martes, 10 de febrero de 2015

MUHAMMAD IBN ABBAD AL-MU'TAMID [14.807]


Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid 

(en árabe محمد بن عباد المعتمد) (Beja, Portugal, 1040 – Agmat, Marruecos, 1095). Rey taifa de Sevilla (1069-1090), de la familia de los abadíes. Hijo y sucesor de al-Mutadid (1042-1069).

Segundo hijo de al-Mutadid, se convirtió en heredero cuando su hermano mayor fue mandado ejecutar por su padre por supuesta traición. A los doce años, su padre lo envió a Silves, en el Algarve, para ser educado por el poeta Abu Bakr ibn Ammar (Ibn Ammar de Silves, el Abenámar de los cristianos), el cual se convertiría posteriormente en su favorito.

En el segundo año de su reino, al-Mutamid anexionó la taifa de Córdoba, a cuyo frente puso a uno de sus hijos. Esta anexión supuso una amenaza para la taifa de Toledo, cuyo rey, Al-Mamun apoyó a un aventurero, Ibn Ukkasha, que en 1075 se apoderó de la ciudad y ejecutó al joven príncipe. Al-Mamún de Toledo tomó posesión de la ciudad, en la que murió seis meses después. Durante tres años al-Mutamid trató de reconquistar Córdoba, lo cual consiguió en 1078, al tiempo que todas las posesiones del reino de Toledo situadas entre el Guadalquivir y el Guadiana pasaron a formar parte del reino de Sevilla.


Taifa de Sevilla - siglo XI.

Al llegar al trono, al-Mutamid nombró visir a su amigo y antiguo mentor Ibn Ammar. Su relación fue excelente durante los primeros años de reinado. Por ejemplo, se atribuye a su habilidad que una expedición de Alfonso VI de León contra Sevilla acabase pacíficamente mediante la aceptación del pago de un doble tributo (1078).

En cualquier caso, Ibn Ammar cayó en desgracia como resultado de su desastrosa gestión de la anexión de la taifa de Murcia. En 1078 Ibn Ammar acudió a Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, y le pidió su ayuda para conquistar Murcia mediante el pago de diez mil dinares. Como prenda del pago del tributo, un hijo de al-Mutamid, al-Rashid, serviría de rehén, parece que sin el conocimiento de su padre. Cuando al-Mutamid descubrió el pacto, quiso recuperar a su hijo, cosa que sólo pudo conseguir mediante el pago de una suma tres veces mayor. Una vez conquistada la taifa de Murcia, Ibn Ammar fue nombrado gobernador, pero poco después conspiró para independizarse de la taifa de Sevilla. Descubiertas sus pretensiones tuvo que huir de Murcia. Refugiado en Zaragoza, intentó ayudar a los tuyibíes en una expedición contra la fortaleza de Segura, pero finalmente fue hecho prisionero y entregado a al-Mu‘tamid, quien, a pesar de los lazos de amistad que durante mucho tiempo los habían unido, lo mató con sus propias manos.

Sintiéndose amenazado por León después de la conquista de la Toledo por Alfonso VI de León (1085), decidió pedir auxilio a los almorávides, a los que ayudó, junto con tropas de las taifas de Granada y Badajoz, a derrotar a los cristianos en Zalaca (1086). Sin embargo, el emir almorávide Yusuf ibn Tasufin, requerido en África, volvió a su reino. La ausencia almorávide contribuyó a que los reyes musulmanes siguiesen envueltos en sus disensiones, de forma que no pudieron evitar nuevos ataques cristianos. El rey Alfonso VI tomó el castillo de Aledo (en Murcia) en 1087, bloqueando las rutas entre Sevilla y las provincias orientales de al-Ándalus. Al-Mu‘tamid en persona se dirigió de nuevo a Marrakech para pedir a Yúsuf que acudiera en ayuda de los musulmanes en al-Ándalus. Los almorávides volvieron a la península (1088), pero esta vez no sólo combatieron a los cristianos, sino que fueron conquistando uno a uno todos los reinos de taifas. Al-Mu‘tamid fue depuesto por el emir almorávide en 1090 y desterrado a África, donde murió (Agmat, en las inmediaciones de Marrakech).



Poeta

Al-Mu‘tamid fue un notable poeta y, durante su reinado, la cultura floreció en Sevilla. En su corte gozaron de favor los poetas y literatos, como el siciliano Ibn Hamdis, Ibn al-Labbana de Denia, Ibn Zaydún o el propio visir y poeta Ibn Ammar de Silves (1031-1086).

También la visitaron intelectuales como Ibn Hazm (994-1063), una de las figuras centrales de la cultura andalusí, el geógrafo Al-Bakrí y al astrónomo Azarquiel (Al-Zarkali).


Obra

Poesías. Edición a cargo de María Jesús Rubiera Mata. Madrid : Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1982. ISBN 84-7472-036-2


Leyendas

La partida de ajedrez

Una leyenda cuenta que Ibn Ammar, el favorito de al-Mu‘tamid jugó una partida de ajedrez con Alfonso VI de León, el cual se encontraba asediando Sevilla (1078). La apuesta era elevada, puesto que el ganador decidiría el destino de la ciudad de Sevilla. Ibn Ammar ganó la partida y le pidió al rey castellano que respetase la ciudad. Alfonso mantuvo su palabra y no atacó Sevilla, quedándose con el tablero y las piezas del juego de ajedrez. La realidad es más prosaica, y el sitio no se levantó hasta que al-Mu‘tamid no acordó pagar un cuantioso tributo a Alfonso VI.


al-Rumaikiyya

Paseando un día a orillas del Guadalquivir con su amigo Ibn Ammar, jugaban a improvisar poemas, entretenimiento extremadamente popular en la sociedad andalusí de la época. Al levantarse una ligera brisa sobre el río, dijo al-Mu‘tamid: "El viento tejiendo lorigas en las aguas".
Ante lo cual esperaba la respuesta de su compañero. Sin embargo, Ibn Ammar no tuvo tiempo de responder, puesto que ambos oyeron una voz femenina que completaba la rima:

"¡Qué coraza si se helaran!".
(Traducción de Miguel José Hagerty en Al Mu‘tamid: Poesía. Traducción y comentario, Bosch, Barcelona, 1979; y Al-Mutamid de Sevilla. Poesía completa. Traducción y comentario, Granada, Comares, 2007.)

La voz correspondía a una muchacha escondida tras los juncos. Era una joven bellísima llamada Rumaikiyya, esclava de un arriero. Al-Mu‘tamid quedó inmediatamente enamorado, la llevó a su palacio y la hizo su esposa, tomando el nombre de Itimad. Cuando al-Mutamid fue depuesto, Rumaikiyya partió con él al exilio.

La relación Al-Mu‘tamid y Rumaikiyya fue la fuente de numerosas historias, como la que aparece en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio, cuento XXX, De lo que aconteció al rey Abenabed de Sevilla con su mujer, Ramaiquía, obra de Don Juan Manuel.



A LA CIUDAD DE RONDA

La perla de mis dominios, mi fortaleza te llano,
desde el punto en que mi ejercito, a vencer
acostumbrado, con lazas y con alfanjes,
te puso al fin en mi mano. Hasta que llega
a la cumbre de la gloria peleando, mi ejercito
valeroso no se reposa en el campo. Yo soy
tu señor ahora, tu mi defensa y amparo.
Dure mi vida, y la muerte no evitaran
mis contrarios. Sus huestes cubrí de oprobio.
En ellas sembré el estrago, y de cortadas
cabezas. Hice magnífico ornato, que ciñe,
cual gargantilla. Las puertas de mi palacio


La amada

¡Oh mi elegida entre todos los seres humanos!
¡Oh Estrella! ¡Oh luna!
¡Oh rama cuando camina,
oh gacela cuando mira!
¡Oh aliento del jardín, cuando
le agita la brisa de la aurora!
¡Oh dueña de una mirada lánguida,
que me encadena!
¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la vista y el oído!
Tu frescor aliviaría
la oscuridad de mi corazón



Amor onírico

Te he visto en sueños en mi lecho
y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada,
era como si me abrazases y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento,
es como si te besase los labios, la nuca,
las mejillas, y lograse mi deseo.
¡Por tu amor!, si no me visitase tu imagen
en sueños, a intervalos, no dormiría más



TRES COSAS


Tres cosas impidieron que me visitara
por miedo al espía y temor del irritado envidioso;
la luz de su frente, el tintineo de sus joyas
y el fragante ámbar que envolvía sus vestidos.
Supón que se tapa la frente con la amplia bocamanga,
y se despoja de las joyas, más ¿Qué hará con su aroma?




EL COPERO, LA COPA Y EL VINO


Apareció, exhalando aromas de sándalo,
al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!





DESPEDIDA


Cuando nos encontramos para despedirnos, de mañanita,
ya tremolaban las banderas en el patio del alcázar;
eran acercados los corceles, redoblaban los atabales:
eran las señales de partida.
Lloramos sangre, hasta que nuestros ojos eran como heridas
al fluir aquel líquido rojo.
Y esperábamos volver a vernos a los tres días...
¿Qué habría sucedido si hubiesen sido más?





EL RELÁMPAGO


El relámpago le asustó, cuando en su mano
el relámpago del vino resplandecía.
¡Ojalá supiera cómo, si ella es el sol de la mañana,
se asusta de la luz!




CARTA


Te escribo consciente de que estás lejos de mí,
y en mi corazón, la congoja de la tristeza;
no escriben los cálamos sino mis lágrimas
que trazan un escrito de amor sobre la página de la mejilla;
si no lo impidiera la gloria, te visitaría apasionado
y a escondidas, como visita el rocío los pétalos de la rosa;
Te besaría los labios rojos bajo el velo
y te abrazaría del cinturón al collar;
¡Ausente de mi lado, estás junto a mí!
Si de mis ojos estás ausente, no de mi corazón.
¡Cumple la promesa que nos hicimos, pues yo,
tú lo sabes, cumplo mi parte!




LA AURORA LADRONA


Disfrazó la pasión que quería ocultar,
más la lengua de las lágrimas se negó a callar;
Partieron, y ocultó su dolor, más lo divulgó
el llanto de la pena, tan evidente y balbuceante;
les acompañé mientras la noche descuidaba su vestidura,
hasta que apareció ante sus ojos una señal evidente:
Me detuve allí perplejo: la mano de la aurora
me había robado las estrellas.




EL CORAZÓN


El corazón persiste y yo no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agosta con su color amarillo;
y esto sucede cuando la que amo, a mí está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?




Parte del textos esta extraído de un brillante trabajo mas amplio con el nombre "POESÍA ÁRABE DE AL-ANDALUS (SIGLOS X-XII) Y SU PARALELO EN EL ORIENTE" de Salah SEROUR U.P.V./E.H.U.

Traducción de Mª J. RUBIERA MATA, Poesías –Almutamid Ibn Abbad,
Madrid, Clásicos Hispano-árabes bilingües, nº.3), 1982
http://www.islamyal-andalus.es/index.php?option=com_content&view=article&id=7492:la-poesa-de-al-mutamid&catid=60:andalusies&Itemid=55






Poesía arábigo-andaluza: Al Mutamid de Sevilla
José Mª González-Serna Sánchez. Profesor del I.E.S. Carmen Laffón

Presentamos en este artículo un recorrido por los temas de la poesía arábigo-andaluza a través de la figura de Al Mutamid de Sevilla, un destacado poeta además de importante mecenas de la cultura islámica.


Al-Mu'tamid de Sevilla (1040-1095), rey taifa de Sevilla (1069-1091). Hijo y sucesor de al-Mu'tadid, de la dinastía árabe de los Abadíes, que reinaba en Sevilla desde la disolución del califato de Córdoba. Al-Mu'tamid continuó la política expansiva, iniciada por su predecesor, con la incorporación de Córdoba al reino de Sevilla. Asimismo mantuvo la relación de vasallaje con los monarcas castellanos, lo que le obligó a pagar elevadas cantidades en concepto de parias. La costosa protección de Castilla se convirtió en amenaza cuando Alfonso VI conquistó Toledo (1085), lo que decidió a al-Mu'tamid a solicitar la ayuda de Yusuf ibn Tasfin, emir de los almorávides. Yusuf derrotó a Alfonso VI (1086), pero cinco años después, el emir almorávide ocupó Sevilla y al-Mu'tamid fue desterrado al Magreb, donde falleció en 1095. Fue un destacado poeta además de un importante mecenas de la cultura islámica, bajo cuyo reinado la ciudad de Sevilla se convirtió en uno de los principales núcleos intelectuales y artísticos de su tiempo.

“El poeta es un mentiroso...”

¿Hasta qué punto es sincera la poesía en ningún pueblo? El problema es difícil de resolver, pero no lo es afirmar que entre los árabes la falta de sinceridad o, mejor tal vez, el convencionalismo, está más acentuado que en otras literaturas. Los poetas, desde antes de empezar a componer, son ya esclavos de los símbolos y tópicos creados por sus predecesores, así como son también esclavos de unas estrofas y versos establecidos. Ibn Hazm, por ejemplo, describirá largamente su llanto en un poema, pero advertirá a continuación en prosa que no ha llorado nunca.

Emilio García Gómez, Poemas arábigoandaluces.






El amor y la belleza
El deseo de disfrutar de la presencia de la amada es un tema que se repite en la poesía arábigo-andaluza. En estos poemas que siguen encontrarás cómo el poeta sufre por no contar con la mujer, por no tenerla más que en sueños...



Te he visto

Te he visto en sueños en mi lecho,
Y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada;
Era como si me abrazases, y sintieses
El amor y el desvelo que yo siento;
Era como si te besase los labios, la nuca,
Las mejillas y lograse mi deseo.
¡Por tu amor! Si no me visitase tu imagen,
en sueños, a intervalos, no dormiría más.



En sueños

En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho;
Recogí la rosa y mordí la manzana;
Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento:
Me pareció que sentía el olor a sándalo.
¡Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto...!
Pero entre nosotros pende el velo de la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?




En la poesía árabe la mujer, igual que sucede en la literatura occidental, funciona como símbolo de belleza. Esa mujer aparecerá descrita mediante una serie de metáforas a través de las cuales se la compara con diferentes elementos de la naturaleza. La peculiaridad de la poesía arábigo-andaluza reside en que esos elementos de la naturaleza no son propios de nuestra geografía, sino que son característicos de las tierras africanas o asiáticas, de donde procede la cultura árabe.




Es un antílope por su cuello,
Una gacela por sus ojos,
Un jardín de arriates por su fragancia,
Una rama de sauce por su talle.


En otras ocasiones se compara a la mujer con la luz...


El relámpago la asustó, cuando en su mano
El relámpago del vino resplandecía.
¡Ojalá supiera cómo, si ella es el sol de la mañana,
se asusta de la luz!



El vino
La religión musulmana prohíbe el consumo de bebidas alcohólicas, pero entre los poetas de Al Ándalus, el canto al vino, a su color, a su sabor, a sus efectos y a las reuniones en las que se consumía se convirtió en tema literario repetido por diferentes poetas.



El copero, la copa y el vino

Apareció, exhalando aromas de sándalo,
Al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!



El reflejo

El reflejo del vino atravesado por la luz
Colorea de rojo los dedos del copero,
Como el enebro deja teñido el hocico del antílope.



La guerra
Estamos en la Edad Media, no lo olvidemos. La guerra, la violencia, es una realidad constante de la época que, como es lógico, se refleja también en la literatura. Igual que en la poesía de los reinos cristianos aparecen héroes, batallas, victorias y derrotas, en la poesía árabe también tendrán cabida esas actividades. En el siguiente poema Al Mutamid nos habla de sí mismo y de la conquista del reino taifa de Córdoba al que presenta personificado como una mujer. Su intención es autoengrandecerse como guerrero:





¿Quién entre los reyes ha llegado a los extremos de este rey valiente?
¡Largo! ¡Ha llegado a vosotros el reino del Mahdí!
Pedí en matrimonio a Córdoba, la bella, cuando había
Rechazado a los que la pretendían con espadas y lanzas.
¡Cuánto tiempo estuvo desnuda!, más me presenté yo
y se cubrió de bellas túnicas y joyas.
¡Boda real! Celebraremos nupcias en su palacio,
mientras los otros reyes estarán en el cortejo del miedo.
¡Mirad, hijos de puta, que se acerca el ataque de un león
envuelto en una armadura de valor!




Pero en el mundo andalusí los guerreros y gobernantes tan pronto triunfaban como fracasaban... Al Mutamid, rey de Sevilla, rey de uno de los taifas más poderosos de su época, acabó perdiendo su reino y teniendo que salir de Al Ándalus. En el siguiente poema se recuerda a sí mismo en los buenos tiempos y se nos presenta al final de su vida, en sus malos tiempos:



Yo era amigo del rocío, señor de la indulgencia,
Amado de las almas y de los espíritus;
Mi diestra regalaba el día de los dones,
Y mataba, el día del combate;
Mi izquierda sujetaba todas las riendas que dominaban
A los corceles en los campos de batalla.
Hoy soy rehén, de la cadena y de la pobreza
Apresado, con las alas rotas.










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