Yendi Ramos
(Oaxaca, México 1982). Publicó en las antologías Desde el fondo de la tierra, poetas jóvenes de Oaxaca (Praxis, 2012); Moebius. Memoria del primer encuentro 2010. Poetas nacidos en los 80 (Sikore Diseño y Sapiencia, 2011); y Cartografía de la literatura oaxaqueña actual (Almadía, 2007 y 2012). Ha colaborado en La Jornada Semanal y en la revista Este País.
Cerca
Confesaría que he llegado.
Traigo agua para rociar pupilas secas
la suficiente como si fuera de abril.
Una almendra y hojas de naranjo
las suficientes para demostrar
que alguien encuentra la libertad en la cocina
o a un caminante distraído en la ventana.
Quiero decir: estoy tan cerca
y la voluntad se desvanece
como un color de piel sumergido en el lodo
pero algo queda
un silbido desgarrándose entre las ramas.
Quiero decir: tengo sed y estoy tan cerca.
La espera
Y nada importa.
En la zeta del día
en si escribo o no la coma
en la curva de las doce
en lo amargo del cilantro que mastico como alfalfa
en mi mano de frío haciéndose chiquita entre las piernas:
-porque Señoras y Señores
he de decir que ya no tengo hambre
aprendí de las artes del alma
a mentir
a amar de lejos y a escondidas-.
Por eso ya no importa
si esta noche
sueño con ranas
o con perros comiéndose mis uvas.
Consejo
―Niña, si no me escucha, un día de estos, uno cualquiera, podría, quizá, y no diga que no se lo advertí, a veces sucede, las cosas no son como uno las espera. ¿Sabe? Me cuesta diferenciar el sonido de una cáscara que se rompe a las respuestas que me dan. En fin, niña, y no diga que no se lo advertí, si su ventana no cierra, una ardilla puede entrar…una ardilla.
LA HERENCIA DE GINA
Soy la piedra más vulgar del río.
Dios es ese Demonio
que me dijo cómo soñarme
en los labios del Hombre
a mantener mi palma sobre la superficie de un latido
y su agitada ebullición.
Esquina es mi brazo
donde te guardo, Extraterrestre, para no tocarte con el ímpetu, la intemperie.
Soy el mercurio y su plañir de plata
la Una, no muy catastrófica evidencia
que se presiente por la obviedad del orden de las cosas y su primer trazo.
Soy una morsa y pelos.
LA VERSIÓN DE ELENA
Sí, Señor,
en la comisura más vulgar o fina recorre la voz de una madre: la salud.
Y hay días en que lo bello se niega
no se almuerza pescado ni se mira tan clarito a Orión
Una no se siente como si las estrellas, esa jauría, como si esas flores, ese aire…
Por eso, Señor, le quito el sombrero y avanzo; pero las cosas no son así.
Con usted recorro cumbres. Con él la preciosa luz de la pradera.
Con él las piedras tienen sabor a agua deliciosa, de nueva era: nacimiento.
Con usted dan ganas de sentarse nada más en la banquita.
Por eso, Señor, ¿vea usted bien los huesos?
Aquí de tierra, jabón y polvo, aquí de dedos, de unas cuantas letras.
Y de vez en cuando me como un pato.
LA CARTA DE AUGUSTO
“…pero en realidad, date cuenta de que nuestro mundo
es un moho que ha crecido en un planeta minúsculo…”
Levin en A. K de León Tolstoi
Querido padre:
Para borrar el efecto de mi pelleja he oído al idiota. Decía algo así como “que le corten la cabeza por chillón”. Y nomás me acariciaba la espalda. Mi alma siempre ha tenido arena. Una heredad revolcada, padre, por sinceros e irremediables nortes. Qué fácil es morder la fantasía, cuando se está solo, frotándose a ella con aparente sumisión y salvajismo; sin vergüenza ni modo posible de encontrar el límite. Yo que soy agua, nada le debo al fuego. Le miro con cautela, le toco con la obstinación; pero no estoy de ese lado del puente. Hay un plano más dulce en mi esquina. Una circunferencia que tiene picos, tres picos como de niña. Una niña dulce que se deja acariciar por un viejo verde rabo. Cuando pienso en mi madre, creo que tengo algo de ella: la forma de pintarse las uñas, más no su ondulado pelo, y menos, sus morados, los pezones. Y de ti, ¡mira que tengo la rabia de no mirar al que me habla! Yo sólo sudo, escondo mis manos y sudo. ¡No vaya ser!, que alguien nos robe el tabaco. Mi alma también es de cemento, padre, tan gris, tan frío, tan lejos de la piedra. Y escribo, padre, para que sobes mis, éstas, mis vocales.
Aquí. Sí.
Ad líbitum
Vence
un catañear de lentejuelas.
Afuera las sombras
tienen cadencia de reptil
un hombre bajo un as, un paraguas
las desfigura sin más tocamiento que ahorrar la mirada sobre las piedras…
Y continúa sonando
ese tartamudear, ese canturreo de balines:
¡qué lucha es esta de gritar!
porque hay después de la montaña algo más que aire
no le temo
porque esto que aquí se dice son predicciones de la nostalgia
pura envidia.
¿Y a quién se le ha de confesar que un concento de campanas se erige?
Y todos son amenzados
el que ha tocado el hombro con aire de
“volveré pronto” o “yo sí distingo donde se fractura el ensueño: ja, poca cosa”.
Qué seguridad de haber venido a este mundo a acertar:
tener razón:
una travesura lejana a tambores y solsticios:
vaya forma de temerle a la poesía.}
Pausa
Alza la vista.
Mira ese temer de gorriones
un grito parecido a nuestros trinos.
Verás arder del árbol alas grises
pensarás, sí
que es una llama: agrio plumear: un erizo.
Verás cómo salpica a nuestro modo de decir
“¿entonces?”
“¿será que hemos predicado la salida antes de conocer los laberintos?”
“¿será que no, que no, que no hay lenguaje que distinga nuestras comas?”.
Por eso es lo único que queda
mirar cómo el aleteo de otros sacude antes del vuelo.
Erudición
Y yo qué sé de la garbanza y de las buenas costumbres
pero conozco bien, de todos los días
el minuto
en el que inicia algo así como las cinco de la tarde
su luz, la soledad de estar parada en una esquina
cruzar la calle con tanto tráfico
tanta mala voluntad
tanta mala voluntad
y ese aire de noche que se acerca.
Luz
Alguien dijo:
detrás de cada rostro hay un elefante
y vi en sus pupilas un pedazo de marfil.
Danza después de la vigilia
Me voy como la sombra cuando declina;
soy sacudido como langosta.
Salmos: 109; 23
La noche cobra los vicios
el agua se lleva el olor de los dedos
mi sudor se queda dormido: le gusta tu cuerpo.
Despedirme es mi danza en las mañanas.
Y te tomo del cuello
no delato con los pasos
alzo los talones
cierro la puerta.
Blanca
Y tu piel sin más anzuelo que las piernas anclas
es apenas un umbral inhabitable.
Comes zanahorias
ahí parada sin mirar a nadie.
Y tu piel se desenreda:
una bocanada de cal lanzada desde las piedras.
Comes zanahorias
y veo desde aquí como una jara nace de tus manos.
Sentada
Malva, mi jardín
cinco estaciones andando sobre la hierba
los pedazos de una carta que llegó en octubre y se hizo vieja.
Malva, un caligrama
trozo de espejo sumergido en la brisa
por donde se han mirado camellos y la prisa del viajero.
Malva, mi estribillo
aquí mis vocales recién lavadas
el rozar la tierra
con botas negras de tanto andar por los pantanos.
Malva, te vigilo
hasta aquí he llegado apenas desde ayer
y antes de noviembre
y todo tiene sentido.
Malva y mi rezo
y no se escucha y yo te cubro:
escucha eso que ahí viene
yo lo espero a tu lado
cantando.
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