Francisco Álvarez Marrero
Francisco Álvarez Marrero (1847-1881). Escritor puertorriqueño considerado una de las voces representativas del romanticismo boricua.
Francisco Álvarez nació el 15 de diciembre de 1847 en Manatí. Recibió una instrucción elemental e incompleta debido a los escasos recursos que poseía su familia. La muerte prematura de su padre, cuando Francisco contaba con apenas trece años de edad, le obligó a emplearse como dependiente para cubrir los gastos familiares. En su juventud comenzó a interesarse por la poesía, abandonó su empleo y se consagró de lleno a la producción lírica, por lo que sufrió estrechez económica junto a su familia.
Aunque se debilitaba físicamente, pues padecía una enfermedad sanguínea de difícil curación, la voluntad creadora de este autor se evidencia en el trabajo continuo de reescritura y cambios en su obra. Destruyó muchos de sus primeros ensayos líricos por considerar que no lograba expresar lo que pretendía. En busca de un estilo más refinado Marrero realizó múltiples lecturas y continuamente solicitaba a personajes reconocidos en el ámbito literario de la época que lo asesoraran.
Es considerado como una de las voces representativas del romanticismo puertorriqueño. En su producción se reitera el tono melancólico y el pesimista, mientras que la muerte aparece como constante temática. Se ha señalado que su obra se inserta así en la tradición romántica que asimiló los rasgos de la poética de Gustavo Adolfo Bécquer.
Sus primeras obras tratan el tema del amor en varias de sus manifestaciones, así aparecen como sujeto amado, además de la mujer, la madre, la patria y la libertad. Entre sus composiciones más destacadas se encuentran: “Meditaciones Nocturnas”, a menudo señalado como su mejor poema; “América” y “¿Dónde vive la virtud?”, este último un soneto pesimista y oscuro; “A…”, soneto de factura clásica y “Madrigal”, que forman parte de libro Antología (1879), la selección que realizaran Monge, Sama y Ruiz Quiñones. Finalmente habría que añadir la anacreóntica con la que Álvarez se inserta en la tradición literaria que ha cultivado el tema del beatus ille, “La primavera en el campo”.
La producción en prosa de Francisco Álvarez formó parte de sus trabajos en diferentes periódicos con los que colaboró como agente y corresponsal, entre ellos El buscapié, de Manuel Fernández Juncos y La lira (1876), una revista dirigida por Genaro de Aranzamendi. Además fundó y dirigió durante cerca de un año el semanario enciclopédico La voz del Norte, que se publicó en Manatí entre los años 1870 y 1880. Ahí editó artículos sobre política, moral y administración, y difundió sus ensayos líricos.
Falleció el 4 de marzo de 1881 a los 34 años de edad, tras padecer de lepra y tuberculosis. Apenas catorce días antes de su muerte llevó a escena un drama en dos actos, en prosa y verso, titulado Dios en todas partes o Un verso de Echegaray, en el que trata la temática del honor, mientras asume la forma de hacer grandilocuente y sonora del mencionado dramaturgo español.
Dejaba inéditos una serie de versos bajo el epígrafe Flores de un Retamal. Su amigo Manuel Fernández Juncos, cumpliendo la última voluntad del poeta, reunió en un volumen su obra literaria y la publicó en 1881.
Bibliografía activa
-Obras literarias, Pról. Manuel Fernández Juncos, San Juan, 1882.
-Antología, Selección, notas y prólogo de Cesáreo Rosa Nieves, Cuadernos de poesía del Ateneo Puertorriqueño, no.19, San Juan, 1966.
-“Romance a Damián Monserrat”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36; 1967.
-“A...”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36; 1967.
-“Meditación nocturna”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36, 1967.
-“Los recuerdos de mi pueblo natal”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36, 1967.
Si faltaran ejemplos para demostrar el maravilloso poder de la vocación y los prodigios de la constancia y de la voluntad, muchos y excelentes pudieran encontrarse en la vida y en las obras de este infortunado poeta.
Nació en Manatí á mediados de Diciembre del año 1847. Sus padres, don Manuel Álvarez y doña Carmen Marrero, eran pobres y no pudieron dar á su hijo más que una instrucción elemental muy defectuosa é incompleta.
Murió el padre de Francisco Álvarez cuando éste llegaba apenas á los trece años, y le quedó por herencia una enfermedad de la sangre, de imposible curación, según el parecer de los médicos que le asistían. Débil, enfermo y sin poderse valer á sí mismo, tuvo que acudir al trabajo para vivir y auxiliar en algo á su madre achacosa y de escasas energías.
Recurrió al trabajo personal como dependiente en una pequeña tienda del campo, fundada para recolectar y preparar frutos para el mercado. Trabajó con gran diligencia y honradez, y obtenía una retribución insignificante; pero le alentaba la idea de ser útil á su madre, á la que profesaba un gran cariño.
Pero bien pronto se vio atormentado por dos grandes inquietudes: su enfermedad y su inspiración. Se agravaron sus males físicos, y en medio de las fiebres que amenazaban aniquilar por grados aquella naturaleza endeble, se sintió poeta.
No es fácil formar una idea exacta de las angustias de aquella alma privilegiada que propendía á subir, á elevarse, á dominar las alturas, aprisionada en un cuerpo mezquino, doliente, lacerado, que se movía con dificultad y se inclinaba á la tierra, amenazado de muerte prematura. Otro conflicto mental, derivado del anterior, le atormentaba también: sentía bullir en su cerebro y palpitar en su corazón un mundo de ideas generosas y de sentimientos poéticos, que no lograba exteriorizar por falta de expresión adecuada, de vocabulario, de forma estética, de cierta preparación literaria que le permitiera vestir decorosamente aquellas ideas y aquellos sentimientos.
Así empezó á escribir sus primeros ensayos, que rasgaba y destruía después, avergonzado del desequilibrio enorme que notaba entre lo que concebía y lo que lograba expresar.
Renunció á su colocación mercantil, aprovechando la mejoría de salud de su madre; pidió libros prestados, y pidió consejos á las personas de alguna instrucción literaria, que iba conociendo; leyó con avidez, compuso y destruyó muchos de sus ensayos poéticos, hízose agente y corresponsal de algunos periódicos, y por último fundó y dirigió uno, titulado "La Voz Del Norte," en el que publicó sus primeros ensayos poéticos.
Eran éstos muy deficientes al principio, pero mejoraban notablemente cada día, por efecto del estudio incesante y del ejercido metódico y razonado del autor.
Una de estas composiciones, dirigida á un amigo suyo pidiéndole libros, terminaba así:
¡Dadme libros, dadme libros
que templen mis hondas penas,
y esta sed que siente el alma
de arte, luz, verdad y ciencia!
De este modo fué Francisco Álvarez enriqueciendo su mente y perfeccionando su dicción, hasta llegar á escribir un libro de versos muy estimables y un drama en dos actos, titulado Dios en todas partes, que se representó en Manatí, el 19 de Febrero de 1881, tres semanas antes de su muerte.
Hay en sus obras una gradación notable, que indica al observador los progresos que iba realizando en lucha con tanta[178] desgracia y con su propia decadencia física, y que permite calcular hasta dónde hubiera llegado en la perfección de sus producciones si hubiera vivido algún tiempo más. Por desgracia falleció el día 4 de Marzo de 1881, á los treinta y dos años de edad, en plena florescencia de su ingenio, retardada por la enfermedad, y cuando iba logrando dar forma literaria á sus pensamientos, á favor de esfuerzos admirables.
Sus poesías más celebradas son: Á América, Meditación Nocturna, La Primavera y Últimos Cantos.
El pueblo de Manatí ha honrado merecidamente la memoria de este poeta mártir, que dejó en sus obras, aunque imperfectas, muestras muy valiosas de su ingenio, de la bondad de su alma y de su cristiana resignación.
Madrigal
Filena, codiciosa
de un nevado azahar, a un limonero
trepaba ya gozosa,
cuando el coral purísimo
de su labio hechicero
una abeja picaba licenciosa.
En lágrimas deshecha, tras Lisardo
que a la entrada del bosque la esperaba
corrió triste la niña;
túrgido el labio a su amado mostraba
y con graciosa pena,
"¡ay! ¡sácame este dardo!"
decía llorosa la sin par Filena.
Al punto un beso resonó en el valle,
que Lisardo imprimió en el labio herido
de su Filena pura:
¡Prodigioso remedio!, pues alegre,
con grácil travesura
vila muy presto hacia la selva umbría
correr con pie ligero.
Y al sentido reclamo de su amante
oí que respondía:
"¡Deja otra vez que suba al limonero!"
Á AMÉRICA
¡Cuántas veces, oh América, he templado
Mi inacorde laúd para cantarte,
Y cuántas ¡ay! mi plectro ha vacilado!...
De admiración absorto al contemplarte,
Por tan rara belleza fascinado,
Nunca pudo mi acento consagrarte
El himno de mi amor grande y profundo;
Canto digno de tí, virgen del mundo.
Y decía mi mente contristada:
¿Cómo, al concierto universal que brota
De esa región espléndida, encantada,
De mi plectro uniré la débil nota,
Si yo, cual avecilla en la enramada
Que aun es al valle su canción ignota,
No tengo voz par elevar cantares
Á esa ondina que flota entre dos mares?...
Mas hoy resbala en el laúd mi mano,
Y no me es dable contener mi acento;
Y desde el mar de Atlante al Oceano
Que apenas riza el aura con su aliento,
Del Hudson hasta donde el araucano
Libre habita, mi voz el raudo viento
Lleve en sus ondas, cual la esencia pura
De la humilde oración lleva á la altura.
Y al ensalzar la mágica belleza
De ese edénico mundo rico, ingente,
Evoque mi memoria la grandeza
Del genovés intrépido y sapiente,
Que realizó la sin igual proeza
De arrancar al abismo un continente;
Y al nombre de Colón, que mi estro inspira
Adune el de Isabel mi pobre lira.
Y si tú, grave Musa, inspiradora
De Herodoto, de Tácito y Mariana,
Ocultas á la mente escrutadora,
De la bella región americana
El prístino existir, deja en buen hora
Á mi entusiasta inspiración, que ufana
Pida á la egregia Erato noble aliento,
Que dé vida á mi pobre y rudo acento.
Y escalando la andina, enhiesta cumbre
Mi osada fantasía, el panorama
De mi soñado edén ledo columbre....
¡Oh!... ya en lecho de flores, que recama
Natura, y abrillanta fébea lumbre,
Contemplo á la deidad, de quien es fama
Que un tiempo fué cacica, ¡cuyo imperio
Trocó el conquistador en cautiverio!
Mas vedla: ya no es india desgraciada:
Es la vestal ceñida de azahares
Que en ropaje de flores recatada,
Entre plátanos, cedros y palmares
Se mira muellemente reclinada;
Y extendiendo por brazos los dos mares,
Brinda amorosa, en fraternal exceso,
Próvido asilo al hombre y al progreso.
¡Salve, aurora del mundo bendecida,
Que á los caducos pueblos del Oriente,
Cual amante esperanza concebida,
Te muestras en tu alcázar de Occidente;
Y luces cual tu hermana, que ceñida
De rosas, al Ofir brilla riente;
Ella brindando luz á la mañana;
Tú, albor de paz á la familia humana!
Que tú, precioso búcaro esmaltado,
Que del amor universal la esencia
Ocultas en tu seno perfumado;
Oasis, que creó la Providencia
Para el pueblo infeliz, que fatigado
Sufre tal vez, errante, la inclemencia
De la bárbara guerra maldecida....
¡Tú eras la amada tierra prometida!
Que allá, cuando del arte el férreo brazo
Dome el ítsmico, ingente promontorio,
Y Anfitrite y Neptuno en tierno abrazo
Celebren en tu suelo el desposorio;
Cuando de paz y libertad el lazo
Una á tus hijos; tú, virgen emporio
De belleza y de amor, el casto beso
Recibirás del inmortal progreso.
Y en ese fausto día en que las fiestas
Celebren de tu dicha, alborozadas
Las Driades en tus bosques y florestas,
En tus ríos las Náyades sagradas,
Y en tus valles las Ninfas más apuestas;
Un coro se alzará de bellas Hadas,
En Sorata[4] y en Sierra Verde altiva,
Ceñidas de laurel, mirto y oliva.
Será la excelsa pléyade que alienta
Los más preclaros hechos de la Historia;
Concurso de vestales que sustenta
El sacro fuego de la patria gloria;
Legión que en su estandarte al orbe ostenta,
De universal progreso la victoria...
Hosanna, ellas dirán en sus canciones,
Proclamándote emporio de naciones.
Sin savia entonces, juventud ni vida
Los pueblos del Oriente, mi estro abona
Que desde el viejo mundo, conmovida
De maternal orgullo, una matrona
Elevará su voz de gloria henchida;
Será la ilustre España, que á tu zona
Este acento enviará de amor profundo:
"¡Yo fuí tu madre, emperatriz del mundo!"
Yo entonces, en el lecho del olvido,
En rincón apartado y silencioso,
Moraré con las sombras confundido;
Mas al oir el eco misterioso
Por la brisa en mi tumba repetido,
Se exaltará mi espíritu, orgulloso
(Aun de la muerte en el oscuro arcano)
De haber sido español y americano.
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