Elena Garritani
Nació en Buenos Aires.
Ha obtenido el primer premio de poesía en el Certamen Nacional Carmen Gándara (1998),
así como menciones en certámenes nacionales
e internacionales.
En el año 2007 se le concedió el Premio Nacional de Literatura de Tres de Febrero en poesía, y el Primer Premio a poetas éditos por su libro En la rueda del sol otorgado por la Editorial Municipal de Chivilcoy.
Coordina talleres literarios de lectura y escritura desde el año 2000.
Publicó Travesía (AA.VV), Sin naufragio aparente (ediciones Último Reino), Este grano de sal (ediciones del dragón), y En la rueda del sol (emch).
Profesora en Ciencias Sociales.
Especializada en adicciones, integra el equipo interdisciplinario del Centro de prevención dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, desde el año 1987.
(Del libro Otoño interior,
de próxima publicación)
de próxima publicación)
In memoriam
Espero alegre la salida y espero no volver jamás.
Frida Kahlo
No vuelvas ya no vuelvas en el color intenso del dolor
deja volar los pájaros que anidan tu regreso
el trópico es racimo de frutas y de flores,
ya no puede con ella tu cabeza, mimbre de maravillas.
No vuelvas ya no vuelvas
acá dueles, te dueles en tu corsé nublado
como fruto maduro cayendo de tus ramas.
El mundo no es recíproco, no vuelvas
tu destino se cierra como dalias que fueron
en la infancia de patios trasnochados
donde el pueblo, el amor, tu hombre, tu deseo
florecen sin pudor, como te gusta.
Así tus labios en otras bocas beben de ese aliento
pero ya sabes que eres una armadura pálida
con la pasión cercada, y hay serpientes
y eclipses y tranvías y sangre y plenilunios.
El aire tiene heridas de limón.
Anúdate en la trenza de ojos negros,
anúdate en azul tu casa calavera.
La muerte es otra fiesta,
baila sobre la médula del viento que te lleva,
aquí ya nadie espera lo que sientes,
baila sobre la ausencia que dejaste
el río de tu herida es largo bermellón
máscara desteñida
el festín del crepúsculo ha llegado a la tierra.
El mago del amo
Un castillo sin planos y sin muros.
Aquí la construcción, aquí la arena donde se juega
todo: las huellas, el silencio, frutos de lo gozado
comido por gusanos. Falta el fuego.
Soplemos en el viento la canción que el recuerdo
no pueda deshacer. Esa rabia primera, mutilada.
Ese andar en las sombras, ese sabor del mar,
esas gaviotas en breve aparición. Breve y más breve el aire y que pase el que sigue
en la pantalla, es tiempo del instante,
zumbido entre murmullos de gozar el instante.
Las palabras tropiezan lo pensado con palabras
Las palabras tropiezan lo pensado con palabras
que sobran o no alcanzan. La memoria molesta,
el vacío molesta, ese ruido molesta para olvidar,
olvidar pronto.
Aquí la construcción, la aventura del rostro,
Aquí la construcción, la aventura del rostro,
lo negado. Nada del testimonio, del tiempo
irremediable. Borrar, borrar, más rápido borrar.
Aquí la construcción, un castillo sin planos
y sin muros.
Cuaresma para solos
A esta hora de la noche
el misterio ha trepado escalones.
Hay máscaras sin caras,
el instinto nublado de palabras
se mimetiza en egos y disfraces.
No aplaudo las carrozas, su alegría,
rompo el papel, la escena.
Mi propio corazón humedece la tinta
del escriba, seca.
Mi herencia es una línea bajo el sol.
La gacela en la mira
De profundis. Lo sentía vacilar,
casi perder el equilibrio y sumergirse
para siempre en aguas desconocidas.
Clarice Lispector
A la luz de una vela, la mujer de la sonrisa triste
ruega por nosotros, y antes ruega por él,
siempre por él.
Ritual de luna llena, su piedad.
Un milagro de luz, cara al abismo.
Ni compasión merece
le dictan sus pulsiones, su aliento,
su conciencia.
La gacela en la mira fue para él
la gracia arrodillada, el talle esbelto.
Pedirá por su bien, pedirá por nosotros
y antes pide por él, siempre pide por él.
A la luz de la vela, sigue sola,
no como un pájaro que evadió la captura
sino como el perdón que escapó de la jaula,
Otoño interior
Los ojos del pasado atraviesan los gritos
José Antonio Cedrón
Los astros ya no encienden su prestigio en la noche,
y la tarde despliega sus raíces amargas.
Mi madre en un espacio inmenso.
Con sus pasitos lentos camina ya sin rumbo,
gira en pequeños círculos buscando mi presencia.
Busca algo más,
por eso está encerrada de recuerdos.
¿Busca el regazo que la tuvo?
¿El oído en los ecos?
¿Ojos para mirarse en la salida?
Pero me encuentra a mí, que ahora la acuno.
Mamá inventa escondites para guardar
las cosas. Es una forma de repartir el tiempo
de las uvas en racimos pequeños.
Es una forma de alisar la cuerda
y deshacer los nudos,
mirar con otros ojos cuando parten las naves
que no quisiera ver.
VIH
“Requiescat in pace”, inscripción en latín abreviada R.I.P.,
traducida por el conocido “Que descanse en paz”. Lucía no está en
paz consigo misma desde que enterró a su amiga, primero, y a su
hijo, después, ambos enfermos de Sida. También duda si el calvario
de un enfermo, tras una vida de sombras y estigmas, termina con
una palada de tierra.”
El Diario de Hoy
nacional@elsalvador.com
La noche que bendice es la viña festiva
manos del arcoíris invadiendo el eclipse
sin juicio sin castigo.
Es la caverna oscura del placer
húmedas transparencias de semen y saliva.
El deseo declara su inocencia de toda imputación.
Camino a las ojeras de la muerte viajan
juego y temblores, la tentación, mis huesos.
Ahora soy el convicto, el condenado, el que se lo merece,
el que no tiene herencia que dejar.
Ahora soy las escamas en la piel amarilla,
la mirada encerrada, la nube del dolor,
el diferente a todos por igual ante la madre virgen
tan piadosa en sus juicios.
Soy un reloj de arena, el que ya lo sabía,
la confusión y el odio, el que por algo,
madera de una nave cerca de la otra orilla.
Para qué recordar la fábula del caído
si la historia repite su corona de espinas.
Variaciones sobre las lágrimas
de Petra Von Kant
Petra: yo te amo, Karin, yo te amo.
Nosotras vamos a conquistar juntas el mundo.
No voy a estar más sola, me va a costar acariciarte, besarte.
Karin: Yo también te quiero mucho Petra, me gustas mucho,
pero me tenés que dar tiempo. Por favor.
Rainer W. Fassbinder
Venas lacias, Petra, sangre pálida.
Severa en el cristal, el de tus ojos,
en oscuro placer, tus decorados.
Un espiral de aromas sube de tus pies
a tu nuca, finísimo y voraz.
Recostada meditas los escorzos,
te diseñas, diseñas.
Bebiendo licores recibes maniquíes
desnudos en la luz de los espejos.
Has vibrado encumbrada en el hastío,
en los modelos de los escaparates
y el tecleo incesante de Marlène
escribe colecciones en tu mente.
El cansancio se cansa de vibrar,
frágil por los encantos, como sedas rasgadas
por el vaivén delgado de caderas
sobre la alfombra.
Sin embargo, Petra, sopla un viento obstinado
que en esquinas de filosas perlas te inclina
hasta la desmesura.
Y esa muchacha Karin que corre por el mundo,
ese animal que brota como un tallo de la naturaleza
llega como el deseo, el amor postergado
del que ruega, del que implora y espera su llamado
a ocupar el vacío del destino
La paciente utopía no deja de latir esa verdad.
Cara de niña, perdonas y desistes,
te encoges sin aliento, sobrevives la espera con pastillas,
la espera con alcohol, con cigarrillos.
El teléfono suena, punta de una caricia,
pluma del viento. Es ella.
Lágrimas de alfiler borran el maquillaje,
el tecleo se apaga, las muñecas no cesan
de dejarse llevar, de dejarse traer,
manoseada su piel.
Esa pasión no siente, no te entiende,
escucha sin oír el llamado de tu llanto.
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