miércoles, 11 de mayo de 2016

DIANA GALVÁN [18.682]


Diana Galván

México, D.F., 1996
Cursó sus estudios de bachillerato en la Escuela Moderna Americana. Actualmente estudia Biología en la Facultad de Ciencias. Empezó a escribir sus primeros cuentos a los ocho años, e incursionó en la poesía durante la adolescencia. Escribir es un elemento vital, de purga, de creación y de vida misma para ella: no hay mundo sin poesía.


Nacimiento

Abro el contorno de mis labios
y encuentro un camino.

En la penumbra del relámpago,
escondo mi grito:

¿Pero qué me importa?

Me siento yo, pero soy mujer
cuando me ven, cuando me sienten. Soy mujer
cuando me vuelvo mujer; pero yo
sólo soy.

Y soy efímera, y soy ausente y soy lo
que me vuelvo y lo que
la penumbra de un relámpago
me alumbre.

                                    ¡Nitrógeno!

Con el murmullo del restriego
de la yunta universal,
me surcan el ombligo:
el centro de un mundo, mi mundo.
Planto mis pies
sobre la tierra
virgen de luz y de lluvia. Pero yo, que
sangro con el diluvio de los días, que
sangro la fértil semilla sobre mi vientre
gordo, desbordante,
[yo, la Venus desnuda,
voluptuosa mujer de arcilla]
me hundo en la tierra y semillo
la vida;
de luz y de lluvia universal.
Me corro húmeda y huelo las raíces
de un frijol negro, verde,
luminoso.
Y mis dedos sepultan, y mi
cuerpo desparramado
desborda sobre éste,
                      el peor de los mundos posibles.



Momento

Hoy me pintaré los labios de rojo púrpura
para besarme los párpados dormidos
en el crepúsculo.

Llevaré la sombra de mi cuerpo
caminando con la espina
torcida del ánimo
y del ánimo me la
llevaré lejos, hasta que me canse.

Caminaremos las dos
arrastrando los contornos
sin transparencia; seremos
aquella sucesión infinita de puntos
y nos conformaremos
en la finita limitación de los cuerpos.

Iré pintada de los labios
y escurriré con palabras
para pronunciar el silencio.
Aquella sombra mía esculpirá
mis pasos y se volverá la huella
de un sonido continuo, sin pausa.
Se volverán surcos en tonos y
tonos en lenguas, y vestiré
con calderones el tiempo de mis
pulsos prolongando la armonía,
agotando la suerte
de no terminar nunca.



Al borde

Una mujer afila
el encaje del
vestido.

Lo lleva a las caderas y
sus senos se desnudan
con el brillo
del deseo.

Una mujer afila
su sonrisa

y le brillan los dientes
como el sudor
resbalando en sus rodillas.

El ombligo se lo tuerce con
los dedos

y abre los ojos
para abrirme el cuerpo.


Amanecer

Escucho en tu silencio
el quiebre de la hierba
fría, como en las mañanas de
verano.

En las plantas de los pies
el rocío me sangra
gota a gota.

Mirada amarilla
reflejada en las paredes
de carne cruda.
Crudacrudacrudacruda
en los rincones
alumbrados de fuego
negro
azul
y blanco.

Sólo escucho este silencio
y truena como el crujir de
los nudillos;
se rompe la hierba
porque  caminas sobre ella
medio sonámbula.



Yo ante mí

Me descubro ante
la oscuridad de la noche

inmensa, un océano
poblado de luces
y recuerdos

imbricados en mi
piel de escama,
en mi piel jaula.

Me desnudo una por una.
Caen mis láminas,
memorias cartílago.

Me descubro ante la noche
sintiéndome
como pez fuera del agua.

Como una gota de lluvia,
te resbalas por mi cuerpo.
Eres sudor, y se escurre
indeciso como un primer beso
tu susurro sobre mis labios.

¿Acaso nuestro reflejo
—sobre ventanas púrpuras—
se vuelve el recuerdo triste
que recordaremos después?

¿O serán nuestras miradas
las que luego nos persigan
y nos recuerden a esta
gota de lluvia?





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