sábado, 11 de junio de 2016

CÉSAR “LEÓN” VARGAS [18.865]


CÉSAR “LEÓN” VARGAS 

César Vargas nació en 1954 en Canals (Provincia de Córdoba, Argentina). Vivió algunos años en Bell Ville y reside en Córdoba desde 1974. Gritó poemas en calles, plazas, sindicatos y escuelas.

Es narrador oral. Miembro de “El caldero de los cuenteros” y del grupo “VeniqueTecuento”. Publicó en diarios, revistas, afiches y libros: “Antología poética”,1984; “Poemas en la calle”, 1986; “El cronopio”1988; “Antología de la poesía social argentina”, 1987; “Poesía actual de Córdoba, los años ochenta”, 1990; “El Escriba de los Epitafios”, 1990; “Los cuatro sellos”, Ediciones 1991 y 1993; “Ellas”, 1995, “EL Libro de la alegría”, 2005; “Del epitafio a la alegría”´, 2007.  Sus últimas publicacións fueron “La Puta Patria” y "8ch8" Poetas de la Biblioteca.




LOS CUATRO SELLOS

Primer Sello 
LA CONQUISTA

Es el Rey.
Es el caballo blanco y su soberbia.
Lo hemos visto, sagrado,
sin poder de resistir su poderío.
Descendió de su nave cuando el trueno partía a la mañana,
un león de mil cabezas que rugían anunció su llegada,
y caminó tranquilo, omnipotente,
sobre la tierra donde nunca volvería a crecer la dicha.

Ha venido a triunfar
con armas de luz y de estampido.

Ha venido a beber su caldo de pezones
de doncellas violadas,
a fabricar sus ídolos fundiendo nuestros dioses.

Ha venido a doblarnos, por su bien
y el de su estirpe de infelices sangrantes.

Ha venido a implantar su reino de mortajas
para que vivamos su muerte, su culpa de estar sobre la tierra.

Ha venido a sembrarnos de vacío,
A incendiarnos el tiempo del hoy
y dejarnos arrinconados en el vértice oscuro del recuerdo.

Es el caballo blanco
con su fuego de derrota
para nosotros y todos nuestros hijos.
Un temblor de sangre y siglos
Se ha instalado inquisidor
En la verde tierra del maíz y del cacao.



Segundo Sello 
LA GUERRA

Y fue un toro anterior al Minotauro
el  que clavó su bufido de rencor en las piedras
y el rebote del eco nos devolvió un caballo
más rojo que la sangre, y su jinete era una espada.

Yo soy lo que soy, lo que no tiene nombre,
por mí van a llorar mares de angustia
las madres de la tierra, al borde de los puertos,
al filo de los llanos,
al pie de las estaciones de los ferrocarriles,
con pañuelos mojados que no tendrán frentes de regreso;
pobre del que se queda más acá de mí, esperando…
Yo soy el Dios de todos,
los hombres me han dado sus ciudades y sus campos
sus mares y sus bosques:
Aquí estoy y soy: Corfú y el Golfo Pérsico,
Paso de las Termópilas y Lepanto,
Angaco y  Normandía,
Tobruk y Tacuarí,
El Alamein y Vilcapugio,
Malvinas y Vietnam,
Cancha Rayada y Corea.
Yo soy donde tú vives,
te espero con bomba o bayoneta.


Tercer Sello 
EL HAMBRE

Y vi la sombra de un caballo en la noche;
le vi el lomo temblando y los cascos sangrantes.

Sin embargo, me dije, no es la patria,
hace ya mucho tiempo que dejó de ser eso:
el heroico centauro de los músculos tensos.

Pero ¿quién es entonces ese animal desorbitado
salpicado de saliva y sudor de escalofrío?

¿Qué ha visto de espantable, qué crueldad de tenazas
en manos de cobardes? ¿Qué pesadilla araña
le ha saltado al pescuezo?

Mírenlo. Que no huye. Que llora mientras corre.
Que va mordiendo el aire por un crimen sin muerte.
Que voltea las tapias del fondo de las casas.
Que se clava en la pampa como un pozo reseco.
Que eriza su pelambre más negra que la noche.
Que lo ha llamado el hombre.
Que su jinete viene con tramposa balanza
escatimando el trigo y enranciando el aceite.


Cuarto Sello
LA MUERTE

El círculo del águila, allá arriba,
clava su sombra de moneda
en la tierra
en el barro que piso silencioso;
mientras giro aquí abajo
y los insectos zumban detrás de mis heridas.

Yo, caballo amarillo de la  muerte
atado a la noria de un pisadero de ladrillos
pasaré otra vez sobre mi huella
sobre tu oscura frente de mortal
condenado.

No tienes ni siquiera un relincho de vida
apestarás a cárcel o pobreza,
a vinos vomitados, a hijos mal paridos,
a libros incendiados,
a tumbas que no guarden ni un trozo de tus fechas;
Mientras giro aquí abajo
reloj de barro, infinito y perfecto
volviendo siempre
para decirte:

Mueres.



¿QUÉ SABE EL ENEMIGO?

¿Sabe algo más que el olor a chamusquina
de mi carne?
¿Se ha permitido palpar, despojado de prejuicios,
la densidad salubre de mi sangre?
¿Apoyó, quizás, en el nido de su lengua
la belleza amarga de mi semen?

¿Qué sabe el enemigo?

Sólo presiente el rencor desde el que pienso.
Sólo sabe la vida que me bebo.
Sólo ve el amor que me respira.

Y estos pocos datos le han bastado.


CONFESIÓN

Qué haré con la lluvia que golpea sobre las escaleras
de la noche;
qué con esas palabras que presumen de aljibe donde muriera
un niño.

Era una siesta pulsada de palomas; de tan fétido el aire
acusaba aquel perro pudriéndose dientes abajo.
y en el fondo del aljibe un golpe de alarido y madre,
una lágrima lenta cayendo por el centro del tubo del aljibe
una sonoridad de húmedo musgo.
Grave la voz
es sólo el miedo de que la lágrima estalle
sobre la plácida superficie del agua.

Tengo esta voz por miedo de que mi madre sepa que he caído.



LA ORTIGA

                                  A Olga Orozco, que me
                                  recordó la ortiga

De niño conocí la ortiga  Fue en los campos del sur.
Mi vida aún no tenía ni cicatriz ni sangre
y al sentir el dolor, la quemadura fría,
el escozor lacerante entre los dedos
desbaraté con furia, a pistones, esa planta agresiva.
Madre sumergió mis manos en el agua.
Padre se rió, burlón y se agachó a besarme,
aún guardo en el rostro el áspero empujón de su mejilla.
Después siguió la historia: leguas de sables y prostíbulos.
Los duelos de la patria, llorando escarapelas en la cárcel,
vivando goles en el mundial del siglo;
sintiendo hasta en la base de la lengua
el filo del talismán del enemigo.
Todo lo que me ocupó de dolor, lo tuve.
Por eso, al recordar la ortiga  me sonrío.


ANKARA

Esas mujeres en mí se buscaban
como si a mi se me hubieran perdido
Pablo Neruda

Aquella, la sin nombre,
la con dueño y con hijos reclamantes
esclava de esas bocas voraces como orquídeas
llegaba a mí con sus pechos de niña,
una clave en el timbre,
ni una sola palabra de ternura.
Quebró contra mi sexo
su llanto de señora,
se desintegró en venéreas transgresiones
y licuó entre sus muslos la venganza
la ausencia de aventura.
Yo fui su riesgo máximo,
qué grave hubiera sido
decirle que la amaba.


ARGELIA

Ella dirá que estuve allí,
con la misma tristeza que hoy la nombro,
que habité por un tiempo
la irregular relumbre de su piel,
que bebí todos sus líquidos posibles
y que miré impotente llorar su desamparo,
porque yo no tenía Dios ni Padre
ninguna verdad de lucha entre las manos,
sólo la certeza de la duda de vivir
sólo un ramo de espinas para su lastimada sangre;
y sin embargo,
no dejará de decir que estuve allí,
con la misma tristeza que hoy la nombro
mientras desde mi ventana
miro la ciudad
y aún no amanece…



EN FEBRERO

A Veces creo que el tiempo no ha pasado
nadie viene a decirme que ya es hora
que es febrero, atardece,
y la parra perfuma lo que queda del día
y una gata bosteza lo que sobra de noche
y una novia de negro viene a pedir mi mano
la línea de mi vida
un cabello de suerte
una piedra con agua
un turbio pasaporte que delate mi dedo
que vocifere no,
que no voy,
que no viajo.
No me importa la hora que ahora sea en el mundo
atardece en febrero
en la línea de mi vida
y una gata bosteza
y una novia me pide
y la parra perfuma
y una piedra con agua se me apoya en la mano
me pide pasaporte para la voz del viaje
pero yo sólo tengo cataratas,
caídas para siempre, piso,
y piso del piso donde pisó mi perro,
sonrisas a la nada
en esta tarde de febrero
en que una gata bosteza en la línea de mi vida,
en la palma de mi muerte.


IV

Yo también busco una palabra,
una sola, necesito un lugar donde pararme
porque estiré la mano y no había nadie
y cuando abrí los ojos
me admiré en la maravilla del crepúsculo
pero era sólo sangre cubriéndome los ojos
filtrando la paz del día
en la que sólo acontecían mi dolor y mis golpes,
y la sombra de un ángel con sus alas de bronce
y la sombra de un árbol con su pájaro muerto
en la puerta del nido
y las sombras de cruces en sus múltiples piedras,
y las flores, las flores,
pudriéndome las manos,
y esta boca con sed de tu saliva,
y este abrazo buscándote,
soñándote, pensándote, deseándote
por pasillos de sombra y de silencio
donde tendrá que nacer una palabra, una sola,
que me permita nombrarte
pararme sobre el mundo
y escribir el poema
que me salve.

e vivir
sólo un ramo de espinas para su lastimada sangre;
y sin embargo,
no dejará de decir que estuve allí,
con la misma tristeza que hoy la nombro
mientras desde mi ventana
miro la ciudad
y aún no amanece…




dos poemas que pertenecen a "8ch8"


Hoy me duele la mano
he tirado sal sobre la mesa
para que la noche no sea tan oscura.
Hoy me duele la mano,
la mano con que escribo,
con que pienso,
la mano con que alzo la copa hasta la boca,
la mano con que cruzo la página
de cada libro que sostengo.
Hoy me duele la mano de más café,
la de más electricidad:
la mano de quererte,
por eso la guardo en el bolsillo,
para cuidarla de la intemperie de tus besos.


*


Una mujer sonríe:
inaugura la tarde;
un mechón de su pelo
llueve sobre el mundo,
mientras,
yo mezclo mi nombre con cenizas
y siento que agonizo
junto a los últimos pájaros del sueño;
no tengo manos para tapar este costado
por donde mi corazón se cae
junto a las cosas necesarias.





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