Ofelia Pérez-Sepúlveda
Nació en Ciudad Guadalupe, Nuevo León, en 1970. Poeta. Escritora, investigadora y productora multidisciplinaria. Me he desempeñado en la administración cultural, la docencia y el periodismo en prensa y radio, coordinando instituciones culturales, programas culturales y actividades diversas como Diplomados, Ciclos de Cine y Congresos académicos. Soy especialista en los temas de Cultura del Noreste de México y Educación y Gerontología. Como escritora he publicado los siguientes libros: Doménico (1993), De Todos los Santos: Herejes (1995), Cuartos Privados (1997), La Inmóvil Percepción de la Memoria (2000) y De las Tantas Voces (2006). Como investigadora he desarrollado los siguientes proyectos: Literatura en Nuevo León 1965-1995 (1995), Escritores y Ciudades del Noreste, 1999 y Voz del Nuevo Santander: Fonoteca del Noreste (2005). Como productora multidisciplinaria he presentado la temporada: De Sor Juana a Frida, en el Festival Internacional Santa Lucía 2011 y el espectáculo: Silent, en el Festival Internacional San Pedro Arte Fest 2012.
Entre otras distinciones he sido becaria de la Fundación Rockefeller/Guadalupe Cultural Arts Center, en el área de Letras. (1999), becaria del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en el género de poesía (2004) y Medalla al Mérito Ciudadano por Trayectoria Cultural, otorgado por el Ayuntamiento de Guadalupe, Nuevo León (2009).
Obra publicada
Poesía: Doménico, Presidencia Municipal de Guadalupe, Abrapalabra, Nuevo León, 1993. || De todos los santos: herejes, Toque, Poesía, 1995. || Cuartos privados, FOECA-Nuevo León, 1997. || La inmóvil percepción de la memoria, FOECA-Nuevo León/Verdehalago, Los Ojos del Secreto, 2000. || De las tantas voces, CONACULTA, Tierra Adentro, 2006.
DE TANTAS VOCES
Ofelia Pérez Sepúlveda,
Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2006
Balada del dibujante III
Ni siquiera el padre
ni antes de éste
su padre,
caciques venerados
lo mismo en Carricitos que en la Florida
que en California,
lo mismo en las Anacuas
y en otros ejidos no menos agrietados
donde la única batlla que ganaron
los aquellos
fue ayuntarse con hembras,
anónimas cierto
pero fértiles,
tierra negra
donde crecen los frutos
del padre
y nada sabe
aún
del hijo que escribió te quiero
para irse a morir a la frontera
y volar
en los vientres
de los buitres que habitan el Río Bravo.
Ni siquiera el padre
podrá contra el desierto
concentrado en minúsculas revueltas
de azufre entrando por los labios
y los párpados del hijo.
Balada del 2 de Abril
¿Tú que sabes del amor si nunca has besado a un perro?
me dice la mujer en el 2 de Abril
y yo le sonrío a fuerzas,
porque eso de ir de pueblo en pueblo
y no tener respeto
por una mujer alcoholizada
no es algo muy bien visto en estos días.
¿Tú que sabes de la vida si no te ha mordido un burro?
y le contesto que no,
que es verdad,
que vivir es difícil,
que la culpa es del agave
y le acerco el caballo y le sonrío.
Ella traga,
ríe,
se despeina
y me cuenta quién entra y quién sale del Cielo
—que así se llama el motel donde la rubia trabaja—
sobre la línea imaginaria que lleva de Toluca hasta el DF
¿Tú qué sabes?, insiste,
si nunca has perdido un diente a las tres de la mañana.
Y sonrío de mirarla
tan pulcra.
Y como a vírgen en retablo
le prendo aún las veladoras
en noches de alcohol y de vendimias.
Porque nunca falta quien hable
de amor y de traiciones.
Porque viaja la voz más de corrido,
porque nunca faltan diosas ni oferentes,
a todo el que ensaya los versitos
en honor a la rubia
de alcohol
y venerable,
no falta la hora en que rezonga
mi alma de devota y primitiva,
de foránea en casi todas las cantinas:
¿Tú qué sabes del amor y de mordidas?
DE TANTAS VOCES
Por Jorge Fernández Granados
De las tantas voces convoca, en principio, ciertos recuerdos, ciertas historias y ciertos personajes que, como marineros que llegan o parten de un puerto, visitan una cantina. El lugar, aquí, no es lo de menos. Precisamente aquel espacio que suele desdoblarse en espontáneas dimensiones de la soledad compartida —o de la fraternidad efímera— al que en México llamamos con una palabra que algo tiene quizás de canto: cantina. Por supuesto no me refiero a la etimología sino a los usos y costumbres que entre nosotros le damos a semejante reducto. Sin duda la cantina es un lugar que propicia, entre otras cosas, el canto. Sin ese punto de partida, sin ese espacio a un tiempo de tregua y de comunión, no sería probablemente comprensible por qué esas tantas voces están ahí, juntas en un libro. Voces rotundas aunque espectrales, hieráticas y errantes, llenas de vida pero heridas de muerte. La cantina les otorga el privilegio de la atención por un rato y también su turno de cantar. Por ello cada uno de los poemas de este libro es una balada, lo anuncian sus títulos pero sobre todo el oído lo percibe. Estas voces se levantan, una por una, sobre el murmullo de las mesas y el tintineo de las copas, para hacerse escuchar.
A grandes rasgos, esta es la anatomía del libro. Podemos detenernos luego por aquí o por allá en algunos subrayados. Ya se sabe, es cuestión de resonancias o de gustos —o de intereses—. A mí me encantan, por ejemplo, estos hondísimos versos del poema Balada para no héroes:
No lo serás.
No envolverán tu cuerpo banderas ni guirnaldas.
No dormirás.
Harto de sol y servidumbre
floreciente de la paila
otro llano aún te es reservado.
[...]
Tú sólo respira,
sin prisas y sin miedo
y deja que se incendie el cielo
de dulcísima sonrisa,
padre mío,
y abraza los frutos
que rozan con sus hebras
tus manos proveedoras.
Pero es el contrapunto con otras voces lo que hace complejo e inquietante este libro. Voces que, sin más ni más, toman las riendas del poema para cantar y contar sus andanzas. El uso de un lenguaje coloquial, libérrimo pero certero, es un acierto en varios momentos. La intensidad de las pasiones deja su huella en no pocos episodios de humor, sarcasmo y hasta violencia. Nótese la fuerza sin eufemismos, directa y vital, de estas líneas de la Balada del despechado:
Que le den en toda su madre.
Que le vacíen esa méndiga sonrisa.
Que la dejen una noche en despoblado
a ver si es cierto que se habla con la luna.
Que le quiten de a poco la soberbia
y se la lleve la chingada
Sí, que se la lleve la chingada.
A ver si sigue tan campante frente a los muertos de hambre.
que,
sabe bien
la muy jodida,
aún la veneramos.
Así, con esta frontalidad emotiva y desgarrada como suelen darse y recibirse las palabras en el diálogo de las cantinas, la autora logra conmover y trazar esos dominios de la existencia que por contradictorios, no acertamos a definir, más que a veces, con un suspiro, un grito o una carcajada. Inolvidable resulta para mí, a este respecto, "Balada del 2 de abril", un poema que nos permite valorar en su agridulce sapiencia, su dura raíz y fresca ironía el talento de Ofelia Pérez Sepúlveda.
Sin embargo, y no quiero finalizar la presente nota sin hacer esta advertencia, no es De las tantas voces un libro de poemas de cantina. No es tampoco una apología a la ebriedad ni un anecdotario más o menos folklórico de lo que en un lugar semejante puede conocerse. Su sentido va mucho más lejos. Ofelia Pérez Sepúlveda comprende, como Edgar Lee Masters en su conocido Spoon river anthology, que las presencias se convierten en evocaciones y las evocaciones poseen cada una, su propia voz. Trátese de un cementerio o de una cantina, no es el lugar lo que se narra, el lugar es el pretexto para lo narrado. El cementerio de Edgar Lee Masters o la cantina de Ofelia Pérez Sepúlveda son en realidad, pretextos o, mejor, hilos conductores para inventar un lugar sin lugar, un foro donde el devenir puede detenerse o disolverse por un momento para “permitir a las almas hablar desde el exterior del tiempo”.
En fin, he aquí el verdadero tema del libro; almas en pena o sólo almas al desnudo. Viajeros sin alma o almas extraviadas en un viaje dentro de sí mismas. Personajes intemporales que encuentran una estación y se detienen para calmar su sed. Historias que se levantan con el polvo de la memoria o que simplemente están ahí, aguardando la voz que las recoja.
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