miércoles, 4 de febrero de 2015

ROSA ESPINOZA [14.688] Poeta de México



Rosa Espinoza 

(Mexicali, Baja California, México 1968), es editora, poeta y narradora. Su obra ha sido publicada en revistas como Tierra Adentro, Yubai, Aquilón, De la tripa, Zur, Pórtico entre otras y en las antologías Betoviana (UABC, 2000); Nuestra cama es de flores (Cecut, 2007). Desde 1996 ha sido coordinadora editorial de revistas académicas y literarias. De 2003 a 2011 fue editora en jefe de la editorial universitaria de la UABC y coordinadora general de la Feria Internacional del Libro UABC. Actualmente es catedrática del Centro de Enseñanza Técnica y Superior y asesora editorial de esa misma institución. Es propietaria de los sellos editoriales Malabares y Pinosalados, en los que ha publicado 24 títulos.

 

 

Abismos

Todo comienza cuando el abismo te devuelve la mirada…
Nietzsche F.

En una esquina, con el sol en pleno
y el aire sobre el rostro,
sabiendo que la vida ha sido buena:
el abismo.

Todo se empaña
una esquirla filosa punza el corazón
tañido de sordina.

Entonces caes, caes, caes
no hay final en la caída, no hay azote,
sólo un vértigo
el vuelo que es aire,
soplo en la garganta
sofoco.

Confundiste volcadura con entrega,
atajada estás en la oquedad,
nada te conforta
ni mirando al cerro azul
detienes la caída.

En una esquina, con el sol en pleno
el aire sobre el rostro de un paisano
que no sabe si la vida es buena:
el abismo.

Mira lejos, piensa en la distancia
no en heridas, sino en hambre
en el trágico concurso de sus tripas.

Entonces, cae, cae, cae
vive péndulo,
en la buena voluntad
que mendiga las conciencias.

Toca el piso que es su cama
soba un cristal que es muro
palpa su mano y es tierra.

Su apetencia es un piélago
distancia profunda
interminable, avasallante.
Pero no detiene el derrumbe.
Vivir es la bestia del vacío.
Es una caída.
Sin Adán y sin manzana

Arruiné un amor.
Era una manzana perdida en la rama de un árbol.
Pendía sola sin esperar que la desearan.
Cayó al suelo rindiéndose ante
una ráfaga débil, una ventisca.

Ahora es alimento de gusanos.
Pronto será polvo
sustancia inútil de la tierra.

 

 

Mudar es desprenderse

Por la puerta de aquella mi casa
un buen día salieron
todos mis vestidos,
hileras de zapatos,
abrigos viejos,
libros entrañables,
cajas con fotos y calzones,
y las ganas de seguir.

Uno a uno en el camión rentado,
se montaron bultos,
los años que pesaban,
el sartén,
y un par de tazas sin café.

Por el mismo quicio,
cruzaron mudas de ropa,
bolsas llenas de tristeza,
y el temblor en mis pies
que se aferraban a ese suelo.

Mi lengua tropezaba,
mis entrañas se abatían.
Pero el vértigo de lo incierto,
del futuro promisorio
persistió con la succión.

Esa puerta vio salir
mi porvenir y las cobijas,
el frío de mi espalda,
los abrazos.

Algo más se aferró a quedarse,
adherido está en las paredes,
junto al aroma de tabaco
y el brillo de tus ojos.

Ya hay resignación y entiendo bien
que mudar es desprenderse
para siempre,
aunque el corazón
mantenga intactos los latidos
y no haya más remedio que seguir
del otro lado del umbral.

 

 

Hemíptera estampa de la ninfa vocinglera

Uno piensa desierto
y se invoca al silencio
paraje sin ruido, hueco de aves
oleaje de cerros trashumantes
sordo panorama del calor.

Pero en el estío
la canícula se llena de zumbidos
y arrolla en la tacaña fronda
una estridencia filosa,
un ronroneo imprudente.

No habrá regreso en el sopor:
comenzará una fiesta rotunda ruidosa
y rimbombante. Es la sordina de chicharras.

Sin parar, un chillido, chismoso, chirriante
gruñido de zetas apretadas,
estribillo necio, cacofónico y ensordecedor.

Y ahí estarán
estridulando neciamente
hasta que el sol caiga
junto a la rama marchita
que amarilla arrastrará
la vida fugaz de una ninfa vocinglera.

 

 

Descansa, papá

Ni siquiera la muerte permanece
J.E. Pacheco

Descansa, papá.
Cierro los ojos y te pienso.
Lo hago para verte sentado a la mesa
frente al vino, en la tarde larga
de música y risas. Cuando tu cuerpo
no era inerme y había danza en tus ojos.
Gritaré tu certeza,
aquella de instantes compartidos
ahora de todos y de nadie,
con su ruido y su silencio.
Con el vacío que abocarda
mis entrañas.
Mantén tu quietud que mi centro
es un relajo, un aquelarre solitario
sin tu voz.
Descansa, papá.
Siempre sabré donde encontrarte.

 





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