María Elvira Piwonka
María Elvira Piwonka Moreno (Santiago, 1913 - 2006) fue una escritora y poetisa chilena. Es incluida junto a Homero Arce, Stella Corvalán y Mila Oyarzún, entre otros, en un grupo de escritores cercanos a la Generación del 38, mientras que aparece junto a María Monvel, Chela Reyes, Sylvia Moore, Gladys Thein, Mila Oyarzún e Irma Astorga dentro de la denominada «nueva poesía» chilena de fines de la década de 1950.
Uno de sus primeros trabajos literarios publicados fue el poemario Íntima a través de la editorial Tegualda (1946), mientras que en 1949 recibió el Premio Municipal de Poesía de Santiago por su segunda publicación: Llamarlo amor.
Obras
Íntima (Santiago, Tegualda, 1946).
Llamarlo amor (Santiago, 1949).
Lazo de arena (Santiago, Grupo Fuego, 1957).
Selected poems traducido por Clark Mills (Nueva York, Osmar, 1967).
Aparición en antologías
Guía de la poesía erótica en Chile.
BUSCO EL LÍMITE
Busco el límite.
Escudriño afanosamente el silencio.
Desmesurados, abro los ojos
en el aire negro.
Vago toda una noche larga
y no lo encuentro.
Como una honda ciega,
con ímpetu lanzo mi grito al misterio;
rebota en el vacío,
nunca lo encuentro.
Entre ausencia y presencia
¡qué límite pequeño!
Íntima
Autor: María Elvira Piwonka
Santiago de Chile: Tegualda, 1946
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1946-07-14. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
En las 90 páginas de “Íntima”, de María Elvira Piwonka, que ha impreso la Editorial Tegualda, hay unas 25 composiciones que justifican el título y que muestran un alma que sufre, anhela y se inquieta ante la Vida, el Dolor y el Amor.
Es gentil su defensa ante una posible crítica de su modo de sentir y expresar.
“Dirán que no es copia fiel
del hoy, mañana y ayer
que ostenta alma del siglo
en labrado engaste antiguo.
Ya todas las que así me digan
¿qué puedo yo responder?
¡Si con ello me critican
de haber nacido mujer!”
Pues, no. A mí me deja una sensación distinta y aun diversa. Paréceme que el alma de María Elvira Piwonka es antigua y siempre nueva y su modo de expresarse, moderno. No modernista.
¿Qué canta o sobre qué monologa? Lo que ha llenado su vida, lo que han trizado sus anhelos, lo que ha sacudido y exprimido su alma, amor o dolor. Es lo eterno, el núcleo de la vida, la meta de nuestras andanzas, intelectuales o sentimentales. Y al cantar o gemir su expresión es de nuestro tiempo. Tiene la complejidad de esta era de conocimientos universales en que todo tiende a la unidad, en que el mundo se achica y todo se apretuja, mezcla y confunde, como productos de una misma energía, de una misma sustancia de apariencia diversificada que la ciencia sintetiza en sus avances, la industria en sus aplicaciones y la filosofía en sus conceptos. Subimos la inmensa pirámide cuya ancha base son los hechos concretos, se adelgaza en los conceptos universales y termina en la Idea Suprema que contiene el universo creado y todos los posibles, que es Dios.
Me he subido sin quererlo. Desciendo. Pasa que el modernismo es poesía, presintiendo esta unidad que aún no se realiza, quiere inconscientemente expresarla y hace mezcla y batiburrillo con todos los elementos, de lo que resulta una jerigonza inentendible.
La Sra. Piwonka sabe detenerse y decir lo que siente por modo elegante y de buen gusto. Y con sinceridad.
Es hermosa y sentida su “Ronda Amarga”:
“Mi niño tostado
de sol y aire puro,
húmedo de mar
su cabello oscuro,
el cielo anidando
los ojitos suyos.
Más que los claveles
mi niño rosado.
Su fresca alegría
florece en los prados.
Me ensanchan la vida
sus abiertos brazos.
……………………
Callada la risa
y los pies tranquilos
la ronda en espera
que sane mi niño.
………………….
Muy quieto mi ángel
más blanco que un lirio,
marchitas las flores
en el aire tibio.
Cerrados sus ojos
¡y no está dormido!”
El niño que se fue para siempre es una obsesión dolorosa. Pero la vida no se detiene. El amor enciende su antorcha, que alumbra y calienta.
“Voy hacia ti…
Voy hacia ti con las manos
como auroras florecidas
y en mis pupilas la luz de mil estrellas, dormida.
Y la porfía apasionante y angustiosa del amor
si yo de llevarte siempre
y de esperar día a día
con afán desesperado,
con esta intensa porfía,
el alma, que tú no entregas,
el alma, que tú no ansías”.
Hay en todas estas poesías de intimidad un hondo sentir de la naturaleza en que el amor trenza su tela.
“Te envolverá mi recuerdo
como el polvo del camino.
Despertará mi alegría
en tu cielo amanecido
y se entornará mi pena
en la noche de los pinos.
Desmenuzada mi voz
te cantará con los grillos…
mis ojos se brotarán
en cada brizna de trigo…”
Llamarlo amor
Autor: María Elvira Piwonka
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1949
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1949-10-16. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Las últimas publicaciones de las poetisas chilenas han desvirtuado, casi totalmente, la afirmación de algunos críticos en el sentido de que fuera de Gabriela Mistral y de otras dos o tres poetisas más, las restantes carecen en absoluto de valor (1). No hacemos, por cierto, la defensa de las pseudo poetisas, que por desgracia hacen ostentación pública de méritos intelectuales y artísticos que no poseen. Las hay, pero el tiempo se encargará de ir borrando toda huella de mediocridad dejada por ellas.
María Elvira Piwonka, que se diera a conocer en el mundo de nuestras letras con un libro provisor, “Íntima” (1946), ha continuado en la noble labor iniciada entonces con un sentido de auténtico fervor por la belleza y sin desmedidas ambiciones de notoriedad. Ella bien ha comprendido que la poesía verdadera no admite términos medios y que es preciso afinar todavía más su sensibilidad, entregarse a una tarea de depuración total de los elementos y enriquecer el canto con nuevas experiencias. Fue realizando esa tarea lentamente, pero con provecho cierto y he aquí que el fruto de tales desvelos está realizado en su nuevo libro “Llamarlo amor”, cuyo título sugerente está logrado a través de toda la obra.
Una lectura atenta y meditada de estos poemas de María Elvira Piwonka nos sugiere, en primer término, que ella ha ganado en intensidad; que su verso ha logrado una elegancia extraordinaria y que el tono del libro tiene unidad y es el reflejo de una verdad vivida, experimentada. La poetisa tiene hoy la seguridad que en sus primeros poemas le faltaba y puede darse el lujo de triunfar en el campo del soneto, de la balada y del romance. No desdeña la métrica y cultiva con verdadero amor la forma externa de su poesía; bien sabe que el buen vino debe brindarse en copas finas y de líneas armoniosas.
La obra está dividida en tres pequeñas jornadas: “Amor sin alas”, “Interludio” y “Alado amor”. Admirable por su fuerza contenida y la sugerencia de todo un mundo de imágenes interiores en su poema “Día sin ti”, que dice:
“Por el aire de este día
soy una semilla quieta,
sin tierra para su savia,
sin savia para su tierra.
Soy una rama cortada
sin nube en el cielo y tensa
y el arrullo sin sonido
de aquella paloma muerta.
Pinta lutos subversivos
el funeral de tu ausencia
y un delantal de cenizas
por mi cintura se encrespa.
Descubre el asombro errante
del perro que nadie espera
y la redonda opresión
de una noche sin estrellas.
Persigo inmóviles hebreas
y giro en la angustia fría
que abre el hueco de las puertas”.
Estos versos de María Elvira Piwonka son una demostración señera de la calidad de su poesía; cierta desolación y ternura interior conmueven la sensibilidad femenina de la autora que asiste a un funeral de ausencia. La gracia y delicadeza se transparenta aun más en los versos de “Baladas” en los cuales la autora muestra su pleno dominio de la forma y la belleza pura. Poesía llena de interrogaciones, versos que dicen:
“Vaga un perfume disperso
en este otoño embrujado.
¿Claveles recién abiertos
o césped recién cortado?
Vibra un cálido reflejo
por el jardín extraviado.
¿Joven sol de Abril incierto,
último sol de verano…?
Hay un acorde en suspenso
dentro del aire callado.
Amor que levantó el vuelo,
amor que no se ha posado…”
La duda amorosa la mortifica, la exalta y robustece su inspiración. “Llamarlo amor”, es un libro de sugerencias subjetivas; han quedado ausentes los tamices objetivos y, en cambio, una música íntima traduce la verdad plena de la poetisa que se ubica entre lo humano y lo irreal.
No podríamos cerrar este comentario sin citar el último poema del libro que es una síntesis de toda su verdad y belleza. La autora expresa hondos conceptos y los reviste con elegancia clásica, sin caer en la pesadilla de las repeticiones. El poema aludido lleva el nombre del libro y dice:
“Destila, este mi amor que por ti escondo,
tan tierno gusto,
que me angustia y sobre mi cuerpo como
carozo al fruto.
Este pálido amor que por ti enciendo
es tan profundo,
que invisible arde el fuego en su centro,
como en el mundo.
Este ignorado amor que por ti brota
nace tan hondo,
que, como burbuja de luz aflora
sobre mis ojos.
Este atrevido amor que por ti siento
late tan tímido,
que semeja, recostado en mi pecho
un niño dormido…
Este amor inerte, de quietas alas
muelle y confiado,
es paloma desmayada
sobre tu mano.
Este mi amor de cadenas liviano,
[es] tan fuerte,
que ni podrá troncharlo
la muerte.
Este encendido amor
es tan puro,
que, de llamarlo amor,
dudo…”
No es aventurado augurarle a María Elvira Piwonka un definitivo triunfo en tan nobles lides artísticas ya que con este libro demuestra condiciones sobresalientes. Un mayor ejercicio en el campo de lo poético y la selección de temas originales incrementarán la calidad de su obra, la cual tiente ya tan felices realizaciones.
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(1) El mismo Carlos René Correa en dos oportunidades puso sobre la mesa esta afirmación; e.g. las críticas a los libros “Transparencias de un alma” de María de la Cruz (El Diario Ilustrado: 11-05-1941), y “Esquinas del viento” de Mila Oyarzún (El Diario Ilustrado: 07-12-1941). (N. del ed.)
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1949-11-27. AUTOR: ALONE
La autora duda o dice que duda si llamarlo amor; pero ninguno de sus lectores vacilará. Sí, todo eso: el vagabundeo por distintos campos, el llorar, el reír, el ponerse de pronto a mirar un cielo “alado de estrellas vagas”, el cantar ligero que se le escapa sin saber, y el estar alegre y el ponerse triste, todo y muchas otras cosas más circulantes por las estrofas hay que llamarlo con el mismo nombre, porque traduce una realidad idéntica. ¡Es el amor, es el amor! María Elvira Piwonka, aunque trate de regirla, vuelve siempre de cerca o desde lejos a la misma cuestión, antigua y nueva; pero sus mejores efectos los obtiene de esa sorpresa ante sí misma que la obliga a titubear y preguntarse:
“Yo no sé si es quererte
este audaz latigazo que me enlaza a tu suerte.
Yo no sé si es odiarte,
dardo y mástil hundidos en mi vida, llevarte.
Yo no sé si es quererte,
fiebre pronta a surgir al milagro de verte.
Yo no sé si es odiarte,
huella siempre anterior a mi rastro, encontrarte.
Yo no sé si es quererte
este hundirme en tus brazos con abismo de muerte.
Yo no sé si es odiarte
este untarme de sed los labios, al besarte.
Yo no sé si es quererte
pavor que abre mis manos para no retenerte.
¡Yo no sé si es odiarte
este indómito impulso que me ha arrastrado a amarte!”
Como franqueza de expresión, como nervio, como fuerza, habría que retroceder hasta Gabriela Mistral, para descubrirle paralelo. Y cuenta que, si no causa ahora parecida impresión ni alarma a nadie, es porque María Elvira Piwonka haya abierto el camino y los ánimos dispuestos.
Se requiere, en verdad, mucha inocencia o una malicia muy fina para dudar entre llamarlo y no llamarlo amor.
Lazo de arena
Autor: María Elvira Piwonka
Santiago de Chile: Eds. del Grupo Fuego, 1957
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1957-10-27. AUTOR: HUGO LASO JARPA
¿Es posible concebir algo más sutil e inasible, una trampa más fina y susceptible de burlar que una lazada de arena? Acaso difícilmente se hallarán reunidas todas aquellas imponderables condiciones en otro metafórico elemento. Observado desde la tosca realidad cotidiana, un lazo de arena, sin duda es un instrumento un tanto absurdo, de improbable materialización. Llevado al terreno figurativo y literario su existencia es legítima. Con su nudo impalpable y fluyente puede trazar cercos, enlazar vidas, estrechar sentimientos, aprisionar en el círculo arenoso todo un mundo subjetivo. Aquel lazo, en fin, es el amor en sus manifestaciones más hondas y trascendentes.
María Elvira Piwonka, poetisa, autora de tres libros bellamente logrados, así siente el amor. De tal modo lo ve y lo desenvuelve. Sus poemas, por eso, están siempre saturados de matices afectivos. Reflejan asimismo la inseguridad, lo transitorio y fugaz del sentimiento humano. Ciertamente adóptase una posición de escepticismo, duro y rebelde, a veces. Sin embargo, de aquel clima vivencial trasciende una notable y digna actitud ante los seres y los sentimientos.
Hay en las líricas imágenes de “Lazo de arena”, volumen editado bajo el patrocinio del conocido “Grupo Fuego”, una alegría asordinada que se aprecia sincera (“Acción de gracias”) y se conjuga empero admirablemente con abatidos esquemas afectivos.
Desde sus anteriores creaciones, “Íntima” y “Llamarlo amor”, esta poetisa nos sorprendió con una entonación nueva y original, que en el verbo de algún otro vate, es probable que hubiese devenido en difusa insubstancialidad, en un mirar al ser, bajo ángulos casi horizontales, de seca superficie.
En María Elvira Piwonka se descubre con grata presteza que tras aquel juego de ideas, aquel amable corretear imágenes de amor, hay un afán doloroso por encubrir las heridas de un lírico mundo, como en un apremiante acallar de sollozos. Mas, estos se perciben disfrazados entre la supuesta fragilidad espiritual y aflora, por ejemplo, “Despojos”, trozo de antología, tal vez sin paralelo en nuestra poética por la fuerza expresiva, rítmica y sugerente:
“De pronto tu voz,
tu voz en el viento.
¿De dónde, el viento que me trae tu voz?
¿Dónde tu voz que llega con el viento?
Tu voz muerta que revive en el viento
Tu voz muerta que llega y se aleja en el viento,
que se aleja en el viento y llega.
Tu voz, que no dice nada
tu voz sin sonido
tu voz sin cuerpo,
tu voz que me toca
con su aliento
en el viento”.
Entonces, sacudidos por fragmentos como el transcrito, comprendemos la actitud heroica de este hacer poético, que aminora y excusa posibles caídas formales o débiles enfoques del cuerpo temático en otros poemas del libro que comentamos.
Y hacemos tal afirmación de heroicidad en la artística ruta, porque creemos hallar en María Elvira Piwonka a través de toda su lírica cosecha, una constante que, en cierto modo, es casi un discreto mensaje filosófico: sonriamos al vivir. El dolor nos envuelve y nos agobia. Mas, sonriamos. Acaso se transparente la expresión dolorida. Pero aquello mismo valoriza aun más el canto, de notas a veces temblorosas.
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1957-12-01. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
Las escritoras chilenas están empeñadas en ganar la batalla. Con una constancia digna de todo elogio saltan a la palestra y publican sus obras desafiando la atención y cierta apatía del público, muy poco crédulo hacia estas manifestaciones del espíritu. En estos días hemos recibido varios libros poéticos dedicados “afectuosamente”, conteniendo manifestaciones líricas, inquietas búsquedas, sinceras expansiones de un yo generalmente atormentado e insatisfecho, que no puede circunscribirse a determinados estados psíquicos sino que busca por todos los medios expandir su fluir interno en un ir y venir de imágenes y metáforas.
María Elvira Piwonka aparece en “Lazo de arena” bajo el sello del Grupo Fuego. Su lema, “Ex fumo un Lucem”, “Del humo a la luz”. Revela el sentimiento recóndito en los ambientes literarios. Algunos creyeron que todo iba a terminar en humo. Se equivocaron. Las solitarias ironías allí quedaron como símbolo de incomprensión estética. El tiempo y las frecuentes sorpresas que nos ha deparado este selecto reducto poético nos obligan a valorizar el esfuerzo no tanto publicitario cuanto creativo que él contiene.
En la presentación de la obra colaboran Coke y sonoros nombres de críticos ya consagrados. Trataremos de penetrar en estos versos con la mayor objetividad posible, guiados solamente por el deseo de captar en su extensión y profundidad la real proyección que “Lazo de arena” contiene. No es nuestro estilo suponer la lectura. Preferimos la verdad, aunque nos conocemos limitados y sujetos al error, como todos los seres humanos.
María Elvira Piwonka hizo su aparición en 1945 con “Íntima”. Cuatro años más tarde (1949), recibió alborozada el Premio Municipal de Poesía con “Llamarlo amor”, que la crítica nacional y extranjera ensalzó sin reticencias. Alone añoró a Gabriela Mistral; Jerónimo Lagos Lisboa, señaló ruta de femineidad y universalidad; Carlos Barella la envolvió en un ámbito de luz melodioso, fruto espontáneo de su propio espíritu; Misael Correa Pastene dijo de ella que era sencilla y natural, profunda y nítida, original y de excelente gusto estético; Oreste Plath creyó ver en “Llamarlo amor” una “fiesta de amar y pensar” y José Salas y Guirior en España expresó que los versos de esta “muchacha americana de hoy, son vigorosos y tienen alma, la entraña y el aliento de los que se han enfrentado con la vida”.
En una palabra, el panegírico fue generoso.
Y como primicia la poetisa anuncia que próximamente se publicarán en Ediciones “Voyages” de Nueva York sus “Poemas selectos” traducidos al inglés por Clark Mills.
“Lazo de arena” es una nueva creación. Por eso nos atrevemos a un análisis. De lo contrario deberíamos sentarnos serenamente a leer y dejarnos llevar por la excelsitud proclama de tantas tonalidades.
El primer poema se titula “Tardes”. Es hermoso. Son cuatro breves pinceladas que evocan el gris, el azul, el oro y el fuego de las “pálidas tardes de gris adormecido”, de las tardes enhiestas de perfil dilatado, “sin viento en la pradera / sin nube en el espacio”, de las cálidas tardes:
“con fragancia de espino
abiertas como un suave ramillete amarillo
sobre el ancho velamen
ondulante del trigo
esas tardes que hieren
con su fuego encendido
las extáticas nieves
y el horizonte esquivo”.
Desde el primer momento se advierte la presencia de una sensibilidad superior. Los enigmáticos sonreirán. No importa. Preferimos la expresión nítida de un mensaje poético bello y no la densidad hosca de tanto vate abstruso, oculto tras tanta maraña simbólica y hermética. María Elvira Piwonka tiene mucho que decir y lo sabe cantar en un lenguaje moderno, sugerente, musical y preciso.
“Mirajes” ahonda ya con más intensidad en lo subjetivo. Puente, noche, río, nieve, agua, capa de frío, vuelos negros, luna y amor, son los elementos simples que plasman toda una zona de vivencias.
“Un día sin verte” prolonga esta subjetividad poética. Armonía y belleza se hermanan para plasmar un todo que hechiza:
“Un día sin verte no es un día;
que es noche entre soles escondida
andanza sin punto de partida
ni meta segura en lejanía.
Un día sin verte y la sencilla
fugaz primavera detenida
ausente de luz su rumbo olvida
vocando hacia el gris su algarabía”.
Y de pronto el grito de la pasión que clama brutal desde lo más profundo de su ser. “La imposible desnudez” revela todo su “substratum” adolorido y abismante, que coloca en primer plano la irresistible sed oscura, el “eco rodando hacia el fondo de tu clamor”. María Elvira Piwonka corrío el velo y dejó traslucir fugazmente lo que en “Trizas” y en “Lluvia” se precisa con más exactitud.
“El reproche” y “Sorbo amargo” dejan entrever la espera de un milagro florecido de ojos densos, de mundos rodando, de brazos ficticios aniquilados de anhelos insatisfechos, de labios deseados.
El lector siente como se transforma el lenguaje y el estado pasional y emotivo es expresado a través de adjetivos sombríos, reveladores de un sincero estado de espíritu muy ajeno por cierto al estiramiento seudo romántico de ciertos líricos mediocres y asustadizos.
“Coqueta” es una revancha. “La única ciencia” entrelaza bellamente el escepticismo con la fe en el amor que “es nube / y no sabe esperar”. “Romance del amor muerto” condena el llanto de las madreselvas con sudarios de luna llena, con cortejos de ilusiones y ternezas. “No sé qué decirte” es la “queja en sollozos pronunciada”, es el “látigo de la risa amarga”, “los sueños hecho trizas”, es un partir “sin dejar nada”. “Acto de desesperanza” y “soledad en otoño” sintetizan “todos los caminos / que se han vuelto lágrimas”.
Los poemas posteriores constituyen un “Paso sin luz”. La poetisa (y en esto concordamos con Alone) nos nace pensar en Gabriela Mistral, que recurre a la muerte para aplacar su dolor. Sin embargo le falta algo muy fundamental: Gabriela es más profunda, intuye un más allá divino que le espera. No es solamente un “abrazo que no suelta / la caricia que anonada” como en María Elvira Piwonka. Gabriela Mistral proyecta su pensamiento y ve en ella el brazo de Dios que estruja el racimo para que de el vino generoso, como lo expresa tan hermosamente en “Sé que no temeré a la muerte”.
[…]
Es el fruto en sazón, que ha adquirido su perfección a través de tanto anhelo insatisfecho. Es la belleza y el amor ansiado con frenesí que ha hallado el por qué de su existencia.
En una palabra, María Elvira Piwonka logró romper las amarras para mirar más lejos y poder así ofrecernos una creación de superior jerarquía estética, en la que se conjugan la vida, la naturaleza, el desengaño y la audacia, lo divino y lo terreno, expresado en un lenguaje modernos, rico y expresivo.
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