miércoles, 4 de febrero de 2015

ANDREA RIVAS [14.689] Poeta de México



Andrea Rivas 

(Puebla, México 1991). Estudia Lingüística y Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Sus textos han aparecido en 6 grados de separación, Suplemento cultural del diario Cambio. Cuenta con una colaboración en la revista AEDA de arte y literatura,  de Casa LAMM y actualmente es columnista de la revista electrónica Cinco Centros.



1

Corre por los pechos
la sustancia insufrible
royendo las cicatrices del alba
me azota con su peso,
baúl de recuerdos de plomo
ésa, la libertad descomunal
desconocida y desesperada
que ronda sombras, burlesca
ensalzando su inesperada masa
ah, libertad que apresa
anquilosada a los nervios,
a los huesos y la médula,
libertad con garras de dragón
desentrañando relojes
resbalando sangre en ventanales
encías jugosas que muerden
la ausencia de cadenas:
prisión elidida y el ser
restregado en la inevitabilidad.
Ser.
Ser nada más que el respiro
sin juez
ni castigo.
 
 
 

2

Ausente,
deja en mis entrañas
su ansia de rojos.
 
Me mira destrozada,
gozando
la implacable musicalidad
de creerme
perenne.
 
Labios inestimables,
temblando
sucumben a su lengua,
reviéntame
hace polvo mis pisadas,
deshace en letras
cada instinto,
y rehace en sus manos
mi interminable
desfile de aullidos…

 
 

3

Llena de soberbia
me levanto del lecho,
ya he absorbido
todo de ti:
la ira de tus puños,
la calma de tu andar,
el arrítmico
bramar de tu pulso ebrio
de letras
y de conquistas.

Te arrebato
la imbécil necedad,
la miseria onírica.
 
Me sumerjo
en la autocontemplación,
vicio robado
de tantas páginas
que me abrazan.

 

4

Abatida,
sin los silenciosos
clamores
de tu existir antiquísimo,
abandonada
al lenguaje de los sin alma
disparo un plañido al infinito.
 
Esta destrucción
me proclama mediocre,
pigmenta mi aliento
con necesidades baratas,
adormecimiento enraizado.

El terror más insufrible
me arranca el espíritu
y los fluidos
(lágrimas, excitación fingida, sangre comprada)
que penosamente
me escurren
por los pechos abyectos
se estancan
sobre una página
desolada.

 


5

Hacerte el amor sin cuerpo
hacer el amor a tu boca
ni siquiera a tu boca
a tus labios
apenas a un pedacito
apenas aquella bisagra del universo
aquella esquina que afila versos
y ríe sueños
y llora.

 

De Los días del bicho:

Día 9

“Esa es tu fuerza…”, Alejandra, desde el barco de los muertos me abres, desde esa tierra donde los muertos son tuyos, me repito: estos muertos son míos. Nos arrastramos desde ti hacia la tierra, lo elemental absorbe una realidad de gravedad efímera. El tiempo colapsa en tu desierto, la sed suena a tu alma, niña mía, atormentada desde el origen de los tiempos, condenada a repetirte, a despeñarte en la misma obsesión en cada una de tus vidas y romperte silenciosa con el llamado de un cronopio. ¿Reías, querida mía, como río ahora, fracturada de otredades, de carne deseándose allá cuando acá y en todas partes?

El noveno nos agita lleno de estertores, sílabas que se murmuran haciendo puentes invisibles. La comunicación es algo más. Es tu nombre haciendo eco en las bisagras de mi locura. Son los locos hablándote de sus asesinatos, es el cíclope guardando un asiento para la lejana, el silencio reservando el aullido para tu consagración…


Día 12

Vivir con lo espontáneo de la sombra negra que sobre sus cuatro patas corre, desemboca energía vital sobre objeto redondeado que creyéndose ahora felino, ahora bestia, agita en los aires y lanza y muerde y vuela tras él, ajena a la pesadumbre de mis versos incompletos, lejana al pasmo de mis dedos quietos, de mi fluir entorpecido.

Ella que puede repetirse sin monotonía, ella que en toda su espesura brilla, ella que es y lame mis lágrimas y muerde mis manos, sombra, sombrita, cómo ser tanto, cómo volverse esencial y escurrir eso que tú…



Día 21

Pensamientos, delirios. Delirios que no duermen. Un pájaro azúl -porque es tan azúl que se requiere hacer énfasis- flota sobre la consciencia nublada de diálogos inacabables consigo misma.

Abejas trazando patrones. Y ellos, animales temerosos van, van, van y se quedan. Llaman, llaman, anuncian y nada, nada, siempre es nada, siempre ese miedo, esas ganas de esconderse, de negar la esencia de anti-nosotros y polvo. Ah, pero no saben de qué hablan, hablan de lo que no saben para huir de lo que arde en la médula, para olvidar la punzante certeza de saber, saberse vivos, es decir, muertos y cíclicos, y qué pena, no se maravillan y entonces hablan, hablan, hablan…


Días 1, 2, 3…

Evocaste, imbécil, a la muerte. Llamaste a tu dolor, tu desesperación. Ella acudió obediente a tu puerta. En el umbral no te miró a ti: miro a la vida, a la que corría y estallaba y era magia y mordida y calor. Ah, no; no te miró a ti, a ti sin palpitaciones, muerta ya en tu furia. No te miró a ti que enviaste el mensaje, a ti que clamabas sinrazones a la desolación, a los gusanos. Y es tu sombra quien yace bajo tierra, finita, ida por los idiotas a los que huyes como si trajeran consigo mil maldiciones. Y mil maldiciones más para sus corazones putrefactos y sus almas vendidas. Mil carajos más para este pandemonium. Y llenarnos de astros para que, cuando nos encuentre, se trague todas sus explosiones y estalle, estalle, estalle con el sonido visceral de todos sus demonios e infiernos en el firmamento, que todo quede reducido al polvo elemental.

Y que tu sombra, que todos tus muertos sonrientes, que el poeta -porque ya en aquél lugar la poesía es elemento y no individuo- que el triste, el solo, el amigo y el cronopio, es decir, todos ellos, sean quienes guían los movimientos de la formación del nuevo universo, de la nueva materia que es la misma, pero ojalá, ojalá de otro modo…






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