FRANCISCO GONZALO MARÍN
-PACHÍN MARÍN-
Fué un poeta malogrado, como Francisco Álvarez; ambos murieron casi á la misma edad.
Marín nació en Arecibo, el día 9 de Marzo de 1863. Cuando apenas había terminado su instrucción primaria, se lanzó á la lucha política del periodismo, fundando un pequeño semanario, con el título de El Postillón, que hubo de chocar pronto con la censura de imprenta y aún con los tribunales de aquel tiempo. Emigró entonces Marín á Santo Domingo, y allí se encontró con una situación más restrictiva y dura que la de Puerto Rico. El Presidente Lilí extremaba igualmente su tiranía contra los dominicanos y los extranjeros que no se sometían á su autoritaria voluntad. Desterrado de la República dominicana, dió en Venezuela, de donde el general Andueza Palacio le desterró también, á mediados del año 1890.
De allí volvió á Puerto Rico, se avecindó en Ponce, y reanudó sus tareas de periodista en El Postillón redivivo, que sucumbió el año siguiente, á fuerza de multas, procesos y suspensiones.
Á fines del año 1891 se hallaba Marín en Nueva York, colaborando en el periódico separatista Gaceta de Puerto Rico, dirigido por el Señor Vélez Alvarado. Fué durante algún tiempo secretario del Club Borinquen, establecido en aquella ciudad, y publicó entonces su primera colección de versos con el título de Romances, á la cual pertenecen las composiciones que se insertan al final de estas líneas.
Sus biógrafos suelen aplicarle el calificativo de bohemio, quizá por lo que tenía de ambulante; pero su peregrinación no era voluntaria, sino más bien consecuencia de su temperamento batallador y de su espíritu revolucionario. Su inquietud tenía mucho de rebeldía. Las obras que publicó revelan talento é inspiración poética. Sentía, pensaba y sabía expresar sus ideas con cierta elegancia y energía, pero en él superó siempre el hombre de acción al hombre de pensamiento, y manejaba mejor el rifle y el machete que la pluma.
Su poesía es, sin embargo, espontánea, y se revela en ella sin esfuerzo su corazón y su carácter.
Hallándose en la gran metrópoli comercial americana tuvo noticia de que había muerto su hermano Wenceslao, teniente de caballería en el ejército cubano en campaña, y quiso suplir á aquél, peleando por la libertad de Cuba. Se agregó á la expedición del Dr. Rafael Cabrera, en Agosto de 1896, y en Octubre del mismo año figuraba como sargento en la escolta de Máximo Gómez, desempeñando el cargo de Secretario auxiliar del Despacho.
La vida azarosa de los combates y lo insalubre de las lagunas y los terrenos pantanosos que con frecuencia tenía que recorrer, le produjeron unas fiebres rebeldes. Tres soldados fuertes recibieron el encargo de conducirle á una zona libre de peligros, en donde pudiera curarse; pero arreciaba la fiebre de Marín, no podían pasar la Trocha sino después de un larguísimo rodeo, y decidieron dejarle provisionalmente en una espesura del bosque, para volver luego con más fuerzas y medios de seguridad para salvarle.
Parece que los accidentes imprevistos de la guerra alejaron á los compañeros de Marín de aquel sitio más de lo que ellos habían pensado, y la enfermedad aniquiló pronto al pobre guerrillero. Un mes más tarde, cuando aquéllos lograron volver junto á la ciénega de Turiguanó, donde había quedado Marín, sólo encontraron en la hamaca el esqueleto de nuestro infeliz poeta, abrazado á un fusil....
Ocurría esto en Noviembre del año 1897.
Las dos siguientes composiciones suyas pueden dar idea de la inspiración poética del autor, en los dos estados de ánimo que eran en él más frecuentes:
MARIPOSAS
I
La pléyade fugaz de alas de oro
surgió de pronto en la callada alcoba,
Y mi madre me dijo:
—No te asustes,
son bellas, y se llaman mariposas.
Donde hay amor, perfumes, alegría,
besos, arrullos, esperanzas, notas...
Donde tiene su trono la inocencia,
altar el bien, la dicha sinagoga;
donde hay luz, y cariños, y poesía;
donde no existe un átomo de sombra,
allí van á formar, amado mío,
nido de luz las raudas mariposas.
II
Cuando me encorve el peso de los años,
cuando la senda del dolor recorra
y, cansado viajero, sin un triunfo
me tienda á descansar sobre una fosa,
¡quiera Dios que en la noche de mi cráneo,
así como en el hueco de la alcoba,
vengan á fabricar, madre del alma,
nido de luz las bellas mariposas!
EL RUISEÑOR
I
Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la hora
en que despierta perezosa el Alba,
él vierte trinos, de alborozo llenos,
como la aurora lágrimas.
Yo aplaudo al ruiseñor al medio día
porque, de árbol en árbol cuando salta,
quema, creyente, en el altar de Febo
no incienso, alas...
Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la Tarde
—su novia—ofrece quejumbrosa cántiga,
y le aplaudo también cuando á la Noche
entona una plegaria...
II
Mas si alevoso huésped, por codicia,
del recinto selvático le arranca
para dejarle prisionero alado
dentro la odiosa jaula;
El pobre ruiseñor cierra su pico,
enfermo pliega las oscuras alas,
y, romper no pudiendo sus cadenas,
muere de rabia...
Entonces ¡oh! no sólo del aplauso
agito yo las palmas,
sino que, noble, sin igual y altiva,
doy forma á esta pregunta temeraria:
¿Por qué los pueblos que aherreojó el tirano
también no aprenden á morir de rabia?
El trapo
Cuando un pueblo no tiene una bandera,
bandera libre que enarbole ufano,
en pos de su derecho soberano
y el patrimonio, la gentil quimera;
si al timbre de su gloria entera
bríos de combate en contra del tirano,
la altiva dignidad del ciudadano
o el valor instintivo de la fiera;
con fe gigante y singular arrojo
láncese al campo del honor fecundo,
tome un lienzo, al azar, pálido o rojo,
y, al teñirlo con sangre el iracundo
verá cambiarse el mísero despojo
en un trapo que asombre a todo el mundo.
Honrar a Francisco Gonzalo Marín Shaw (Pachín Marín)
Pero allá tengo también,
y voy a encontrar ilesos,
laureles para mi sien,
hombres para Borinquén
y de mi hermano los huesos.
Francisco G. Marín
Siento vergüenza de que fueran cubanos quienes abandonaron a Francisco Gonzalo Marín Shaw (Pachín) en la ciénaga de Turiguanó, fuera por la razón que fuese. Ya había publicado sobre la vida de este poeta y periodista puertorriqueño (de Arecibo), devenido soldado libertador que ofrendó su vida por la independencia de Cuba y de Puerto Rico.
Gracias a mi blog me han contactado personas de diversos lugares y no podía faltar Puerto Rico en esa lista. Y el poeta y crítico Ernesto Álvarez me envió el libro Biografía de Francisco Gonzalo Marín (Dedicada a don Santiago Marín), del historiador y escritor arecibeño José Limón de Arce. Precisamente, este año se cumplen 100 años de la primera edición, en Arecibo, Puerto Rico.
En la portada, xilografía realizada por Martín García Rivera.
Razón tiene José Gabriel Quintas, historiador e investigador avileño, en su artículo «Vida, pasión y muerte de Francisco Gonzalo Marín» cuando dice:
«En el prólogo a Los poetas de la guerra José Martí sentenciaba: “El hombre es superior a las palabras. Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abramos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen valor para imitarlos”. Tal parece que esto fue escrito para Francisco Gonzalo Marín […]»
Son muchos los artículos que he leído en ese libro sobre la horrenda muerte de Francisco Gonzalo Marín, todos, con el mismo matiz de desprecio a quienes lo abandonaron a su suerte, enfermo, en medio de la ciénaga. Las páginas señaladas al final de cada cita se refieren al libro que aparece en la bibliografía:
“Es Pachín el propagandista de las causas de Cuba y Puerto Rico en la ciudad de Nueva York, a favor de estas dos islas, últimos reductos del imperialismo español en América; el mártir de la guerra de independencia de Cuba quien, para mayor burla del destino, no logró morir honrado por el plomo de una bala enemiga en pleno combate, como gloriosamente cayó Martí en el frente de batalla, sino abandonado por sus compañeros de armas en medio de las aguas infectas de la ciénaga de Turiguanó, colgando su hamaca de dos ramas de mangle, elevado entre las raíces innobles hundidas en el pantano, acechado por las voraces auras tiñosas, aves de rapiña dispuestas a alimentarse de los despojos de otras vidas, agredido por enjambres de crueles mosquitos formando nubes oscuras y asesinas, portadores de la fiebre amarilla —que años más tarde combatirá con éxito Carlos Finlay—, amenazado por la malaria que se contrae en la putridez del pantano, enemigos más peligrosos y mortales que los soldados españoles atrincherados tras la trocha alambrada en el camino entre Júcaro y Morón.” (Ernesto Álvarez, pp.11-12)
“Y se fue desde Oriente, donde estaba enfermo y triste, con el pleito fulgurante que había que resolver al otro lado de la Trocha, en las fraguas de cíclope del Camagüey, o asiento del gobierno cubano. Más, no quiso irse por otra senda que la deshonor y el combate y así, se unió a una expedición que iba en busca de cero sobre el hediondo vientre del reptil, de putrefacto piélago. Y lo dejaron solo, tan solamente con el pestífero aliento de la traición ajena.
“Cuando al mes volvieron a pasar por el sitio de la infamia, las furias-hombres de la expedición que sólo honran almuerzo, encontraron a éste, en esqueleto, en actitud del honor, con el arma invicta terciada sobre el pecho heroico… ¡Horror!, ¡callemos!, sí, ¡callemos!…” (Enrique Méndez Classen, p. 61)
“Ahora bien: De un modo u otro es lo seguro que atravesando la Ciénaga, en plena manigua cubana, abandonado por sus camaradas, agobiado por la soledad, con la nostalgia de la patria adorable en el corazón y el recuerdo de su familia, entre las que se hallaba su padre su hija, en el alma, devorado por el hambre y la sed, enloquecido por la fiebre, por único lecho la hamaca incómoda, por compañero único el fusil del soldado, cayó par no levantarse jamás le héroe arecibeño que un día, joven aún con la clarividencia del poeta, presintiendo un porvenir lleno de amarguras y dolores, dijo en una estrofa digna de Campoamor: Morir, decir adiós a los que quedan / Es ganar la mejor de las batallas!” (José Limón de Arce, p. 62)
“Fue un crimen… ¡Esperad! Ya veréis. […]
“Marín tiritaba a los accesos de la fiebre mortal que había hecho presa en él.
“Empezó a caminar, temblando de frío, por sobre el enmarañado dédalo de raíces de los manglares de Turiguanó; pero cuando con toda la suma de su esfuerzo había adelantado penosamente un cuarto de legua, realizando el perenne gimnasio de subir, bajar, deslizarse, arrastrarse… ya no pudo más… Sus compañeros, saltando de raíz en raíz, como gorilas en un bosque africano, se acercaron a él, lo colocaron en una hamaca, y cargárosle a cuesta… ¡Pero era imposible! Los movimientos irregulares a que daba lugar la irregularidad de aquel suelo infranqueable, producían tales sacudimientos en el extenuado cuerpo del pobre Martín, que los que querían salvarlo, lo estaban matando. Era preciso unas veces subir un árbol con él cargado; otras era necesario penetrar en el mar. Cruzarlo por entre las raíces, arrastrarlo por entre ramas angulosas y punzantes como zarzas. Aquello era un suplicio horrible. Martín suplicó que colgaran su hamaca en los árboles y que lo dejaran allí. Nadie quiso acceder a ello; pero él insistió, rogó, lloró…!
“—¡Me estás matando! —dijo angustiado—. Dejadme ahora, y volved mañana por mí…!
“Llovía, los mosquitos y los jejenes tenían ya rabiosos a los hombres en fuerza de infiltrarles veneno con sus picaduras: tenían hambre: tenían prisa… al fin dejaron a Marín en su hamaca colgada de dos manglares y prometieron volver por él con gente fresca y auxilios.
“Marín se quedó solo en medio de la isla de Turiguanó. Los accesos de la fiebre que lo minaba hacían temblar los manglares de que su hamaca pendía, y por debajo de él se extendía la red inmensa e impenetrable de las extrañas raíces, que parecían indescifrables jeroglíficos dantescos, negros como la página espantosa de un infierno grabada por Doré. Los enjambres de mosquitos rodeaban la hamaca; los jejenes pasaban a través del tejido de 4lla y prendían en la carne del poeta, que rechinaba los dientes, temblaba, y sostenía la emisión de un suspiro tanto cuanto era larga su calentura.
“Pero al día siguiente vendrían sus compañeros con alimentos y medicinas, frazada y agua… agua limpia, dulce, transparente. Sólo quería ahora el poeta, agua, que se le antojaba néctar; la medicina no le hacía falta; agua, agua, porque su garganta era un volcán, y en el semi delirio de su fiebre recordaba que el agua era dulce, fresca, brillante como diamante líquido, como cristal, pura suave, argentada, vivificadora; tenía el agua transparencias, reflexiones, irisadas, relampagueos deslumbradores; pero sobre todo era pura, límpida, dulce, fresca…
A los compañeros de Martín los reclamó el servicio en otra parte. Y cuando un mes después volvieron a pasar por turiguanó, en la hamaca encontraron su esqueleto, abrazado a su fusil. (Luis Lamarque: “Cómo murió Marín”, julio 27 de 1899) (pp. 85-88)
“Pocas veces durante mi vida de soldado, he sentido un dolor tan profundo como el que hoy viene a herirme despiadado. Cuando me dieron la noticia, relatándome los detalles de su obscura muerte, colgada la hamaca entre dos mangles, sin más horizonte que la ciénega dilatada, devorado por la fiebre y pensando en la tierra nativa, que no había de ver más, cuando me dijeron que el poeta Francisco Gonzalo Marín quedó enterrado en el suelo inseguro y fangoso; cuando el fiel asistente me entregó los papeles del amigo quer9do, indefinible tristeza se apoderó de mi espíritu.
[…]
“Vino a Cuba a buscar
“Coronas para su sien
“Hombres para Borinquén
“Y de su hermano los huesos.”
(Modesto A. Tirado: La muerte del poeta Marín, Cubitas, Camagüey, diciembre 14, 1909) (pp. 88-81)
“Hablando con el soldado de la independencia, Américo Castellano, me preguntó si yo era español.
“—No —le dije— soy de Puerto Rico, hijo de Hatillo.
“Entonces, con ademán entristecido me contestó:
“—El mejor puertorriqueño en la manigua, andaba con nosotros. Era poeta de talento natural; valiente y excelente amigo. Máximo Gómez no le permitió que saliera a operaciones. Lo quería para mandarlo a la junta revolucionaria de Nueva York, tales eran sus méritos con nuestro presidente.
“—¿Sabe dónde murió? —dije.
“—En aquel monte que allí se describe formado de mangles, quedó abandonado, con fiebre y en una hamaca colgada de mangle a mangle. No pudimos continuar con él. Circunstancias de la guerra nos obligaron a dejarle. El comandante Padilla aun está procesado y no puede ejercer cargo público por haberlo abandonado.”
“—¿Y cómo se llamaba?
“—Gonzalo Marín —contestó el soldado.
“Un momento de turbación sentí en mi alma y reprimiendo las lágrimas dejé al informante.
“Ese mártir de la libertad era pariente mío. Su venerable padre se llama D. Santiago Marín y vive en Arecibo. Yo haré lo posible por erigir un modesto monumento a la memoria de tan valiente soldado. […]” (Rafael Molinary: Una carta conmovedora, en La Correspondencia de Puerto Rico, 22 de diciembre de 1908) (p. 99)
Quizás alguien piense que me he excedido con tantas citas acerca de cómo murió este patriota, pero no se me aparta de la mente esa muerte espantosa y que no mereció.
Lápida de mármol enviada por el gobierno de Cuba
El Gobierno de Cuba, un tanto avergonzado y con el fin de demostrar a los puertorriqueños su gratitud hacia aquellos que de ese país lucharon por nuestra independencia, envió una lápida de mármol para que fuera puesta en la calle que llevaría el nombre del poeta y patriota, llamada anteriormente Calle del Rosario. Contenía en su parte superior el letrero de Calle de Francisco Gonzalo Marín, y debajo, en altorrelieve, los escudos de Cuba y de Puerto Rico.
Esta lápida está instalada en el edificio que ocupa el Banco Popular, construido donde estuvo la casa de Santiago Marín —padre de Pachín—, y en la cual nació el patriota.
Placa ubicada debajo de la que envió Cuba.
En el periódico El Machete apareció un artículo referido a la lápida enviada por el Gobierno de Cuba. Finaliza así:
“Cumpliendo un deber, nos place consignar por medio de éstas líneas, la satisfacción inmensa que ha de rebosar no sólo en los arecibeños que se sienten orgullosos ante el premio que se le tributa a un paisano, sino que también lo sentirán todos los puertorriqueños, pues este honor ha de repercutir en el orbe entero, para dar una prueba que en Puerto Rico como en los demás países del mundo, el amor patio puede crear mártires para que santifiquen la vida, y héroes que iluminen la historia.
“Sólo nos resta enviar en nombre de todos los puertorriqueños la expresión más tierna de nuestra alma al Gobierno que representa la isla hermana, como prueba de gratitud a aquella región de luz y aromas regada por la sangre noble de los Maceos, los Martí, los Gómez e innumerables héroes que fenecieron en holocausto de su patria.
“¡Gloria a los mártires!” (pp. 81-82)
Fotos de las placas: Cortesía de Haÿdée de Jesús Colón y Ernesto Álvarez.
Bibliografía:
Limón de Arce, José: Biografía de Francisco Gonzalo Marín (Dedicada a don Santiago Marín), 131 pp., Casa Paoli del Centro de Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico, 2007.
Vida, pasión y muerte de Francisco Gonzalo Marín [Pachín]
2 julio, 2008 por verbiclara
Francisco Gonzalo Marín (Pachín)
En el prólogo a Los poetas de la guerra José Martí sentenciaba: “El hombre es superior a las palabras. Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abramos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen valor para imitarlos”.
Tal parece que esto fue escrito para Francisco Gonzalo Marín (1863-1897) anticipadamente, para aquel romántico poeta y periodista boricua que devenido en soldado libertador ofrendó su vida por la independencia de Cuba y Puerto Rico. Marín no ha gozado con la posibilidad de otros y no se ha podido recoger el polvo de sus huesos, pues descansa en un lugar ignoto de la Isla de Turiguanó. Sin embargo, debemos recoger el polvo de sus pensamientos, como manda Martí, para conservar la memoria de este hombre que fuera “rebelde como un bravo a la injusticia y dócil como un niño a la patria”.
Cabe preguntarnos, ¿qué sabemos de este patriota? Intentemos una breve semblanza y demos algunos otros elementos al lector para que se forme un juicio claro acerca de esta atractiva personalidad del siglo XIX antillano.
Francisco Gonzalo Marín Shaw nació en Arecibo, norte de Puerto Rico, el 12 de marzo de 1863, hijo de Santiago Marín Solá y Celestina Shaw Figueroa. Tuvo, que sepamos, otros seis hermano, entre ellos Wenceslao, quien cayera también en nuestra última guerra independista en el oriente de Cuba. Pachín, como la llamaban cariñosamente, no pudo concluir los estudios seminarios por falta de recursos económicos y se hizo tipógrafo para lograr el sustento propio y ayudar a su familia, y de esta manera se vinculó al mundo periodístico que tanta relevancia tendría en su existencia.
Su labor en una imprenta como cajista le permitió publicar un primer libro de versos, Flores nacientes (1884), donde dio rienda suelta a su temprana vocación poética. Por estos años se entusiasma con las ideas del maestro y patriota puertorriqueño Román Baldoriot y de Castro, de corte autonomista, y se convierte en seguidor y propagandista de este y su mensaje, amén que le dedicara el folleto Mi óbolo (1887), el cual contiene los poemas “Mis dos cultos”, “A la asamblea” y “Al sol”. Este mismo año funda en Arecibo el periódico El Postillón, diario que le ocasionaría serios problemas con las autoridades y le conduciría a su primer exilio, en República Dominicana.
En la hermana nación ejerció el magisterio y también enseñó música, pues Marín tocaba muy bien el violín y la guitarra, además de cantar. Publicó acá un cuadro dramático alegórico, titulado 27 de febrero, en homenaje al país dominicano y donde actuó en uno de los papeles el día del estreno. Todo este ambiente parecía inclinarlo hacia una convivencia estable en Santo Domingo, hasta que se produjo el choque inevitable con el tirano de turno, Ulises Hereaux, alias Lilis. Existen varias versiones sobre el incidente, pero narremos brevemente la que parece más verosímil.
Marín escribió un artículo sobre instrucción pública en un periódico local que llamó la atención de Hereaux, el cual deseó conocer al autor por el vivo interés que despertó en él su contenido; ganado el afecto y la confianza del gobernante, ello le sirvió para obtener un cargo oficial, pero al poco tiempo Pachín no se sintió atado por esto y salió en defensa de un adversario del dictador que había sufrido represalias y para eso escribió un trabajo sobre los derechos del pueblo y criticó el carácter despótico del régimen.
Desde luego, esto provocó la furia del tirano quien ordenó la encarcelación de Marín y pasado un tiempo envió a buscarlo, esposado; se cuenta que lo despidió con estas palabras: “En el puerto hay una goleta que va para Curazao, con que… lárguese de aquí”.
De nuevo errante, el patriota boricua tras su paso por Curazao se estableció en Venezuela, ya en 1889, y laboró como cajista en la imprenta El siglo de Caracas, ocasión en que publicó el poema “Emilia” y otras composiciones más. Pero Pachín era celosamente fiel a su destino y convicciones, y no tardó en entrar en conflicto con el tiranuelo local, Raimundo Andueza Palacio, quien decretó su expulsión de Venezuela hacia la isla de Martinica, colonia francesa, junto a otros periodistas críticos de su gobierno. Se afirma por algunos que un soneto dedicado a Andueza fue el detonante de su salida de este país, soneto que concluye de esta manera: “Cuida, pues, adulado corifeo, / de que el poder o el bajo servilismo / de juez acaso te conviertan reo”.
En 1890, luego de sus amargas experiencias antillana y sudamericana, regresó a Puerto Rico y reanudó la publicación de El Postillón, en su segunda época; ello le acarreó una difícil situación política y tuvo que partir en secreto de su amada isla en agosto de 189l con destino a Boston, Estados Unidos. Antes dejó una carta pública titulada “A mis jueces y mis amigos” donde aclaró las causas de la partida precipitada de Borinquen.
En el exilio norteamericano se unió a la Junta Revolucionaria de Cuba y Puerto Rico, publicó por tercera ocasión El Postillón (1891-1892) y sacó a la luz su libro Romances (1892), con prólogo de su compatriota Modesto Tirado, y cinco narraciones en La Gaceta del Pueblo (1892). Son estos los intensos años en que conoció a José Martí y enseguida mostró empatía con el prócer cubano, al extremo que se desempeñó como secretario del notable Club Borinquen, afiliado al Partido Revolucionario Cubano, y colaboró con cierta asiduidad en Patria.
A partir de 1893 vive por poco tiempo en Haití, donde fracasa un negocio que allí regenteaba, pero a pesar de todo tuvo bríos para fundar un club revolucionario; de vuelta a Nueva York se enteró de la caída en la manigua de su entrañable hermano Wenceslao el 29 de abril de 1896, y este dolor lo impulsó a incorporarse a la guerra de Cuba, lo que hace saber a su padre en emotiva carta. Enrolado en la expedición al mando del general Rafael Cabrera, que partiera de las costas de Georgia y desembarcó en Nuevas Grandes, Nuevitas, en el mes de agosto de 1896, entramos así en la última etapa de la fecunda y agitada vida de Francisco Gonzalo Marín.
Nos interesa, no obstante, antes de ubicar a Marín en la guerra dilucidar un polémico asunto, y que no es otro si fue él autor de la bandera de Puerto Rico. Son varios los patriotas a quienes se les atribuye este alto honor, tales como Manuel Besosa y Antonio Vélez Alvarado, pero existe una carta de Juan de Mata Terreforte, vicepresidente de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano que inclina la balanza hacia nuestro Pachín Marín. Esta esclarecedora misiva afirma:
La adopción de la bandera cubana con los colores invertidos me fue sugerida por el insigne patriota Francisco Gonzalo Marín en una carta que me escribió desde Jamaica. Yo hice la proposición a los patriotas puertorriqueños que asistieron al mitin de Chimney Hall y fue aprobada unánimemente.
Fue Terreforte un testigo único y patriota probado, capaz de aclarar este embrollado asunto, pues a sus altas responsabilidades en la Sección Puerto Rico del PRC y el Club Borinquen, téngase en cuenta que fue la persona designada para realizar la propuesta de adoptar como enseña puertorriqueña la bandera cubana con los colores invertidos en el trascendental acto mencionado, por lo que no deben quedar dudas acerca de la autoría de Marín.
Volvamos al romántico luchador boricua ya inmerso en la guerra independentista de Cuba, sabemos que luego del desembarco primero se unió al gobierno de la República en Armas y más tarde al Cuartel General de Máximo Gómez. En campaña no solamente cumplió sus deberes militares —alcanzó el grado de alférez o subteniente—, sino que se desenvolvió como corresponsal de guerra para La doctrina de Martí, publicación decenal que editara en Nueva York el íntegro Rafael Serra. De estos momentos contamos una descripción suya hecha por un compañero de armas quien le conoció entonces:
Rostro al cielo en una hamaca que se mecía un hombre de piel cetrina, cabeza rapada, feo de cara y escaso de carnes, que parecía interrogar al firmamento sobre su futuro destino acaso; después de mirarnos, volvió indiferente a sus meditaciones…
Marín, como reconoció en una de sus colaboraciones a Serra, escribió versos que le solicitaban, además de los que surgían por propia inspiración, y también animó veladas literarias de campamento. Junto con Gómez cruzó la Trocha de Júcaro a Morón en diciembre de 1896 y operó en la primera fase de la extraordinaria Campaña de La Reforma. Sin embargo, enfermo de paludismo, el mismo Generalísimo orientó que pasase de nuevo la Trocha y se encaminara hacia el Camagüey para mejorar su quebrantada salud. Otro motivo, no menos importante, lo guiaba en su traslado: unirse a un proyecto ambicioso de invasión a Puerto Rico que se preparaba.
En un rincón ignorado de Turiguanó están los restos de Pachín Marín.
Mucho se ha comentado sobre su trágico final en Turiguanó, cuando exhausto pidió a sus compañeros que lo dejasen para no entorpecer al resto del grupo en su intento de burlar el famoso enclave militar. En una hamaca colgada entre dos yanas fue colocado y allí murió de fiebres en noviembre de 1897 según se supone. Tiempo después una partida insurrecta encontró su cadáver y le dio sepultura, señalizando el lugar de su tumba. Murió en suelo cubano como había anunciado en sus versos, “luciendo el emblema de la tierra de Martí”.
Tras su muerte sus pertenencias fueron entregadas a su amigo Modesto Tirado, el que se ocupó de preparar su último libro de poesía, póstumo desde luego, genuina literatura de campaña. En la arena, lo tituló muy oportunamente Tirado. Publicado en plena manigua, en la imprenta de El Cubano Libre, en los montes de oriente, consta de 15 poemas. Aquí encontramos versos dedicados a Martí, Gómez y varios compañeros más de lucha, a su padre, y en sentido general prima el contenido patriótico, uno de ellos, titulado “El emisario” es muy significativo porque aborda un tema que más tarde hará célebre el peruano César Vallejo en su poema “Masa”.
En fin, estamos frente a un libro que retrata de cuerpo entero, y en espíritu, a un poeta romántico y rebelde, y también a una época heroica de la patria. Ojalá se pueda reeditar algún día, junto a sus mejores colaboraciones periodísticas, para orgullo de cubanos y puertorriqueños. También debemos perseverar para que puedan encontrarse sus restos amados, o al menos el sitio aproximado, y erigir allí un monumento digno a donde acudir, como pedía Martí, para perdonar en su nombre a los que lo olvidaron o no han tenido el valor de imitarlo.
José Gabriel Quintas, historiador e investigador avileño
https://verbiclara.wordpress.com/2008/07/02/vida-pasion-y-muerte-de-francisco-gonzalo-marin-pachin/
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