Emilio Jacinto
(1875-1899).
Revolucionario y escritor filipino, nacido en Trozo (provincia de Laguna, Luzón) el 15 de diciembre de 1875 y fallecido en Majayjay (Laguna) el 16 de abril de 1899, conocido por el apelativo de "El Cerebro del Katipunan", que desde la sombra desempeñó una labor esencial en organización de este grupo independentista filipino.
Huérfano de padre a muy corta edad, Emilio Jacinto creció en medio de muchas privaciones pero pudo dedicarse a los estudios gracias al esfuerzo de su madre, Josefa Dizón, y la ayuda económica de un tío materno, José Dizón, que después también formaría parte del Katipunan. Después de obtener el bachillerato en artes en el prestigioso colegio San Juan de Letrán de Manila, se matriculó en la Universidad de Santo Tomás para estudiar Derecho. Concienciado de las injusticias del dominio colonial español, sin haber cumplido aún los veinte años decidió aparcar los estudios para unirse al Katipunan, cuyo líder Andrés Bonifacio estaba preparando una rebelión independentista.
Dentro de la sociedad secreta Jacinto adoptó el nombre de Pinkiang ('Inflamable') y debido a su inteligencia y valía enseguida fue nombrado secretario de la sociedad; desde este puesto se convirtió en la mano derecha de Bonifacio, encargándose de tareas sordas pero fundamentales como la logística, organización interna, espionaje o propaganda. Entre otros documentos, Jacinto redactó las primeras regulaciones y leyes internas del Katipunan, conocidas por el nombre de Kartilya; el juramento ritual de adhesión a la sociedad; o diversas disposiciones sobre fabricación de munición, distribución de pertrechos y armas, etc. Fue asimismo el fundador y editor del periódico Ang Kalayaan ('Libertad'), órgano oficial de la sociedad en el que firmaba sus artículos bajo el seudónimo de Dimas Ilaw. En el primer número (18 de enero de 1896) aparecieron sus dos artículos quizás más famosos: Manifiesto y A mis compatriotas. Aunque su faceta literaria no es muy conocida, escribió algunos poemas de carácter patriótico entre los que sobresale A la Patria (octubre de 1897), inspirado en El Último Adiós de José Rizal. Fue autor también de una serie de ensayos políticos y sociales (Liwanag at Dilim).
Durante la guerra contra España, Jacinto también mostró cualidades en el campo de batalla, protagonizando el audaz intento de rescate de Rizal en la Bahía de Manila. Herido gravemente en una pierna en el transcurso de un combate en Maimpis (Laguna), la leyenda cuenta que pudo salvarse al ser confundido con un espía al servicio de España. Una vez proclamada la República independiente en Malolos, puso sus servicios a disposición del nuevo régimen revolucionario. A su iniciativa se debió la fundación de la Universidad Literaria de las Filipinas (1 de diciembre de 1898). El estallido de la guerra filipino-americana le obligo a regresar a su provincia natal, donde organizó la resistencia contra el nuevo invasor; sin embargo, al poco tiempo falleció a causa de la malaria.
A LA PATRIA
¡Salve, oh patria, que adoro, amor de mis amores,
que Natura de tantos tesoros prodigó;
vergel do son más suaves y gentiles las flores,
donde el alba se asoma con más bellos colores,
donde el poeta contempla delicias que soñó!
¡Salve, oh reina de encantos, Filipinas querida,
resplandeciente Venus, tierra amada y sin par:
región de luz, colores, poesía, fragancias, vida,
región de ricos frutos y de armonías, mecida
por la brisa y los dulces murmullos de la mar!
Preciosísima y blanca perla del mar de Oriente,
edén esplendoroso de refulgente sol:
yo te saludo ansioso, y adoración ardiente
te rinde el alma mía, que es su deseo vehemente
verte sin amarguras, sin el yugo español.
En medio de tus galas, gimes entre cadenas;
la libertad lo es todo y estás sin libertad;
para aliviar, oh patria, tu padecer, tus penas,
gustoso diera toda la sangre de mis venas,
durmiera como duermen tantos la eternidad.
El justo inalienable derecho que te asiste
palabra vana es sólo, sarcasmo, burla cruel;
la justicia es quimera para tu suerte triste;
esclava, y sin embargo ser reina mereciste;
goces das al verdugo que en cambio te dá hiel.
¿Y de qué sirve ¡ay, patria! triste, desventurada,
que sea límpido y puro tu cielo de zafir,
que tu luna se ostente con luz más argentada,
de que sirve, si en tanto lloras esclavizada,
si cuatro siglos hace que llevas de sufrir?
¿De que sirve que cubran tus campos tantas flores,
que en tus selvas se oiga al pájaro trinar,
si el aire que trasporta sus cantos, sus olores,
en alas también lleva quejidos y clamores
que el alma sobrecogen y al hombre hacen pensar?
¿De qué sirve que, perla de virginal pureza,
luzcas en tu blancura la riqueza oriental,
si toda tu hermosura, si toda tu belleza,
en mortíferos hierros de sin igual dureza
engastan los tiranos, gozándose en tu mal?
¿De qué sirve que asombre tu exuberante suelo,
produciendo sabrosos frutos y frutos mil,
si al fin cuanto cobija tu esplendoroso cielo
el hispano declara que es suyo y sin recelo
su derecho proclama con insolencia vil?
Mas el silencio acaba y la senil paciencia,
que la hora ya ha sonada de combatir por ti.
Para aplastar sin miedo, de frente, sin clemencia,
la sierpe que envenena tu mísera existencia,
arrastrando la muerte, nos tienes, patria, aquí.
La madre idolatrada, la esposa que adoramos,
el hijo que es pedazo de nuestro corazón,
por defender tu causa todo lo abandonamos:
esperanzas y amores, la dicha que anhelamos,
todos nuestros ensueños, toda nuestra ilusión
Surgen de todas partes los héroes por encanto,
en sacro amor ardiendo, radiantes de virtud;
hasta morir no cejan, y espiran. Entre tanto
que fervientes pronuncian, patria, tu nombre santo;
su último aliento exhalan deseándote salud.
Y así, cual las estrellas del cielo numerosas,
por tí se sacrifican mil vidas sin dolor:
y al oir de los combates las cargas horrorosas
rogando porque vuelvan tus huestes victoriosas
oran niños, mujeres y ancianos con fervor.
Con saña que horroriza, indecibles torturas,--
porque tanto te amaron y desearon tu bien,--
cuantos mártires sufren; más en sus almas puras
te bendicen en medio de angustias y amarguras
y, si les dan la muerte, bendicente también.
No importa que sucumban a cientos, a millones,
tus hijos en lucha tremenda y desigual
y su preciosa sangre se vierta y forme mares:
no importa, si defienden a tí y a sus hogares,
si por luchar perecen, su destino fatal.
No importa que suframos destierros y prisiones,
tormentos infernales con salvaje furor;
ante el altar sagrado que en nuestras corazones
juntos te hemos alzado, sin mancha de pasiones,
juramentos te hicieron el alma y el honor.
Si al terminar la lucha con laureles de gloria
nuestra obra y sacrificios corona el triunfo al fin,
las edades futuras harán de tí memoria;
y reina de esplendores, sin manchas ya ni escoria,
te admirarán los pueblos del mundo en el confín.
Ya en tu cielo brillando el claro y nuevo día,
respirando venturas, amor y libertad,
de los que caído hubieren en la noche sombría
no te olvides, que aun bajo la humilde tumba fría
se sentirán felices por tu felicidad.
Pero si la victoria favorece al hispano
y adversa te es la suerte en la actual ocasión,
no importa: seguiremos llamándonos «hermano»,
que habrá libertadores mientras haya tirano,
la fé vivirá mientras palpite el corazón.
Y la labor penosa en la calma aparente
que al huracán precede y volverá a bramar,
con la tarea siguiendo más firme, más prudente,
provocará otra lucha aun más tenaz y ardiente
hasta que consigamos tus lágrimas secar.
¡Oh patria idolatrada, cuanto más afligida
y angustiada te vemos te amamos más y más:
no pierdas la esperanza; de la profunda herida
siempre brotará sangre, mientras tengamos vida,
nunca te olvidaremos: ¡jamás, jamás, jamás!
Octubre, 1897
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