Thomas Gray
Thomas Gray fue uno de los grandes poetas ingleses de su época, y un exponente admirable de aquel grupo conocido como poetas de cementerio.
Si bien su obra no es prolífica, algunos de sus poemas son verdaderos clásicos de la literatura inglesa.
Thomas Gray (Londres, 26 de diciembre de 1716 – Cambridge, 30 de julio de 1771), fue un poeta inglés, erudito clásico y profesor de historia en la Universidad de Cambridge.
Considerado uno de los hombres más eruditos de su época. Su poesía no es muy abundante, pero sí selecta.
Su obra más conocida es Elegía sobre un cementerio de aldea (Elegy Written in a Country Churchyard, 1751), que se cree que escribió en el cementerio de Stoke Poges, Buckinghamshire. Otras obras: El bardo y Progreso de la poesía.
El cementerio de la aldea
Ya de la queda el toque reposado
Anuncia el fin del moribundo día,
Y por la loma el mugidor ganado
Camina lentamente á la alquería.
El cansado gañán por el sendero
Toma á su pobre choza con premura,
Y abandonando el universo entero
A mí lo deja y á la noche oscura.
Turbio, indistinto miro por doquiera
Borrarse ya el paisaje antes hermoso:
El viento duerme; en derredor impera
Quietud solemne, funeral reposo.
Y sólo se oye el vuelo y el zumbido
De la cigarra en los pelados cerros,
Y del rebaño en el lejano ejido
El soñoliento son de los cencerros;
O ya, de aquella torre que abrazada
La hiedra tiene con verdor lascivo,
Que alza á la luna blanca y argentada
Su amarga queja el buho pensativo,
Contra los que profanos y atrevidos
Quebrando con sus pasos el misterio
De estos bosques hojosos y escondidos,
Turban su antiguo y solitario imperio.
Bajo de aquellos álamos nudosos,
Del tejo melancólico á la sombra
Donde se alza en mogotes numerosos
El césped verde en desigual alfombra,
En su estrecha morada colocados
Bajo la humilde cruz que allí campea,
Descansan sin afanes ni cuidados,
Los rústicos abuelos de la aldea.
El leve soplo, el plácido gemido
Del viento en la aromática mañana;
La golondrina en el pajizo nido
Sus dulces trinos repitiendo ufana;
La aguda voz del gallo vigilante,
La ronca trompa y el clarín risueño,
No alcanzarán ya más un solo instante
A despertarlos de su eterno sueño.
No más para ellos el hogar sagrado
Dará su alegre fuego en el invierno,
Ni de la esposa el sin igual cuidado
Les mostrará su afán y afecto tierno;
Ni sus niños con pláticas sencillas
Esperarán con mágico embeleso,
Para trepar después á sus rodillas
Y disputar el envidiado beso.
¡Cuántas veces la espiga ya madura
Dobló á sus hoces la cerviz dorada!
¡Cuántas otras la gleba inerte y dura
Rompió su reja y quebrantó su azada!
¡Oh, cuál gozaban al lanzar con brío
En el abierto surco el rubio grano!
Y cómo resonaba el monte umbrío
Del hacha al golpe en su robusta mano!
No la ambición se mofe envanecida
Con insultante risa y gesto duro.
De los humildes goces de su vida,
Y destino pacífico y oscuro.
Ni escuche desdeñosa la grandeza,
A quien ciegos adoran los mortales,
Torciendo con desprecio la cabeza,
Del pobre los domésticos anales.
El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro,
Y del poder la pompa soberana,
Y cuanto la hermosura y cuanto el oro
Dar han podido á la ambición humana,
Todo tiene la misma triste historia,
Todo en un mismo fin acaba y cesa,
Y la senda brillante de la gloria
Sólo conduce á la profunda huesa.
Ni los culpéis ¡oh vanos y orgullosos!
Si sus tumbas no adorna un monumento
Con trofeos lucidos y vistosos
Que á la voz de la fama den aliento.
En vasto templo, al esplendor radiante
De la luz que refleja en jaspe y oro,
Donde en la inmensa nave resonante
Se oye el clamor del órgano sonoro.
¿Pueden marmóreo busto, urna esculpida.
En donde el arte sus primores vierte,
Volver á dar respiración y vida
Al que duerme en el seno de la muerte
¿Pueden vagos y estériles honores
A esos huesos tornar su antiguo brío,
Y hacerse oír los ecos seductores
De la lisonja, en el sepulcro frío?
Talvez en ese sitio despreciado
Descansa un corazón noble y hermoso,
De sacro fuego celestial colmado,
Y lleno de entusiasmo generoso.
Talvez se pudren manos que pudieran
Regir el cetro augusto dignamente,
Que si las cuerdas de la lira hirieran,
Excitaran un éxtasis ferviente.
Pero á sus ojos el saber divino
Que guarda de los tiempos el tesoro,
Ni abrió su libro, ni mostró el camino
Que guía adonde crece el lauro de oro.
Su altiva inspiración con ceño adusto
Heló la triste y mísera pobreza,
Y la suerte secó con soplo injusto
El raudal que les dio naturaleza.
¡Cuánta perla gentil, rica y lozana.
De puro brillo y esplendor sereno,
Vedada siempre á la codicia humana
Guarda la mar en su profundo seno!
¡Ay, cuánta flor ostenta sus primores
En retirado valle sola y triste,
Y en medio de su aroma y sus colores
Nadie la mira y para nadie existe!
Aquí talvez un Hampden campesino
Yace, cuyo vigor y noble celo
Supieron contener en su camino
De la aldea al soberbio tiranuelo;
Algún oscuro Milton escondido
Cuya alma no inflamó fuego sagrado;
Un Cromwell para el mal desconocido,
Y de la sangre patria no manchado.
El aplauso arrancar con elocuencia
De un Senado suspenso á sus acentos,
Despreciar con heroica indiferencia
La flecha del dolor y los tormentos;
Sobre un país risueño y delicioso
Derramar la abundancia sin medida,
Leer su historia escrita en el gozoso
Rostro de una nación agradecida,
La suerte les vedó. Ceñidas fueron
Sus virtudes á límites estrechos,
Ni más allá sus faltas se extendieron
Del corto asilo de sus pobres techos.
Ni por sendas de víctimas cubiertas
Subieron á la cumbre soberana,
Ni de la tierna compasión las puertas
Cerraron nunca á la miseria humana.
Ni supieron ahogar con agonía
De la conciencia el grito penetrante,
Ni el incienso de dulce poesía
Rendir ante el altar del arrogante.
Lejos del mundo vil que despreciaron
Y de su hueco orgullo y desvarío,
Sus modestos deseos los salvaron
De locura, de error y de extravío.
Y por los valles frescos y frondosos
De la humana existencia, en el retiro,
Siguieron su camino silenciosos
Hasta exhalar el postrimer suspiro.
Mas para proteger de insulto impío
Estos huesos, aun miro levantadas
Pobres memorias que su polvo frío
Cubren con tosca gala ornamentadas.
Y contemplo en sus verdes sepulturas
Que cuidó amiga mano con esmero,
Rudos versos, informes esculturas
Que mueven á piedad al pasajero.
Una rústica Musa aquí ha grabado
Sus nombres y su edad, breve memoria
Que sustituye al canto levantado,
Y al rumor de la fama y de la gloria.
Y veo en otras piedras, entretanto
Que estas tristes reliquias examino,
Textos que nos ofrece el Libro Santo
Y enseñan á morir al campesino.
Porque ¿quién al mirarse condenado
A amarga soledad y eterno olvido,
Del todo y para siempre ha renunciado
A recordar las horas que ha vivido?
¿Quién, al perder el gozo y la alegría
Del claro sol y del brillante cielo,
No lanzó una mirada en su agonía
Y no tornó sus ojos hacia el suelo?
¡Ay! cuando el alma su morada deja,
Pide tierno cariño en su quebranto,
La turbia vista en lamentable queja
Demanda el dón de compasivo llanto.
Hasta en el fondo de la tumba helada
Su augusta voz levanta la Natura,
Y en las yertas cenizas abrigada
La llama está de amor y de lernura.
Tú, que haciendo memoria de los muertos
Sin honor á la tierra encomendados,
En estos versos, si sencillos, ciertos,
Sus vidas cuentas é inocentes hados;
Si un corazón simpático, embebido
Y á solas meditando aquí llegare,
Y por la suerte y fin que te ha cabido
Con cariñoso anhelo preguntare;
Talvez responda á su demanda pía
Un anciano pastor con triste acento:
"Aquí mil veces al rayar el día
Satisfecho le vimos y contento;
"Ya hollando con sus pasos presurosos
El rocío, á la brisa matutina,
Para gozar los rayos deliciosos
Del sol naciente en la gentil colina;
"O del flexible fresno al pie sentado,
Cuyas raíces viejas y torcidas
Se extienden caprichosas por el prado
En la grama vivaz entretejidas;
"De la mañana pura al fresco ambiente,
A la margen del plácido arroyuelo,
Contemplando el cristal de la corriente
Que retrata los árboles y el cielo.
"Ora en el bosque umbroso recostado
Con amargo desprecio sonreía,
Ora en sus pensamientos abismado
Los solitarios campos recorría;
"En ocasiones grave, en otras ledo.
Siempre en continua y desigual mudanza,
Ya inspirando piedad, ya horror y miedo,
Como herido de amor sin esperanza.
"Un día en la colina acostumbrada
Le perdimos de vista, y le buscámos,
Y la pradera verde y esmaltada
Y el árbol favorito visitamos.
"Y corrió un día más, y ni á la orilla
Del arroyo fugaz que frecuentaba,
Ni en el valle profundo que se humilla,
Ni en el alto collado se encontraba.
"Hasta que al otro, en procesión doliente
De la campana al son, con triste llanto,
Le vimos conducido lentamente
Por la senda que guía al campo santo.
"Acércate, y pues sabes, su destino
Leerás en la inscripción que ves escrita
En esa losa, bajo el viejo espino
Cuya desnuda copa el viento agita."
EPITAFIO
Aquí reposa, y la cansada frente
Reclina de la tierra sobre el seno,
Un mancebo ignorado de la gente,
A la Fortuna y á la Fama ajeno.
Su pobre cuna, y de su infancia el llanto
La ciencia no miró ceñuda y fría,
Y sobre él al nacer tendió su manto
La santa y celestial Melancolía.
Fué su alma noble y pura; fué sincero
Su corazón, y su piedad inmensa;
Y el cielo favorable y lisonjero,
Le concedió abundante recompensa.
De una sentida lágrima el consuelo—
Y era cuanto tenía— dio al mendigo;
Y mereció de la piedad del cielo—
Y era cuanto anhelaba— un buen amigo.
No su virtud y méritos explores
Escudriñando con afán curioso,
Ni pretendas sus frágiles errores
Sacar de este recinto pavoroso.
Los ha pesado en imparcial balanza
De la justicia el inflexible brazo,
Y reposan con trémula esperanza
De su padre y su Dios en el regazo.
Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889). El Occidente→
Elegy Written in a Country Churchyard
The curfew tolls the knell of parting day,
The lowing herd wind slowly o'er the lea,
The plowman homeward plods his weary way,
And leaves the world to darkness and to me.
Now fades the glimm'ring landscape on the sight,
And all the air a solemn stillness holds,
Save where the beetle wheels his droning flight,
And drowsy tinklings lull the distant folds;
Save that from yonder ivy-mantled tow'r
The moping owl does to the moon complain
Of such, as wand'ring near her secret bow'r,
Molest her ancient solitary reign.
Beneath those rugged elms, that yew-tree's shade,
Where heaves the turf in many a mould'ring heap,
Each in his narrow cell for ever laid,
The rude forefathers of the hamlet sleep.
The breezy call of incense-breathing Morn,
The swallow twitt'ring from the straw-built shed,
The cock's shrill clarion, or the echoing horn,
No more shall rouse them from their lowly bed.
For them no more the blazing hearth shall burn,
Or busy housewife ply her evening care:
No children run to lisp their sire's return,
Or climb his knees the envied kiss to share.
Oft did the harvest to their sickle yield,
Their furrow oft the stubborn glebe has broke;
How jocund did they drive their team afield!
How bow'd the woods beneath their sturdy stroke!
Let not Ambition mock their useful toil,
Their homely joys, and destiny obscure;
Nor Grandeur hear with a disdainful smile
The short and simple annals of the poor.
The boast of heraldry, the pomp of pow'r,
And all that beauty, all that wealth e'er gave,
Awaits alike th' inevitable hour.
The paths of glory lead but to the grave.
Nor you, ye proud, impute to these the fault,
If Mem'ry o'er their tomb no trophies raise,
Where thro' the long-drawn aisle and fretted vault
The pealing anthem swells the note of praise.
Can storied urn or animated bust
Back to its mansion call the fleeting breath?
Can Honour's voice provoke the silent dust,
Or Flatt'ry soothe the dull cold ear of Death?
Perhaps in this neglected spot is laid
Some heart once pregnant with celestial fire;
Hands, that the rod of empire might have sway'd,
Or wak'd to ecstasy the living lyre.
But Knowledge to their eyes her ample page
Rich with the spoils of time did ne'er unroll;
Chill Penury repress'd their noble rage,
And froze the genial current of the soul.
Full many a gem of purest ray serene,
The dark unfathom'd caves of ocean bear:
Full many a flow'r is born to blush unseen,
And waste its sweetness on the desert air.
Some village-Hampden, that with dauntless breast
The little tyrant of his fields withstood;
Some mute inglorious Milton here may rest,
Some Cromwell guiltless of his country's blood.
Th' applause of list'ning senates to command,
The threats of pain and ruin to despise,
To scatter plenty o'er a smiling land,
And read their hist'ry in a nation's eyes,
Their lot forbade: nor circumscrib'd alone
Their growing virtues, but their crimes confin'd;
Forbade to wade through slaughter to a throne,
And shut the gates of mercy on mankind,
The struggling pangs of conscious truth to hide,
To quench the blushes of ingenuous shame,
Or heap the shrine of Luxury and Pride
With incense kindled at the Muse's flame.
Far from the madding crowd's ignoble strife,
Their sober wishes never learn'd to stray;
Along the cool sequester'd vale of life
They kept the noiseless tenor of their way.
Yet ev'n these bones from insult to protect,
Some frail memorial still erected nigh,
With uncouth rhymes and shapeless sculpture deck'd,
Implores the passing tribute of a sigh.
Their name, their years, spelt by th' unletter'd muse,
The place of fame and elegy supply:
And many a holy text around she strews,
That teach the rustic moralist to die.
For who to dumb Forgetfulness a prey,
This pleasing anxious being e'er resign'd,
Left the warm precincts of the cheerful day,
Nor cast one longing, ling'ring look behind?
On some fond breast the parting soul relies,
Some pious drops the closing eye requires;
Ev'n from the tomb the voice of Nature cries,
Ev'n in our ashes live their wonted fires.
For thee, who mindful of th' unhonour'd Dead
Dost in these lines their artless tale relate;
If chance, by lonely contemplation led,
Some kindred spirit shall inquire thy fate,
Haply some hoary-headed swain may say,
"Oft have we seen him at the peep of dawn
Brushing with hasty steps the dews away
To meet the sun upon the upland lawn.
"There at the foot of yonder nodding beech
That wreathes its old fantastic roots so high,
His listless length at noontide would he stretch,
And pore upon the brook that babbles by.
"Hard by yon wood, now smiling as in scorn,
Mutt'ring his wayward fancies he would rove,
Now drooping, woeful wan, like one forlorn,
Or craz'd with care, or cross'd in hopeless love.
"One morn I miss'd him on the custom'd hill,
Along the heath and near his fav'rite tree;
Another came; nor yet beside the rill,
Nor up the lawn, nor at the wood was he;
"The next with dirges due in sad array
Slow thro' the church-way path we saw him borne.
Approach and read (for thou canst read) the lay,
Grav'd on the stone beneath yon aged thorn."
THE EPITAPH
Here rests his head upon the lap of Earth
A youth to Fortune and to Fame unknown.
Fair Science frown'd not on his humble birth,
And Melancholy mark'd him for her own.
Large was his bounty, and his soul sincere,
Heav'n did a recompense as largely send:
He gave to Mis'ry all he had, a tear,
He gain'd from Heav'n ('twas all he wish'd) a friend.
No farther seek his merits to disclose,
Or draw his frailties from their dread abode,
(There they alike in trembling hope repose)
The bosom of his Father and his God.
Ode on a Distant Prospect of Eton College
Ye distant spires, ye antique tow'rs,
That crown the wat'ry glade,
Where grateful Science still adores
Her Henry's holy Shade;
And ye, that from the stately brow
Of Windsor's heights th' expanse below
Of grove, of lawn, of mead survey,
Whose turf, whose shade, whose flowr's among
Wanders the hoary Thames along
His silver-winding way.
Ah, happy hills, ah, pleasing shade,
Ah, fields belov'd in vain,
Where once my careless childhood stray'd,
A stranger yet to pain!
I feel the gales, that from ye blow,
A momentary bliss bestow,
As waving fresh their gladsome wing,
My weary soul they seem to soothe,
And, redolent of joy and youth,
To breathe a second spring.
Say, Father Thames, for thou hast seen
Full many a sprightly race
Disporting on thy margent green
The paths of pleasure trace,
Who foremost now delight to cleave
With pliant arm thy glassy wave?
The captive linnet which enthrall?
What idle progeny succeed
To chase the rolling circle's speed,
Or urge the flying ball?
While some on earnest business bent
Their murm'ring labours ply
'Gainst graver hours, that bring constraint
To sweeten liberty:
Some bold adventurers disdain
The limits of their little reign,
And unknown regions dare descry:
Still as they run they look behind,
They hear a voice in ev'ry wind,
And snatch a fearful joy.
Gay hope is theirs by fancy fed,
Less pleasing when possest;
The tear forgot as soon as shed,
The sunshine of the breast:
Theirs buxom health of rosy hue,
Wild wit, invention ever-new,
And lively cheer of vigour born;
The thoughtless day, the easy night,
The spirits pure, the slumbers light,
That fly th' approach of morn.
Alas, regardless of their doom,
The little victims play!
No sense have they of ills to come,
Nor care beyond to-day:
Yet see how all around 'em wait
The ministers of human fate,
And black Misfortune's baleful train!
Ah, show them where in ambush stand
To seize their prey the murth'rous band!
Ah, tell them they are men!
These shall the fury Passions tear,
The vultures of the mind
Disdainful Anger, pallid Fear,
And Shame that skulks behind;
Or pining Love shall waste their youth,
Or Jealousy with rankling tooth,
That inly gnaws the secret heart,
And Envy wan, and faded Care,
Grim-visag'd comfortless Despair,
And Sorrow's piercing dart.
Ambition this shall tempt to rise,
Then whirl the wretch from high,
To bitter Scorn a sacrifice,
And grinning Infamy.
The stings of Falsehood those shall try,
And hard Unkindness' alter'd eye,
That mocks the tear it forc'd to flow;
And keen Remorse with blood defil'd,
And moody Madness laughing wild
Amid severest woe.
Lo, in the vale of years beneath
A griesly troop are seen,
The painful family of Death,
More hideous than their Queen:
This racks the joints, this fires the veins,
That ev'ry labouring sinew strains,
Those in the deeper vitals rage:
Lo, Poverty, to fill the band,
That numbs the soul with icy hand,
And slow-consuming Age.
To each his suff'rings: all are men,
Condemn'd alike to groan,
The tender for another's pain;
Th' unfeeling for his own.
Yet ah! why should they know their fate?
Since sorrow never comes too late,
And happiness too swiftly flies.
Thought would destroy their paradise.
No more; where ignorance is bliss,
'Tis folly to be wise.
Ode on the Death of a Favourite Cat Drowned in a Tub of Goldfishes
’Twas on a lofty vase’s side,
Where China’s gayest art had dyed
The azure flowers that blow;
Demurest of the tabby kind,
The pensive Selima, reclined,
Gazed on the lake below.
Her conscious tail her joy declared;
The fair round face, the snowy beard,
The velvet of her paws,
Her coat, that with the tortoise vies,
Her ears of jet, and emerald eyes,
She saw; and purred applause.
Still had she gazed; but ’midst the tide
Two angel forms were seen to glide,
The genii of the stream;
Their scaly armour’s Tyrian hue
Through richest purple to the view
Betrayed a golden gleam.
The hapless nymph with wonder saw;
A whisker first and then a claw,
With many an ardent wish,
She stretched in vain to reach the prize.
What female heart can gold despise?
What cat’s averse to fish?
Presumptuous maid! with looks intent
Again she stretch’d, again she bent,
Nor knew the gulf between.
(Malignant Fate sat by, and smiled)
The slippery verge her feet beguiled,
She tumbled headlong in.
Eight times emerging from the flood
She mewed to every watery god,
Some speedy aid to send.
No dolphin came, no Nereid stirred;
Nor cruel Tom, nor Susan heard;
A Favourite has no friend!
From hence, ye beauties, undeceived,
Know, one false step is ne’er retrieved,
And be with caution bold.
Not all that tempts your wandering eyes
And heedless hearts, is lawful prize;
Nor all that glisters, gold.
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