza mayor;
¿entiendes?

La joven rubia lame con pasión sus finos dedos.

Pásame el hacha;
mientras puedas terminar
voy en busca de un cercano
cuañetí, para llevar.
¡Cuida, no comas la mano!

Lola: - El buen tesoro prohibido
¿no es verdad que también hay
en un rincón escondido
del bosque del Paraguay?
¿Tú ya probaste en tu vida
la miel de que hablas, papa?

Padre: - No me importunes, querida,
la prueba te tocara;
cuando esa miel jubilosa
refresque tu paladar,
tal vez sienta la imperiosa
necesidad de llorar.

Lola: - ¿Como podrá mi alegría
la miel del amor turbar?

Padre: - Ya lo veras algún día...

Toma el hacha y la escopeta.

Bien: tú, me vas a esperar.
Pienso que bueno sería
llevar a casa eireté
y voy por la cercanía
a ver si no doy con él.

Lola: - Pero, papá, tengo miedo:
¡no quiero quedarme sola!

Padre: - No hay de qué.

Lola: - ¡Ay mi dedo!

Padre: - ¡No comas el dedo, Lola!
Eres glotona, querida.

Lola: - ¿Y volverás en seguida?

Padre: - Dentro de un instante, ya
estaré otra vez contigo;
quiero ir a ver si consigo
miel como para llevar.

Desaparece por el fondo con el hacha al hombro.


ESCENA II

Lola: -
Sola. Tomando miel.

Debe ser encantador
en una tarde serena
probar la miel del amor,
aunque nos mate de pena.
Si pudiera merecer
tanta delicia prohibida
yo la quisiera beber
hasta olvidar de la vida.
Me dice que es más sabrosa
que la miel de este panal
la tal esencia melosa,
peligrosa y sin igual;
¿en qué panal el destino
su gusto me hará probar?
Aunque su sabor divino
pueda el alma destrozar,
yo lo quisiera beber
sin cesar y sin cesar,
¡hasta el sentido perder!
Debe ser encantador
en una tarde serena
probar la miel del amor,
que da el placer de la pena...

ESCENA III
EL MINERO CON LA MISMA

Durante la escena anterior, aparece este nuevo personaje por entre un bosque de doradillas y lianas. Escucha un instante y luego:

Minero: - ¿Quién eres, ángel o diosa:
criatura de hermosa faz,
que en esta selva olorosa
hablas como una torcaz?

Lola: - ¡Que susto, por Dios! ¿Quién eres?

Minero: - Como un encanto divino,
tu voz fue de trino en trino
repitiendo que tú quieres
probar el dulce eireté
que tiene sabor de amor...

Lola: - Creo que será mejor
que vayas, o gritare
para que venga mi padre.

Minero: - Haz lo que a una hermosura
piadosa más le cuadre:
escucha por un instante
las quejas de mi ternura,
ya que ha sido mi ventura
hallarme de ti delante
bajo esta verde espesura.

Lola: - ¿Quién eres? ¡No te conozco!

Minero: - ¡Oh niña de ojos de cielo!
Al oír mi acento tosco,
torcaza, no alces el vuelo;
si eres diosa, ten piedad
y dame el grato consuelo
de que en esta soledad
conmigo estés sin recelo.

Pausa.

Escucha, joven divina,
como un pobre yerbatero
se desatina en su mina
y por gracia sibilina
puede inclinarse sincero
a beber en el reguero
de tu luz adamantina.
Soy un minero perdido
desde ayer, en esta selva;
perdí el sendero sabido,
y es imposible que vuelva
a mi toldo de pindó,
cercano al Bran barbacuá
donde mi mejor edad
el fuego la calcinó.

Lola: - ¿De veras, eres minero?

Minero: - Para ca-á-tî he salido
poco después que el lucero
del alba se dejo ver,
a regla de buen hojero,
y hacia la tarde he perdido
mi rumbo, y sin suponer
caminaba sin cesar
hacia el ignorado centro
de este bosque secular,
donde quizá una sibila
nos preparaba este encuentro,
porque yo pueda adorar
la dulce luz que rutila
en tu tranquila pupila
tan verde como el ca-á.
Lo que prepara el destino
nunca es digno de protesta
yo vagaba sin camino
por la tupida floresta
y he aquí que un repentino
jubilo de amor divino
en mi corazón se afiesta
por tu encanto venusino.
Otra cosa no me resta
sino amar mi mal destino,
que gracias a un desatino
ha fraguado en la espesura
de esta selva, la ingeniosa,
la inimitable aventura
de hallar a la blanca diosa
dueña de esta fronda obscura,
bebiendo miel olorosa,
rubia como su hermosura.

Lola: - ¿Como, siendo un yerbatero
sabes decir tantas cosas
hermosas como las rosas
en tu decir lisonjero?

Minero: - Más valiera preguntar,
si a la luz de esta mañana
al toparte, flor serrana,
como no te he de alabar.
Si es tal el merecimiento
de tu gracia, niña pura,
no te extrañe que en mi acento
quiera lucir galanura;
si es tal que parece un cuento
la deliciosa aventura
que causa mi arrobamiento
bajo esta pura espesura
donde descansa hasta el viento
para hablarte de ternura
no te extrañe que en mi acento
quiera lucir galanura.

Lola: - Yo no sé qué tiene el son
de tu mansa y fácil lengua,
que todo temor amengua
dentro de mi corazón,
y hace sentir en la entraña
la serena sensación
de una languidez extraña
que perturba mi razón.

Minero: - El imprevisto suceso
de este encuentro singular
me ha llenado de embeleso
sin saber ni cómo hablar,
por temor de que asombre
mi palabra, al preguntar
quién eres y cuál tu nombre.
Pero ahora que consigo
hacerte saber quién soy,
tengo el derecho de amigo
de saber con quién estoy.

Pausa.

Di, si eres ángel o diosa,
criatura de hermosa faz
que en esta selva olorosa
hablas como una torcaz,
y explica la maravilla
de cómo viniste aquí
al bosque de doradilla
para tomar cuañetí.
Que no acabo de admirar
el buen humor del destino
que hizo perderme el camino
para que te pueda hallar,
solitaria pasionaria
de esta selva milenaria,
de belleza singular.

Lola: - Vinimos a buscar miel
con papa.

Minero: - ¿Tu nombre?

Lola: - Lola.

Minero: - ¿Y cómo es que estas tan sola dime, en este lugar?

Lola: - Él me dejó para irse en busca
de más miel.

Minero: - ¿Sí? De verdad,
que toda malicia ofusca
tu extraña serenidad.
Pero di, ¿no tienes miedo?
No quisiera ni de paso
sobre tu cutis de raso
que abanique el viento ledo;
ni las aves del boscaje
quisiera que te hallen sola
en este inculto paraje
donde yo te encuentro, Lola.
Los murmurios del robledo
en el silencio del monte
y esta falta de horizonte,
Lola, ¿no te inspiran miedo?

Lola: - No, al contrario, me parece
que en esta atmósfera mansa
mi espíritu se guarece
de toda mala acechanza;
solamente tengo miedo,
¿sabes de qué? Mi papá
suele contarme... No puedo
nombrarle, porque vendrá.

Minero: - Cuéntame, que quiero oír.

Lola: - No puedo, porque papá
dice que suele venir
cuando... ¿Me defenderás?

Minero: - Oh, niña, no tengas miedo;
si pudiera, ni de paso
sobre tu cutis de raso
se posara el viento ledo,
y ni la arisca pantera
gozara del alborozo
de olfatear en el trozo
donde sentada estuvieras.

Lola: - ¿Sabes que temor yo siento?
Temo encontrar al pombero,
de cuyo silboso acento
tiemblo las noches de enero.
Papá me suele decir
que el noctívago travieso
busca, de día, un espeso
matorral para dormir.
Y a veces ya se me antoja
que puedo hallarle tendido
bajo algún montón de hojas
profundamente dormido.

Minero: - No tengas, Lola, terror
si a tu beldad
se encariña;
el pombero hace a la niña
de noche ronda de amor
bajo el naranjo y la viña;
y en una de esas mañanas,
cual hoy, que vienes al bosque,
ya no temas que se embosque
las doradillas y lianas
después que tú hayas pedido
probar el dulce eireté
que tiene sabor prohibido,
sabor de yurupîté,
porque el amante pombero
noctívago y tenebrario,
se convierte en un minero
de este bosque milenario
y está alabando sincero
tu gracia, niña divina,
por beber en el reguero
de tu luz adamantina.

Lola: - Já... já... já... si estás gracioso;
la inocencia se te asoma.
¿Con que afán, amigo hermoso,
quieres hacerme esta broma?
¡Si el pombero es hombre rudo!
No sabe tu claro idioma...
No tiene tu lengua grata...
Y además, vive desnudo,
según papá lo retrata;
lleva una lacia melena
que cubre toda su cara;
dice que sufre la pena
de toda una edad ignara,
por ser el resto insepulto
de una raza dulce y rara
que a la Luna daba el culto
de su religión preclara.
El pombero es el nativo
de la selva americana
pesaroso y pensativo
pues le pesa su alma humana
secularmente contrita.
Y todas las noches bellas,
llenas de paz infinita,
se embelesa en la laguna
consultando a las estrellas
su torturante fortuna
de noctívago doliente,
de proscrito sin memoria
que vagará eternamente
por la noche de la historia.
Así me suele explicar
papá, lo que es el pombero,
y no lo puedo aceptar
que fueses tú, buen minero.

Minero: - ¿Y no te suele decir
que es un mago transformista
sabedor de algún ardid
que pueda engañar tu vista?

Lola: - No; pero sí que un travieso,
que en las noches de tormenta
larga los caballos presos,
que a las gallinas violenta
y a los perros pide un beso.
Y si de algún estanciero
conoce que no le ama,
su majada desparrama
y estrangula algún ternero,
todo, quizá, con objeto
de una venganza sin nombre
perpetrada como un reto
al desamor de los hombres.

Minero: - ¿Por qué no me crees; niña,
que puedo ser un pombero
que a tu beldad se encariña?

Lola. - Más me pareces, minero;
pues me da risa el descanso
con que te pintas pombero.
Además, pombero manso
nunca supe que ha existido.

Minero: - Pero di, Lola, el silbido
que en esas noches de enero
me dices haber oído,
dime si no fue un ligero
aviso de algún caballero
que te aguardaba en la reja.
Di con tu boca bermeja
si algún nocturno ambarino
bajo un guayabal vecino
nunca formaste pareja
con un joven campesino,
oyendo la dulce queja
de su quebranto divino.
Di con tus labios de rosa
si en una noche importuna
no maldijiste a la Luna
de soledad luminosa
porque ha pilládote sola,
con un amiguito tuyo
medio ocultos por el yuyo,
así como estamos, Lola.

Lola: - Sólo con papa consigo
que me lleve al guayabal,
y eres tú el primer amigo
con quien hablo y gozo tal,
que ningún temor abrigo
contigo en este yerbal.

Minero: - Ahora me explico, niña,
por qué temes al pombero
que en esas noches de enero
silba bajo de la viña;
ahora sí que estoy contento
porque tu músico acento
dice que el primero soy
que contigo hablando estoy.
Perdona si la mentira
floreció un rato en mi boca,
que mi lengua delira
y mi pobre alma está loca
al hallarte en la espesura
de esta selva milenaria,
solitaria pasionaria
de inmaculada hermosura,
y quise hacerte creer
la falsa historia del pora
que persigue a una mujer
si su beldad le enamora;
para ver si con mi argucia
no consigo tu indulgencia,
pero es tanta tu inocencia
que por natural potencia
me desbarató mi astucia,
y ante tu pureza intacta
ahora mi lengua reza
con el alma estupefacta,
al hablarte en esta umbría,
niña de rara belleza,
como a la Virgen María
a quien el Amor vocea:
Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea.

Lola: - Yo no sé qué tiene el son
de tu serrana dicción,
que llega hasta el corazón
como un agudo punzón
cuya herida me estremece
de ternura y placidez,
que, embelesada, la olvido
por atender tu reclamo
desde que habías venido,
y casi la miel derramo
al suelo por darte oído.

Minero: - Si es extraño el escuchar
una voz cascabelina,
más extraño es adorar
a una deidad que mezquina.
¿Cómo es que, diosa agreste
de pestanas retorcidas,
ni por limosna celeste
con tu miel no me convidas?

Lola: - Minero amigo: perdona
si mi descuido te encona.
De este cercano laurel
voy a arrancar una hoja,
y bien llenita de miel
ofrendaré yo a tu roja boca.

Minero: - ¡No! ¿No tienes miedo
al gusano de laurel?
Dame no mas con el dedo
tu limosnita de miel.

Lola: - Si prometes no morderme.

Minero: - ¡De esa tentación cruel
como no he de contenerme!

Lola: -

Con la punto del dedo alcanza un poco de miel a la boca del Minero.

¡Ay!

Crispada de voluptuoso sensación.

¡Quiero gritar de frío!
¡Qué tibio es tu paladar!

Minero: - De esta miel, rubio ángel mío,
quien hubiera de probar
que da como un desvarío
tu dedo rosa al chupar.

Lola lleva un poco de miel a su boca con el mismo dedo.

Lola: - Mira, qué extraña mudanza
ahora es más dulce la miel
del jarro.

Minero: - Rubia esperanza,
dame un poco más de él
para probar su dulzura.

Lola: - Toma.

Le vuelve a posar con la punta de su dedo.

Minero: - ¡Si es pura ricura!

La rubia niña repite con insistencia el viaje de un beso, de boca a boca, mediante la punta de su fino dedo.

Lola: - Es mucho más dulce ahora,
Minero, no tengo duda.

Minero: -Mi amiga quebrantadora,
si quieres saberlo, muda
ese dedo con que tomas
para probar si el sabor
es de la miel o es el dedo.

Lola: - ¿Me preparas otras bromas
como el pombero amador
que aguarda bajo el viñedo?

Minero: - No, esto te digo porque
también me causa extrañeza
la incomparable riqueza
de esta clase de eireté.

Después de chupar un beso ausente y levantando el dedo.
Lola: - Cierto, por este es más rico.
¿Sera, tal vez, porque meto
en tu boca?

Minero: - No me explico...

Lola: -.

Pensativa.

¿Dónde estará este secreto?...

Minero: - ¿Por qué no ha de ser más clara
la atmósfera en que respiras,
oh diosa de estirpe rara?
¿Por qué la luz no delira?
¿Por qué este laurel no vibra
su verdura indiferente
para tejer con su fibra
mil coronas a tu frente,
rubia doncella impoluta
igual a esta miel dorada,
diosa que sólo disfruta
la castidad bien amada?

Lola, con un dedo en la boca, permanece extática, sentada sobre el tronco, oyendo esta plática de amor. El Minero declamando.

Si siento en tu compañía
la emoción de ser divino,
¿para expresar mi alegría
por qué no he de usar de trino?
Para alabar tu cintura,
vara de nardo sin par,
para ponderar la albura
de tu nuca, albapascual
donde desmaya el tesoro
de tu melena de oro,
di, por qué no he de usar
algún metro cristalino
que el poeta más divino
haya podido encontrar?
¿Por qué, mi Lola, te asombra
la dulzura de mi boca
si por ella el alma loca
sale para hacerte alfombra?
¿Por qué no ha de ser mi boca
más que la miel en dulzura,
pues que mi boca te nombra
húmeda en miel de ternura?
Lola: - Siento la vaga tristeza
de no haber nacido diosa,
por merecer la riqueza
de tu verba esplendorosa.

Minero: - Calla todo desafecto
por tu humana cualidad,
que el afán de ser perfecto
nos da la divinidad.
Y en esta hora bendita
ría la sana alegría
en la salud infinita
del buen amor, alma mía.
Probemos toda dulzura;
bebamos la miel que haya
saludando a tu hermosura,
mi inefable paraguaya.

Tomando el jarro de Lola.

Trae el jarro. Quiero beber
hasta sentirme perdido,
por un séptimo sentido
necesito padecer...

Lo bebe.

Lola: - Ya me apura la locura
de beber, beber, beber,
esta miel pura ricura.

Minero: -

Empinando el jarro para Lola, a cuatro manos.

Abre tu boca escarlata,
mi bien amado tesoro,
y empina el jarro de plata,
que en su fondo hay miel de oro.

Lola: -

Posándole el jarro.

No perdamos ni un segundo,
bebamos la miel habida:
por ti, varón sin segundo
de la garganta florida.

La amante pareja se turna en apurar el jarro de las delicias.
Minero: - ¡Que no sobre ni una gota,
ni en el jarro ni en la umbría!

Lola: -

Después de beber otra vez.

Ya mi sentido alborota
una extraña algarabía
que mi corazón afiesta...

Minero: - Bebe todo, Lola mía:
es toda la miel que resta.

Lola: -

Toma el último sorbo del jarro.

Se acabó.

Minero: - Ya en esta umbría
no hay más miel que la que brilla
en arco allí, en tu mejilla,
igual a una luna nueva
que deja el borde de plata
del jarro, cuando lo llevas
sobre tu boca escarlata.

Lola: - Casi es triste esta aventura
por dejarme insatisfecha.

Minero: - ¿No quieres, rubia hermosura,
que limpie la luna estrecha
que sobre tu rostro mengua
tu gracia, hacia la derecha,
con la punta de mi lengua?

Lola: - Límpiamela.

Presenta la mejilla derecha con inocencia conmovedora y la punta purpúrea de la lengua del Minero se pasea un instante sobre el rostro de Lola.

¡Ay! ¡Da cosquilla!
Se me destroza la calma.
¡No sé por qué maravilla
creo que me lames el alma!

Minero: -¡Qué luna de miel más grata
que amortigua el paladar...!

Lola suspira.

Lola: ¿por qué te arrebata
suspiro el viento al pasar?

Lola: - Yo quiero más miel tomar.

Minero: - ¡Ya no hay más miel, alma mía,
en toda esta selva inmensa
y por esto no te asombres:
la lengua que te lamía
todas las mieles condensa,
porque además de tu nombre
sabe el verbo del amor.

Lola: - Dime, Minero, responde;
¿podré probar su sabor?
¿Rojo panal es tu boca
que tal dulce miel esconde?
¿Podrá probar mi ansia loca
el eireté del amor?

Minero: - Toma a gustar su dulzura.
Bebamos la miel que haya
saludando a tu hermosura
mi imposible paraguaya.

Los abiertos labios de Lola, apenas rozan un beso delicado.

Lola: -

Con sobresalto, que una centella de júbilo ha pasado por sus médulas.

¡Por Dios, Minero, qué susto!,
me matará este eireté,
que su desgarrador gusto
jamás ya olvidar podre.

Minero: - ¿No es verdad, rubia deidad,
no olvidaras la aventura
que gracias a un desatino
se ha fraguado en la espesura
de esta selva secular?

Lola: - Gracias a tu mal destino
no, no podré ya olvidar.

Minero: - ¿No es verdad, rubia deidad,
que de este sabor divino
no supo tu paladar?
Lola: - Gracias a tu mal destino
pude su gusto probar.

Minero: - Hoy que llegas a la franja
donde acaba la razón,
quiero como una naranja
chuparte tu corazón,
porque la razón del gusto
es milagro de razón
que al amor vuelve robusto
de gracia y de sensación;
¿no es verdad, rubia deidad,
que no darás al olvido
el gusto de este eireté
que tiene sabor prohibido,
sabor de yurupyté?

Lola: - Minero, ten aprendido
que nunca lo olvidare.

Lejos, hacia el fondo del bosque se oye un silbido y después:

Padre: - ¡Lola!

Minero: - ¿Quién es?

Lola: - Es papá.

Minero: - Me voy.

Lola: - ¡Cómo! ¿Para qué?

Minero: - Si me encuentra, te pegará.

Lola: - ¡Que zonzo! Le contaré
quien eres y te amará
como yo, porque eres bueno.

Minero: - (Llegó el instante cruel
de dulce tristeza lleno...)
¡Me voy!

Lola: - Yo quiero más miel…

Minero: - Voy al viejo barbacuá
a tostar mboroviré,
y pensando en ti, deidad,
mi vida consumiré,
que es tan grata la aventura
de gustar el eireté
bajo una verde espesura
como jamás lo gusté.

Lola: - ¡No, Minero, no te vayas!

Minero: - Ya jamás mi mal destino,
oh imposible paraguaya
jugándome un desatino...

Lola: - ¡No Minero, no te vayas!

Minero: - ...Preparará en mi camino
la inimitable aventura
de hallar en la selva un mundo.

Lola: - Me matará la amargura,
dulce varón sin segundo...
¡Quiero beber eireté!

Minero: - ¡Toma el último!

La besa.

Lola: - Minero: ten aprendido
que nunca te olvidaré...
pero, no vayas, Minero;
que sola quedo sin ti.

Padre: -

Por segundo vez.

¡Lola!

Minero: - ¡Adiós!

Lola: - ¡Papá, ligero,
que se va!

Entra el padre de Lola con muestras de apuro.

Fue, por aquí.

ESCENA IV
LOLA Y SU PADRE

Padre: - ¿Qué te pasa? Quien será?

Lola: - Vino en seguida que fuiste
y cuando vienes se va.

Padre: - Pero, ¿quién?

Lola: - Es un Minero.
Camisa de puntos viste
y lleva un amplio sombrero
sobre su negra melena...

Padre: - ¿O es que te vino el pombero?
Cuéntamelo bien, mi nena.

Lola: - Lleva una caña en la mano
y sobre el muslo un machete,
su dulce acento serrano
parece algún sonsonete,
en una música rara
que casi me ha vuelto loca
de placer; lamió mi cara,
y ha bebido mi eireté,
y se fue.

Padre: - La ha vuelto loca.
¡Si le hallo lo mataré!

El viejo desaparece hacia la derecha coma siguiendo a alguien. Lola quedo sentada en el suelo con la cabezo entre las manos; es la imagen de una rubio primavera melancólica.

Lola: - ¿Por qué, Minero, te fuiste?
Con la miel que tú me diste
¡ay, me enseñaste a ser triste..!

Pausa.

Minero, ¿por qué viniste
si me tenias que dejar?
En mi adentro hay un vacío.
Parece que se escapó
contigo, Minero mío,
lo que en mí llamaba yo.
Vale la pena vivir
si de esto se ha de morir.
Tu dulce sabor cruel
me ha quedado al paladar,
boca de púrpura y miel
que no volveré a gustar.

Padre: -

Reapareciendo.

¡No hay ni rastro de su huella!
Había sido verdadero
que a una muchacha bella
quiere tocar el pombero.

Se aproxima a su hija.

Habla, Lola,
¿qué te pasa?
Vamos; buscaremos medio
para poderte sanar.

Lola: - No quiero volver a casa.
Esta herida sin remedio
mi alma, de pena sin par.
Ya he probado el eireté,
de esta selva secular,
y ya no lo olvidaré.

Suspirando.

Ay ayúdame a llorar.
¡Me chupó el alma y se fue...!

Se arroja de bruces entre las doradillas con su rubia cabellera en desorden.

En ese instante se cae el telón.
.
Villarrica, setiembre 9 de 1920.






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