sábado, 5 de diciembre de 2015

JOSÉ MARÍA MONGE [17.692] Poeta de Puerto Rico


JOSÉ MARÍA MONGE

Nació en Mayagüez, en el año 1840, y sin más instrucción escolar que la primaria llegó á ser uno de los escritores más eruditos y cultos del país. Por sus estudios personales, sin auxilio de maestro alguno, aprendió el latín y pudo leer en sus textos originales á Horacio, Virgilio, Juvenal y otros autores clásicos, de su devoción. Aprendió también literariamente los idiomas inglés, francés y algo del italiano, y llegó á ser un buen hablista de su propio idioma.

Escribió en prosa y en verso, cultivó con buen éxito el género satírico en ambas formas, suscribiendo esta clase de producciones con el pseudónimo de Justo Derecho; fué uno de los periodistas más ilustrados é ingeniosos del país, y como poeta lírico deja verdaderos modelos de versificación y galanura de estilo.

Y todos estos triunfos los alcanzaba en medio de los accidentes fatigosos y á veces violentos de la lucha por la vida, á costa muchas veces del necesario descanso, y por medio de grandes esfuerzos de la voluntad.

Fué uno de los escritores antillanos que con más instrucción y acierto ejercieron en el siglo anterior la crítica literaria, y fué también un aventajado defensor de las ideas liberales en Puerto Rico.

Aunque no carecía de altas dotes poéticas, la preocupación retórica y el afán incesante de la corrección y de la rima solían acortar á veces el vuelo de su inspiración.

Joven aún, se unió en matrimonio á una bella maya güezana, que fué su Musa inspiradora de toda la vida, y supo honrar su memoria después de muerto.

En un viaje que hizo á Italia en 1884, y acerca del cual escribió Monge un precioso libro, contrajo una fiebre malaria, que fué minando poco á poco su naturaleza y le ocasionó la muerte. Falleció en el mes de Marzo de 1891.

La esposa de Monge recogió cuidadosamente las obras inéditas de su dulce cantor, y las publicó en un bello libro, en 1897.

De ese libro fueron copiados los trabajos que se insertan á continuación:



LOS CAMPOS DE MI PATRIA

Ya en el oriente la argentada lista
Al mundo anuncia el reluciente coche
Del poderoso rey, á cuya vista
Recoge el manto la callada noche.

De ópalo y grana, y oro y amatista,
Se van las pardas nubes decorando:
Murmura el manso río,
Y en las húmedas hojas resbalando
Las gotas de rocío,
En mil cristales diminutos saltan,
Que el valle alegre en su extensión esmaltan.

Del monte oscuro en la poblada cumbre
Destácanse mil árboles gigantes,
[145]En cuyas copas la apolínea lumbre
Finge colores vívidos, brillantes.

Los crujientes bambús y los helechos
En sus dormidas aguas silenciosas
El lago azul retrata,
Y en recamados lechos
Las fuentes bulliciosas
Quiebran sus hilos de bruñida plata.

Ya en el risueño prado
Saltan los corderillos revoltosos,
Sale el buey del cercado;
El campesino la cabaña deja,
Y estirando los miembros perezosos,
La desgastada reja
Apresta sin tardanza,
Y removiendo fértil el terreno,
Deposita en su seno
Con la rica semilla, su esperanza.

Y mientras de su frente
Abundante sudor la tierra baña,
Óyense en la cabaña,
De su fiel compañera
Los sencillos cantares
Que entona, preparando los manjares,
Con los que ufana á su amador espera.

¡Oh, quién habrá que ciego
Á los encantos viva de Natura!
[146]¡Quién que placer no sienta
Al contemplar el plácido sosiego,
La majestad sublime y la hermosura
De los alegres campos, donde ostenta
El Hacedor su inmenso poderío!
Venid, los que en la orilla
Del Támesis sombrío,
El canto no escucháis del avecilla
Que con presteza suma
Los espacios cruzando diligente,
En el cristal de solitaria fuente
Viene á empapar la matizada pluma.

Venid, los que del Sena
En la poblada margen bulliciosa,
Sólo miráis esplendidos palacios
Y cúpulas soberbias, que parecen
Escalar de las nubes los espacios:
Y los que en leños débiles se mecen
Al compás de las aguas turbulentas
Del histórico Rhin, en cuya orilla,
Salvando de los tiempos el abismo,
Las ya negruzcas torres nos recuerdan
El pasado esplendor del feudalismo.

Venid todos, venid: en esta Antilla
Breve porción del mundo americano,
Donde Natura desplegó sus galas
En cielo, y mar, y cúspides y llano;
Donde agitan sus alas
El ruiseñor, la alondra y el jilguero;
Donde crece el banano
Y el rico limonero,
De la ciudad ornato y de la granja;
Donde brota el hicaco diminuto,
Al oro imita la sin par naranja,
Y el alto cocotero
Mece en los aires su sabroso fruto;

Aquí al rayo de lumbre matutina
Que ofrece por doquier bellos celajes,
Naturaleza ostenta mil paisajes
Que envidia dan á la región alpina,
Y á los fecundos valles
Que el Ararat altísimo domina.

¡Oh, si á las obras de natura sabia
También viese yo unidas
Aquellas que pregonan
La inteligencia y el esfuerzo humano!
¡Si desde las alturas que coronan
Las lomas florecidas
Y los extensos llanos
Donde crecen la caña cimbradora,
La palmera, y el mango, y el yagrumo,
Viese cruzar con rapidez que impone,
Entre penachos de humo,
[148]Veloz locomotora!
¡Si en los bosques espesos
Que forman los cocales,
Viese pasar la barca silenciosa
Por los anchos canales
Trazados por la ciencia, que orgullosa,
Parte de su caudal quitando al río,
En múltiples variadas direcciones
Va llevando riqueza y poderío
Á lejanas é incógnitas regiones....
Entonces yo diría
Lleno de orgullo y de emoción sincera,
Que tú eras, patria mía,
Entre todas las otras, la primera!



Vida tranquila 

¿Quien no gusta, Fileno,
de la tranquilidad que el campo ofrece,
y de entusiasmo lleno,
la dicha que apetece
en él no encuentra, y su placer no crece?

El mundano ruido
de la torpe calumnia el grito fiero,
no turban, no, su oído,
y sólo del jilguero
el canto escucha, dulce y placentero.

Reclinado a la sombra
de la alta ceiba o roble corpulento,
sobre la verde alfombra,
de pesares exento,
las horas pasa en plácido contento.

No allí le envidia aleve
turba su dicha o su quietud altera,
ni la vil lengua mueve
la lisonja rastrera
del interés mezquina compañera.

Allí mira dichoso
cómo resbala el límpido arroyuelo,
y en el curso caprichoso,
con incesante anhelo,
el lirio besa que engalana el suelo.

¡Oh torpe el que desprecia
la fuentecilla alegre, el prado ameno,
por la ruin pompa necia
del pueblo en cuyo seno
derrama el vicio su fatal veneno!

Del mundo retirado,
la grata soledad cantos me inspira;
y ajeno de cuidado
al eco de la lira
libre mi pecho sin dolor respira.

Que surque el ambicioso
en frágil leño los revueltos mares,
del oro codicioso:
que yo, entre los palmares,
vivo alegre, sin lujo y sin pesares.

Intrépido el guerrero
busque la lid, y títulos honores
alcance con su acero.
Yo entre galanas flores,
ni sangre miro, ni contemplo horrores.

Cuando al final del viaje
rígido el cuerpo se desplome inerte,
y silencioso baje
allá, donde la Muerte
todo en polvo mezquino lo convierte,

sobre la tumba aislada,
junto a la cruz, como único tesoro,
con flores adornado
poned el harpa de oro
del pobre alumno del Castalio coro.



CARTA DE JUSTO DERECHO AL CARIBE

Héme ya otra vez, Sr. Caribe, por estos mundos de Dios, con la pluma detrás de la oreja y el biberón en los labios, dispuesto á seguir ocupando las columnas del Museo, á pesar de los peligros que corrió mi pobre persona al dar á luz mi último artículo, escrito lejos de aquí.

Al empezar el que hoy me ocupa, muéveme ante todo contestar la atenta carta que me dirigió Ud. en 17 de Febrero último, sintiendo que mis muchas[149] ocupaciones no me hubiesen permitido hacerlo antes. Quizás le causará extrañeza saber que un liberal reformista esté ocupado, pero esa es la verdad, Sr. Caribe. Sin parientes ricos que me dejasen una herencia, y sin apercibir sueldo del Estado, cuéstame para ganar la vida trabajar sin descanso, hasta ver si reuno un capitalito, para perderlo con las Reformas, las cuales, según los vaticinios de los modernos Isaías, vendrán en forma de crecientes, inundándolo todo y dejando al país en completa ruina.

Créame, Sr. Caribe; cuando pienso que las libertades se han de tragar el fruto de nuestro trabajo, casi me dan tentaciones de pasarme al otro partido, y á fe que si no lo hago es porque me acuerdo de los tiburones.

Pero dejando al tiempo que resuelva si hemos de hallar en las reformas nuestra felicidad ó nuestra ruina, pasaré á tratar de su citada carta, en la cual me invita Ud. á entablar una correspondencia, con el fin de revelarnos mútuamente el resultado de las observaciones que hagamos en nuestras respectivas localidades. Acepto gustoso, Sr. Caribe, semejante proposición; pero no olvide que para lograr nuestro objeto tenemos que preparar de antemano nuestros aparatos fotocríticos, á fin de obtener copia exacta de innumerables tipos que nos rodean.

¡Si viera Ud. cuántas especies nuevas he encon[150]trado á mi regreso á esta Villa, y las transformaciones que han sufrido algunas de las que ya conocía!

Los hombres patos, por ejemplo, que á mi salida frecuentaban los dos partidos aquí existentes, parece que no han podido sostenerse por más tiempo en la política anfibia, y han tenido que declararse. Unos, convertidos en verdaderos zaramagullones, se han lanzado por completo á la laguna conservadora; y otros, por temor del agua, han alzado el vuelo y recorren ahora las campiñas liberales. Huya Ud., Sr. Caribe, de los hombres patos, huya de una especie que, como ésta, es susceptible de vivir y engordar en dos elementos tan opuestos.

Otra de las que más han llamado mi atención, es la de los hombres boyas, individuos que sin conocimiento alguno de la geografía hidrográfica, se han colocado por sí mismos en el mar de nuestras reformas, para indicar á nuestro Gobierno los escollos que en él se encuentran y los peligros que corre la nave del Estado que los cruza en estos momentos.

Entre ellos, unos creen de buena fe en los peligros de la nación, y merecen nuestro respeto; otros temen los de sus intereses, y hay que dejar al tiempo que los desengañe; los menos, en fin, fervientes devotos de San Hermenegildo, desean crearlos para medrar[151] y obtener una posición que por sus méritos no llegarían jamás á obtener.

Y ¿qué diría Ud., Sr. Caribe, si viese á los hombres gusarapos, esos que presentándose rara vez en la superficie, se agitan constantemente en el fondo, y allí sin ser vistos fomentan con sus maquinaciones los odios que deberían esforzarse en aplacar?

Y ¿qué diría Ud. de los hombres triquitraques, que hacen muchísimo ruido en todas partes, pero son incapaces de hacer daño? ¿De los hombres Janos, de esos que tienen dos caras en un solo cuerpo, y estrechan hoy vuestra mano y os llaman amigo, para injuriaros mañana, sólo por saciar su vil mordacidad?

Si no fuera por temor de extenderme demasiado y de cansar su paciencia, le iría presentando uno por uno los tipos de mi variada colección.

Hombres actores, que aparecen solos ante el público ocupando el escenario, pero que en realidad representan el papel que les asigna la comparsa que se agita tras de bastidores.

Hombres caracoles, que salen á insultar á los demás, lanzándoles epítetos injuriosos, y que tan pronto se ven combatidos por la razón y la justicia, corren á refugiarse en la concha de la nacionalidad.

En fin ¡son tantos y tan variados los personajes que van apareciendo desde hace poco en el campo[152] de los partidos! ¿Y para qué? ¿No sabemos por experiencia que la política de nuestra isla es un organillo cuya manigueta está en manos del Ministro de Ultramar, y el registro en las del Gobierno, y que á merced de ambos está que el instrumento deje oir las notas de la marcha Real ó del himno de Riego?

Y si nuestro porvenir depende del porvenir de la madre patria, ¿por qué ese encarnizamiento entre nosotros? ¿Se necesita, por ventura, un juicio despejado para comprender que si aquella continúa en la marcha de regeneración y de progreso hemos de seguir los reformistas de acá pegados al biberón, mal que les pese á los conservadores, y que si viceversa el pueblo español retrocede, si vuelven los aciagos tiempos borbónicos, hemos de continuar comiendo conserva, mal que nos pese á los liberales? Si comprendemos todo esto; si unos y otros estamos como los muchachos jugando al catre, ¿por qué no correr cada uno por su lado, sin necesidad de insultarnos, hasta ver cuál llega primero?

Pero ¡ah! Sr. Caribe, para esto sería indispensable desterrar de la política á los hombres intransigentes, y esto es imposible.

Á nosotros nos llaman el partido de Ponce de León, porque creemos que las Reformas serán la fuente de Biminí que vendrá á rejuvenecer nuestra[153] vida política. Á ellos les llamamos el partido el Calipso, porque acostumbrados á vivir en la gruta de las prerrogativas sin ser molestados, empiezan á ver en el horizonte algo que no les conviene, y porque á semejanza de aquella diosa, pasan su vida llorando á lágrima viva, ne pouvant se consoler du départ d'Ulysse.

En esta dilatada lucha, Sr. Caribe, ¿cuál partido triunfará, el de Ponce de León ó el de Calipso? El tiempo, cuya mano de hierro rasga el velo de la incertidumbre, vendrá pronto á disipar nuestra duda. Mientras tanto, luchemos llenos de fe y de confianza; pero luchemos con lealtad y con nobleza, dejando que otros menos escrupulosos sigan esparciendo en todas partes la semilla de la odiosidad.

Me he extendido, Sr. Caribe, más de lo que debiera, y á fe que si me dejase guiar por la comezón que siento de escribir, áun llenaría muchos pliegos de papel.

Siento no poder dar á mis lectores los atolitos liberales que les había ofrecido; pero ¿cómo soltar el biberón cuando las Reformas no han llegado aún todas?

Yo á veces, al ver la manera con que van llegando, me he figurado que siendo el Sr. Ministro un tanto aficionado al arte dramático, quizás haya concebido la idea de enviárnoslas en cuatro actos. Faltando[154] solamente el último, que es nada menos que el desenlace, pronto podremos conocer el mérito de la obra.

Se me olvidaba decirle que los empleados de por acá, Sr. Caribe, están de enhorabuena, pues se acabaron los sueldos mezquinos, y hoy el que menos gana tres ó cuatro mil pesetas, y según va nuestro sistema monetario, el año entrante nos metemos en reales de vellón, y al siguiente, sin saber cómo ni cuando, nos encontramos con las papeletas.

¡Y luego nos quejaremos de que no se hacen reformas!

No terminaré mi artículo, Sr. Caribe, sin aconsejarle que cuando escriba sus observaciones, tenga, como, yo, mucha sangre fría, y se prepare á oir los injuriosos epítetos que nos lanzarán mezquinos contrarios. En cuanto á mí, ya sabe Ud. que me llaman mamalón, aunque no acostumbro vivir del prójimo ni pertenezco á la especie de hombres Telémacos, de esos náufragos que se presentan en la isla de Calipso, para vivir allí regaladamente, á costilla de la diosa, contando sus pasadas aventuras. Ya sabe Ud. que me llaman injusto y torcido, aunque soy partidario de la igualdad y á pesar de andar derecho, sin que mi cuerpo revele defectos físicos.

Así, pues, con la cabeza erguida y á despecho de ciertas capacidades que sólo deslumbran á unos pocos, continuaré impertérrito mi camino, esperando[155] que Ud., Sr. Caribe, haga lo mismo, pues de este modo nos hemos de divertir mucho con las miserias de este mundo.








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