Julia Castillo
(Madrid, 1956) es una poeta española. Obtuvo el premio Adonais en 1974 por Urgencias de un río interior. Es licenciada en antropología. Ha publicado un ensayo sobre la literatura fantástica en los Siglos de Oro y editado la obra completa del poeta del siglo XV Garci Sanchez De Badajoz. Ha sido traducida al francés por Robert Marteau.
Bibliografía
Libros de Poesía
• Urgencias de un rio interior. Rialp. Madrid, 1975. Premio Adonais 1974.
• Poemas de la imaginación barroca. Sur. Santander, 1980.
• Selva. Begar. Málaga, 1983.
• Emily Dickinson. Poemas. Traducción y prólogo de Julia Castillo. Ediciones La Misma. Madrid, 1984.
• Chott, en Los cuatro continentes.Colección Juan Ramon Jimenez. Huelva, 1986.
• Demanda de Cartago. Ediciones La Misma. Madrid, 1987.
• Siete Movimientos. Auqui. Barcelona, 1990.
• Beatus Bernardus. Fugaz. Alcalá de Henares, 1993.
• Palimpsesto. Huerga & Fierro. Madrid, 1999.
• Dos Poemas. Árdora. Madrid, 2001.
• Febrero. Abada Editores. Madrid, 2008.
• Atentado en el bosque. Syllaba. Granada, 2010.
• Haunted. El Lotófago. Madrid, 2010.
• Este Mal. Huerga & Fierro. Madrid, 2011.
Pliegos de Poesía
• Tarde. Torre de las Palomas. Madrid, 1981.
•El hombre fósil. Maina. Madrid, 1982.
• Auieo Cuadernillos de Madrid. Madrid, 1983.
•Quien guarda ese rebaño. Hojas de la Merced. Madrid, 1988.
•Inéditos. Cuadernos del Centro Cultural Generación del 27. Málaga, 1993.
De la contraportada:
La extrañeza constituye el rasgo principal de Dos poemas, un texto cuya fuerza reside en su despojamiento y cuya radicalidad introduce una nota insólita en el panorama de la poesía española contemporánea. Julia Castillo descarta toda descripción de sentimientos ya conocidos en favor de una interiorización del fenómeno poético. En esta aventura, el poeta, como ella misma advierte, «no aspira a escribir lo que siente, sino a sentir lo que escribe»; no le teme al caos, sino a la simplificación; no intenta rescatar la forma, sino que sea ésta la que conduzca el proyecto creativo. La obra de Julia Castillo (Madrid, 1956) incluye ocho entregas, desde la temprana Urgencias de un río interior (Premio Adonais 1974), hasta Palimpsesto (1999), primero de los libros compuestos durante su larga estancia en Oriente Medio.
Consiente
que he pensado.
De penas,
y he venido.
¿Supuesto,
tú?
Pasos que os doy.
Luego fuentes,
borrado,
Ni decirlas.
Mayo:
no lo creas.
Futuras,
esta calma.
Antes te dé,
de pluma,
a valer.
Allí señas,
en las mejillas.
La selva
no te harta.
Cómo se vino,
a qué darme,
frescura.
Tanto importó,
cómo consigo,
ha amanecido.
De oírme
parece que
aquel árbol.
He fabricado
mirar.
Lo que se escucha.
Y onda
que se hizo.
Al creerla
es la escala.
En la consagración.
Somos todos
cuna.
Hasta que sepa,
flor,
no habrá consuelo.
(Fragmento de dos poemas, Editorial Árdora)
(De Palimpsesto, 1999)
1
Rayos tira
sombra que llevan
sobre los pasos.
Aquellos escombros,
hoy batallones
de tus niñas:
los celos son
de marfil
y prados
en la mano.
Del bosque
ataviado de estas
grutas,
labios de miel
en puntas
desiguales-
una materia
le bailan.
Y de torneos,
a espaldas
dos horizontes
con unas gradas
de nubes;
le asaltaron
ojos negros.
A ponerse
un murmullo
esta noche
contra el pecho,
las estrellas
de carrera
por sus venas.
Y salir escuderos,
a no amanecer.
Si sería el eco
que en sí encierre
lo oído
con mayor silencio.
No hubiera mundo
a subir entre las flores
estas abejas
gran precipicio.
Qué muchos
que halcones
(y rendidos)
no me ronde
de qué es amor.
Me cansan.
4
El sol endulza
la piedra,
cómo tu altivo.
La bordadura
compra el descanso,
para hibernar
de sus hilos,
los umbrales,
con ladridos.
Y de esa altura
en la cuna,
ésta peino
noche oscura-
se hace oídos.
Cuando una abeja
de ti proceda,
todo junto
el veloz gamo,
acosado el jabalí,
y en vano
se admira
quien no sea obedecer.
En pie casi
la tierra tiene
una pausa,
las ovejitas.
Y abatida,
de monte es tomada
a monte.
Por cima las volveré,
abrazando
en la cabaña
una copia rendida
de aquella helada.
Quien nos metió,
dos amores.
El albergue
fenece en un jardín.
Y descuidado,
o fingidos.
7
Se humilla
a grandes ratos
la selva,
poco que ores.
Enamorado,
que quiso decir
es pintada:
el sueño
lo han esbozado
para no huir.
Qué más,
que matador
les hiere:
hay que creer.
Sólo el Bernardo
es todo peso
que llevaba la
lanza
a enhebrar
un suspiro:
sienes silvestres.
Y asirse
del veneno,
la virgen
toma este pie.
Ansioso de
tropiezos,
progresiones,
mantenido
en el desciframiento,
por las fibras
este jazmín.
Es éste
que precipita
las minas
y temblores
para envidia
de la metáfora:
otra
a quien ofendí.
Sigue, sigue
a otro infierno
la fantasía,
si le seguía
un parecido
de las entrañadas,
yo le vencí.
9
La mirada,
y en no tener
escudo,
estoy rendido.
Fija en el
rosal.
El hierro
y el infeliz negro
lo que toca,
fuera de mí.
De este monstruo
pues, ver
en las ramos
no ha de quedar.
La Medea, como ella
lo mire,
traemos de la boca
en el corazón.
Y ligar
a que los ojos
reconocen
huerta, aldea:
las hacen
muchos años
de imaginación.
Os pido verla.
De obligarle
edad presente-
sería parte
o las pasadas-
propagar en la sierra
su cabaña.
Detener
muy a espacio,
pues tormento
una línea imposible
no ha podido.
Igualar esta ciencia
y siempre mana.
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