jueves, 12 de febrero de 2015

MARIO MÍGUEZ [14.841]


Mario Míguez 

Nació en Madrid en 1962. 23 poemas fue su primer libro de poemas. Posteriormente, ha publicado Pasos (Pre-textos, 2006) y El cazador (Pre-Textos, 2008).






Ensucio todo hablando demasiado.
Cobarde charlatán, ruidoso hipócrita,
Solo de mis mentiras me quejo.
Qué duro me es callarme para lograr
Una palabra humilde y necesaria
Tras de la cual yo quede imperceptible.
Debo callar, permanecer callado.
Aunque lo sé de siempre, no lo cumplo:
Mi voz tengo que hacerla de silencio.





Noli me tangere

No me toques
si a mi trabajo, llegaste, a mi danza
en el huerto; porque tú me confundes.
Sigue incierta. Tu tacto es delicia
que no ha de sentir mi desnudo.

No me toques, que soy
esta tarde en nosotros: te miro
y doy tenue matiz a tu forma.
Mas tú no lo adviertes. Pretendes mostrar
en la piel algún ansia, una espera.

(23 poemas)






AGONIZANTES

Luchan por respirar otro aire nuevo
como si el aire nuestro de esta vida
no les valiese ya, fuese muy turbio,
enrarecido y denso, y los ahogase.
Luchan por acceder a otro aire limpio
distinto del de aquí, de una indecible
pureza que es mortal para la carne.
Y hacen gestos de esfuerzo, que parecen
impotentes, inútiles, absurdos:
dificultosamente empujan con el pecho
una puerta de bronce, y la entreabren;
tras ella está el espacio inconcebible
de ese aire que es luz pura y que es la muerte.
No bastan los pulmones. Todo el cuerpo
resulta insuficiente. Si embargo
su expiración postrera nunca es signo
de abandono o de fracaso: es la llegada.
Quedan quietos de golpe: al fin respiran.


Pasos es su segunda colección de versos. Anteriormente publicó el libro 23 poemas (Pre-Textos, 1998).




NO SOY YO

Golpearon su rostro hasta cansarse.
Cuánto odio descargado y con qué saña.
Estaba amoratado y deformado,
los ojos rotos, rotas las mejillas;
y sin embargo de su boca humilde
nadie escuchó ni súplicas ni quejas.

Después brotó la sangre.
De su frente
cayó sangre.
Muy lenta y silenciosa
fue resbalando la piadosa sangre
hasta ocultarle el rostro por completo.

Su sangre, como un velo que quisiera
con terrible pudor cubrir su muerte.







Mario Míguez, El cazador, Pre-Textos, Valencia, 2008.

En una reseña sobre no sé qué libro de Eloy Sánchez Rosillo, decía Jose Luis García Martín que había dos tipos de poeta, desde un punto de vista: aquellos que, por un raro don, nos brindan una emoción viva en la página –fruto quizá, pero no necesariamente, de una experiencia concreta–; y otros poetas que, habiendo sentido intensamente, se dedican a explicarlo en verso. Ejemplo de lo primero era –es– Sánchez Rosillo, y de lo segundo, según García Martín, lo era Antonio Colinas.

La diferencia entre la, por llamarlo de algún modo, "emoción viva en la página", y la "explicación", es sutil, es algo que apenas se puede explicar, sino sólo "ver", pero separa de forma tajante a unos poetas de otros. En este libro de Mario Míguez hay mucho fárrago, mucha explicación y argumentación –eso sí, midiendo y acentuando–, mucha articulación de ideas. Algunas veces con metáforas, otras con alegorías, otras de un modo directo. Se trata, al parecer, en muchas ocasiones de transmitirnos ciertas convicciones, sobre la muerte, sobre Dios, o sobre el amor filial, en versos endecasílabos o alejandrinos, y con multitud de imágenes. Y esto no funciona. Según Miguel d’Ors, hay ideas que si se ponen de un modo "no muy desmañado" en la página, ya de por sí son "poéticas". Discrepo del maestro d’Ors. O tal vez no: según qué pensemos acerca de lo que es o no desmañado. Lo importante es esa chispa, esa emoción e intensidad que surge en las palabras, ya sea en poemas largos o cortos, argumentales o irracionalistas. Y en El cazador, esa chispa aparece de tarde en tarde, y nunca en un poema completo, sino en algún fragmento. Y además, lo argumental a menudo no convence, pues hay saltos en el discurso que se dan por supuestos, como este: Nada bueno ha pasado. No. Y no obstante / eso mismo es lo bueno. Es un poema de queja, de tristeza por una vida estéril, pero de repente, en un quiebro, se nos dice que eso es bueno ¿por qué?: Porque debo / rechazar toda queja y, en silencio, / hacer de esos sonidos una música, / salvando del  vacío ese abandono. El lector se queda frío, y nada convencido, me parece, ante el terco voluntarismo que transmiten. En la página siguiente, un poema similar, con un problema similar: Pero no me he rendido. Sigo amando; / porque aquí, entre los muros de este mundo, / no hay otra salvación sino el hacerlo. Problema similar, pero no idéntico, pues la idea tiene cierta lógica, aunque esté presentada de una forma nada convincente. No hay más salvación que amar entre tanta ruina. De acuerdo, pero... ¿no se da cuenta el autor de la incómoda disemia de la expresión "hacerlo"?

De todos modos, en poemas breves como estos hay más solidez, como en el siguiente poema, "Forja", (con la imagen que utiliza C.S.Lewis en El problema del dolor, del artesano que nos esculpe a duros golpes), ya que estas imágenes no tienen ocasión de multiplicarse, o de estirarse en exceso, como ocurre con los poemas largos. Y algunos del libro son, o se hacen, largos. Pero justo ahí, entre los meandros de imágenes y alegorías, aparece algún luminoso fragmento: Pero también quería, / impaciente, voraz, intempestivo, / más cosas, otras cosas: deseaba / todo el mundo de luces / y penumbras y sombras / distintas y cambiantes de la tierra. Toda esa estrofa del poema "Arrepentimiento" es muy emocionante, y da el tono justo de la idea que se presenta, con entusiasmo. Luego utiliza la técnica del anticlimax, sólo que alargando demasiado el final y el argumento, para de nuevo hallar, en la última estrofa, estos estupendos versos: regálate en el brillo de las olas, / contempla cómo crece su fulgor delicado, / cómo ocupa lentísima la luz el horizonte.

En el poema que hemos citado, y también en otros, como "Dos distancias", se recoge la idea más valiosa, a nuestro entender, de este libro: la de que la luz pasada, más que ser pasada, es menos luminosa porque ahora sentimos menos, estamos más ciegos, más opacos, menos receptivos. La poesía se tiende como un puente hacia esa luz, y a veces lo logra. Otras no pasa de ser un testimonio del fracaso. Y en esta introspección, en esa observación de las propias reacciones ante el mundo, y su conciencia del mundo, tiene el autor algunas de sus debilidades como voz poética. ¿Es posible abrir un poema de este modo, y que no nos parezca ridículo?: Con profunda humildad abro una puerta / recogiéndome en mí, hacia dentro de mí.

Y en ese proceso introspectivo, aparecen las explicaciones categóricas, las ideas generales, que nos quieren ser presentadas como "dándose por supuestas": ¿Es que acaso no es digna cualquier vida? Esta idea, tan cierta, para ser poesía debe tener algo más que once sílabas y el acento en la sexta. Debe cobrar vida de algún modo. Y con este tipo de frases no lo logra. O en momentos en que el poeta, bienintencionado, se traiciona, y dice algo muy feo. Es el caso del poema en que habla de su padre postrado y enfermo, y de cómo él lo cuida. Está sobrado de explicaciones, de apología de su situación (los amigos recomendándole, sutiles, la eutanasia, y él resistiendo), y de repente, este verso: Lograr mi yo mejor es lo que busco. Estamos convencidos de que el autor, o el protagonista del poema –pues nada sabemos de la vida del autor–, cuando cuida al padre enfermo no piensa en su "yo" en absoluto, sino sólo en su padre. Pero la verbosidad explicativa, la argumentación, incluso el afán de dar una sana doctrina ante este mundo depravado, le traiciona. Y ahí muere la Poesía.

En resumen: en El cazador hay unos pocos versos hermosos, agazapados aquí y allá en la maleza de las largas alegorías, bíblicas o mitológicas o de propia invención. Versos que a veces se escapan justo antes de que los encontremos, por el ruido de los argumentos, por las largas pisadas de los poemas largos y farragosos, por las imágenes que se agotan en las largas carreras de esta cacería.

Jesús Beades






El cazador




"Yo no sé cuántos años
duró el día que voy a referiros,
pues mientras fui alumbrado por sus cambios de luces
yo lo ignoraba todo del tiempo y su medida:
yo amaba solamente"




INESPERADAMENTE

Si todo está callado, si en la noche
todo es quietud, si ha muerto todo ruido 
¿de dónde es esa música que escucho
inesperadamente en torno mío?
¿A algún hombre le fue dado cifrarla?
¿Y quién ha dado ser a esos sonidos
que ahora me rodean?
¿Lo cifrado
se vuelve indescifrable? Su sentido,
por inmenso, la mente no lo alcanza:
hay vibrando un misterio en cada ritmo.
¿Pasión, serenidad, al fin fundidas?
¿Cómo se unen caída y equilibrio?
¡Qué dulcemente hiere dando a un tiempo
la cumbre y el abismo en el oído!
¿El lugar no es ya el propio visitante
y guarda en él intacto lo perdido?
¿Quién me recibe en esta despedida?
¿Su mirada no estaba ya en mí mismo?...
Y de pronto el silencio.... La mente está perpleja.
Sólo el alma comprende qué ha ocurrido.






Reseña: Daniel Casado
Detrás de estos versos hay un poeta. No digo "uno bueno", digo un poeta. Le pondría la P mayúscula si no fuera un delito semejante atropello a la conciencia; digámoslo ya: Mario Míguez, de Madrid, cuarenta y seis tacos, tres libros. Este último, El cazador (Pre-Textos), tiene páginas donde la mano tiembla de emoción para cerrar el libro, el puto libro, una maravilla transpirada de una inocencia sabia (he aceptado mi medida: perdonad tan recurrente adjetivo) que pasa a examen su consciencia y la de cuantos nos rodean en ese oscuro universo de los afectos, ese espejo de sombras y recuerdos, de orgullo y de amor, de miedo, de ausencias... que todos llevamos prendido del lado interno de la solapa.

Hacedme caso, un poeta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario